Una nueva alarma se ha disparado: las devaluaciones competitivas de las monedas se está convirtiendo en una práctica cada vez más generalizada. La escalada está adquiriendo tal potencia que algunos medios la califican ya como guerra de divisas. Transcurridos casi tres años desde el estallido de la gran recesión, la burguesía vuelve a demostrar su incapacidad para poner orden en el caos que genera su sistema. Esta espiral desmiente los discursos que machaconamente hablan de la "refundación" y "regulación" del capitalismo. Más allá de las bonitas palabras, una era de inestabilidad y lucha despiadada por los mercados se abre paso. Aunque en Asia hay países que crecen todavía a buen ritmo como China o India, e incluso en la extenuada economía europea se produce una recuperación del PIB alemán, la crisis de sobreproducción1 que aqueja al conjunto de la economía capitalista todavía persiste, sin visos de que nos encontremos cerca de una nueva fase de crecimiento. La tendencia general dominante sigue siendo negativa. Es más, la prolongación de la crisis está permitiendo que aflore en toda su dimensión una de las grandes contradicciones del capitalismo. Si la mundialización de la economía es un hecho que ya nadie discute, no lo es menos que esta realidad convive con la existencia de intereses económicos particulares y antagónicos entre las diferentes burguesías nacionales. Buena prueba de ello ha sido la tensión que ha envuelto el desarrollo de las reuniones del FMI y el G-20 celebradas el pasado octubre, en las que los ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales de las naciones más desarrolladas intercambiaron todo tipo de acusaciones de juego sucio.

Boxeo financiero

La competencia entre diferentes países y bloques económicos es una constante inherente al capitalismo. Pero es en los períodos de recesiones profundas cuando se recrudece, llegando a convertirse en una amenaza que puede provocar una catástrofe. La tentación de buscar salidas a la crisis en líneas nacionales puede desembocar en un colapso aún mayor del conjunto de la economía, tal y como ocurrió tras el crack de 1929, cuando las medidas proteccionistas adoptadas por las potencias convirtieron la recesión en una profunda depresión.
Hasta no hace tanto tiempo, la única divisa oficialmente acusada de estar artificialmente devaluada para dar ventaja competitiva a sus exportaciones era el yuan chino. El régimen de Pekín era unánimemente denunciado por Europa y EEUU, que exigían un giro drástico en la política monetaria china para acabar con la depreciación de la divisa asiática que situaban entre un 20% y un 40%. A pesar de la promesa hecha en junio de revalorizar el yuan por parte de las autoridades chinas, el resultado práctico ha sido un completo fiasco.2 La consigna parecía ser todos contra el enemigo común, ya fuera porque sus mercados domésticos estaban inundados de mercancías chinas baratas o porque fuera de sus fronteras sus áreas de influencia económica se veían amenazadas por el dragón rojo.
Tras el verano hay muchos más acusados sentados en el banquillo, y la explicación es sencilla: los gobiernos están adoptando medidas proteccionistas para aumentar la capacidad competitiva de sus capitalistas nacionales. Para ello manipulan el valor real de la moneda nacional, utilizando todos los medios económicos y políticos disponibles, con la expectativa de conseguir una cuota mayor en el mercado mundial.
El 15 de septiembre, el gobierno japonés puso en venta 2,12 billones de yenes (25.560 millones de dólares) para forzar así una devaluación de su moneda. Los dirigentes nipones justificaron su decisión explicando que el yen estaba en su valor más alto respecto al dólar de los últimos 15 años. Inmediatamente después, el 21 de ese mismo mes, el gobierno de Brasil inició una compra masiva de dólares con el fin de evitar una revalorización de su moneda. Otro tanto de lo mismo hicieron los mandatarios surcoreanos con su moneda, el won. Pagando con su propia divisa esta compra masiva de dólares -la moneda de referencia en las transacciones internacionales-, los gobiernos de Brasil y Japón, y de otros países que están poniendo en juego esta estrategia, limitan la circulación de la divisa norteamericana y facilitan la devaluación de su moneda nacional, que al aumentar su volumen de circulación tiende a depreciarse. Disponiendo de una moneda más barata, se abarata también en el mercado mundial el precio de las mercancías producidas en casa, y se logra un incremento de las exportaciones. Pero esta estrategia no produce sólo este efecto: las autoridades norteamericanas hacen lo propio. La Reserva Federal acaba de anunciar la puesta en circulación de 600.000 millones de dólares con la excusa de "fortalecer la recuperación", cuando en realidad lo que supondrá es una devaluación aún mayor del dólar respecto al euro.
En Europa, las burguesías alemana y francesa han mostrado públicamente su irritación por el encarecimiento que para sus exportaciones provoca un euro que incrementa constantemente su valor a consecuencia del abaratamiento del resto de divisas. Pero, esta vez, las economías más poderosas de Europa no se limitan a denunciar la competencia desleal del yuan chino, levantan su dedo acusador contra EEUU que, gracias al fuerte aumento del volumen de dólares en circulación, mantiene también su divisa artificialmente baja3.

Salir de la crisis a costa del vecino

La cuestión central es que la ansiada recuperación de la economía se retrasa. Los planes de rescate del sistema financiero que los diferentes gobiernos aplicaron al inicio de la crisis, no sólo han demostrado su inutilidad para revertir el ciclo económico, sino que, además, han desajustado las cuentas de muchos Estados, disparando la deuda pública y creando nuevas dificultades. Mientras tanto, la inversión en capital y el consumo doméstico siguen en encefalograma plano en la mayoría de las economías fuertes. Esta es la razón de que la tendencia a recurrir a devaluaciones competitivas se incremente de forma alarmante. Ninguna de las grandes potencias está dispuesta a permanecer de brazos cruzados mientras sus competidores las intentan desplazar del mercado mundial. La prosperidad de unos se consigue a costa del empobrecimiento de otros, lo cual puede provocar una espiral de acción-reacción fuera de control.
El mercado mundial actualmente no es lo suficientemente grande como para satisfacer a todos de forma aceptable. Ahí están las bases materiales para que la batalla que se libra en torno al valor al yuan se encone aún más, y algunos de sus protagonistas pasen de las amenazas a los hechos. Una rápida y cuantiosa apreciación del yuan, desde el punto de vista de las burguesías alemana o estadounidense es una medida tan beneficiosa como urgente, puesto que mellaría la competitividad de las mercancías chinas. Sin embargo, y a pesar de que el yuan sigue depreciado, el deslumbrante capitalismo chino está sufriendo un serio recorte en su superávit comercial4. No es extraño pues que el régimen chino considere inaceptable la propuesta occidental de apreciar su moneda, y que lo exprese de forma contundente: "Una apreciación rápida (del yuan) -señala Wen Jiabao jefe del gobierno chino- provocaría el cierre de fábricas, los obreros tendrían que volver al campo y habría desórdenes sociales".
Así pues, la lucha por cada pequeña cuota de mercado se recrudece, alimentando la tensión y los conflictos entre los diferentes poderes imperialistas. En esta guerra, el valor de las divisas es un arma poderosa, pero no la única. El arsenal del proteccionismo, es decir, de exportar la crisis al vecino, es abundante y se está engrasando. Especialmente efectivos son los aranceles impuestos a las mercancías extranjeras importadas, y ya hay muchos ejemplos de que la política arancelaria se está recrudeciendo: los impuestos sobre las manufacturas chinas destinadas al mercado europeo y estadounidense están creciendo. Pero no sólo se trata de nuevas medidas. En ocasiones basta con que simplemente se incumplan los acuerdos adoptados durante la etapa de crecimiento económico5. Otra modalidad de proteccionismo son las subvenciones públicas a empresas privadas que tienen la misma nacionalidad del gobierno que las aprueba. Y así podríamos seguir con un largo etcétera.
La idea del "sálvese quién pueda" se apodera de sectores decisivos de la burguesía con la misma rapidez que se esfuman las promesas de no repetir los mismos errores de los años 30. Los organismos creados a tal fin, como el FMI, el BM o la OMC, destinados a vigilar el equilibrio del capitalismo mundial a través del diseño de políticas comunes, demuestran su impotencia para mantener a raya las medidas proteccionistas. Sin embargo, no es menos cierto, que frente a todas estas tendencias centrífugas en el seno de la burguesía, hay algo que la une por encima de fronteras nacionales: su enemigo de clase, el movimiento obrero. El acuerdo sobre la necesidad de aplicar políticas de austeridad, drásticos recortes sociales o empeorar la legislación laboral es total, como lo es también su preocupación ante el ascenso de la lucha de clases. Los enfrentamientos públicos entre Merkel y Sarkozy, han quedado temporalmente aparcados cuando ha sido necesario hacer un frente común para intentar aplastar la impresionante lucha de los trabajadores franceses. Son perfectamente conscientes de que cada victoria que nuestra clase consiga, sin importar en qué parte del mundo lo haga, se convertirá en un obstáculo formidable para sus planes.

1. Buena parte de las grandes economías siguen utilizando tan sólo tres cuartas partes de su capacidad productiva instalada, a lo que hay que sumar unas cifras de desempleo que no retroceden o que incluso, como es el caso del Estado español, siguen creciendo.
2. La revalorización del yuan apenas roza el 3%.
3. En ocho meses el euro se ha revalorizado un 10% respecto al dólar.
4. En los nueve primeros meses de 2010 el superávit comercial chino ha sufrido una reducción del 10,5% respecto al mismo período de 2009.
5. A pesar de que la OMC acordó en 2005 que el 97% de las exportaciones de países menos desarrollados llegaran libres de aranceles a los países más industrializados, según la ONU en 2010 sólo se ha llegado al 81% de estas exportaciones libres de aranceles.

 

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