El ataque e invasión militar de Turquía del noreste de Siria el pasado mes de octubre representa una nueva etapa en esta guerra. El anuncio de Donald Trump de que las tropas norteamericanas abandonarían Siria y que EEUU no intervendría en un conflicto entre turcos y kurdos dio luz verde al presidente turco Recep Tayyip Erdogan para atacar a la población kurda del noreste sirio.

Esta región está actualmente controlada por las Fuerzas Democráticas Sirias, una alianza de milicias kurdas, árabes, turcomanas y de otros pueblos dirigida por las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y las Unidades de Defensa de Mujeres (YPJ), las milicias del Partido kurdo de la Unión Democrática (PYD). Fueron estas milicias las que realmente derrotaron y expulsaron a los yihadistas del ISIS, en una alianza desigual con el ejército estadounidense: el coste de muertes en combate fue de 6 soldados norteamericanos y 11.000 milicianos y milicianas kurdos.

En su discurso ante la ONU de septiembre, Erdogan anunció su propósito, consensuado con EEUU, de “establecer una zona de seguridad en Siria (…) un corredor para la paz de 30 kilómetros de ancho y 480 kilómetros de largo en Siria y permitir que se asienten aquí dos millones de sirios con el apoyo de la comunidad internacional”.

Más allá de la hipocresía sobre el carácter “humanitario” de este ataque militar, que causará miles de muertos y el desplazamiento de centenares de miles de kurdos, lo que realmente mueve a Erdogan son sus ambiciones imperialistas en Oriente Medio. Una vez conquistado el noreste sirio, Turquía pretende controlar este territorio ocupado a través de grupos de mercenarios islamistas procedentes del Ejército Libre Sirio. Un ejemplo de lo que sucederá si lo consigue es la situación que hoy vive la ciudad siria de Afrin, controlada desde febrero por el ejército turco y los islamistas: miles de civiles muertos, más de 200.000 personas han abandonado sus hogares y un régimen de máxima represión.

Rojava es una amenaza para el régimen turco

En 2013, después de sufrir la barbarie y expulsar al ISIS, los kurdos tomaron el control del norte sirio, declararon su autonomía y crearon la Federación Democrática del Norte de Siria, conocida como Rojava. Establecieron un estado laico, en el que se reconoce la igualdad de género, y su constitución incluye el respeto y la protección de todas las minorías étnicas y religiosas que forman la región.

Hay que recordar que existen más de 30 millones de kurdos y representan la nación sin estado más grande del mundo. El territorio donde debería situarse su estado, la región conocida como Kurdistán, se lo reparten Turquía, Iraq, Irán y Siria, países todos ellos donde los kurdos son una minoría oprimida. La creación de Rojava despertó enormes simpatías y se convirtió en un punto de referencia para la lucha del pueblo kurdo por la consecución de un Estado propio. Además, la existencia de un territorio autónomo de mayoría kurda, al sur de la frontera turca, liberado por la acción directa de población armada es visto como una alternativa antisectaria ante la barbarie impuesta por los fundamentalistas y el imperialismo, y un avance en la liberación de los trabajadores, jóvenes y mujeres de toda la región. Precisamente por ello se trata de una importante amenaza para Erdogan, cuyo principal objetivo es romper los vínculos de los kurdos que habitan el sur de Turquía con los enclaves kurdos del norte de Siria, y acabar con la aspiración de independencia de los kurdos de Turquía.

Erdogan azuza el nacionalismo turco

El presidente turco pretende crear una “zona de seguridad” en el norte sirio para alojar a una parte de los 3,6 millones de refugiados sirios que malviven en Turquía. Con su expulsión a tierras kurdas pretende resolver el problema económico que representa albergar y mantener a los refugiados, y al mismo tiempo fortalecer su posición interna, sobre todo después de sufrir la mayor derrota en veinte años en las últimas elecciones municipales.

Con el empeoramiento de la economía turca, la intensificación de la lucha de clases, y sin ningún logro que presentar a la población turca, su régimen dictatorial se basa cada día más en avivar el nacionalismo turco y los sentimientos contra los kurdos. Espera que, si su aventura imperialista tiene éxito, pueda recuperar el apoyo perdido.

Esta operación militar no es un reflejo de la fortaleza de Erdogan, sino de su debilidad, y por ello corre riesgos. Cuanto más se prolongue la invasión y la guerra de guerrillas con las milicias kurdas, mayor será el impacto en el Kurdistán turco. Y si logra su objetivo de recolocar a los refugiados sirios en el Kurdistán sirio preparará el terreno para nuevas divisiones y masacres étnicas. A los refugiados de mayoría árabe se les ofrece un nuevo “hogar” del que primero hay que expulsar a otros. Se siembran así las semillas de futuros enfrentamientos y divisiones de carácter étnico y nacional.

De la mano del imperialismo jamás se liberará el pueblo kurdo

La invasión turca y la retirada de EEUU tienen además consecuencias internacionales que afectan al papel de las distintas potencias mundiales y regionales en la guerra siria. La retirada de las tropas por parte de Trump ha provocado un fuerte malestar entre los sectores de la clase dominante norteamericana –empezando por el propio aparato de Partido Republicano–, que acusan al presidente de dejar el camino libre en Siria para el fortalecimiento de las posiciones de Rusia, Irán y el presidente sirio Al-Assad.

Por lo pronto, el ejército sirio y las milicias kurdas ya han llegado a un acuerdo para permitir la entrada hasta la frontera turca de las tropas sirias, lo que permitirá al régimen de Al-Assad recuperar el territorio perdido durante la guerra. Irán es otro jugador de primer orden que estos últimos años ha desplegado miles de soldados para apoyar al Gobierno sirio en el marco de su propio enfrentamiento con EEUU. Por su parte, Rusia ha llegado a un acuerdo con Turquía para desplegar tropas rusas que son las que deben garantizar la retirada de las milicias kurdas de la frontera siria, el primer paso para expulsar a los kurdos de Rojava. Incluso Alemania ha hecho declaraciones proponiendo el envío de una fuerza de 30.000 o 40.000 tropas de la OTAN bajo su mando.

Como tantas otras veces en la historia del capitalismo, la suerte y el destino del pueblo kurdo es un ejemplo de cómo las pequeñas nacionalidades y naciones son solo un peón dentro del juego de las grandes potencias, que las utilizan sin ningún tipo de escrúpulo y cuando ya no son útiles para sus intereses las abandonan y si es necesario las aplastan. Todos los actores presentes en Siria —EEUU, la Unión Europea, Rusia, Irán, el régimen sirio e incluso Erdogan— en algún momento han hecho promesas al pueblo kurdo, y todos lo han traicionado tan pronto han logrado sus objetivos.

Es un grave error que los líderes kurdos sigan buscando una solución en el apoyo de unas u otras fuerzas imperialistas. Jamás se produjo la liberación de ningún pueblo de la mano del imperialismo. El pueblo kurdo solo podrá lograr sus derechos democráticos, empezando por la consecución de un Estado independiente, luchando conjuntamente con los oprimidos de toda la región, los millones de trabajadores, hombres y mujeres, jóvenes y campesinos pobres árabes, turcos e iraníes: los auténticos aliados del pueblo kurdo.

Es necesario levantar una movilización de masas por el control democrático de los recursos y las palancas fundamentales de la economía, expropiando a las distintas burguesías regionales y al imperialismo, y defender una Federación Socialista de Oriente Medio, la única alternativa para acabar con los enfrentamientos étnicos y religiosos y permitir un reparto justo de las enormes riquezas presentes en la región.

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