Cuando todavía estamos digiriendo las causas y consecuencias del estallido de la guerra en Ucrania, analizar el XX Congreso del PCCh y en qué fase se sitúa el enfrentamiento entre EEUU y China es fundamental para entender la dinámica de la lucha interimperialista global. Ambos acontecimientos tienen una onda expansiva de dimensión planetaria.
Más allá de la supuesta homogeneidad política que durante décadas han transmitido las votaciones unánimes, la vida interna del Partido Comunista de China, que ronda los 90 millones de afiliados —si fuera un país, sería el decimosexto del mundo superando a Alemania—, ha estado marcada por la constante pugna entre facciones.
Respecto a este último cónclave celebrado el pasado octubre, el victorioso Xi Jinping no se ha conformado con un triunfo similar al de muchos de sus predecesores, y ha decidido arrodillar cuando no aplastar a sus contrincantes. Su acumulación de poder es tal que ha roto las estrictas reglas impuestas tras la muerte de Mao a finales de los 70 del pasado siglo. En aquel momento, con los últimos estertores de la Revolución Cultural y de una lucha encarnizada entre las diferentes alas del Partido que llevó al borde del abismo a la República Popular, se establecieron normas para evitar situaciones peligrosas: límite de dos mandatos para el presidente —una década en total—, jubilación política a los 68 años, sucesiones en la presidencia anunciadas con tiempo suficiente para ‘consensuarlas’, “prohibición del culto a la personalidad”…
Este pacto, propuesto por Deng Xiaoping, supuestamente garantizaría que los ásperos conflictos por el poder no hicieran peligrar el liderazgo político y social del Partido, fuente de los privilegios para todas y cada una de las fracciones de la burocracia. Tras este último congreso, esa etapa en la historia del PCCh forma ya parte del pasado. Lejos de jubilarse a sus 69 años, Xi ha iniciado un tercer mandato sin poner sobre la mesa el nombre de un sucesor, alimentando la hipótesis de una presidencia vitalicia. Además, se ha negado a compartir los organismos dirección, copando con sus colaboradores más estrechos tanto el Comité Central como el exclusivo Comité Permanente o Buró Político.
El proceso de concentración de todo este poder en un solo individuo ha sido cualquier cosa menos pacífico. De hecho, la impactante expulsión del plenario de Hu Jintao—presidente entre 2003 y 2013— ha sido el corolario de una profunda purga en el seno del partido. Una actuación muy característica del peculiar híbrido en que se ha convertido la cúpula del PCCh, que suma de los rasgos más despóticos del estalinismo, en este caso un cínico escarnio público y, por otro, ser garante de la restauración de la economía de mercado y la gran acumulación capitalista realizada a costa de la explotación de la clase obrera y un desarrollo imperialista asombroso.
Sentado a la izquierda de Xi, el expresidente Hu era uno de los pocos delegados que podía atreverse a romper la unanimidad e incluso convertirse en un referente para los perjudicados por el ascenso de Xi. El presidente abortó expeditivamente esta posibilidad ordenando que un guardaespaldas expulsara prácticamente en volandas al peligroso octogenario. Que dicho momento, tan cargado de significado político, coincidiera con el acceso al plenario de toda la prensa nacional y extranjera, no fue un error de protocolo como algunos han insinuado. Por el contrario, convirtió esta nueva defenestración en una amenazante declaración que llegó a cada rincón del país y del mundo entero. De esta manera, el Bonaparte chino del siglo XXI era coronado.
La trayectoria de Xi es realmente espectacular. Aunque posee pedigrí de príncipe —es hijo de Xi Zhongxun, dirigente de la guerrilla junto a Mao y héroe de la Revolución de 1949—, su familia cayó en desgracia durante la Revolución Cultural y siendo muy joven fue desterrado a un campo de trabajo. Consciente de que el Partido era la única vía de ascenso social, luchó por su afiliación siendo finalmente admitido a mediados de los años 70. Tras una dura escalada por el escalafón partidario, sin cuestionar la estrategia de otros dirigentes en cuanto a la restauración capitalista se refiere, y obedeciendo las reglas del juego burocrático de la manera más eficaz, en 2012 conquistó la Secretaría General.
Desde esta posición Xi no se dedicó a la contemplación. Tanto los desafíos de la situación internacional, como las dificultades internas, lo llevaron a adoptar un perfil propio, destacando por su “denuncia” de la corrupción del Partido y del Estado, y acuñando su famoso eslogan de “prosperidad compartida”, con el que ha simulado poner coto a la desigualdad. Tras asumir el cargo afirmó: “Nuestro partido está dedicado a servir al pueblo. (…) Pero no somos condescendientes, y nunca nos dormiremos en nuestros laureles. (…) hay también muchos problemas urgentes que resolver, en particular la corrupción”[1].
Desde entonces más de 1,2 millones de camaradas han sido investigados, y miles acabaron expulsados del Partido y encarcelados. Entre los condenados a cadena perpetua o incluso a pena muerte, se encuentran prometedoras figuras políticas que se interponían en su camino a la presidencia como Ling Jihua —exsecretario personal del anterior presidente Hu Jintao—, Guo Boxiong —antiguo vicepresidente de la Comisión Militar Central y hasta ese momento uno de los hombres más influyentes del Ejército chino— o Bo Xilai, considerado por muchos el sucesor de Hu. Si todos estos ilustres reos eran profundamente corruptos y culpables de horribles crímenes, no hay muchas dudas de que Xi y su fracción lo son tanto o más.
Un secretario general acorde a las necesidades de cada momento
La política oficial contra la corrupción, en un sistema de capitalismo de Estado donde no existe ni un gramo de democracia obrera, no es más que un recurso propagandístico e instrumental para Xi. Con esta maniobra demagógica gana apoyo popular y descarga mucha de la tensión social acumulada, a la vez que le permite eliminar a opositores. Xi es sin duda un alumno aventajado de Stalin, que en los momentos más críticos de los años treinta del siglo pasado se presentaba como un activo “enemigo” de la burocracia y la corrupción.
Pecaríamos de superficialidad, al estilo de las crónicas de la prensa capitalista occidental, si explicáramos estos trascendentales acontecimientos tan solo por las ansias de poder y la astucia de un individuo, sin considerar que estos giros políticos reflejan la lucha de clases interna de China y la cambiante correlación de fuerzas en un proceso de transición de características inéditas y singulares. Un somero repaso a la sucesión en el poder de las diferentes fracciones del PCCh ayuda a visualizar cómo las pugnas internas que provocan detenciones, ejecuciones, encarcelamientos, ceses o nuevos nombramientos, no son más que el reflejo en la cumbre de las crisis sociales y los grandes giros históricos que tuvo que acometer la dirección del Partido para sortear dificultades de envergadura.
La ya referida Revolución Cultural fue la respuesta de Mao para conjurar la creciente desestabilización y el descontento popular que provocó su fallido plan económico de rápida industrialización conocido como el Gran Salto Adelante[2]. La crisis generada tras este fiasco representaba una amenaza para su continuidad en el poder. Consciente del cansancio y la incertidumbre que existía entre las masas campesinas que habían protagonizado la victoria de 1949, Mao escondió su responsabilidad señalando a supuestos elementos burgueses y pequeñoburgueses infiltrados dentro del Partido como cabezas de turco. Al más puro estilo bonapartista, en este caso proletario, se apoyó en una capa de la casta burocrática para golpear con fuerza a otra, especialmente a la que contaba con mayor responsabilidad política en las grandes ciudades y que, supuestamente, estaba abriendo el camino a la restauración del capitalismo.
En el discurso de Lin Biao de agosto de 1966 ante una gran concentración de masas en Pekín para celebrar la Gran Revolución Cultural Proletaria, se señala la esencia de este giro:
“¡Antes que nada, los saludo en nombre de nuestro gran líder el Presidente Mao y del Comité Central del Partido! (…) Debemos derribar a los dirigentes seguidores del camino capitalista, derribar a las autoridades reaccionarias burguesas (…) En una palabra, establecer el completo predominio del pensamiento Mao Tsetung. ¡Debemos hacer que cientos de millones de personas hagan suyo el pensamiento Mao Tsetung, debemos asegurar que este pensamiento domine todas las posiciones ideológicas, debemos aplicarlo para transformar el aspecto espiritual de toda la sociedad, y hacer que esta gran fuerza espiritual, el pensamiento Mao Tsetung, se convierta en una fuerza material gigantesca!”[3].
Como demostrarán los hechos poco tiempo después, ni el peligro de la restauración capitalista fue conjurado ni los trabajadores impusieron su autoridad sobre la dirección del Partido. Sin embargo, el objetivo real fue temporalmente conseguido: los sectores críticos fueron depurados.
Tras la muerte del Gran Timonel su sucesor, Deng Xiaoping, no solo adoptó las reformas políticas que Mao denunció en la Revolución Cultural y de las que antes de morir este último tuvo también que renegar. Deng se apoyó en la mayoría del aparato burocrático del Partido para salir del impasse económico, recurriendo a medidas que terminarían desmontando la economía planificada y el monopolio estatal del comercio exterior.
Desechando la anterior y calamitosa política de autarquía, a partir de 1979 Deng introdujo medidas de corte capitalista que abrieron las puertas a la inversión occidental masiva en las llamadas Zonas Económicas Especiales. El nuevo líder, lejos de considerar la desigualdad lo contrario al socialismo, la reivindicó como el mejor estímulo: “En política económica me parece necesario permitir que una parte de las zonas del país, una parte de las empresas y una parte de los obreros y los campesinos tomen la delantera en obtener mayores ingresos y vivir mejor por haber obtenido de su duro esfuerzo mejores resultados. El que una parte de la gente tome la delantera en vivir mejor será un ejemplo de incalculable fuerza de atracción, que influirá en sus vecinos e impulsará a la gente de otras zonas y entidades a seguir su ejemplo”[4].
Beneficiándose de una inversión extranjera sin precedentes, en un momento en que la economía de EEUU y Europa estaba afectada por los efectos de la sobreproducción, la deslocalización de empresas occidentales a China supuso que su economía avanzara a un promedio del 10% anual, pero igualmente de acelerado fue el crecimiento de la desigualdad y la inflación en las ciudades. La lucha de clases que desató este fenómeno se expresó con un levantamiento de la juventud estudiantil que rápidamente desembocó en un estallido social en el que los trabajadores pusieron su sello con fuerza. Su epicentro fue la Plaza de Tiananmen en 1989. Los rebeldes criticaban las medidas capitalistas y reivindican la igualdad mientras ondeaban banderas rojas y cantaban La Internacional.
El aplastamiento del levantamiento obrero y juvenil a manos del ejército[5], permitió que el sucesor del desgastado Deng, Jiang Zemin, pudiera acelerar las medidas procapitalistas. Su fracción, conocida como la Banda de Shangai, gobernó entre 1993 y 2003 representando los intereses de los sectores sociales más beneficiados por las reformas: pequeños y medianos empresarios, una nueva y floreciente clase media, y monopolios que se empezaban a conformar en las provincias costeras donde se concentraban la parte del león de las inversiones. La contrarrevolución capitalista avanzó con botas de siete leguas: se despidió a casi 30 millones de trabajadores de empresas estatales, China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC), se suprimió el monopolio del comercio exterior, y la constitución incluyó la protección de la propiedad privada que ya superaba una cuarta parte del total en las fábricas del país. El proceso de acumulación dio un paso de gigante.
Todo ello se expresó en el famoso informe de Jiang titulado “Construir en todos los sentidos una sociedad modestamente acomodada y abrir nuevas perspectivas para la causa del socialismo con peculiaridades chinas”, presentado en el XVI Congreso:
“Los estratos sociales surgidos en medio del cambio social, tales como los fundadores y técnicos de las empresas científico-tecnológicas de propiedad extraoficial, los administrativos y técnicos contratados por las empresas de capital foráneo, los propietarios autónomos, los empresarios privados, las personas empleadas en las organizaciones intermediarias y los profesionales independientes, son todos constructores de la causa del socialismo con peculiaridades chinas. (…) debemos unirnos con ellas, estimular su espíritu emprendedor, proteger sus derechos e intereses legítimos... Deben ser objeto de protección todos los ingresos legítimos, ya procedan del trabajo o no. (…) crear una atmósfera social que aliente a la gente a acometer empresas y le apoye en su culminación, y dejar, sin reserva alguna, que el trabajo, el saber, la tecnología, la administración y el capital en todas sus formas pugnen por desplegar su vigor y que todas las fuentes de creación de la riqueza social manen a plenitud, todo ello a favor del bienestar del pueblo”[6].
El avance de la restauración capitalista multiplicó las diferencias entre las zonas costeras e industrializadas y las regiones interiores, despertando el descontento del campesinado y los sectores del partido que quedaron marginados de los beneficios obtenidos en grandes urbes como Shangai. Había llegado la hora de la fracción proveniente de la Liga de la Juventud Comunista encabezada por Hu Jintao, que será presidente en la primera década de los 2000.
Hu Jintao no se recató en utilizar grandes dosis de demagogia populista, prometiendo acabar con la política de sus dos antecesores que “situaba el PIB en primer lugar y el bienestar en segundo”, para forjar una “relación más estrecha entre el pueblo y el Gobierno”. Era habitual que tanto Hu como sus hombres más cercanos hicieran viajes a las zonas más pobres y olvidadas prometiendo mejoras. En cualquier caso, el presidente Jintao no tuvo la menor dificultad en compaginar esta agenda con la invitación a los capitalistas a afiliarse al Partido y mantener las relaciones más cordiales con los inversores extranjeros.
El turno de Xi Jinping
La presidencia de Xi se inauguró en 2013. Cabe recordar que en ese periodo el capitalismo de Estado en China ya estaba consolidado, y había demostrado su enorme capacidad para resistir la Gran Recesión de 2008 aplicando un enérgico programa de estímulos públicos. Entre 2008 y 2013, la economía China experimentó un avance formidable.
Formación Bruta Capital Fijo (Billones de dólares)[7]
Año China EEUU Relación China/EEUU (1)
2000 0,4 2,4 16,7
2010 2,9 2,8 103,6
2018 5,7 4,3 132,6
Gracias a esta inversión gigantesca de capital, China se convirtió en la fábrica del mundo y sus manufacturas inundaron todos los continentes. Desde 2008 el valor total de sus exportaciones no bajó nunca de 1,2 billones de dólares, y, a partir de 2012, el límite por debajo se estableció en más de 2,2 billones.
Xi Jinping y su camarilla no dejaron de alentar la penetración del capital imperialista chino en el conjunto del planeta, y fortalecer el control social y político del Partido, pero también consideraron una prioridad intentar compensar los desequilibrios internos. Ondeando la bandera de la lucha contra la corrupción y la desigualdad, llevó mucho más lejos que Hu las medidas contra un sector de la élite, tanto del Estado como de la nueva clase capitalista: “Lograr la prosperidad compartida no solo es un asunto económico; es un importante tema político que se relaciona con la fundación del Partido para gobernar. (…) No podemos permitir que parezca un abismo infranqueable entre los ricos y los pobres”[8].
Con este discurso de “prosperidad compartida”, uno de sus eslóganes más recurrentes, intentaba conectar no solo con los sectores atrapados en las zonas rurales, también con los trabajadores urbanos, ese nuevo y gigantesco proletariado formado por cientos de millones de campesinos que han emigrado a las ciudades en busca de una vida mejor[9]. Por ello, prometió “expandir los ingresos medios, aumentar los ingresos bajos y ajustar los ingresos excesivos”[10].
No es casual que ganar las simpatías de la clase obrera se convirtiera en un objetivo estratégico para Xi. Tanto los jóvenes llegados desde el campo, como los viejos proletarios de las empresas estatales habían protagonizado duras huelgas alimentadas tanto por una explotación bestial como por el abismo social que los separaba cada vez más de las acomodadas capas medias[11] y los ostentosos millonarios. De la mano del recién estrenado presidente, el régimen quiso crear un nuevo balance entre las clases.
En primer lugar aprobó una subida salarial general: se pasó de 1,5 dólares/hora en 2005 a 3,3 dólares en 2016[12]. También las instituciones estatales simularon preocupación por las insoportables condiciones laborales. Por ejemplo, el Tribunal Supremo presentó un informe que denunciaba el trabajo excesivo, en especial en las empresas de tecnología, refiriéndose a la famosa jornada 996 (12 horas diarias seis días a la semana)[13].
Pero lo más significativo ha sido, sin duda alguna, el afán de Xi y de la burocracia exestalinista que controla el aparato del Estado en imponer serias restricciones a las ambiciones políticas de los grandes capitalistas chinos, y de paso mandar un mensaje a las potencias occidentales que quieren actuar a través de ellos.
Xi dio un golpe de autoridad con la defenestración pública del fundador de Alibaba y hombre más rico de China, Jack Ma. Fue contundente a la hora de cortarle las alas cuando pretendía escapar al control del Estado y atreverse a criticar públicamente la política financiera del Partido. El mensaje que mandó a todos los millonarios que se consideran más fuertes que el Politburó provocó auténtica conmoción. Paralelamente ató más en corto a un sector estratégico como es la industria tecnológica, indispensable para el funcionamiento de toda la economía nacional y que se estaba mostrando muy permeable a las presiones e influencias del imperialismo occidental. Por último, aunque no menos importante, se presentó ante las familias trabajadoras como una especie de justiciero que golpeaba a los ricos explotadores. La multa ejemplar de 2.800 millones de dólares a Alibaba fue seguida por otras de una cuantía más simbólica a 22 empresas entre las que estaban Didi y Tencent.
La naturaleza de clase del régimen chino
Aunque hay sectores de la izquierda que han querido ver en este giro un retorno al “marxismo”, e incluso la confirmación de que China sigue siendo un Estado socialista, es importante que la retórica y las maniobras de las diferentes fracciones del PCCh que han llegado al poder tras la muerte de Mao no nos impidan entender los procesos de fondo que han tenido lugar en estas décadas.
Es necesario recordar que la burocracia estalinista china estudió con mucho detenimiento la forma caótica en que se disolvió la URSS. A diferencia de lo que ocurrió con el PCUS, la dirección del PCCh decidió pilotar el desmantelamiento de la economía planificada protegiendo a toda costa sus intereses, y recurrieron a una fuerte centralización y un potente sector estatal. El partido y el Estado siguieron fusionados, aunque ya como herramientas al servicio de la acumulación capitalista.
China se benefició de las enormes inversiones de capital occidental y de transferencia de tecnología a lo largo de la década de los noventa del siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI. Pero este proceso, que hizo avanzar las fuerzas productivas chinas de manera clara, tuvo otras consecuencias.
Tanto la burocracia como la burguesía china se aprovecharon de unas condiciones favorables que maduraban rápidamente para competir con las grandes potencias. La ingente cantidad de capital del que disponían, gracias al superávit comercial, les permitió cubrir sus necesidades de abastecimiento de materias primas y realizar inversiones millonarias en todo el globo. América Latina, Centroamérica, África, y muchos países asiáticos dependen cada vez más de las compras chinas y de sus créditos.
Pero es la nomenclatura exestalinista y procapitalista, que controla el aparato del Estado, la que sigue marcando la política económica e intenta disciplinar a aquellos oligarcas, afiliados obligatoriamente al PCCh, que ponen en riesgo su autoridad y la estabilidad del sistema. La burocracia y la nueva burguesía forman una misma clase dominante, pero en su seno hay contradicciones evidentes e intereses divergentes que se están resolviendo de manera abrupta. La burocracia no quiere soltar el timón de mando, y el poder acumulado por Xi Jin Pin lo subraya.
En el régimen burgués el poder económico decide en todos los asuntos de fondo y modela el aparato del Estado según sus necesidades. Pero esto no excluye que en determinadas circunstancias históricas, la clase dominante ceda a una casta bonapartista, militar o fascista la gestión directa de sus intereses, incluidos los económicos, a un coste considerable. Eso ocurrió en la Alemania nazi, la Italia fascista, o la España de Franco.
Incluso en EEUU, durante los años del New Deal, el Gobierno de Roosevelt tuvo que meter en cintura a algunos grandes monopolios que pretendían desatar una auténtica guerra civil contra el movimiento obrero, y lo hizo para salvar la estabilidad del conjunto del sistema.
La intervención del Estado en la economía no es una invención china. Basta recordar lo que sucedió en la Europa de postguerra, con las nacionalizaciones de minas, siderurgias, ferrocarriles… en Francia, Gran Bretaña o Inglaterra. O más recientemente, la polvareda que ha levantado en la UE que el Gobierno alemán haya aprobado un plan que movilizará 200.000 millones de euros en ayudas públicas para las empresas germanas, o la inyección de 400.000 millones de Biden para ayudar a la producción nacional.
La diferencia con China es que el actual régimen nació de la mano de una poderosa burocracia que dirigía un Estado obrero deformado y, aunque comparte los beneficios resultantes con la burguesía y una élite creciente de multimillonarios, es celosa de sus atribuciones y tiene un instinto de conservación feroz. Esta contradicción objetiva todavía no se ha resuelto y hay que considerarla en su dinámica, pero alimentará fuertes conflictos en el futuro.
Pero volviendo a la cuestión central. Ni antes Hu Jintao, ni en la actualidad Xi Jinping, pretenden revertir la contrarrevolución capitalista. El eje de sus enfrentamientos nada tiene que ver con capitalismo sí o no, en este asunto la coincidencia es plena: capitalismo sí. Sus diferencias versan sobre cuáles son las mejores fórmulas económicas para que China sea una poderosa potencia imperialista, sin olvidar ni por un segundo la salvaguarda de sus privilegios. Algo similar ocurre hoy con la burguesía estadounidense, dividida entre la medicina de Trump y la de Biden para tratar los síntomas de senilidad de su imperio. La diferencia es que el imperialismo chino no está en su fase de decadencia sino de ascenso.
Xi no representa una ruptura con el pasado, sino la agudización de los rasgos bonapartistas del régimen, porque “precisamente esta es la función más importante del bonapartismo: elevarse sobre los dos campos en lucha para preservar la propiedad y el orden”[14]. Podríamos decir que el suyo es un bonapartismo clásico, en el que se muestra “una independencia aparente con relación a las clases; cuando en realidad no le deja más que la libertad que necesita para defender a los privilegiados”[15]. El mecanismo político sigue siendo el mismo, “apoyándose en la lucha de dos campos ‘salva’ a la ‘nación’ con el auxilio de una dictadura burocrático-militar”[16].
Las similitudes entre la actitud de Xi Jinping y Stalin no dejan de ser llamativas. Este último también se balanceó entre las diferentes clases según las necesidades de cada momento, especialmente en situaciones críticas. Fue el mismo Stalin el que en 1925 apoyó la propuesta de Bujarin que llamaba al campesinado a enriquecerse y en 1929 ordenó un giro de 180 grados que desencadenó la colectivización forzosa ante el peligro de restauración capitalista. Stalin apoyó la política del llamado tercer periodo desde 1928 a 1934, en el que un ultraizquierdismo burocrático dictaba la idea de que la socialdemocracia y el fascismo eran gemelos políticos, con las consecuencias desastrosas que esta política tuvo en Alemania, para a continuación pasar al programa del frente popular y la colaboración de clases más extrema. Todo para blindar los privilegios y la supervivencia política de la casta burocrática que gobernaba la URSS, pero en ningún caso para defender los intereses de los trabajadores rusos y de la revolución socialista internacional.
Los métodos, las herramientas, el recurso a la demagogia, el autoritarismo, la deshumanización… son los mismos, aunque, desde hace tiempo hay una diferencia, tan fundamental, que lo cambia todo. A pesar de todos sus crímenes, el estalinismo fue un sistema bonapartista cuya naturaleza de clase era proletaria debido a que la burocracia del PCUS obtenía sus privilegios del mantenimiento de la propiedad nacionalizada y la economía planificada heredadas de la Revolución de Octubre. Por el contrario, el régimen chino se ha transformado ya en bonapartismo burgués a través de la destrucción de los elementos claves que configuraban el Estado obrero —aún con todas sus deformaciones burocráticas—: la centralización y planificación de la industria nacionalizada concebida como un todo, el monopolio del comercio exterior, el control de precios, la ausencia de propiedad privada de los medios de producción y la nacionalización de la tierra. Todos estos factores han sido hace tiempo eliminados tanto en la China de Xi como en la Rusia de Putin.
Millonarios que hablan de marxismo y socialismo
Respecto a la cuestión del gran sector estatal que existe en China y que tanta polémica genera a la hora de determinar la naturaleza de clase de su Estado, coincidimos con la metodología utilizada por Trotsky cuando se tuvo que enfrentar a la compleja tarea de caracterizar a la Unión Soviética de los años 30: “Las tentativas de presentar a la burocracia soviética como una clase ‘capitalista de Estado’, no resiste crítica. (…) La burocracia no tiene títulos ni acciones. Se recluta, se completa y se renueva gracias a la jerarquía administrativa, sin tener derechos particulares en materia de propiedad. El funcionario no puede transmitir a sus herederos su derecho de explotación del Estado. Los privilegios de la burocracia son abusos. (…) El objetivo principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de producción”[17].
En China el salto de calidad se ha producido hace tiempo. En marzo de 2007, bajo el mandato de Hu Jintao, 2.799 diputados de los 3.000 que integraban la Asamblea Popular Nacional legitimaron la propiedad privada. A pesar del importante peso del sector público en la economía china, el objetivo final es la explotación del trabajo asalariado para obtener plusvalía que sea apropiada de forma privada.
A pesar de que, en determinados momentos, algunos burgueses como Jack Ma sean golpeados, China sigue siendo un paraíso capitalista. Algunos datos bastan para ilustrar esta afirmación: la concentración de capital avanza a toda máquina: el 1% más rico posee el 31% de la riqueza del país frente al 21% de hace dos décadas[18]; la revista Forbes informa de que en 2022 existen 539 multimillonarios con una fortuna de casi 2 billones de dólares, convirtiendo China en el segundo país con más súper ricos solo por detrás de EEUU. A estos, hay que sumar más de seis millones de millonarios también chinos. La plutocracia ha crecido mucho. Milmillonarios como Zhong Shanshan, dueño de la empresa de agua embotellada Nongfu Spring, y con un patrimonio superior a los 70.000 millones de dólares, o los nueve dueños de las empresas automovilísticas del país que han aumentado su fortuna global en más de 22.000 millones desde julio de 2020, o los que controlan el sector de las energías renovables, son un recordatorio de que la desigualdad china es abrumadora: en 2019 el coeficiente Gini[19] chino era un 38,2, mientras el estadounidense se situaba en el 41,5.
Los defensores de ese engendro ideológico que es el socialismo de mercado o la vía china al socialismo, con sus hoces y martillos y sus banderas rojas presidiendo los congresos del Partido, se han enriquecido, y mucho, con la contrarrevolución capitalista. Por ejemplo, la familia del ex primer ministro Wen Jibao amasó una fortuna que ronda los 2.700 millones de dólares; el también ex primer ministro Li Peng y su entorno controlan el sector eléctrico; Zhou Yongkang exmiembro del Politburó y sus socios dominan el petrolero; la familia de Chen Yun, antiguo líder de la revolución, ocupa una posición preponderante en el sector bancario; Jia Quinglin, expresidente de la Conferencia Consultiva Política del Parlamento, domina el sector inmobiliario en Pekín…[20].
¿Y qué se puede decir de Xi? A pesar de su empeño en ocultar que él también forma parte de este selecto club de millonarios inscribiendo las propiedades a nombre de familiares, finalmente salió a la luz que su hermana mayor, Qi Qiaoqiao, su cuñado Deng Jiagui y su sobrina Zhang Yannan, poseen acciones con un valor cercano a los 400 millones de dólares además de múltiples propiedades inmobiliarias de lujo[21].
Ello no es óbice para que Xi se declare un ferviente admirador del socialismo. Uno de los primeros compromisos que adquirió cuando asumió la secretaría general fue asegurar el futuro del PCCh, comprometiéndose a evitar que sufriera el mismo destino que el Partido Comunista de la URSS: “Proporcionalmente, el Partido Comunista Soviético tenía más miembros que nosotros. (…) Sin embargo cuando el entonces líder de la URSS Mijaíl Gorbachov decidió introducir reformas que llevarían al colapso del sistema soviético, nadie se opuso. (…) Finalmente todo lo que se necesitó fue una silenciosa palabra de Gorbachov para declarar la disolución del Partido Comunista Soviético y un gran partido dejó de existir”[22].
El análisis materialista para explicar el colapso del régimen estalinista en la URSS… se reduce a una sola palabra de Gorbachov. ¡Vaya con el marxismo de Xi Jinping! Recientemente, durante la celebración del centenario del Partido en julio de 2021, nuevamente fue tajante al respecto: “El partido es la columna vertebral de China. El éxito de China depende del partido”. Obviamente se trata de una cuestión de importancia estratégica. Gracias a la fusión del Partido con el Estado, la dirección del PCCh dispone de poderosas herramientas para mantener el control sobre el conjunto de la sociedad y de la economía. Si hay que hacer desaparecer a activistas sociales, encarcelar y torturar a dirigentes sindicales o amonestar ricachones porque olvidan quién es el verdadero jefe… la policía y la justicia actuarán sin dilación. Si hay que establecer alguna mejora salarial para preservar la estabilidad y mantener el ritmo de producción en las fábricas, o invertir cantidades millonarias para desarrollar la industria de microchips privada y competir en el mercado mundial, el Ministerio de Trabajo y la banca estatal rápidamente se pondrán en marcha.
Pero Xi, no solo ama al Partido, también reivindica el marxismo: “Persistiendo en los fundamentos del marxismo y en la búsqueda de la verdad en los hechos, partiendo de la realidad china, observando con visión clara la tendencia general de la época y dominando la iniciativa histórica, el PCCh ha realizado arduas exploraciones para promover, sin cesar, la chinización del marxismo y su adaptación a nuestro tiempo, y ha guiado al pueblo chino al continuo impulso de la gran revolución social”[23].
Si no fuera por la gran confusión ideológica que provoca, cualquier marxista se reiría ante la mera idea de reivindicar a la China imperialista del siglo XXI como socialista. En cualquier caso, la supuesta chinización del marxismo es algo más que una máscara con la que los burócratas del PCCh pretenden esconder su conversión al capitalismo. Se trata también de preservar elementos del ya difunto Estado obrero para resistir las envestidas de las potencias imperialistas y ganar apoyo entre las masas de China y del mundo. El capitalismo de Estado chino, y su administración política en manos del PCCh, posee una fuerte identidad nacional y la explota hasta sus últimas consecuencias. Conservar el control de los sectores industriales estratégicos evitando que competidores extranjeros puedan, mediante su adquisición, conseguir poder sobre la economía china, no es algo secundario. La centralización del sector financiero permite poner en práctica rápidamente medidas de rescate en momentos de dificultad, como durante la recesión de 2008, además de mantener un aparato estatal gigantesco, o lo que es lo mismo, una gigantesca maquinaria de vigilancia, control y represión.
De nación oprimida a potencia opresora
El capitalismo de Estado es una de las formas de organización económicas preferidas de la burguesía cuando se embarca en guerras y se juega su cuota de participación en el mercado mundial. Entonces, la mayor parte del tejido productivo y de las finanzas se centralizan y adquieren un cierto grado de planificación para ponerse al servicio de la victoria. Esta es la conexión entre lo que acontece en Ucrania y Taiwán y el programa de Xi.
La pugna por la supremacía mundial discurre paralela a la exaltación nacional tanto en EEUU como en China, aunque de forma diferente. Si nos desprendemos de la propaganda occidental racista, entenderemos por qué este asunto sigue movilizando el pueblo chino, víctima de las iniquidades más despreciables por parte de Europa, EEUU y Japón. En el ya mencionado discurso del centenario del PCCh, Xi Jinping recordó como “tras la Guerra del Opio de 1840, con China convertida paso a paso en una sociedad semicolonial y semifeudal, con el país humillado, el pueblo devastado y la civilización cubierta de polvo, la nación china sufrió una desgracia sin precedentes.” Xi continúa: “Un siglo atrás, la nación china presentaba al mundo una escena lánguida y decadente. Hoy en día, le ha mostrado un panorama de prosperidad ascendente, avanzando con paso irresistible hacia la gran revitalización”.
Como buen Bonaparte, el presidente chino utiliza verdades históricas con fines nada honestos. Es absolutamente incuestionable que China fue saqueada, despojada y colonizada por las potencias occidentales, y que el pueblo protagonizó una guerra revolucionaria que le costó millones de vidas para librarse de ese oprobio. Pero pretender ignorar que en la división mundial del trabajo China ha dejado de ser una nación atrasada y oprimida para convertirse en una gran potencia que explota a otros pueblos, es igual de imposible. Recordemos lo que decía Lenin sobre qué es el imperialismo:
“Un enorme ‘excedente de capital ha surgido’ en los países avanzados… Mientras el capitalismo siga siendo capitalismo, el excedente de capital no se utilizará para elevar el nivel de vida de las masas del país, ya que esto significaría la disminución de los beneficios de los capitalistas, sino para aumentar el beneficio mediante la exportación de capital a los países atrasados del extranjero. En estos países atrasados los beneficios suelen ser altos, dado que el capital es escaso, el precio de la tierra es relativamente pequeño, los salarios son bajos y las materias primas son baratas. (….) la necesidad de exportar capital responde al hecho de que, en unos pocos países, el capitalismo está ya ‘demasiado maduro, y el capital (…) no puede encontrar campo para la inversión ‘rentable’…”[24].
De Estado obrero —deformado— a un Estado burgués, de colonia explotada a imperialismo expoliador. China realiza sus adquisiciones en sectores de alta tecnología en América del Norte y Europa, mientras en América Latina y África hace otro tipo de inversiones. Por ejemplo, entre 2005 y 2020, el 81% del monto de las fusiones y adquisiciones chinas en América Latina correspondieron solo a tres sectores: empresas de electricidad, gas y agua (generación, distribución y empresas integradas), petróleo y gas, y minería. En África, entre 2000 y 2019 entidades chinas firmaron más de 1.100 compromisos de préstamo valorados en unos 153.000 millones de dólares fundamentalmente en transporte y energía. ¿Qué efectos tiene este tipo de imperialismo? Un ejemplo: en Angola, donde la mayor parte de la producción de crudo del país está hipotecada con China, existe una sola refinería que apenas cubre el 20% del consumo del país, por lo que se debe importar el otro 80% de refinados a un coste de 4.000 millones de dólares. Ejemplos similares llenarían decenas de páginas.
Xi miente cuando nos presenta al imperialismo chino como un gigante solidario que busca la colaboración con otros pueblos[25], idea nada original por cierto. Cuando EEUU estaba asentando su poderío a escala planetaria a principios del siglo XX, Trotsky escribía:
“Otra razón de su virtuoso pacifismo reside, como dije, en la historia. Estados Unidos entró tarde a la arena mundial, después de que todo el mundo ya había sido tomado y dividido. El progreso imperialista de los Estados Unidos, por lo tanto, avanza bajo la bandera de la ‘libertad de los mares’, las ‘puertas abiertas’, etc. (…) En lo que hace a los océanos, ¿qué dice Norteamérica? ‘¡Libre navegación de los mares!’ Suena extraordinario. Pero, ¿qué significa en realidad? Significa: ¡hágase a un lado marina de guerra inglesa, hágame lugar! ‘Puertas abiertas en China’, significa: ¡a un lado Japón!...”[26].
Una lucha a muerte
China ha desplazado de sus tradicionales áreas de influencia a estadounidenses y europeos, ya sea en América Central y Latina, en África o buena parte de Asia, sin olvidar sus actuales maniobras en Oriente Medio. Cuando intentamos calibrar el verdadero apoyo con que cuenta la OTAN en la guerra de Ucrania, descubrimos que los países que no apoyan a la Alianza suponen dos tercios del PIB y el 85% de la población mundial.
Todavía parece pronto y un poco arriesgado asegurar que China se alzará con la victoria y la hegemonía mundial, aunque por el momento la flecha de la historia parece señalar en esa dirección. Esta perspectiva no coincide con la de muchos analistas que hacen de las dificultades económicas que atraviesa China su argumento fuerza. No seremos los marxistas quienes neguemos los puntos débiles del capitalismo chino. De hecho, hace no tanto tiempo, cuando este sustentaba el grueso del crecimiento mundial y se alimentó la teoría del desacople, fuimos nosotros quienes negamos dicha posibilidad recordando que ningún país, por fuerte que sea, puede escapar de la influencia del mercado mundial y las crisis de sobreproducción.
Si estudiamos cómo EEUU desplazó al Imperio Británico, observaremos que se trató de un proceso que duró algunas décadas y atravesó dos guerras mundiales antes de poder afirmar que había culminado irreversiblemente. Aunque parezca una paradoja, un periodo que acabó siendo fundamental para consolidar su hegemonía fue el crack 1929. Si a principios de la década de los 30 del siglo XX hubiéramos limitado nuestra mirada a la economía estadounidense de forma aislada, seguramente hubiéramos errado nuestro pronóstico: en 1933 su producción industrial y su renta nacional cayeron un 50% y un 38% respectivamente, mientras las grandes ciudades sufrieron un desempleo que osciló entre el 40 y el 50%.
Trotsky, basándose en el método dialéctico, señaló la dirección en la que apuntaban estas contradicciones:
“¿Pero acaso el poder capitalista excluye las crisis? ¿Acaso Inglaterra, en el apogeo de su hegemonía mundial, no conoció crisis? ¿Se puede concebir el desarrollo capitalista sin crisis? He aquí lo que dijimos al respecto en el Proyecto de Programa de la Internacional Comunista: ‘...tampoco descartamos que, dada la actual envergadura mundial del capitalismo norteamericano, la próxima crisis sea extremadamente profunda y aguda. Pero no hay absolutamente nada que justifique la conclusión de que ello restringirá o debilitará la hegemonía de Norteamérica. Semejante conclusión daría lugar a los más groseros errores estratégicos. Es justamente al revés. En un periodo de crisis, EEUU ejercerá su hegemonía de manera más completa, descarada y brutal que en un periodo de auge. EEUU tratará de superar sus problemas y males principalmente a expensas de Europa.’…”[27].
¿Y qué decir de la fortaleza de la alianza entre EEUU y la Unión Europea para descartar la continuidad del ascenso chino? El más fiable y obediente aliado europeo de EEUU, Gran Bretaña, no solo atraviesa constantes turbulencias políticas, sino que ya se ha declarado en recesión técnica. La clase dominante del país más poderoso de Europa, Alemania, observa con temor las consecuencias de la guerra en Ucrania y la política suicida de las sanciones a Rusia. Mucha verborrea sobre Ucrania y la democracia pero, cuando se trata de las cosas de comer, los capitalistas germanos actúan de forma muy pragmática: “Nunca invirtieron las empresas alemanas tanto en China como en la primera mitad de 2022: unos 10.000 millones de euros (inversiones directas). Además, exportó un 2,9% más respecto al primer semestre del año anterior, pero también importó un 45,7% más. Es decir, la economía germana no compró nunca tantos productos chinos (el 8% de sus importaciones)”[28]. El presidente alemán, el señor Scholz, ha sido “el primer dirigente de la Unión Europea y del grupo G7 de naciones industrializadas en viajar a China y reunirse personalmente con Xi desde el inicio de la pandemia”[29].
La Inversión Extranjera Directa aumentó en China un 15,6 % en los primeros nueve meses de 2022, en buena parte gracias a destacados aliados de EEUU: “Durante el lapso en cuestión, las inversiones provenientes de Alemania, la República de Corea, Japón y Reino Unido se incrementaron, respectivamente, en un 114,3, un 90,7, un 39,5, y un 22,3 %”[30]. Es mal método confundir la propaganda con la realidad. Cuando colapsó la Unión Soviética, China representaba menos de una quinta parte de las exportaciones de EEUU. Hoy, el gigante asiático duplica la cifra estadounidense.
Exactamente igual de erróneo es hacerse eco de la propaganda imperialista de Washington o Bruselas cuando intenta magnificar las “protestas sociales” contra la política de “Covid cero”. En este asunto, la realidad deja poco margen para la especulación. Si comparamos cómo ha enfrentado la pandemia el régimen de Xi y cómo lo ha hecho la clase dominante occidental, hay que reconocer que la superioridad demostrada por el capitalismo de Estado chino ha sido abrumadora: atendiendo al número de muertos por cada 100.000 habitantes, EEUU multiplica por 400 la mortalidad de China, y Alemania lo hace por 200.
Cuando el virus dio las primeras señales alarmantes, el Gobierno chino confinó la ciudad de Wuhan, con 11 millones de habitantes, y poco después la provincia de Hubei, con 45 millones. El economista marxista francés François Chesnais lo explica: “fueron movilizados unos 580.000 voluntarios procedentes del campo o de otras ciudades para ayudar a los residentes a cubrir sus necesidades… Entre finales de enero y abril [de 2020] llegaron 35.000 facultativos a Wuhan, epicentro de la epidemia… [y] 12.000 trabajadores para construir dos hospitales especiales de infección de campaña que trataron a miles de personas con covid-19. El ejército chino envió asimismo 340 equipos humanos con un total de miles de médicos y médicas militares… las necesidades diarias de EPI en Wuhan ascendían a 60.000 monos de protección… China solo produce normalmente 30.000”.
El Gobierno recurrió a “empresas públicas de todo el país, para acelerar la producción existente de EPI y construir nuevas líneas de producción… a mediados de febrero, se superó la penuria de EPI. Todo el personal sanitario llevaba monos de protección… una empresa de genética y diagnóstico llamada BGI construyó en Wuhan, en pocos días, el laboratorio Huo-Yan, un centro de diagnóstico de covid-19 totalmente funcional, capaz de hacer test a decenas de miles de personas”[31].
La burguesía occidental y sus voceros han respondido a esta actuación esgrimiendo que en China hay una dictadura. Pero la “democracia” al estilo americano y europeo, que debería mostrar su justicia social, sus logros civilizatorios, su talante progresista, ha enriquecido a los grandes monopolios farmacéuticos mientras millones de personas morían abandonadas. En estas democracias, la sanidad pública ha sido arrasada. Y si hablamos de los países excoloniales bajo la influencia occidental, el balance es aterrador.
Por eso mismo las movilizaciones que la prensa occidental ha presentado como un gran desafío contra el régimen de Xi, deben ser analizadas de manera equilibrada. El Gobierno chino, muy posiblemente, cuente en estos momentos con el mayor respaldo popular de cuantos existen en el mundo por las razones que hemos explicado. Y no solo se trata del recurso a la represión. El avance económico y los propios éxitos en contener la pandemia, que han resultado en cifras de fallecimientos increíblemente pequeñas (5.235 de un total de más de 1.400 millones de personas), explican esta adhesión. Por supuesto, señalar esto no significa pasar por alto las contradicciones que recorren la sociedad, pero incluso en las protestas hay que distinguir dos vertientes diferentes.
Una, la de los trabajadores confinados en las grandes factorías, como en la mayor fábrica de iPhone de China y del mundo, ubicada en la ciudad de Zhengzhou, que se han enfrentado a los empresarios por el impago de salarios y bonos prometidos, la deshumanización de sus condiciones laborales, y el aislamiento deplorable que han soportado. “La planta se encuentra funcionando bajo un ‘circuito cerrado’, sistema bajo el cual el personal reside y trabaja dentro de la fábrica completamente aislado del resto del mundo. Antes del incidente, la planta de Zhengzhou empleaba a unas 200.000 personas. El gigante taiwanés Foxconn es el principal subcontratista de Apple, y en su planta de Zhengzhou se ensamblan más teléfonos iPhone que en ningún otro lugar del mundo (…) Con el fin de retener al personal y atraer a más trabajadores a pocos días de que la campaña de Navidad comience, Foxconn ha tenido que ofrecer primas y salarios más altos. La semana pasada, se anunció que la compañía había contratado a más de 100.000 trabajadores para la fábrica de Zhengzhou. Debido a que la contratación se ha llevado a cabo a nivel nacional, los empleados procedentes de otras provincias deben guardar al menos una semana de cuarentena. Ese es otro de los motivos de las protestas…”[32].
Y otra, la de los estudiantes de las universidades privadas, hijos privilegiados de las clases medias enriquecidas, que abogan por una apertura “liberal”, y sectores de propietarios de pequeños negocios a los que la política de confinamientos está perjudicando claramente. Tener en cuenta esto es importante para no ser pasto de la propaganda de Occidente en su campaña anti china y antirrusa.
Como decíamos, todavía es pronto para afirmar sin resquicio de duda que China vencerá en la pugna por la hegemonía. Lo que si decimos es que el retroceso continuado de Europa y la decadencia del imperio made in USA provocarán una guerra a muerte contra el imperialismo chino. Y esta lucha tendrá consecuencias formidables en lucha de clases mundial.
NOTAS:
[1] Xi Jinping toma las riendas de China
[2] Se trató de una campaña que transcurrió entre 1958 y 1961, y que provocó la muerte de millones de personas.
[3] Discurso en la concentración de masas realizada en Pekín para celebrar la Gran Revolución Cultural Proletaria
[4] Deng Xiaoping, Mirar unidos hacia adelante, discurso al Comité Central el 13 de diciembre 1978. Textos Escogidos de Deng Xiaoping (1975-1982), Editorial del Pueblo, Beijing-1983. Pg. 182.
[5] Muchos soldados fueron trasladados a Pekín desde el interior para garantizar su origen campesino. A diferencia de las ciudades, en las zonas rurales había simpatías con la nueva política económica que incluía la posibilidad de que los sectores agrícolas vendieran a precio libre su producción.
[6] Informe de Jiang Zemin en el XVI Congreso del PCCh
[7] Porcentaje que representa China del total de EEUU (Fuente: Indexmundi)
[8] ‘Prosperidad compartida’: el plan de China para que los millonarios compartan sus riquezas
[9] La población urbana ha pasado de ser el 26% en 1990 al 60% de 2020.
[10] El viraje a la izquierda de Xi lleva a China hacia un socialismo real
[11] En 1990 EEUU y Europa Occidental agrupaban tres cuartas partes de la clase media mundial, hoy China concentra casi el 50%. Datos obtenidos de La emergencia de la clase media: cosa de emergentes y China ya concentra la mitad de la clase media mundial
[12] El salario en la industria china ya está como en Portugal o Grecia y supera a México
[13] La redistribución de la riqueza en China empieza dando palos
[14] Trotsky, El bonapartismo alemán, 30 de octubre de 1932.
[15] León Trotsky, La Revolución Traicionada. Fundación Federico Engels, página 238
[16] León Trotsky, ¿Adónde va Francia? Fundación Federico Engels, página 30
[17] León Trotsky, La Revolución Traicionada. Fundación Federico Engels, páginas 211 y 213
[18] ‘Prosperidad compartida’: el plan de China para que los millonarios compartan sus riquezas
[19] En esta forma de medir la situación el 0 se corresponde con la perfecta igualdad (todos los ciudadanos tienen los mismos ingresos) y el 100 se corresponde con la perfecta desigualdad.
[20] La familia de Wen Jiabao acumula una fortuna oculta, según el ‘New York Times’
[21] La fortuna del próximo presidente de China
[22] "Un país fuerte debe tener un ejército fuerte": 3 lecciones que sacó Xi Jinping del colapso de la URSS (y cómo marcan su gobierno en China)
[23] Texto íntegro: Discurso de Xi Jinping en la ceremonia con motivo del centenario del PCCh
[24] Lenin, El imperialismo fase superior del capitalismo, Fundación F. Engels, 2016, páginas 98, 99
CHINA
Fuente: Banco Mundial
Inversión Extranjera Directa
(miles de mill. $)
Año Entrada IED Salida IED % representa salida IED respecto entrada IED
2000 42,10 4,61 10,95%
2010 243,71 57,95 23,77%
2020 253,10 153,72 60,73%
[25] La URSS, a pesar de su monstruosa degeneración, no fue imperialista. Los países asociados comercialmente con la Unión Soviética a través del COMECON pagaban el petróleo ruso más barato que el occidental: un 52% menos en 1981, un 32% menos en 1982 y un 17% menos en 1983 (datos del Wiener Institut für Internationale Wirtschaftsvergleiche). Según cálculos nada sospechosos del propio imperialismo británico, la URSS vendía un millón de barriles diarios en el mercado libre y, el doble, dos millones diarios, en contratos regulares con sus socios. (Los países del Comecon pagan más rublos por el petróleo soviético).
También se estima que la ayuda soviética a Cuba superaba los 5.000 millones de dólares al año. (La URSS mantendrá su ayuda económica a Cuba)
Otro dato interesante es que el primer tratado comercial entre Cuba y la URSS estableció un precio de poco más de 4 centavos por libra de azúcar muy superior al del mercado mundial.
(¿Cómo medir el subsidio soviético a la economía cubana... Revista de Indias › download)
[26] Trotsky, Perspectivas del desarrollo mundial, discurso 28 julio 1921. Recogido en Sobre Europa y Estados Unidos. Editorial Pluma. Buenos Aires-1975. Pgs. 27, 28 y 47.
[27] Trotsky, El bagaje de conocimientos de Molotov, septiembre 1930.
[28] China no es Rusia: la economía alemana ante el poder de Pekín
[29] Alemania quiere "desarrollar más” los lazos económicos con China
[30] Inversión extranjera directa en China aumenta 15,6 % en primeros nueve meses de 2022
[31]L’originalité absolue de la crise sanitaire et économique mondiale du Covid-19
[32]Cientos de trabajadores protestan en la mayor fábrica de iPhone de China