¡Basta de represión, miseria y precariedad! ¡La NLC debe convocar huelga general ya!
Desde inicios del mes de octubre, la juventud y los trabajadores nigerianos se encuentran en pie de guerra contra la represión y los recortes implementados por el Gobierno de Muhammadu Buhari. Buhari, que ya fue presidente de la junta militar en los 80, llegó a la presidencia en 2015 con promesas de cambio y un mensaje contra las élites corruptas. Sin embargo, estos cinco años de mandato se han caracterizado por más corrupción, recortes, abusos policiales y la extensión de la pobreza extrema, que afecta a casi la mitad de la población. Este cóctel explosivo ha terminado por dar lugar al estallido social más importante de los últimos años.
La chispa que inició el movimiento se produjo el 3 de octubre, cuando se conoció el asesinato de un joven a manos de la policía en la ciudad de Ughelli, en el sur del país. Los responsables de esta muerte son miembros del SARS (Special Anti-Robbery Squad), una unidad creada en 1984 para luchar contra robos, secuestros y delitos similares, que terminó convirtiéndose en un aparato de represión, torturas y corrupción. En los últimos años, esta unidad ha protagonizado constantes robos, extorsiones y amenazas, controles en los que despojan a los ciudadanos de sus pertenencias, e incluso asesinatos cometidos a modo de ejecuciones.
Estalla la indignación de la juventud contra la represión y brutalidad policial
Tras cada episodio sin respuesta de las autoridades la paciencia se ha ido agotando. En los últimos meses, los abusos policiales se han incrementado con la excusa de la lucha contra la pandemia. El caso del joven de Ughelli se convirtió en la gota que colmó el vaso, al descubrirse que los agentes asesinaron a tiros al joven para robarle su coche. Las autoridades intentaron desmentirlo y silenciarlo pero los vídeos y los relatos de testigos confirmaron lo ocurrido.
Tras estos sucesos, una ola de indignación se levantó entre la juventud que salió masivamente a las calles para denunciar esta infamia. Cientos de miles de jóvenes recorrieron las calles de las principales ciudades, clamando contra la brutalidad e impunidad del SARS.
No es casualidad que las movilizaciones hayan estado protagonizadas en su mayoría por la juventud, un sector de la población profundamente golpeado. Nigeria es uno de los países más jóvenes del continente africano, con una media de edad de 17,9 años. Su situación económica es catastrófica, con tasas del 63% de desempleo juvenil y un 28,2% más de jóvenes con empleos miserables. Un auténtico drama que obliga a emigrar —en torno al 45% lo tiene previsto en los próximos cinco años— a una parte importante de la juventud.
El Estado nigeriano siempre ha maltratado y clasificado a los jóvenes como delincuentes y vagos. Pero la realidad es que se les ha condenado a una vida de miseria y precariedad, sin posibilidad de tener acceso a una cualificación para poder mejorar sus condiciones. El sistema educativo está completamente colapsado. Hay 14 millones de niños sin escolarizar. La educación superior es inaccesible para los jóvenes de familias trabajadoras, como reflejan los datos: el año pasado, casi tres de cada cuatro estudiantes que hicieron el examen de acceso a la universidad no fueron admitidos por la falta de plazas.
Las protestas se extienden por todo el país y la clase obrera se suma
Esta movilización ha animado a unirse a la lucha a la clase obrera, transformando el país en un completo clamor contra Buhari, exigiendo la disolución de los cuerpos represivos y el fin de la miseria y la violencia. Tras los sucesos del 3 de octubre se celebraron multitudinarias manifestaciones en Lagos —centro económico y mayor urbe del país— y se extendieron a otras ciudades como Abuya (la capital) y estados como Kano (norte), Oyo (suroeste), Ogun (suroeste) o Plateau (centro).
La respuesta del Gobierno federal fue salvaje, desplegando a los antidisturbios por todo el territorio nacional y al ejército en las calles de Abuya, donde también se decretó el toque de queda de 24 horas después de que fuera bloqueada por las barricadas que se levantaron. A pesar de ello, los manifestantes desafiaron las prohibiciones y volvieron nuevamente a las calles de la ciudad donde el ejército llegó a disparar contra la población.
Ante la fuerza del levantamiento el Gobierno tuvo que retroceder y anunciar, el 11 de octubre, la disolución del SARS. Esto ha dado aún más determinación a los manifestantes, que han visto en este gesto una primera victoria, aunque insuficiente ya que la violencia policial es generalizada y no se limita a esta unidad. Además, el “desmantelamiento” del SARS es pura ficción. Sus miembros han sido reincorporados a otras divisiones de la policía.
El Gobierno intenta apaciguar a las masas y paralizar la movilización. Sin embargo, el pueblo nigeriano se ha puesto en marcha y es consciente de que la batalla no ha terminado. Los manifestantes, además del fin de la represión, exigen la liberación de los detenidos, la investigación de los crímenes atribuidos a la policía y la reparación para las víctimas.
Esta rebelión no solo hace temblar a la burguesía nigeriana. Hablamos del país más poblado de África, con 202 millones de habitantes y una poderosa clase obrera. Las protestas han conseguido levantar la solidaridad a escala internacional, con concentraciones de apoyo al movimiento #EndSARS en países como Sudáfrica, Reino Unido, Alemania, de movimientos como Black Lives Matter y han llegado también al Estado español. La sacudida de este gigante dormido puede suponer la extensión de las movilizaciones por todo el continente, y reabrir luchas recientes como las de Sudán y Argelia.
¡Huelga general hasta tumbar a Buhari!
El capitalismo nigeriano se ha caracterizado por su inestabilidad y su corrupción desde su independencia de Reino Unido en 1960. Varios golpes de Estado y asesinatos de presidentes por diferentes grupos de oficiales del ejército llevaron al país a diferentes regímenes dictatoriales. En 2015 Muhammadu Buhari llegó a la presidencia con el partido Congreso de Todos los Progresistas (APC), una fusión de los tres partidos políticos reformistas más importantes del país. Han sido cinco años de mandato marcados por el terrorismo yihadista –ejercido por grupos como Boko Haram, que han dejado 27.000 muertos y 2,5 millones de desplazados–, la corrupción, las privatizaciones y la crisis económica.
Aunque Nigeria es uno de los mayores productores mundiales de petróleo, la corrupción y la pésima gestión han supuesto el derroche de esa riqueza durante décadas. El impacto del covid-19 ha agravado aún más la situación, que ya era de una profunda crisis, generada en gran parte por la depresión del sector petrolero —que representa el 60% de los ingresos estatales— y por la caída global de precios de materias primas.
La catástrofe económica se ha traducido en un aumento galopante de la inflación que ha disparado el coste de los servicios más básicos. El precio de los alimentos ha aumentado casi un 17% este año, los carburantes un 15%, mientras que el de la electricidad se ha triplicado.
Todo ello ha llevado a una situación insostenible. La rabia y la indignación han ido en aumento y han terminado por penetrar en las principales centrales sindicales. La presión de la clase obrera sobre los dirigentes sindicales terminó cristalizando en el anuncio por el principal sindicato, el NLC (Nigeria Labour Congress), de una huelga general indefinida el pasado 29 de septiembre.
La víspera de esta huelga, el NLC firmó un bochornoso acuerdo con el Gobierno y anunció la desconvocatoria del paro nacional por “la difícil situación financiera del país”. ¡Qué escándalo! Mientras el pueblo nigeriano es asesinado por la policía y se muere literalmente de hambre, los representantes sindicales se dedican a asumir el argumentario de la burguesía.
El malestar de la clase obrera nigeriana es más que evidente. Los anuncios de huelgas de profesores, de sanitarios y la abortada huelga general demuestran cuál es la vía para acabar con el Gobierno de Buhari: una gran huelga general que paralice el país y obligue a dimitir a todos los tiranos y corruptos que se han enriquecido a costa del sacrificio y el sufrimiento de la juventud y los trabajadores. Solo poniendo todos los recursos económicos y las inmensas riquezas naturales del país en manos de los trabajadores y bajo su control democrático, a través de la nacionalización de la industria petrolera y de los sectores claves de la economía, se podrá terminar con la corrupción y la miseria.
Es necesario levantar un frente unitario llamando a todos los sectores oprimidos y trabajadores, dejando al margen las barreras étnicas, religiosas y culturales, para luchar por un programa socialista. El pueblo nigeriano está demostrando el potencial revolucionario que posee. Es imprescindible construir una dirección con el programa y los métodos del marxismo.