El lunes 20 de enero se celebró la toma de posesión de Donald Trump como presidente de EEUU. Millones de personas en todo el mundo seguimos la ceremonia en directo y no defraudó: el espectáculo fue nauseabundo. Una ceremonia en la que este reaccionario de extrema derecha se rodeó de los plutócratas más poderosos del país, confirmando que lejos de ser un portavoz del anti-establishment es el representante más genuino de un capitalismo imperialista agresivo, dispuesto a poner en práctica una agenda de ataques brutales contra la clase obrera dentro y fuera de sus fronteras, y laminar todos los derechos democráticos que pueda.

Trump arrancó su discurso arropado por las tres personas más ricas del mundo –Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk–, de los grandes CEO del país y de los mayores representantes de la ultraderecha a escala internacional, como el argentino Milei o la presidenta de Italia Giorgia Meloni. No faltó nadie. Tampoco el aplauso de dirigentes del Partido Demócrata como Barack Obama, Hillary Clinton o Kamala Harris. Desde el minuto uno, el magnate neoyorkino decretó una guerra abierta hacia los trabajadores y los pobres, especialmente contra la población inmigrante, las mujeres y el colectivo LGTBI, se envolvió en la bandera del belicismo más furibundo, y prometió todos los recursos del Estado para los grandes monopolios y para que los multimillonarios sigan aumentando sus fortunas. Todo esto acompañado de la escena más impactante de la noche: Musk haciendo el saludo nazi hasta en tres ocasiones.

Trump se hizo instalar un escritorio en el escenario del Capital One Arena para firmar sus primeros decretos, en pro de iniciar una “edad de oro” en Estados Unidos. Derogó las 78 órdenes ejecutivas de Joe Biden, congeló la emisión de normas por parte de las agencias federales y las contrataciones de funcionarios, retiró a EEUU del Acuerdo de París, y proclamó dos nuevos documentos para supuestamente restaurar la libertad de expresión y para acabar con la persecución de adversarios políticos.

Lo sucedido ayer no es ninguna broma. Sí, Trump tiene un comportamiento lunático, narcisista y a veces delirante, algo que también fue característico de las dictaduras sanguinarias de Hitler o Mussolini. Pero Trump no es un loco viviendo su momento de gloria, ni mucho menos un outsider sin apoyos dentro de la clase dominante norteamericana. El hecho de que haya salido impune de todos los cargos judiciales por su implicación en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 prueba sus enormes vínculos con el aparato del Estado y los círculos del poder político del país.

La agenda de Trump puede horrorizarnos, a muchos incluso sorprendernos, pero minimizar lo que representa o burlarse de su comportamiento excéntrico, no prepara al movimiento, a la clase trabajadora y a la juventud para el serio desafío que enfrentamos. Comprender el momento histórico que vivimos y las profundas causas sociales que explican el fenómeno del trumpismo[1], es algo imprescindible si queremos sacar las lecciones políticas correctas y emprender la lucha contra una amenaza que no tiene precedentes en las últimas décadas: un Gobierno de extrema derecha, anticomunista, racista, imperialista, aliado de las fuerzas fascistas a escala internacional, dirigirá el rumbo de la primera potencia mundial en los próximos cuatro años.

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Trump arrancó su discurso arropado por las tres personas más ricas del mundo: Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk, y de los mayores representantes de la ultraderecha a escala internacional

Un imperialista despiadado disfrazado de pacificador

El discurso del ya 47º presidente estadounidense estuvo atravesado por constantes referencias a que “la edad de oro de Estados Unidos comienza ahora mismo”. Trump ha prometido a su base social –esas capas medias irritadas y cada día más fanatizadas con su discurso nacionalista y racista, y amplios sectores de una clase obrera empobrecida y desmoralizada que no ve futuro– que hará América grande de nuevo. Las declaraciones sobre que “nuestro país florecerá” y que “no permitiremos que se aprovechen más de nosotros”, se levantan sobre el orgullo herido de una potencia en decadencia. Recuperar el aura imperial de Estados Unidos con el poderío de su industria militar cubriéndole las espaldas, es su objetivo.

Hay una batalla en marcha por la supremacía mundial, y Estados Unidos se ha visto desplazado y sobrepasado en muchos terrenos por una potencia que ha acumulado un músculo tecnológico, industrial y comercial inmenso: China. Aunque la intervención en Siria y el fortalecimiento del sionismo en Oriente Medio tras el salvaje genocidio perpetrado en Gaza ha permitido dar un duro golpe al bloque ruso-chino en la zona, es imposible ocultar que el imperialismo norteamericano lleva sufriendo reveses muy serios en los últimos años.

Su pérdida notable de influencia en todos los continentes y entre aliados históricos, las derrotas en Iraq, Afganistán y ahora en Ucrania, han colocado a Washington ante una disyuntiva existencial. Esto es lo que mueve y anima a la clase dominante norteamericana a dar batalla con todos los medios a su alcance, aunque suponga extender el caos y acabar definitivamente con cualquier vestigio de equilibrio para el capitalismo global.

Trump es un enemigo declarado de los pueblos del mundo, pero si puede llegar tan lejos es porque Joe Biden y los demócratas han desatado una escalada de militarismo imperialista salvaje, imponiendo la guerra en Europa en el frente ucraniano, colocando de rodillas a Alemania para desconectarla de Rusia, lanzando una guerra comercial contra sus adversarios, y respaldando con las armas más terroríficas el holocausto palestino en Gaza.

Biden no ha sido más que un trumpista maquillado gobernando para la misma plutocracia de la que forma parte el magnate de Nueva York. Pero debemos subrayar que Biden fracasó en muchos de sus objetivos internacionales y domésticos. No ha impedido el avance de China, se ha estrellado en Ucrania y ha fortalecido al régimen de Putin, y el rastro de miseria y empobrecimiento que ha dejado en herencia en estos cuatro años es terrible. Esto es un buen recordatorio para tener claro que los obstáculos a los que se enfrentará Trump no son un detalle.

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Biden no ha sido más que un trumpista maquillado gobernando para la misma plutocracia de la que forma parte el magnate de Nueva York. Pero no ha impedido el avance de China, se ha estrellado en Ucrania y ha fortalecido al régimen de Putin

Durante su campaña electoral, y ayer lo repitió, Trump juró que su prioridad era llegar a un acuerdo con Rusia para poner fin a casi tres años de guerra en Ucrania, y ahora se presenta como el artífice del alto al fuego en Gaza. Pero todo esto es pura fanfarria, propaganda, para generar un estado de opinión que le agradezca por ejercer de pacificador. Es el mundo al revés. Este reaccionario es la máxima expresión del belicismo más violento y hará lo que sea necesario para tratar de recomponer el poderío de una potencia en decadencia.

Aunque la jura del cargo fue ayer, el segundo mandato de Trump hace semanas que ha comenzado de forma ruidosa con una incendiaria agitación en política exterior. Ha propuesto que Canadá sea anexado como Estado de la Unión, para México tiene el propósito de intervenir en su territorio bajo la excusa de la lucha contra la droga y “la emergencia de la crisis migratoria”, quiere recuperar el canal de Panamá e incluso comprar Groenlandia, y controlar así áreas comerciales y geoestratégicas claves para el capital estadounidense

¿Bravuconadas? Todavía es pronto para decirlo. La historia de la lucha interimperialista está llena de acontecimientos dramáticos, de guerras y conflictos que aunque en un primer momento parecían imposibles, acaban sucediendo empujados por la lógica endiablada de unas contradicciones que no se pueden resolver mediante la negociación y los acuerdos. La administración Trump está dispuesta a llegar lo más lejos posible para que Estados Unidos vuelva a ocupar la primacía mundial. El problema es que no lo tienen tan sencillo.

Más guerra comercial, nacionalismo económico y especulación

Es evidente que el Gobierno de Trump representa un cambio notable con las formas habituales en que la burguesía ejerce su dominio. En las democracias capitalistas la ficción y las apariencias juegan un papel importante. El parlamento se erige como depositario de la “soberanía popular”. Los órganos judiciales son “independientes” del poder ejecutivo y legislativo. El ejecutivo, integrado por políticos profesionales responsables, buscan gobernar a favor del pueblo guiados por el “bien común”. Con Trump todo este teatro ha sido barrido.

Tenemos un Gobierno formado directamente por millonarios, miembros destacados de la clase dominante y líderes de opinión de extrema derecha. Ya no ceden la labor a un grupo de burócratas al que manejan entre bambalinas como sucedía tradicionalmente. Ahora es el domino directo de plutócratas que se han marcado el objetivo de colocar al Estado como siervo para su acumulación privada. Un hecho muy relevante y que también muestra la degeneración senil del capitalismo estadounidense. Sin esa capa de políticos profesionales educados en la farsa parlamentaria, Trump queda cada día más desnudo como el agitador de extrema derecha que es. Y eso, obviamente, tendrá serias implicaciones en la conciencia de millones de oprimidos en todo el mundo y dentro de las fronteras norteamericanas.

Trump utiliza mucha demagogia y realiza maniobras de distracción para intentar oscurecer lo que es una de sus principal metas en esta presidencia: aplastar al enemigo interior, extraer el mayor porcentaje de plusvalía obrera atacando duramente las condiciones laborales y salariales, desviando aún más brutalmente los gastos sociales para enriquecer a los capitalistas mediante más privatizaciones y subvenciones, poniendo en práctica una legislación antisindical feroz, suprimiendo cualquier restricción medioambiental que se interponga al afán de lucro de las empresas petroleras, mineras y agroalimentarias y, por supuesto, colocando una pistola en la sien de millones de inmigrantes para que acepten condiciones de esclavitud. Y todo ello con planes muy calculados para otorgar más poder y más impunidad a la maquinaria policial, al tiempo que sus organizaciones de escuadristas fascistas se fortalecen.

Y la continuidad exterior de esta agenda interior es preparar a EEUU para una guerra económica prolongada contra China y sus aliados. Obviamente, como se comprobó con su primer mandado y con las políticas de la Administración Demócrata que han seguido la misma línea, las posibilidades de éxito de esta estratégica son muy cuestionables.

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Tenemos un Gobierno formado directamente por millonarios y líderes de opinión de extrema derecha. Van a otorgar más poder y más impunidad a la maquinaria policial, al tiempo que sus organizaciones de escuadristas fascistas se fortalecen.

La pugna entre el imperialismo estadounidense y el gigante asiático por el control de los mercados, las materias primas estratégicas, las cadenas mundiales de producción y de suministros ha dado un salto trascendental. Pero Washington ha salido mal librado por el momento. Muchos datos certifican que Beijin está ganando posiciones decisivas. Así lo tiene que reconocer The New York Times: “China está utilizando su economía de aproximadamente 18 billones de dólares como arma. […] China ha alcanzado el liderazgo mundial en equipos de telecomunicaciones, destruyendo de hecho la industria de América del Norte. Ha hecho lo mismo en paneles solares y drones comerciales, y está cerca de alcanzarlo en trenes de alta velocidad y baterías. […] En diez industrias avanzadas (entre ellas, los semiconductores, la robótica, la inteligencia artificial, la computación cuántica, el espacio y los productos químicos), China está avanzando hacia la vanguardia mundial de la innovación. […] Y en algunas industrias, como los vehículos eléctricos y la energía nuclear comercial, las empresas chinas ahora están a la cabeza”. [2]

Esto es lo que hay detrás de todas las medidas económicas, proteccionistas y de aranceles que propone Trump. Pero estas recetas ya se han intentado y no han dado el resultado esperado. Es de una gran ingenuidad pensar que los aranceles del 60% contra los productos chinos, o contra las mercancías de otros países que comercien con China, van a conseguir frenar el desarrollo económico y productivo de Beijing. Al contrario, como la experiencia ha demostrado, puede ser un boomerang que golpeará al mercado norteamericano y a la clase trabajadora estadounidense con forma de inflación. Para derrotar a China, Trump debería declarar una guerra comercial a más de medio mundo.

Al mismo tiempo, la economía norteamericana parece lejos de curarse de la gangrena que sufre. De la noche a la mañana, Trump ha amasado una fortuna sobre el papel de unos 8.000 millones de dólares con el lanzamiento de un memecoin: el $TRUMP. Y esta es precisamente la gran esperanza estadounidense:impulsar aún más la especulación financiera mediante todo tipo de productos, sea el bitcoin o la recompra de paquetes accionariales, al margen del desarrollo de la producción industrial y las fuerzas productivas. La burbuja bursátil está por las nubes, y el bitcoin no solo cuesta más de 100.000 dólares, su valor de mercado ha alcanzado 2,15 billones de dólares.[3] ¡Una moneda virtual! Si a todo esto le sumamos un déficit comercial que en el último año ha crecido un 12,8%, la perspectiva global para el imperio yanqui está complicada.

De ahí todos los golpes de efecto de Trump y sus amenazas imperialistas. De ahí la estrecha interconexión entre los fenómenos económicos y políticos. De ahí que “los intentos de salvar la economía inoculándole el virus extraído del cadáver del nacionalismo producen ese veneno sangriento que lleva el nombre de fascismo”[4].

Emergencia nacional en la frontera, negacionismo climático y machismo

“Declararé la emergencia nacional en la frontera sur”. Con estas palabras arrancaba el anuncio de las políticas xenófobas y racistas que la Administración Trumpista tiene previsto aplicar para aplastar y perseguir a la población migrante los próximos cinco años.

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Para sellar la frontera, Trump tiene la intención de enviar al ejército y a la Guardia Nacional para “repeler la desastrosa invasión de nuestro país” por parte de “millones y millones de extranjeros criminales”

En el mismo instante en que Trump estaba en el escenario, los inmigrantes que esperaban en los ocho puntos fronterizos se daban cuenta de que la aplicación CBP One había sido cerrada por el Gobierno. Todas las citas han sido canceladas, les advertía la app. Este programa servía para procesar la llegada de migrantes y la tramitación de solicitudes de asilo. Ahora ya no existe, y tampoco se pueden tramitar visados en la frontera mexicana, por lo que miles de personas se han quedado en un limbo legal.

Para sellar la frontera, Trump tiene la intención de enviar al ejército y a la Guardia Nacional para “repeler la desastrosa invasión de nuestro país” por parte de “millones y millones de extranjeros criminales”. Este discurso racista, siguiendo el estilo de los nazis cuando criminalizaban a los judíos, es un triunfo del sector más supremacista del movimiento Make America Great Again que promueve la teoría del “gran reemplazo”. Además de las deportaciones masivas, que colocan una diana a más de 14 millones de personas, otra de las órdenes ejecutivas firmadas contempla la suspensión de reasentamiento de refugiados y la pena de muerte para “inmigrantes ilegales que mutilan y asesinan a estadounidenses”.

Hablar de que los inmigrantes esquilman los escasos recursos o que disuelven la identidad nacional, no es algo nuevo para Trump. Pero ahora hay un interés todavía mayor en utilizar el racismo para seguir buscando un chivo expiatorio y desviar la atención de la responsabilidad de los capitalistas y empresarios en la crisis social que golpea al país.

En materia energética, el objetivo también está claro: “perforar, perforar y perforar” dando rienda suelta a la extracción masiva de combustibles fósiles como el gas o el petróleo. En un momento en el que la crisis climática amenaza la propia supervivencia de la humidad e incendios arrolladores consumen California, el nuevo presidente y sus tecnofascistas de confianza prometen anular todas las regulaciones “indebidas” en la producción y uso de energía, eliminar límites de emisiones y flexibilizar los límites de contaminación. Por supuesto, bye bye al Acuerdo de París. Aunque sabemos que este pacto es papel mojado en la lucha contra la destrucción medioambiental, el gesto de Trump permitirá más inversiones multimillonarias de bancos y multinacionales en las industrias que contaminan y destruyen el medio ambiente.

La guerra cultural que nos vende el nuevo presidente pasa por el machismo más repugnante y el ataque a la diversidad sexual. Ya ha sido muy claro: sólo hay dos géneros, el masculino y el femenino, lo que augura una guerra abierta contra la comunidad Trans, y hay que proteger a las mujeres y la infancia de la ideología radical de género. Un programa ya aplicado en muchos Estados republicanos con la prohibición del derecho al aborto que ahora avanza gracias a los plutócratas de Sillicon Valley como Zuckerberg, que ha permitido calificar a personas gays o trans como “enfermos mentales” en Instagram y Facebook.

Elon Musk, tecnofascismo del siglo XXI

La llegada a la casa Blanca de Trump ha despertado el entusiasmo entre los multimillonarios de Washington. Más de 50 súpericos ofrecieron sus recursos a Trump y a su programa, y el recibimiento que Wall Street le otorgó no deja lugar a dudas: los índices se dispararon a máximos históricos y el dólar registró su mayor alza desde 2020.

Uno de ellos, y ahora su hombre de confianza, es Elon Musk. El CEO de Tesla y SpaceX es la mejor demostración del tipo de elementos que forman parte de la dictadura del capital financiero que domina el mundo. Con una fortuna de 421.200 millones de dólares, Musk no tiene ningún problema en mostrarse tal y como es: un neofascista que hace el saludo romano ante millones de espectadores, que ha llegado donde ha llegado gracias a la explotación obrera más despiadada, y que levanta su patrimonio gracias a una locura especulativa.

Igual que Krupp, Thyssen o Bosch apoyaron al partido nazi, hoy Elon Musk no sólo comparte gran parte de la agenda reaccionaria trumpista, sino que está colocado en un lugar de poder dentro de la nueva administración.

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Igual que Krupp, Thyssen o Bosch apoyaron al partido nazi, hoy Elon Musk no sólo comparte gran parte de la agenda reaccionaria trumpista, sino que está colocado en un lugar de poder dentro de la nueva administración.

La decrepitud del imperialismo norteamericano también se refleja en sus propios dirigentes. No está descartado que Elon Musk provoque contradicciones en el seno del Gobierno, especialmente por su oposición a los aranceles sobre los vehículos eléctricos, pero este ultraderechista es un gran activo para impulsar la batalla ideológica contra todo lo que huela a izquierda y un programa económico neoliberal para hacer aún más ricos a los megaricos.

La lucha de clases en EEUU entra en una nueva fase

La victoria de Trump supone un gran peligro para la clase obrera y la juventud, contra los migrantes, el movimiento antifascista y en solidaridad con Palestina, la lucha feminista combativa. La lucha de clases entra de lleno en una etapa mucho más dura, marcada por la agenda ultraderechista de la Casa Blanca y el recrudecimiento de las tendencias autoritarias y bonapartistas del Estado.

Pero la clase obrera norteamericana tiene una larga experiencia. El primer mandato de Trump estuvo marcado por una fuerte movilización social, empezando por las Women’s March y culminando en el levantamiento social contra la violencia policial racista tras el asesinato de George Floyd.

El fracaso de todas las promesas de Joe Biden y la política capitalista salvaje que ha impuesto, son la mejor demostración de qué sirve y qué no sirve para luchar contra la extrema derecha. Toda la izquierda que apelaba al Estado capitalista y a la democracia burguesa ha fracasado.

Los aprendizajes de estos años han sido muchos, y han sido muy duros y útiles. La radicalización y la polarización hacia la extrema derecha ha sido paralela al crecimiento de una polarización también hacia la extrema izquierda, la formación de nuevas estructuras, organizaciones y movimientos nacidos desde abajo y que han adquirido una potencia de fuego tremenda. En Estados Unidos también.

Bajo la consigna We Fight Back 2025, más de 700 protestas, manifestaciones y mítines juntaron a centenares de miles de personas en las principales ciudades norteamericanas para recibir a Trump como se merece. La voluntad de lucha es mucha y ha quedado demostrado.

El regreso de Trump pone sobre la mesa la urgencia de construir una organización de masas con un programa revolucionario. Una alternativa socialista es lo que hace falta para que la clase obrera, numéricamente mucho más potente que en el pasado, pueda desplegar toda su fuerza, situarse en el centro de la acción política, convertirse en el foco de referencia de todos los sectores que están sufriendo la crisis capitalista, aislar políticamente y aplastar físicamente al fascismo. Una organización de los trabajadores y para los trabajadores que frente al racismo y los ataques a la inmigración levante la unidad y el internacionalismo contra nuestros verdaderos enemigos.

Esta es la tarea que la clase trabajadora y la juventud norteamericana tienen por delante. Sólo hay dos caminos: o la reacción más despiadada, o la lucha por la revolución socialista para derrocar este sistema putrefacto que sólo nos ofrece guerras imperialistas, extrema derecha y miseria extrema.

 

[1] Donald Trump vuelve a la Casa Blanca tras una victoria rotunda

[2] We Are in an Industrial War. China Is Starting to Win. NYT, 9 de enero de 2025 Estamos en una guerra industrial. China está empezando a ganar

[3] El bitcoin hace historia: alcanza los 100.000 dólares y un valor de mercado de 2 billones

[4] L. Trotsky. El nacionalismo y la economía (1933)

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