“Hoy hemos tenido muchos muertos y heridos. Pero ¿realmente piensan que eso nos detendrá? Después de todo, no tenemos otra opción que seguir manifestándonos”. Estas palabras de un activista de las Marchas por el Retorno, que se han sucedido en los territorios palestinos durante dos meses, fueron anteriores a la masacre del lunes 14 de mayo –en la que unos 60 manifestantes de Gaza fueron asesinados por las tropas israelíes– y reflejan fielmente la situación.
El Estado capitalista de Israel, y las potencias imperialistas, con Donald Trump al frente, sólo pueden ofrecer a los palestinos y a todos los pueblos de Oriente Próximo y Medio matanzas, represión, intervenciones militares directas o indirectas, olas de refugiados, destrucción... Sólo una alternativa socialista, de ruptura con los intereses de la clase dominante, puede desterrar esta barbarie.
La matanza del día 14 es un hito incluso para el sangriento currículum del Ejército israelí. No sólo por el número de muertos en un solo día, sino por la enorme cantidad de heridos en esa jornada (2.700), por la utilización de munición real de forma masiva contra manifestantes y por la nauseabunda justificación oficial. Avigdor Lieberman, ministro de Defensa, considera a los manifestantes “chusma” y a las manifestaciones “procesiones terroristas”. Este fascista, partidario de recuperar militarmente Gaza y de la “solución Chechenia”, dice que “en Gaza no hay gente inocente”, ya que “todo el mundo está pagado por Hamás”. Mientras, el primer ministro Netanyahu declara que “todo país tiene derecho a defender sus fronteras”, como si las vallas y muros (impuestos unilateralmente) hubieran estado en peligro y justificaran el asesinato de tanta gente desarmada, incluyendo niños (un bebé de ocho meses de un campamento de refugiados cercano murió por inhalación de humo), personal sanitario, personas previamente abatidas…
Los datos de la represión son aún más graves por las precarias condiciones sanitarias de Cisjordania y sobre todo de Gaza, territorio bloqueado sin piedad por Netanyahu y por los militares que detentan el poder en Egipto. Ser herido de bala en Gaza es más dramático que en muchos otros sitios: el 20% de los medicamentos esenciales están agotados, incluyendo los antibióticos, la sangre para donar se agota continuamente, y el gobierno israelí se niega a abrir las vallas para permitir el paso de heridos graves que se debaten entre la vida y la muerte.
Ésta era una masacre anunciada. La política represiva de Netanyahu ha quedado clara en las movilizaciones palestinas, iniciadas el pasado 30 de marzo. Durante estos más dos meses han muerto 110 palestinos y 12.000 fueron heridos (la mitad por bala). Es evidente que al gobierno israelí no le preocupa la seguridad de sus conciudadanos. No, lo que le preocupa es que el pueblo palestino se vuelva a levantar como en la primera Intifada, que se movilice masivamente contra su injusta ocupación y, sobre todo, los efectos que eso pueda tener sobre la población árabe, y también judía, de Israel. La clase dominante israelí teme más a las manifestaciones de masas, a la acción colectiva de la población palestina, que a cualquier misil que pueda salir de Gaza. Pretenden aterrorizar a los palestinos, recluirles en sus casas, que acepten su situación sumisamente, y desviar la atención de los problemas internos de los israelíes.
Estados Unidos, UE, regímenes árabes… todos cómplices
El Gobierno derechista de Netanyahu se siente con las manos libres para reprimir. Los regímenes árabes, cuyo apoyo a la causa palestina hacía tiempo que no pasaba de la pura retórica, renuncian incluso a ella, ya que desde hace mucho algunas burguesías árabes participan en grandes negocios con la israelí, y comparten intereses. En el caso de Arabia Saudí, el acercamiento es evidente y cada vez más público; ambos regímenes cooperan a nivel de inteligencia frente a su gran enemigo común: Irán, y sus aliados en Siria y Líbano.
La hipocresía de los gobiernos europeos salta a la vista. Critican muy suavemente la “falta de proporción” de la represión sionista, aunque pidiendo a los palestinos “que no provoquen” manifestándose. No apoyan públicamente una represión tan sangrienta como la del día 14 porque no ganan nada con ello. Pero no van a mover un solo dedo para evitarla. El entramado de intereses económicos y políticos es demasiado jugoso para ponerlo en juego. La Unión Europea no tiene reparos en incumplir su propia normativa. El Acuerdo de Asociación con Israel establece que "las relaciones entre las partes, así como todas las provisiones contempladas en el acuerdo, deben estar basados en el respeto a los derechos humanos y los principios democráticos, que guiará su política interna e internacional”. Este acuerdo otorga a Israel la categoría de “socio preferente”. La UE es su principal socio comercial; el intercambio económico abarca todos los campos y en especial el militar (Israel, un país de ocho millones de habitantes, es el sexto en producción bélica, siendo líder por ejemplo en tecnología de drones).
Pero es evidente que el envalentonamiento de Netanyahu y de la clase dominante israelí tiene mucho que ver con la complicidad de Trump y del sector del aparato estatal estadounidense más vinculado al régimen sionista. La repugnante imagen de la inauguración de su Embajada en Jerusalén, mientras los militares israelíes asesinaban a manifestantes, es elocuente. Con una ceremonia digna de Hollywood, Ivanka Trump y Jared Kushner (hija y yerno de Trump), se codeaban con los responsables políticos de esa matanza, en un acto bendecido por dos pastores evangélicos ultraderechistas.
Estados Unidos busca recuperar terreno
El alineamiento total de la Casa Blanca con el Estado israelí, la provocación que ha supuesto el traslado de la Embajada a Jerusalén (reconociendo esta ciudad como capital de Israel), su apoyo total a la represión, y a los continuos y cada vez más extensos y atrevidos bombardeos de la aviación sionista sobre Siria, tienen su coherencia. Estados Unidos está perdiendo terreno en esta zona clave del mundo. Su intervención militar en Iraq y Siria, aparte de para aumentar el sufrimiento del pueblo árabe, sólo ha servido para fortalecer el peso de Irán, de Rusia… y de Turquía, tradicional aliado que (debido a los intereses bonapartistas de Erdogan y su camarilla) se está convirtiendo en rival. ¿Cómo defender los intereses imperialistas de la gran potencia en la zona? La intervención militar terrestre y directa sería una locura, crearía tremendas contradicciones sin garantizar ningún avance en sus objetivos, y tendría el rechazo de la población norteamericana. La creación o el control de diferentes grupos armados a su servicio, como intentó en Iraq y Siria, o la utilización de las milicias kurdosirias en su beneficio, le han salido rana. Todos esos actores son altamente inestables, no son fiables. Por eso Estados Unidos no tiene más remedio que apoyarse en diferentes potencias regionales que tienen esos mismos enemigos. Básicamente, en Arabia y en Israel, principal potencia militar de la zona.
La clase dominante saudí, israelí y estadounidense, así como la egipcia y otras, ven a Irán (y en menor grado a Turquía) como una amenaza a sus intereses. En el caso de Israel, aunque intenta no chocar con Rusia (con quien tiene muy buena relación comercial), la dinámica le lleva al enfrentamiento, ya que es aliado de sus enemigos y, además, juega un papel militar y político preponderante en el mantenimiento del régimen sirio de Bashar el Assad. Mientras que para la burguesía estadounidense Putin es una amenaza –no menor– por la defensa de sus propios intereses imperialistas, tanto en Europa como en la zona.
La ruptura del acuerdo nuclear con Irán por parte de Trump es un duro golpe a la estabilidad de la región. En la incesante guerra de guerrillas que protagonizan diferentes sectores de la camarilla que rodea al presidente, parece imponerse, en este asunto, el sector liderado por John Bolton, figura ultraconservadora que jugó un prominente papel cuando la invasión de Iraq, que defendió en su momento la idea de bombardear Teherán, y que fue nombrado hace tres meses asesor de Seguridad Nacional. Su análisis es que el acuerdo con Irán favorece el mantenimiento de su posición de fuerza en la zona y, por contra, debilita a Estados Unidos. Lo curioso es que el levantamiento de las sanciones económicas a Irán (la contraparte al compromiso iraní de no producir armas nucleares), si bien hubiera sido un alivio a corto plazo para el pueblo iraní (y para su clase dominante), hubiera hecho a su economía más dependiente del comercio mundial, y creado nuevas contradicciones que agudizarían el descontento interno actual. Al contrario, el mantenimiento de las sanciones, y la recuperación de la retórica antimperialista por parte del régimen iraní al grito de “¡Muerte a América!”, aplazan al menos a corto plazo el proceso de lucha social contra los mulás.
El sector actualmente dominante del imperialismo estadounidense busca una redistribución de zonas de influencia en Oriente Próximo y Medio. No se resigna a que la guerra en Siria finalmente concluya en un reparto de influencias entre Turquía por un lado e Irán y Rusia por otro. La nueva alianza Turquía-Irán-Rusia (no exenta a su vez de contradicciones y de peligros de ruptura) es una amistad de conveniencia frente a Estados Unidos, Arabia e Israel. También frente al pueblo kurdo, víctima de todas las potencias imperialistas.
Las consecuencias de la ruptura del pacto nuclear son imprevisibles. Es cierto que la Unión Europea (máxima beneficiada del pacto, porque le abría un mercado de 83 millones de habitantes) intenta salvar los trastos con negociaciones directas con Irán y el resto de signatarios del acuerdo. Pero las grandes empresas europeas, empezando por la petrolera francesa Total, ya están anunciando la retirada de sus inversiones en el país persa, por miedo a las represalias de Estados Unidos, ya que el mercado norteamericano es vital para ellas. Mandan los negocios…
Si continúa la retirada de inversiones en Irán, y éste se declara desvinculado del acuerdo, la proliferación nuclear de la zona es una peligrosa posibilidad. Turquía, Egipto y Arabia tienen planes más o menos elaborados de armamento nuclear, e Israel no puede permitir el desarrollo de bombas atómicas iraníes, por lo que está amenazando con el bombardeo de las centrales de procesamiento. Una perspectiva de sangrientas guerras, nuevos desmembramientos de países, ocupaciones, terrorismo y sectarismo religioso y étnico se podría desarrollar. Trump ha reabierto la caja de los truenos…
Una alternativa socialista para toda la zona
No hay ninguna maldición bíblica que encadene el destino de los pueblos de la zona… La gran mayoría de la población, como la de todo el mundo, quiere vivir en paz, en condiciones dignas; da igual que sean árabes, turcos, kurdos, persas, asirios o judíos. Quiere oportunidades de trabajo, una vivienda digna, educación y sanidad públicas, regímenes no represivos, poder expresarse en libertad, que no haya ningún elemento de opresión nacional. Pero estos deseos tan básicos chocan con los intereses de la clase dominante, de las diferentes potencias imperialistas, regionales y del mundo. Luchando por nuevos mercados, por las materias primas, por sus zonas de influencia, enfrentan a pueblos, militarizan la sociedad, reprimen a los que protestan, estimulan grupos terroristas y sectarios, y destruyen los elementos más mínimos de lo que se llama civilización. Como hemos visto en Iraq, en Siria, ahora mismo en Yemen…
No hay más salida a esta barbarie que la lucha unida de las y los oprimidos. Por encima de cualquier diferencia cultural o religiosa están los intereses comunes. Y el interés común impone la lucha colectiva contra las potencias imperialistas, contra las respectivas clases dominantes, contra las multinacionales que manejan gobiernos y ejércitos enteros para salvaguardar sus intereses. Hace casi diez años en muchos países del Magreb y de la zona los explotados se levantaron, por encima de diferencias de cualquier tipo; en Iraq la movilización aunó a suníes, chiíes y kurdos; y en Israel el movimiento de los indignados llamó a su campamento Plaza Tahrir, en referencia al epicentro del levantamiento contra Hosni Mubarak en Egipto.
Las manifestaciones en Gaza y Cisjordania, que van a continuar, tienen un alto coste, pero entroncan con esa experiencia y con la primera Intifada. Los heroicos manifestantes palestinos apuntan en dirección a la única respuesta posible: la movilización independiente de las masas, la autoorganización a través de comités democráticos (incluyendo las medidas de autodefensa necesarias) y la adopción de un programa socialista. Un programa de nacionalización y control democrático de los recursos económicos y sociales, y de federación de los diversos pueblos en régimen de fraternidad y con pleno derecho de autodeterminación.