Unos resultados que muestran con claridad lo que sirve y lo que no en la lucha contra la extrema derecha

La victoria electoral de este consumado reaccionario de extrema derecha es una advertencia muy seria a la clase obrera y la juventud de todo el mundo. No podemos trivializarla, ni despacharla con análisis superficiales que no van al fondo de sus enormes consecuencias. De manera inmediata, el avance electoral de la extrema derecha global se verá beneficiado del éxito trumpista en la primera potencia capitalista del planeta.

Muchos pronosticaron el fin de Trump, su aislamiento, su supuesta falta de apoyos entre la clase dominante norteamericana e incluso dentro de su partido. Pero no solo han fallado estrepitosamente las perspectivas de la prensa liberal y de la legión de comentaristas a sueldo de la socialdemocracia que confiaban en la remontada de Kamala Harris. Otro tipo de charlatanes, que por alguna extraña razón siguen calificándose como “teóricos marxistas”, han sido completamente incapaces de interpretar seriamente las poderosas fuerzas sociales y políticas que empujan al trumpismo, y su sorpresa ante estos resultados también ha sido morrocotuda.

La prensa que aparenta ser más “seria” insiste en el carácter antiestablishment de Trump para ofrecer una explicación. En el campo de la izquierda tampoco escasean los que fijan sus posiciones leyendo esta prensa, e incapaces de pensar por sí mismos, repiten como papagayos los mismos mantras. Es muy fácil hacer un titular con una fórmula rápida de engullir. Mucho más difícil es dar una caracterización materialista sólida porque entonces hay que salir de ese estado de pereza mental.

Este triunfo demuestra, en primer lugar, la profundidad de la crisis del capitalismo estadounidense, su decadencia en la escena mundial y los fracasos que está cosechando como potencia imperialista, hechos que han desencadenado una brutal polarización política y social que recorre el país de norte a sur y de costa a costa. En segundo, el estrepitoso fiasco de las políticas neoliberales y belicistas de los demócratas que, tal y como hemos señalado en numerosas declaraciones anteriores, son los representantes de una élite degenerada que actúa como cómplice estratégico en el genocidio sionista contra el pueblo palestino. Y esta derrota es también la de una izquierda reformista organizada en torno a Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, que con sus renuncias a levantar una alternativa de izquierdas independiente y su respaldo a Joe Biden y Kamala Harris han allanado el terreno para que el trumpismo penetre entre sectores de la clase trabajadora.

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Este triunfo demuestra la profundidad de la crisis del capitalismo estadounidense, su decadencia y fracasos en la escena mundial, hechos que han desencadenado una brutal polarización política y social en todo el país. 

Trump ha ganado y lo ha hecho holgadamente con unos resultados históricos. Según el recuento oficial en el momento de escribir esta declaración logra 72.741.495 votos (50.9%) frente a los 68.079.359 votos (47.6%) de Kamala Harris. Consigue la mayoría en el Senado y casi seguro en la Cámara de Representantes, y el control de los órganos más relevantes del Estado. Y todo esto en unas elecciones que han registrado la segunda mayor participación de la historia de EEUU, solo por detrás de la cita de 2020.

Los llamados “swing states” —estados clave para decidir la victoria presidencial— se han pronunciado mayoritariamente por el MAGA (Make America Great Again / Hacer América grande otra vez) y esto incluye el avance del voto trumpista entre sectores en los que no había logrado arrancar gran cosa hasta ahora.  Voto latino, voto joven, voto femenino y votos de la clase trabajadora menos devastada por el empobrecimiento. Es decir, ha trascendido con mucho las fronteras de las capas medias rurales y de los sectores más desmoralizados de las familias obreras golpeadas por la crisis social y económica, la parte más activa y ruidosa de la base social trumpista, y se ha hecho con un apoyo creciente entre capas trabajadoras hartas de la demagogia “progre” y las políticas capitalistas de los demócratas.

Las fuerzas motrices del trumpismo

Hay que señalar las cosas tal como son, no proyectar una imagen idílica. Trump representa al antiestablishment, de la misma manera que lo hacen Javier Milei, Marie Le Pen, Giorgia Meloni, Santiago Abascal o los dirigentes de la ultraderecha alemana o austriaca. Son demagogos de extrema derecha que utilizan su crítica hacia las instituciones de la democracia burguesa y los políticos tradicionales para poder esparcir su programa patronal, racista, machista y declaradamente anticomunista.

En ningún caso se trata de elementos marginales, de outsiders. Son una parte esencial del actual ecosistema político y reciben un apoyo evidente de secciones importantes de la clase dominante en sus respectivos países. Confundir las cosas y no denunciar a estos elementos como enemigos declarados de la clase obrera o peor considerar que reflejan una “radicalización antisistema” que puede ser aprovechada es, simplemente, arrojar por la borda las lecciones de la historia.

Los nazis alemanes y los fascistas italianos en los años treinta también contaban con un acabado programa antiestablishment, hacían demagogia social y recogían el apoyo de sectores desencantados con el sistema. Empezaron como grupúsculos, pero a medida que se desarrollaba la crisis del capitalismo y la izquierda cometía errores de calado, fueron ampliando su base social logrando el respaldo de las burguesías de sus países.

Los grandes marxistas que analizaron el fenómeno de la extrema derecha y del fascismo en aquella época no se conformaron con una lectura superficial, ofrecieron una caracterización de clase y levantaron un programa de acción para combatir esta amenaza letal. Explicaron la trampa de su demagogia, y los señalaron como el partido de la desesperanza contrarrevolucionaria dispuestos a realizar un trabajo completo para aplastar al movimiento obrero y sus organizaciones cuando la clase dominante no tuviera otra salida.

Obviamente no estamos planteando que la perspectiva de una dictadura fascista pueda imponerse a corto plazo en EEUU. Eso está descartado, porque provocaría un movimiento revolucionario entre las decenas y decenas de millones de trabajadores y jóvenes que sí se han manifestado inequívocamente contra el trumpismo, no solo en las urnas, especialmente en las calles. Pero nuestra obligación es ver el desarrollo dialéctico de estos acontecimientos, y huir de cualquier visión mecánica y reduccionista. El peligro está ahí, y no vale edulcorar a Trump. Hay un giro a la derecha entre capas amplias de la pequeña burguesía y de sectores desmoralizados de los trabajadores. Y se trata de responder con la acción y con un programa contundente a esta peligrosa evolución de los acontecimientos.

Donald Trump recupera la presidencia de EEUU después de pasar por la Casa Blanca y aplicar medidas contra la clase obrera y las libertades democráticas, de racismo y ataques a los derechos de las mujeres, que además llenaron los bolsillos de las grandes corporaciones. Y ha logrado unos resultados históricos tras haber promovido el asalto al Capitolio de miles de fascistas armados, y de ser juzgado y condenado por los tribunales.

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El voto Trump se ha nutrido de las capas medias rurales y de sectores empobrecidos y más desmoralizados de las familias obreras. También su apoyo ha crecido entre capas trabajadoras hartas de la demagogia y las políticas capitalistas de los demócratas. 

 “Es una victoria política” decía el magnate en su rueda de prensa. Y lo es. El Trump que aparecía exultante en la tribuna es ahora más fuerte que hace ocho años, ha convertido al Partido Republicano en una organización dócil destrozando a los escasos rivales que intentaron desafiarle. Detrás de su figura se levanta un movimiento de masas que ha pasado de las urnas a las calles y a la acción directa, y viceversa, y que ha aprovechado con habilidad el desastre de la Administración demócrata para avanzar entre nuevos sectores.

Los datos de numerosos estudios explican su penetración entre las rentas medias, donde el apoyo a Trump se consolida y crece con fuerza, y especialmente entre las rentas más bajas, al revés de los demócratas que solo crecen entre las rentas más altas.[1]

Es la misma dinámica que observamos entre la extrema derecha de todo el mundo. Y es lógico. Su progreso se deriva de una combinación de factores; el retroceso del capitalismo occidental y la emergencia de nuevas potencias que disputan la supremacía mundial, la necesidad de la pequeña burguesía de ampliar la explotación de la fuerza de trabajo inmigrante para acumular más riqueza y sostener su nivel de vida, y la desesperación de sectores de trabajadores empobrecidos y completamente desamparados por las estructuras sociales del Estado. Y ante esto, una izquierda reformista impotente que aparece como la abogada defensora de una democracia capitalista en declive y putrefacción.

Considerar que Trump no tiene sólidos apoyos entre la clase dominante, y que la burguesía en bloque está contra él porque es incontrolable y tiene una agenda aislacionista es absurdo. Trump forma parte de la clase capitalista, tiene vínculos y apoyos de mucha envergadura entre sus filas, y responde a los intereses de aquellos sectores que llaman a la batalla frontal contra la clase obrera, contra el enemigo interior, y a preparar a EEUU para una guerra económica prolongada contra China y sus aliados. Obviamente, las posibilidades de éxito de esta estratégica son muy cuestionables.

Pero volviendo con una idea central. Trump no es un marginado de la política estadounidense, y la burguesía no le ve con horror. Afirmar esto es ofrecer una visión simplista y, evidentemente, falsa. Recientes informes han señalado a los principales donantes de la campaña trumpista, en torno a 50 multimillonarios que han estado muy activos ofreciendo sus recursos a Trump y su programa. Como publica un importante diario económico español:

           “Elon Musk, el hombre más rico del mundo donó más de 118 millones de dólares a America PAC, un súper comité de acción política de apoyo a Trump (…) John Paulson, el rey de las subprimes que ganó 20.000 millones de dólares entre 2007 y 2008. Fiel valedor de Donald Trump, el candidato republicano ha señalado a Paulson como su posible secretario del Tesoro en el caso de ganar las elecciones (…) Tim Mellon ha sido otro de los grandes donantes, con 150 millones de dólares al super pac de Trump, Make America Great Again Inc, casi el 45% de su financiación total. De 82 años, forma parte de una de las dinastías bancarias más venerables de EEUU, aunque es el menos conocido en la órbita de Trump (…)

            Miriam Adelson, la viuda del magnate de los casinos Sheldon Adelson, de 78 años, ha donado más de 100 millones de dólares al pac pro-Trump America Pac. Propietaria del casino Las Vegas Sands y de los periódicos Las Vegas Review Journal e Israel Hayom, es también propietaria mayoritaria del equipo de baloncesto Dallas Mavericks. Su fortuna supera los 34.000 millones de dólares, según Forbes. Amiga del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, Adelson ha comparado los ataques de Hamas el 7 de octubre de 2023 sobre Israel con el Holocausto (…)

            Liz y Dick Uihlein,  los fundadores de la empresa de transporte marítimo Uline han donado casi 70 millones de dólares a su pac pro-Trump Restoration Pac y 10 millones de dólares más a Maga Inc (…) Diane Hendricks está considerada la mujer hecha a sí misma más rica de EEUU. Es propietaria del conglomerado de materiales de construcción ABC Supply con sede en Wisconsin (…) Kelcy Warren, el presidente ejecutivo de Energy Transfer Partners, Kelcy Warren es un titán del sector energético de Dallas (Texas) con una fortuna de 7.100 millones de dólares (…)

             Entre los millonarios que también han apoyado al candidato republicano se encuentran Bill Ackman, fundador y CEO de Pershing Square Capital Management; Bernie Marcus, el cofundador de la red de tiendas de productos para el hogar The Home Depot, de 95 años y un patrimonio de más de 7.200 millones de dólares; Woody Johnson, propietario del equipo de fútbol americano NY Jets, con un patrimonio de 8.700 millones de dólares; o Andy Beal, fundador y presidente de Beal Finance, que posee una fortuna de 13.100 millones de dólares.”[2]

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Trump, Milei, Le Pen, Meloni, Abascal, la AFD alemana, etc., son demagogos de extrema derecha. Critican las instituciones de la democracia burguesa y los políticos tradicionales para esparcir su programa patronal, racista, machista y anticomunista. 

El recibimiento de Wall Street al triunfo de Donald Trump no mostró ningún signo de desconfianza o de oposición. Más bien todo lo contrario, las Bolsas se dispararon a máximos históricos y el dólar registro su mayor alza desde 2020:

             “En Wall Street, el mercado tardó poco en aplaudir el nuevo escenario político. El Dow Jones ha cerrado con un alza del 3,57%, mientras el Nasdaq se ha anotado un 2,95% y el S&P 500 un 2,53%, ascensos que llevan a los tres índices a marcar nuevos máximos. Esta vez no es el sector tecnológico el que lidera las ganancias. Las acereras, las automovilísticas y la banca de inversión encabezan las ganancias con alzas de entre el 15,14% y el 10,77%. Es decir, los negocios más beneficiados por la política proteccionista y la desregulación que plantea la Administración Trump. Dentro del Dow Jones, las mayores subidas corren a cargo de los bancos Goldman Sachs (13,1%) y JP Morgan (11,54%) y del fabricante del mundo de equipos de construcción y de minería, Caterpillar (8,74%)…”[3]

El desastre de la Administración demócrata y la decadencia del imperialismo estadounidense 

Hay que ser claros. Todas las promesas y la propaganda que los demócratas utilizaron para dar un vuelco electoral hace cuatro años han resultado ser un fraude completo. La defensa de la sanidad y la educación públicas, la lucha contra el racismo y la brutalidad policial, la cancelación de la deuda estudiantil, proteger los derechos sindicales, de las mujeres y la comunidad LGTBI, demandas como los 15$ la hora… ¿Qué ha pasado con todo eso?

Bajo la Administración Biden se ha retrocedido significativamente en todas y cada una de las cuestiones planteadas. Deportaciones récord de inmigrantes, pérdida de derechos democráticos, huelgas prohibidas por el Gobierno, una inflación desbocada que se ha comido los salarios y recortes sociales que han nutrido las partidas económicas interminables para intervenciones imperialistas como la guerra de Ucrania o el apoyo al genocidio sionista en Gaza. 

Los beneficiados de estas políticas han sido numerosos sí, pero no viven en barrios obreros ni en los suburbios, sino en Wall Street y en Silicon Valley. Las grandes empresas tecnológicas, las farmacéuticas, las energéticas, las grandes armamentísticas y la gran banca han hecho su agosto con Biden y Harris al frente del despacho oval.

Así lo revelan sus ganancias desde los anteriores comicios y su ascenso meteórico en el índice S&P500: el fabricante de tarjetas gráficas y microchips Nvidia incrementó su cotización un 986% en estos cuatro años, SuperMicro un 1.046%, Meta un 103%, Microsoft un 100%, el operador de gaseoductos  Targa Resources un 954,2%, Marathon Oil un 594%, la farmacéutica  Elli Lilly un 517,9% y la empresa de soluciones militares Axon Enterprise un 323%, por dar solo algunos ejemplos. 

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Las promesas de los demócratas han resultado ser un fraude completo. La defensa de la sanidad y la educación públicas, frenar el racismo y la brutalidad policial, los derechos sindicales, de las mujeres, de la comunidad LGTBI, etc. ¿Qué ha pasado con todo eso? 

Precisamente sobre esta base Donald Trump ha podido levantar y fortalecer su demagogia, acusándoles de mentir, de destruir a la clase media y de hundir las condiciones de vida de millones de trabajadores por gastar un chorro formidable de dinero público en la guerra.

El programa belicista de la Administración demócrata ha resultado clave en la ruptura de la juventud y una parte importante de la clase trabajadora norteamericana con el Partido Demócrata. El apoyo incondicional a Zelenski, al genocida Netanyahu y la dura represión policial hacia el movimiento propalestina ha sobrepasado una línea roja que muchos potenciales votantes azules no han perdonado. ¿Cómo se va a combatir a la extrema derecha apoyando a su mayor y más belicoso representante, Benjamin Netanyahu?

Estos son puntos principales que explican el batacazo de Kamala Harris. Ni la más potente de las campañas propagandísticas ha podido tapar su compromiso con esta agenda de derechas e imperialista. Sus constantes guiños en la recta final de la campaña a los votantes republicanos, prometiendo incluirles en su Gabinete y presumiendo de apoyos públicos provenientes del mismo, han terminado de mostrar las enormes limitaciones de la candidatura demócrata para movilizar el voto masivo de la izquierda.

Pero sería incompleto el análisis del desastre electoral si no incluyéramos en él a los representantes de la nueva izquierda demócrata como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Actuando como el dique de contención de la movilización y la llave de seguridad de Biden para mantener la paz social y darse un barniz más progresista, ambos personajes y una buena parte de la dirección del DSA se han cubierto de gloria. Una vez demostrada su completa incapacidad para enfrentar al aparato demócrata y romper con una política de subordinación, tienen el oportunismo, horas después del triunfo de Trump, de acusar a la Administración Biden de haber abandonado a la clase trabajadora, como ha hecho públicamente Bernie Sanders. Verdaderamente lamentable lo del senador de Vermont.

Ellos han claudicado ante los millonarios que dirigen el Partido Demócrata y se han puesto a su servicio para bloquear cualquier respuesta en la calle a sus políticas y al avance de la extrema derecha. Este es el resultado. Los “cordones sanitarios” de los que nos habla la socialdemocracia, no son otra cosa que los pactos y alianzas con la “derecha demócrata”, la “derecha razonable” o “los empresarios decentes”. Esa ha sido la receta, una vez más fracasada, de la nueva izquierda norteamericana. Toca tomar buena nota y aprender para el futuro.

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La candidatura de Harris y su política capitalista ha sido incapaz de movilizar el voto masivo de la izquierda. A esto se ha unido la claudicación de Bernie Sanders y Ocasio Cortez al aparato demócrata. 

Perspectivas para la Administración trumpista: lucha de clases, inestabilidad y nuevas crisis

Es imposible leer correctamente los resultados de estas elecciones sin tener en cuenta el contexto general en el que se celebraban. La pugna entre el imperialismo estadounidense y China por la supremacía, y quién controla los mercados, las materias primas estratégicas, las cadenas mundiales de producción y suministros, está marcando las relaciones internacionales y, obviamente, también la situación interior de ambos países.

Es un hecho que las contradicciones y divisiones recorren a la clase dominante de EEUU, pero hay una cosa en la que están de acuerdo: no retroceder en el tablero mundial y apretar las tuercas al máximo a la clase trabajadora de su propio país como arma en esta guerra y como herramienta para seguir engordando sus beneficios millonarios. Evidentemente les divide las tácticas para lograrlo.

Donald Trump ha prometido terminar con la guerra en Ucrania en cuestión de días y también se ha mostrado partidario de cerrar el conflicto en Oriente Medio. Pero una cosa son las palabras y otra la política real. La intervención en Ucrania es un asunto fundamentalmente norteamericano, una guerra provocada desde Washington para no perder una influencia decisiva en el Viejo Continente.

Si todo acaba con un triunfo inapelable de Rusia, y por tanto de China, el resultado afectará directamente a la Administración Trump. El callejón en el que se encuentra el multimillonario de Nueva York es igual de complejo al que vivió Biden.

Si Trump fuerza a Zelenski a aceptar una paz con Rusia a costa de renunciar a parte del territorio, sería un nuevo reconocimiento de la debilidad del imperialismo occidental en el mundo, pero no cerrar este conflicto provocará problemas cada vez mayores, y mantendrá un agujero negro por el que se dilapidan ingentes recursos y que ya ha provocado una crisis de envergadura en países clave. Que Alemania se haya convertido en un factor de desestabilización política en Europa, y que el actual Gobierno del SPD esté al borde de la dimisión, se lo debemos a esta guerra conducida desde Washington.

Por otro lado, tampoco está claro qué ocurrirá en Oriente Próximo. Netanyahu se ha mostrado muy feliz por la victoria del magnate y para celebrarlo anticipadamente destituyó a su ministro de Defensa por otro aún más nazi. El apoyo de Trump a este genocida está fuera de duda así como su interés en mantener un punto estratégico de apoyo en la zona, pero el riesgo de continuar una escalada que desemboque en una guerra regional no es precisamente un argumento para volver América más fuerte.

El punto central es que Trump no es un “hombre de paz”, sino el presidente de una potencia atravesada por una decadencia orgánica e implicada en una lucha a muerte con un coloso como China.

Trump no puede escapar de esta realidad. Eso fue lo que llevó a declarar la guerra comercial a Pekín en su anterior presidencia, con unos frutos muy negativos para los intereses estadounidenses. Si intenta movimientos proteccionistas importantes, como los prometidos aranceles a los coches chinos y a las importaciones europeas, acarreará nuevos realineamientos en torno a los dos grandes contrincantes. Y esto implicará efectos profundos en la lucha de clases dentro de EEUU.

Trump ha prometido sellar la frontera y hacer la mayor deportación de inmigrantes de la historia, y lograr así una nueva “época dorada” para EEUU con bajadas de impuestos y prosperidad para los emprendedores. Pero ¿puede lograr con este programa mejorar la vida de la clase trabajadora que se ha visto brutalmente empobrecida en los últimos años? La respuesta del trumpismo a la crisis del sistema no es ninguna alternativa para las masas norteamericanas y no está en su mano poder revertir una crisis de esta naturaleza. Solo la empeorará con un sufrimiento añadido. 

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La victoria de Trump es la victoria de la mano dura contra la izquierda. Pero la nueva Administración tendrá que hacer frente a una también masiva polarización hacia la extrema izquierda y a un creciente movimiento sindical joven, radicalizado y fresco. 

La victoria de Trump es la victoria de la mano dura contra la izquierda, contra la clase obrera y la juventud, contra su movilización y su organización. Es el mazo que aviva las divisiones racistas dentro de nuestra clase para hacernos más débiles, de la guerra contra el enemigo interno para ganar la batalla mundial poniendo la factura sobre las espaldas de los oprimidos. Pero no le será tan fácil imponer sus políticas. 

La experiencia de la clase trabajadora norteamericana en estos años ha sido salvaje, dura, pero muy útil también. La radicalización y la polarización hacia la extrema derecha ha sido paralela al crecimiento de una polarización también hacia la extrema izquierda, la formación de nuevas estructuras, organizaciones y movimientos nacidos desde abajo y que han adquirido una potencia de fuego tremenda.

Un movimiento sindical joven, radicalizado, fresco y sin las cargas del pasado se ha abierto paso de forma extraordinaria. La Administración Trump tendrá que hacer frente a esto y a encarnizadas batallas en el terreno de la lucha de clases. El abandono de dirigentes como Sanders o AOC ha dejado sembrado de enseñanzas el camino. El movimiento contra el genocidio en Gaza se ha levantado sin ellos, y a pesar de ellos.

El potencial para construir una alternativa de clase y revolucionaria para la juventud y los trabajadores en EEUU es incuestionable. Sacar las lecciones del triunfo electoral de Trump es imprescindible para el rearme de la izquierda, para trazar una estrategia a la ofensiva. No hay tiempo ni fuerzas que perder. 

 

Notas: 

 [1] ¿Quiénes han votado a Trump? Sus apoyos por edad, sexo, raza y renta

[2] Expansión, 6 de noviembre de 2024. Los millonarios que ganan con la victoria de Trump

[3] Reacción del mercado: las Bolsas de EE UU se disparan a máximos históricos y el dólar marca su mayor alza desde 2020

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