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Se cumplen tres meses del levantamiento revolucionario de las mujeres, la clase trabajadora y la juventud iranies en contra de décadas de sufrimiento. El desencadenante de esta insurrección fue el asesinato de la joven kurda Mahsa Amini a manos de la policía de la moral de Teherán, la herramienta que el régimen no ha dejado de utilizar desde que aplastó la revolución de 1979, condenando especialmente a las mujeres a una opresión cruel e implantando una dictadura capitalista revestida con los ropajes de la jerarquía chií.

Las protestas por este asesinato no tardaron en extenderse a lo largo y ancho del país. La clase trabajadora iraní, con la juventud y las mujeres a la cabeza, ha vuelto a protagonizar una oleada de movilizaciones masivas, como la que tuvieron lugar entre 2017 y 2019, contra la subida del precio de los combustibles. En aquel momento la respuesta del régimen fue la violencia  contra el pueblo, aplastando el levantamiento en el llamado Noviembre Sangriento de 2019. Hoy, la oligarquía integrista vuelve a responder con un despliegue de miles de efectivos del ejército y de la Guardia Revolucionaria, en un intento desesperado de contener la furia popular.

La lucha de las masas no cesa a pesar de la represión

Los levantamientos de los últimos años y el que está protagonizando los últimos meses la clase trabajadora iraní no solo han erosionado la autoridad del régimen y lo ha deslegitimado, también han acabado con el papel de cauce para el malestar social que desempeñaba el llamado sector “reformista” del Gobierno.

El régimen de los Mulás está debilitado y pese a los empeños de la clase dominante iraní de mantenerlo a flote a toda costa, todo indica que estamos ante un proceso revolucionario que amenaza con desembocar en una abierta insurrección del pueblo iraní. Tal como ocurrió en los tiempos del sha, la crisis podría desbordar completamente al aparato represivo y destruir al régimen.

Frente a esta amenaza real, algunos sectores de la burguesía iraní y de su brazo clerical parecen inclinarse a realizar algunos cambios cosméticos para tratar de apaciguar las protestas. Son conscientes de que su política de combinación de la represión salvaje y la entrega de algunas migajas de su botín a su cada vez más escasa base social empieza a ser insuficiente para contener la movilización de masas.

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El debate sobre el velo se ha abierto, no solo en las instancias gubernamentales sino entre los altos clérigos. Esto pone sobre la mesa la tremenda presión del movimiento revolucionario. 


El fiscal general iraní, Mohamed Jafar Montazari, ha hecho pública recientemente la noticia de que la policía de la moral ha sido desmantelada. Si bien es cierto que hace semanas que los agentes de la moral y las mujeres vestidas con estricto chador negro acompañadas por hombres parecen haber desaparecido de las calles iraníes, esta noticia no ha sido confirmada por otras instancias gubernamentales y tampoco se ha dicho nada de modificar las leyes recogidas en el Plan para Extender la Castidad, que hacen aún más estricto el código de vestimenta femenino y que limitan todavía más el comportamiento de las mujeres en la esfera pública.

Pese al anuncio del fiscal general, es sabido por todos que, a lo largo de los 43 años de la República Islámica, varias instituciones han sido las encargadas de hacer cumplir las normas a las mujeres iraníes, utilizando con total impunidad la violencia más extrema. Además de que la policía de la moral está bajo control del ministerio del Interior y no del de Justicia, las declaraciones del fiscal general son ambiguas, ya que por un lado “garantiza” el desmantelamiento de los ejecutores de la represión hacia las mujeres y, por otro, asegura que el comportamiento de las mujeres y el uso del velo seguirá siendo vigilado de cerca.

En cualquier caso, la brecha que el debate del velo ha abierto, no solo en las instancias gubernamentales sino entre los altos clérigos, pone sobre la mesa la tremenda presión del movimiento revolucionario. El hecho de que miles de mujeres en decenas de ciudades no hayan dudado en quitarse los pañuelos públicamente, aunque este gesto pueda costarles la cárcel o la vida, demuestra el carácter profundamente popular del levantamiento y la determinación de quienes lo protagonizan.

Levantar un programa socialista revolucionario

La represión desatada en las calles por el Gobierno ha dejado ya más de 400 muertos, miles de detenidos y de torturados a manos de la policía. Las últimas declaraciones del presidente de Irán, Ebrahim Raisi, evidencian que los ataques no van a cesar. Tras la reciente ejecución de Mohsen Sheraki acusado de “crímenes de guerra” ya que, según fuentes oficiales, hirió intencionadamente a un guardia de seguridad con un cuchillo y bloqueó una calle de la capital, el presidente ha prometido públicamente “castigar de forma estricta a los responsables de los disturbios y ataques durante las protestas”. También se apresuraron en desmentir que las mujeres iraníes estén siendo víctimas de violación y cualquier otro abuso sexual por parte de la Guardia Revolucionaria en las cárceles del país, después que el portal de noticias IranWire publicara una grabación de una joven de 22 años, quitándose la vida tras haber sido violada en prisión por varios miembros de dicha guardia.

La clase trabajadora iraní ha estallado y está respondiendo contundentemente a años de represión, pérdida de derechos y contra la carestía de la vida, demostrando el enorme potencial que existe para tumbar al régimen teocrático iraní. Un potencial que se concretará cuando del carácter fundamentalmente espontáneo de la lucha se pase a la organización consciente defendiendo el programa del socialismo revolucionario.


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