El régimen de Bashar Al-Assad se ha desmoronado en unos pocos días como un castillo de naipes. El rapidísimo avance del grupo integrista Organización para la Liberación del Levante (HTS) y el Ejército Nacional Sirio (ENS) no solamente ha evidenciado la podredumbre del Gobierno de Al-Assad y su falta de apoyo social, sobre todo ha puesto en evidencia la determinación del imperialismo estadounidense, del ente sionista israelí y de su aliado en Ankara, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, de responder con la máxima contundencia a Rusia, Irán y, en consecuencia, a China.
El control político de Oriente Medio, un área de importancia crucial en la batalla por la hegemonía, coloca la lucha entre los bloques imperialistas en un nuevo plano. Para empezar, la mayoría de los observadores políticos más serios no ocultan su sorpresa por este movimiento fulminante. Todos aquellos que veían a Rusia e Irán como aliados de la causa de los trabajadores y oprimidos del mundo se han llevado también una lección. La sustitución de un análisis de clase serio por el razonamiento geopolítico les ha jugado una mala pasada otra vez. La descomposición del régimen de Damasco y el hecho de que sus patrocinadores le hayan dejado caer de esta manera coloca muchas cosas en su sitio.
En primer lugar, que Putin, igual que Xi Jinping, tienen su propia agenda política y económica, que por encima de todo protege los intereses de la burguesía y los monopolios imperialistas de sus respectivos países. Que Putin sea un reaccionario anticomunista gran ruso es una evidencia que se ha enmascarado al pairo de la agresividad imperial de Washington. Pero una vez más es evidente que la oligarquía rusa no se sitúa en la barricada de la lucha por el socialismo, todo lo contrario. De igual manera, todos aquellos que han idealizado al régimen de los mulás, que recurre a la demagogia “antiimperialista” pero reprime con mano de hierro a los trabajadores iraníes en beneficio de una oligarquía depredadora, tienen que ceder paso a la evidencia.
En segundo lugar, y muy importante. Este acontecimiento demuestra que el imperialismo estadounidense no va a reparar en ningún esfuerzo por librar una batalla encarnizada para mantenerse como primera superpotencia. El orden mundial de Washington, nacido de la descomposición de la URSS, ha sufrido durísimos reveses en los últimos años. Tanto el auge de China, que ha modificado por completo la correlación de fuerzas mundial desnudando la decadencia económica y social de EEUU y la UE, como las derrotas militares norteamericanas en Iraq, en Afganistán y, muy especialmente, en Ucrania, han empujado a su clase dominante a una estrategia muy clara: esparcir el caos y la inestabilidad para reafirmar su posición y advertir a sus adversarios de que no va a dar su brazo a torcer.
No es ninguna casualidad que la toma de Siria por las milicias salafistas, hasta hace muy poco calificadas de “terroristas” por Occidente, se haya producido inmediatamente después de que Israel llegase a una tregua con el Gobierno libanés. En ese momento, todas las fuerzas se activaron para una operación relámpago, que contaba a su favor con el debilitamiento de las milicias de Hezbolá, duramente golpeadas por los sionistas, y con la oportunidad para el Gobierno turco, otanista y fiel aliado en los asuntos esenciales de Washington, de asestar un golpe decisivo contra Irán y lograr una posición de ventaja en Siria, una zona prioritaria para sus aspiraciones imperialistas regionales y donde se agrupa una parte significativa de la resistencia kurda.
Tan solo en estos días, el ejército israelí ha desencadenado más de 300 operaciones militares contra el arsenal y las defensas de Siria, incursionando más de 15 kilómetros en su frontera sur mientras sus aviones de combate han realizado cientos de horas de vuelo para bombardear a su antojo todos los objetivos que ha querido. El golpe descargado por el imperialismo estadounidense y sus aliados en la zona tiene un destinatario muy claro y coloca un signo de interrogación aún mayor en un área ya de por sí explosiva.
El Gran Juego en Siria
Los medios de comunicación occidentales, fieles propagandistas de los Gobiernos de la UE y del amo norteamericano, no han dudado en calificar a los combatientes de HTS como “insurgentes” o “rebeldes”. En realidad, se trata de fuerzas yihadistas provenientes del ISIS y Al-Nusra, rama de Al-Qaeda en Siria, fascistas integristas con las manos manchadas de sangre que han pretendido durante años establecer una dictadura fundamentalista basada en la sharía.
En estos días de combates han desatado el terror contra la población chií, atacado a las comunidades cristianas y, cómo no, impuesto su moral de curas rabiosos contra las mujeres. Bien. Pues esta jauría, presentada ahora como libertadores, era calificada hace poco tiempo por sus mentores occidentales como organizaciones terroristas. Así son los imperialistas de esta parte del mundo: ¡si sirven a sus intereses, se transforman rápidamente de barbudos terroristas en amantes de la democracia liberal!
El cinismo occidental no tiene límites. Los mismos que financian y arman hasta los dientes a los supremacistas sionistas neonazis que han perpetrado un genocidio atroz contra el pueblo palestino, fueron los que crearon a Osama Bin Laden y a los talibanes en Afganistán para luchar contra los soviéticos, y recurren en Siria a estas milicias para asegurar sus objetivos. No podemos olvidar esta verdad.
Es muy importante subrayar que nada de los que está ocurriendo en Siria supone una continuidad de la llamada Primera Árabe, esa formidable crisis revolucionaria que en 2011 puso contra las cuerdas a las dictaduras del mundo árabe, con levantamientos populares país tras país en los que la clase obrera y la juventud ocuparon un papel de vanguardia.
Aquella oleada revolucionaria derribó dictadores y colocó al imperialismo occidental, al FMI y a las burguesías árabes en una situación absolutamente crítica. Desgraciadamente, esa revolución careció de una dirección comunista e internacionalista a la altura del desafío que planteaba, y pudo ser descarrilada y aplastada a sangre y fuego por el imperialismo norteamericano y las oligarquías locales que, apoyándose nuevamente en fuerzas integristas y en las de Israel, provocaron el caos y la fragmentación en Libia, una guerra reaccionaria brutalmente destructiva en Siria, o juntas militares y dictaduras como en los casos de Egipto y Túnez.
El régimen de Al-Assad nada tiene que ver con el socialismo como algunos pretendían. Realmente Rusia sostuvo a la camarilla de Al-Assad porque Siria ha sido una base tradicional, y fundamental, para sus intereses en Oriente Medio, pero lo han dejado caer cuando se han hecho conscientes de la imposibilidad de sostener la embestida militar de los agentes de Washington e Israel en el momento que sus esfuerzos están centrados en consolidar sus ganancias territoriales en Ucrania. Ahora negocian a contrarreloj con las nuevas facciones que dominan el país, incluidos los integristas de HTS, para conservar sus bases militares y lograr que sus intereses no se vean completamente afectados. Pero no es fácil prever lo que pasará y si lo lograrán.
Una cosa ha quedado clara. El llamado “eje de la resistencia”, que algunos en la izquierda glorificaron como una alternativa revolucionaria al imperialismo occidental, ha demostrado su impotencia para frenar el genocidio sionista en Gaza, para impedir la intervención israelí en el Líbano y el debilitamiento militar de Hezbolá, o para sostener a un Gobierno clave para ellos como el sirio.
Quizá el hecho de que China y Rusia sigan manteniendo relaciones diplomáticas y comerciales con Israel, y no hayan realizado ningún movimiento significativo para imponer embargos económicos o de suministro de petróleo al ente sionista de Tel Aviv ni realizado un llamamiento enérgico a los pueblos árabes para que se levanten contra sus Gobiernos y sus oligarquías, es una señal bastante clara de que sus intereses no son los de la emancipación y la liberación nacional y social, sino los que marca la agenda de sus intereses económicos y geoestratégicos. En definitiva, sus objetivos como potencias imperialistas no pasan por estimular la lucha de clases ni alentar la revolución.
Obviamente la penetración de China en lo que antaño era un espacio lleno de aliados seguros para Washington está detrás de estos movimientos. La “reconciliación” auspiciada por Beijing entre Arabia Saudí e Irán supuso un durísimo golpe. Riad no solo fue durante el siglo XX el aliado decisivo de EEUU en el mundo árabe, sino que se convirtió en una pieza fundamental de su orden económico con la instauración del “petrodólar”.
El hecho de que la monarquía saudí se rebele contra Washington en la OPEP y siga la estela de Rusia, o que se haya transformado en un socio estratégico de China firmando acuerdos históricos para suministrar petróleo a Beijing y que este intercambio comercial se pague en yuanes, es un sapo demasiado gordo de tragar. Todo esto, colocado en un contexto de derrotas militares de EEUU en Iraq, que únicamente sirvió para reforzar al régimen de los ayatolás generando serias complicaciones a las monarquías del Golfo, y especialmente la huida desordenada y despavorida de las tropas norteamericanas de Kabul, puso en evidencia la debilidad del imperialismo norteamericano y su falta de fiabilidad como potencia.
De hecho, en 2023 Arabia Saudí fomentó el regreso de Siria a la Liga Árabe y cinco años antes Emiratos Árabes Unidos (EAU) restablecía sus relaciones con el régimen de Al-Assad. El que había sido enemigo acérrimo de las monarquías del Golfo, que intervinieron en la guerra civil siria armando y apoyando a las facciones integristas en su contra, volvía a ser acogido ante las perspectivas de los nuevos y buenos negocios que se estaban urdiendo con China.
La mejor defensa es un buen ataque
La pérdida acelerada de influencia de EEUU en Oriente Medio, agravada por el desastre que enfrenta en Ucrania tras invertir cientos de miles de millones de dólares, es lo que motivó la decisión del imperialismo norteamericano de permitir la operación de Hamás del 7 de octubre. Una incursión que, tal como ha desvelado The New York Times y medios de comunicación israelíes, conocían al detalle los servicios secretos sionistas y la CIA, pero que facilitó a Netanyahu lanzar su atroz genocidio en Gaza y justificarlo con esa patraña del supuesto “derecho a la autodefensa” de una potencia colonial que lleva ocupando los territorios palestinos y cometiendo todo tipo de crímenes desde hace décadas.
La deriva militarista de EEUU y de Tel Aviv no es necesario volverla a explicar. Todo lo que hacen Netanyahu y sus aliados supremacistas en el Gobierno sería imposible sin el visto bueno de la Administración norteamericana, como ha quedado de manifiesto. Washington tiene manchadas las manos de sangre del pueblo palestino, y nada de lo que ocurre en Siria se puede explicar sin su concurso. La ventana de oportunidad que se ha presentado para el imperialismo estadounidense la ha aprovechado a fondo. Y en esta dinámica, las fuerzas sionistas que alientan la limpieza étnica y el “Gran Israel” se sienten confiadas y decididas.
Aunque se están cuidando mucho de provocar una guerra abierta con Irán, que supondría un desastre para la economía mundial, sí han diseñado una estrategia para golpear todos sus puntos de apoyo. Y hasta el momento, hay que decirlo, han tenido éxito. Primero Hamás, luego Hezbolá y ahora el régimen sirio.
Tanto EEUU como Israel se implicaron a fondo en la guerra civil siria apoyando a diversas facciones, incluidos los integristas del ISIS. Como el exdiplomático escocés Craig Murray señala en su reciente artículo El fin del pluralismo en Oriente Medio: “Hace casi una década hubo un testimonio abierto en el Congreso de EEUU de que, hasta ese momento, se habían gastado más de 500 millones de dólares en asistencia a las fuerzas rebeldes sirias, y los israelíes han estado proporcionando abiertamente servicios médicos y de otro tipo a los yihadistas y un apoyo aéreo eficaz”.[1]
El otro puntal de esta intervención ha sido Turquía, aliado histórico de EEUU y miembro de la OTAN, que ha financiado y armado a los integristas de HTS y a otras facciones durante años, administrando en la práctica las regiones del norte de Siria donde estos grupos mantenían el control. Es evidente que Turquía no se ha embarcado en una operación de esta envergadura sin diseñarla al detalle con los EEUU. Por no mencionar que las relaciones comerciales de Ankara con Tel Aviv se han reforzado a pesar del genocidio sionista en Gaza y de la demagogia desplegada por Erdogan.
Turquía ha afianzado su protagonismo como potencia regional en ascenso. Al mismo tiempo que maniobra en la escena internacional en función de sus intereses inmediatos, por ejemplo facilitando a Putin canales para evadir las sanciones occidentales, algo que permite a Ankara dinamizar su economía en un momento de dificultades, se ha mantenido dentro de la OTAN y no ha roto sus vínculos históricos con el imperialismo estadounidense.
Erdogan, que enfrenta un descontento interno creciente y cosechó muy malos resultados en las últimas elecciones municipales —en las que el Partido Republicano del Pueblo (CHP) obtuvo una victoria sonada sobre el AKP del presidente turco—, ha visto la ocasión de desviar la atención de sus problemas domésticos y conseguir dos objetivos que anhela desde hace tiempo: expulsar a los cuatro millones de refugiados sirios de su territorio y golpear militarmente las comunidades kurdas en Siria y, por consiguiente, al PKK en Turquía. Todo ello envuelto del nacionalismo turco más despreciable.
Es evidente también que el derrocamiento de Al-Assad constituye una factor de primer orden en la negociación que se abrirá, más temprano que tarde, para poner fin a la guerra de Ucrania. Aunque Trump proclame demagógicamente que esta “no es la lucha de EEUU”, Siria es una pieza clave no solo por sus recursos naturales o su posición estratégica, sino porque era un aliado de primer orden para Rusia y proporcionaba importantes infraestructuras militares para sus intervenciones en África.
Tampoco es casualidad que, tras este golpe, Trump haya solicitado tanto a Moscú como a Beijing un alto el fuego en Ucrania. Las condiciones del imperialismo norteamericano para dicha negociación, aunque siguen siendo muy difíciles, han mejorado un poco tras estos acontecimientos.
Este avance político del imperialismo estadounidense y sus aliados tendrá consecuencias, aunque obviamente pensar que la situación se puede estabilizar pronto y todo va a ir rodado es una utopía. De momento los integristas sirios están sufriendo una transformación de imagen relevante, para hacerlos pasar ante la opinión pública mundial como “gente moderada” que es capaz de guiar al país hacia una nueva etapa de paz. Pero en realidad lo que se está urdiendo es el reparto territorial de Siria y su despojo por parte de las potencias que han propiciado este cambio.
Frente a la guerra y el caos, ¡luchar por la Federación Socialista de Oriente Medio!
La batalla que se libra en Oriente Medio, que en poco más de un año se ha saldado con un brutal genocidio contra el pueblo palestino y la caída de un aliado fundamental de Rusia, Irán y China, muestra el carácter feroz de la lucha por la hegemonía mundial.
EEUU ha conseguido dar un golpe significativo y muestra que el camino de Beijing hasta la cima no será de rosas. China ha pretendido basarse en su poderío económico para establecer una nueva correlación de fuerzas en Oriente Medio, pero EEUU no permitirá que esta penetración sea “tranquila”. Washington batallará férreamente y, como vemos, no dudarán en sembrar la destrucción en la región.
En esta estrategia del caos, el papel de Israel es crucial.
Bloomberg, la compañía estadounidense dedicada a la asesoría financiera, a través del think tank American Enterprise Institute, publicaba un balance de los acontecimientos en Siria bastante explícito: “Por esto Israel es un aliado tan vital para los EEUU: porque sus victorias son derrotas críticas para los enemigos de los EEUU”.
El Gobierno nazi-sionista de Netanyahu sale reforzado de la caída de Al-Assad, lo cual evidentemente es una terrible noticia para el pueblo palestino y libanés. Tras esto, Israel no se detendrá aquí. El sueño del “Gran Israel”, esta aspiración supremacista de los fanáticos sionistas, está en clara sintonía con los intereses estratégicos norteamericanos en Oriente Medio.
Al-Assad ha caído, pero para Israel mantener la iniciativa es la mejor garantía de lidiar con la inevitable incertidumbre que se abre en el corto plazo y aprovechar la debilidad de sus enemigos para avanzar en sus objetivos. La nueva zona que Netanyahu controla en los Altos del Golán es rica en agua y recursos minerales.
Desde el inicio del genocidio en Gaza, Israel ha dado golpes muy serios que han debilitado las capacidades militares de Hamás y de Hezbolá. Aunque es cierto que Israel encontró dificultades para avanzar en el Líbano y sufrió muchas más bajas que en Gaza, lo que se reflejó en la resistencia de un mayor número de reservistas a enrolarse en las FDI, lo sucedido en Siria debilita más a Hezbolá. La tregua alcanzada es precaria y podría romperse en cualquier momento.
Dicho todo esto, el panorama en Oriente Medio sigue siendo muy complicado para Washington. Antes tenían sólidos aliados, tumbaban Gobiernos y ponían a sus títeres. Pero algo semejante en la actual coyuntura mundial, con una correlación de fuerzas entre las potencias que ha sufrido profundos cambios, lo hace muy difícil. El imperialismo occidental está perdiendo mucha influencia en América Latina, África, Asia… Estabilizar la situación no va a ser nada fácil.
Las diferentes facciones sirias responden a intereses muy diversos y contradictorios, y el imperialismo estadounidense no tiene aliados tan leales y fuertes entre ellas como para asegurar sus intereses a largo plazo. Ahora mismo no se aprecia un recambio claro para el régimen de Assad, y Siria podría verse sacudida en una nueva espiral de violencia sectaria y lucha por el poder entre las distintas milicias, en la que Erdogan hará lo posible por influir. No podemos olvidar que se trata de un país devastado por la guerra, con millones de refugiados, una crisis humanitaria lacerante y la economía e importantes infraestructuras destruidas.
A pesar de esta victoria en Siria, los EEUU están cosechando derrotas importantes por todo el globo, como el reciente fallido golpe de Estado en Corea del Sur y la dinámica general de la guerra en Ucrania. Igual que Biden tuvo que gestionar el desastre de Afganistán, Trump se verá obligado a lo propio en Ucrania. Aunque el nuevo presidente habla constantemente de centrarse dentro de sus fronteras para golpear sin miramientos al “enemigo interior”, las necesidades de la clase dominante norteamericana lo impulsarán a una política exterior agresiva.
Vivimos una época de agudización de la lucha interimperialista. Todos los principales conflictos bélicos y políticos del mundo están relacionados. El nuevo reparto del mundo y el establecimiento de un nuevo orden mundial solo se pueden dar a través de la guerra y la violencia más despiadada, incluida la basada en el armamento nuclear. China sabe que sus grasas económicas no son suficientes para erigirse como superpotencia mundial indiscutible, y por eso en diez años ha aumentado su gasto militar un 60%. Aunque todavía lejos de EEUU, la tendencia es clara.
Oriente Medio es un banco de pruebas que concentra la agresividad del enfrentamiento entre las grandes potencias mundiales y regionales, con alianzas cambiantes y un frágil equilibrio.
El capitalismo, en su actual fase senil imperialista, empuja a los pueblos de Oriente Medio a la barbarie más profunda. No hay salida bajo el orden capitalista e imperialista. Por eso mismo la emancipación de los pueblos oprimidos por la bota militarista de Occidente, y por las burguesías árabes corruptas y serviles, no puede venir de la mano de otras potencias que, aunque sin un legado de matanzas terribles, solo sirven a los intereses económicos y políticos que marcan sus monopolios y oligarquías capitalistas.
El ejemplo de las formaciones kurdas en Siria es claro. La idea de que aliándose con EEUU podrían sacudirse el yugo opresor del régimen de Al-Assad y resistir la ofensiva turca se ha demostrado la más falaz de las quimeras. No, ese no es el camino.
El pueblo palestino, el libanés, las masas sirias y de todo Oriente Medio necesitan un nuevo liderazgo, una nueva bandera. La protección del régimen reaccionario de los mulás, de los capitalistas de Moscú o Beijing no es la solución, sino parte del problema. Hay que levantar nuevamente el programa del socialismo internacionalista, limpiándolo de las deformaciones que ha sufrido en estas décadas, rompiendo con la colaboración de clases que ha practicado la izquierda árabe, reconociendo el fracaso de la estrategia de subordinarse a las fracciones integristas con el argumento de que ellas tienen las armas.
Las masas de Oriente Medio han demostrado su enorme compromiso con la causa palestina, su arrojo y su heroicidad en la lucha contra el sionismo, empuñando las armas y haciendo todos los sacrificios necesarios. Pero hace falta una política correcta para vencer, y esa política es la de la revolución socialista, la de la lucha de masas, la del derrocamiento del ente sionista y de los Gobiernos árabes cómplices del imperialismo. La Federación Socialista de Oriente Medio debe ser el objetivo de esta lucha titánica, porque es la única salida para acabar con esta orgía de destrucción y sufrimiento.
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