Es la gran noticia del momento. Pedro Sánchez ha llevado a cabo un cambio de Gobierno aparentemente notable, pero la cuestión importante es entender adónde apunta la remodelación ¿hacia la derecha o hacia la izquierda? El poder que Nadia Calviño acumula como nueva Vicepresidenta primera, y la trayectoria política de los nuevos ministros, responden a la pregunta.
Rostros provenientes del aparato de siempre del PSOE ocuparán carteras significativas, mientras que algunos pesos pesados del sanchismo abandonan el Ejecutivo. Un “mercenario” profesional como Iván Redondo, deja la posición después del desastre cosechado por Ángel Gabilondo en Madrid y de la estrategia de acercamiento a Ciudadanos del que fue guía y faro. El asesor levanta el vuelo en busca de nuevos y bien remunerados mercados que la política burguesa ofrece siempre a este tipo de personajes.
A Redondo lo sustituye Oscar López, recuperado por el Presidente tras haber protagonizado una de las traiciones políticas más sonadas, cuando Sánchez fue expulsado de la secretaria general por el golpe de mano de los barones socialistas en octubre de 2016. Ahora, con el PSOE pacificado bajo su mando, con Susana Díaz derrotada definitivamente, y con una hoja de ruta claramente escorada a la derecha, hay margen para este tipo de gestos.
El papel de Unidas Podemos en este tinglado
La salida de Carmen Calvo o José Luís Ábalos ha sido analizada como una decisión táctica para sortear el “desgaste gubernamental” y apuntalar la coalición con Unidas Podemos. Hay una lógica evidente en ello.
El aparato del PSOE ha sacado la conclusión de que los momentos de roces y desencuentros dentro del Ejecutivo han sido superados en gran medida. La salida de Pablo Iglesias ha proporcionado estabilidad al Gobierno. Proteger este ambiente de unidad en la forma y en el fondo, y lograr una segunda parte de legislatura sin sobresaltos importantes provocados por “fuego amigo”, es una buena decisión para todos (incluidos los sectores del gran capital que alientan la política de unidad nacional de Moncloa).
La confianza depositada en Yolanda Díaz no es casual: su actuación al frente del Ministerio de Trabajo haciendo posible una cascada de pactos sociales no solo han concitado el aplauso de la CEOE y el Ibex 35, también ha merecido una campaña de propaganda entusiasta en los medios de comunicación encumbrándola en las encuestas como la ministra “mejor valorada” del Ejecutivo.
Comparada con la difamación sistemática de esos mismos medios capitalistas contra Pablo Iglesias, es realmente llamativo el guante de terciopelo que utilizan con Díaz y su gestión. Pero en política no existen las causalidades. La ministra de Trabajo es una política de la vieja escuela, representante cualificada de la izquierda reformista más posibilista, pactista y maniobrera, y ha probado su total fiabilidad al Presidente del Gobierno.
Los hechos hablan. Bajo la tutela de Yolanda Díaz, el doble lenguaje del aparato de Unidas Podemos ha tomado un impulso irrefrenable: al tiempo que se aleja definitivamente la derogación de la contrarreforma laboral del PP —tal como exigía la patronal—, las ministras y ministros de UP han salido en tromba para presentar la nueva contrarreforma de las pensiones, que profundiza los recortes de la derecha y su privatización, como un instrumento para defenderlas. Todas las organizaciones de pensionistas —que han protagonizado una movilización masiva y sostenida en el tiempo— han denunciado este vergonzoso cambalache.
En el resto de los asuntos claves ocurre igual. Los incumplimientos del acuerdo de Gobierno, pactado por el PSOE y UP en enero de 2020, se encubren con un manto de buenas palabras y brindis al sol. ¿Que se renuncia a poner límite al precio estratosférico de los alquileres? No pasa nada. La coalición goza de buena salud. ¿Que se deja en la cuneta a decenas de miles de familias desahuciadas? La culpa la tiene la correlación de fuerzas. ¿Que se niegan comisiones de investigación en el Parlamento sobre la fortuna del Emérito? Da igual, lo importante es que seguimos en el Consejo de Ministros.
La lista es larga. ¿Qué se aprueban leyes privatizadoras de la educación pública (la ley Celaá o la de FP), que los fondos europeos serán un maná para los grandes poderes económicos, que la desescalada deja al descubierto como la sanidad pública y especialmente la atención primaria han sido arrasadas, que en política migratoria no hay ningún cambio de fondo respecto a la legislación racista aprobada por el PP y la UE, o que la represión policial se ceba contra la juventud, mientras el desempleo juvenil escala al 50%...? Todo esto no puede estropear un guion tan bueno, como el que se ha formado el Gobierno más progresista de la historia, o que existe una salida “social de la crisis”.
Criticar desde la izquierda de una manera coherente este enfoque, es demonizado sin mayor problema: ¡Así se hace el juego a la derecha! Las ministras y ministros de UP y el aparato que arrastran, se han convertido, digámoslo honestamente, en unos auténticos hooligans de la gestión gubernamental. Y han asumido su papel de apaciguamiento de la lucha de clases con más ahínco aún. En la división del trabajo, esa tarea asignada por el sanchismo se está cumpliendo a la perfección y, lógicamente, tiene que ser recompensada.
Maniobras de calado
La confirmación de Yolanda Díaz como vicepresidenta segunda, y su elevación mediática, además de las razones anteriores tiene también que ver con otra apuesta de fondo. El PSOE quiere seguir gobernando. Pero el colapso de Ciudadanos le deja ya sin opciones para apostar por otra geometría parlamentaria viable. Se tiene que basar en UP y en los apoyos parlamentarios que permitieron la investidura de Pedro Sánchez.
Por un lado, en Catalunya se han decidido por una recomposición de los puentes con los dirigentes de ERC y JxC. Los indultos y la apertura de la mesa de “diálogo”, con el apoyo de la patronal catalana y española, muestra que la vía represiva pura y dura ha fracasado. La fuerza del movimiento de liberación nacional catalán, y su diferenciación creciente hacia la izquierda, han derrotado a la reacción de derechas en todas las consultas electorales.
El PSOE, y con él un sector decisivo del capital español y catalán, ven ahora la oportunidad de cerrar la crisis política que se abrió con el referéndum y la huelga general del 1 y 3 de octubre de 2017; reconducirla a las aguas del autonomismo y dar carpetazo a la movilización de masas. Y como efecto de todo ello, y no menos importante, que el PSC logre unos buenos resultados en las generales de 2023.
Por otra parte, están fraguando otros movimientos importantes a la izquierda. Es improbable, por no decir que está descartado, que Pedro Sánchez logre una mayoría absoluta en las próximas elecciones generales. De hecho, el avance del PP que todas las encuestas muestran representa una tendencia objetiva.
Para frenar la progresión de la derecha, desde La Moncloa y Ferraz se apuesta decididamente por la vacunación masiva y la “recuperación” económica. Ambos aspectos son clave para apaciguar la polarización, mitigar el desgaste y soldar un apoyo popular al Gobierno. Pero hay otro elemento que también necesitan. Que a su izquierda, Unidas Podemos no se hunda y retenga los apoyos parlamentaros suficientes para permitir una reedición de la coalición actual.
Yolanda Díaz es una buena candidata para este fin. Una izquierda a la izquierda del PSOE que juegue un papel instrumental, que cubra su flanco “social”, utilice un doble lenguaje para contentar a sectores de la aristocracia obrera y la burocracia sindical, de las capas medias progresistas, pero que no cuestione en lo fundamental la orientación capitalista de las políticas del PSOE.
La salida abrupta de Pablo Iglesias de la secretaría general de Podemos y su abandono de la política se ha convertido en una gran oportunidad para el aparato socialdemócrata. Después de vivir de cerca la amenaza de un sorpasso, el PSOE no va a renunciar a fortalecerse a costa de la debilidad de la formación morada. Y lo hará siguiendo su modelo histórico: la asimilación.
Podemos atraviesa una crisis estructural, con un vaciamiento de militancia, disolución de círculos y retroceso electoral. Un cuadro que es fruto de la renuncia consciente a defender un programa anticapitalista y a la movilización de masas, a cambio de ocupar carteras ministeriales y pintar con un barniz de izquierdas las políticas que marca el PSOE.
El futuro del proyecto político de UP se va a diseñar en base a estas claves. La última Asamblea Ciudadana de Podemos ha desnudado la debilidad y decadencia del proyecto. Belarra no puede reemplazar el papel político de Iglesias. Pero Yolanda Díaz no es dirigente de Podemos, ni responde a su disciplina partidaria. La Vicepresidenta segunda tiene su propia agenda y estrategia, que muy probablemente pase por la creación de una plataforma electoral amplia de la izquierda reformista, incluyendo a Más País de Errejón y a otras formaciones de naturaleza similar. Todavía queda mucho por ver y digerir.
El núcleo decisivo del gobierno, controlado por los defensores del capitalismo
En política burguesa la ingenuidad no existe. Las decisiones de calado siempre responden a intereses de clase fundamentales. El nombramiento de Nadia Calviño para sustituir a Carmen Calvo es mucho más que un gesto. Es una declaración de principios.
Es cierto que Carmen Calvo ha mantenido un pulso abierto con Irene Montero respecto a la ley Trans. Y también que a pesar de no haber ganado el pulso, Calvo y sus secuaces tránsfobas han logrado recortar la ley en asuntos clave, como los derechos de la infancia trans o de las y los migrantes trans. El gesto de Sánchez de prescindir de ella ha sido celebrado por los dirigentes de UP, y algunos teóricos como Juan Carlos Monedero, como un enorme triunfo. Un consuelo realmente vano.
La socialdemocracia es experta en este tipo de maniobras: nos desembarazamos de símbolos gastados para apaciguar el flanco “izquierdo”, pero reforzamos la continuidad en los aspectos decisivos.
Con Nadia Calviño están garantizada las medidas pro patronales del Gobierno, y una vez obtenida la luz verde de la comisión europea, una gestión de los fondos europeos (170.000 millones) que blinde su llegada diligente a los grandes monopolios empresariales y a los bancos.
En la cartera de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, el cese de Arantxa González tras la crisis migratoria con Marruecos, se cierra con el nombramiento de José Manuel Albares, un hombre del aparato socialista que no ha perdido ni un minuto en renovar la política de alianzas imperialistas del reino de España, las lisonjas a la dictadura de Mohamed VI y la traición, una vez más, de la causa saharaui.
También ha sido significativa la elección de Pilar Alegría para sustituir a Isabel Celaá al frente de la cartera de Educación. Dirigente experimentada del PSOE, creé tan sinceramente en el futuro de la escuela pública que lleva a sus hijos al elitista y exclusivo Liceo francés de Zaragoza, cuya matricula supone un desembolso de 4.000 euros al año al que hay que sumar miles más de complementos y actividades. No es difícil entrever que su agenda no estará orientada hacia el rescate de la enseñanza pública.
Junto a todos estos nombres, los de Teresa Ribera, María Jesús Montero, Reyes Maroto, José Luis Escrivá, Margarita Robles o Grande-Marlaska, son una garantía para que los paquetes de contrarreformas pendientes lleguen a buen puerto, y se profundice la represión contra las libertades y los derechos democráticos.
En definitiva, tal como titula un artículo de opinión de El País, “cambio de rostros y de acento, no de rumbo”.
Por una izquierda que rompa con la lógica del capitalismo
No es cierto que este Gobierno esté impulsando un cambio de paradigma y una salida social a la crisis devastadora que estamos padeciendo. Gritar todos los días acerca de la reducción de la tasa de desempleo, cuando hablamos de una cifra de 3.614.339 parados en el mes de julio, es embellecer una realidad terrible. Hablar de un escudo social cuando el Ingreso Mínimo Vital ha significado un fracaso lacerante, es igual de orwelliano. Aprobar una contrarreforma de las pensiones que premia la prolongación de la edad de jubilación, cuando hay un desempleo juvenil del 50%, no tiene nada de izquierdas.
Lo mismo podemos decir de la sanidad y la educación pública arrasada ante la mirada complaciente del Gobierno, que no ha movido un solo dedo para impedirlo. O con la crisis de vivienda que se arrastra, sin que se tome ninguna medida efectiva para acabar con el control del mercado inmobiliario que ejercen los especuladores y fondos buitres, e impulsar la creación de un parqué de vivienda pública con alquileres sociales.
Lo que necesitamos realmente no son nombramientos para seguir con las mismas recetas, ni campañas de propaganda huecas. Lo que hace falta es un cambio de rumbo decisivo hacia la izquierda, en beneficio de la clase trabajadora y de la juventud sin futuro. Pero ese impulso no vendrá de la Moncloa ni del Consejo de Ministros, sino de abajo, de la rabia y la ira que no dejan de crecer.
A diez años del 15-M, las mismas condiciones objetivas que dieron lugar a aquella explosión de descontento se están fraguando. Aquel movimiento tuvo efectos políticos colosales: impulso las huelgas generales de 2012, las Mareas en la educación y la sanidad, las marchas de la dignidad… y asestó un golpe tremendo al régimen del 78 y al sistema bipartidista.
Por supuesto, establecer cuando y porqué estallará un proceso semejante es muy complicado. Pero lo fundamental es entender la tendencia dominante en la lucha de clases. La crisis de Podemos y la irrupción de la extrema derecha en el escenario político, la enorme e imparable polarización, la desigualdad estructural y en aumento, representan efectivamente el inicio de un nuevo ciclo político.
La experiencia de estos años no ha pasado en balde. Las movilizaciones de masas que emergerán en esta fase de decadencia capitalista, como apuntan las luchas de la juventud (encarcelamiento de Hassel, movilizaciones contra la violencia machista y homófoba…) y en las huelgas obreras más duras del último periodo, no dejan de asumir lecciones muy valiosas. Su contenido clasista y revolucionario es y será mucho más definido, por lo menos en sus capas más dinámicas y combativas. Y ofrecerá una oportunidad de oro para levantar una alternativa de izquierdas combativa y anticapitalista, con un programa de independencia de clase intransigente.
Para ese escenario preparamos nuestras fuerzas.