Es un no parar de obscenidad insultante. La fortuna de los milmillonarios sigue aumentando a un ritmo vertiginoso, creciendo en 2.700 millones de dólares diarios. En los últimos dos años el 1% más rico acumula casi el doble de la riqueza que el resto de la población mundial, al mismo tiempo que al menos 1.700 millones de trabajadoras y trabajadores viven en países en los que una inflación disparada devora la capacidad adquisitiva de sus salarios.
Esta lógica enfermiza, en donde no hay ni rastro de humanidad, ni democracia, ni justicia, se reproduce país por país, continente a continente. En todo el mundo, las grandes empresas, multinacionales, bancos e inversores financieros están haciendo el negocio de su vida. Y a pesar de todas las rimbombantes declaraciones de que en el Estado español las cosas se están haciendo de forma distinta, los datos echan por tierra el mundo de fantasía que desde el Gobierno de coalición y la burocracia sindical nos venden sin parar.
A cierre del año 2022, y según datos del INE, la participación del excedente empresarial en el PIB alcanzó su máximo histórico con un 46%. Esta cifra significa 5,9 puntos porcentuales por encima del trimestre anterior, y refleja un salto sin precedentes en la serie histórica contabilizada. El peso de los beneficios en el PIB español ha crecido de forma casi ininterrumpida desde 1999, año en que representaba poco más del 36%.
El Banco de España constata esta insultante escena: las empresas no financieras notificaron un crecimiento de su beneficio neto del 91,3% respecto al cuarto trimestre de 2021, aunque el crecimiento de su cifra de negocios fue 50 puntos porcentuales menos, un 41,3%. ¿Cómo se consigue hacer crecer los beneficios más del doble que el volumen de negocios? La respuesta es desvalorizando los salarios, ya sea recortándolos directamente o manteniéndolos por debajo del crecimiento de la inflación, prolongando las jornadas o recurriendo a la subcontratación o a las ETT; en suma, precarizando un poco más a la clase trabajadora. El gran premio de este festín capitalista se lo llevan las energéticas –Endesa registra un crecimiento interanual de sus beneficios del 76%, por poner un ejemplo– pero en todos los sectores, a excepción de comunicaciones e información, hay alzas en sus resultados económicos por encima del 30%.
Una muestra de ello es lo que está sucediendo con el comercio y la hostelería. Impulsados por un boom del turismo que en 2022 supuso el 61% del crecimiento de la economía española: ambos sectores registran un aumento del 28,7%.
Ricos cada vez más ricos, pobres cada vez más pobres
El capitalismo es un sistema que produce con el único fin de maximizar el beneficio empresarial, pero en este proceso la acumulación de capital choca con obstáculos que ella misma genera. La creciente inversión productiva en los sectores económicos tradicionales acaba desembocando en la sobreproducción de mercancías y el gran capital trata de superar este límite recurriendo, por un lado, a la especulación financiera y al desarrollo desmesurado del crédito, y, por otro lado, acelerando la concentración en cada vez menos manos del propio capital, en un intento de mantener los beneficios. Son estos mecanismos de protección del capital y sus beneficios los que empujan la espiral inflacionaria que sufrimos. El propio Mecanismo Europeo de Estabilidad, un organismo del Consejo Europeo, tiene que destacar que el incremento agresivo de los precios está totalmente relacionado con este funcionamiento del capitalismo y que las ganancias empresariales son responsables del 80% de la inflación.
La oligarquía financiera y los Gobiernos a su servicio solo pueden mantener a flote su sistema descargando sobre la población otra avalancha de pobreza y desigualdad.
Nos hablaron primero de la pandemia y luego de la guerra en Ucrania, y de como “todos debíamos hacer esfuerzos” en estos “tiempos difíciles”. Pero en cada nueva crisis o guerra, quienes pagamos somos los de siempre. Los beneficios de las empresas españolas se multiplican, sí. Pero el hambre y la miseria también. Los salarios reales (descontando la inflación) han sufrido una caída del 12,6%. Más de 12 millones de personas están en riesgo de exclusión social. Las colas del hambre se acumulan. Miles de familias no pueden calentar sus casas durante el invierno o subsistir en condiciones dignas en verano. Por no hablar del paro, la precariedad laboral o la destrucción de nuestros barrios.
Esta es la realidad de la “democracia” bajo el capitalismo. Y no tiene nada que ver con una falta de empatía social de tal o cual empresario, o con la poca solidaridad moral por parte de la burguesía española. Es una cuestión de clase, de a qué clase pertenecen y qué intereses defienden.
¿Convencer o expropiar a los capitalistas?
Marta Ortega, Joan Roig y Florentino Pérez recordarán este año de ganancias espectaculares (y a quienes las han hecho posibles) con gran cariño. Ya lo dijo Enrique Santiago: “nuestro Gobierno es el que más recursos públicos ha transferido a los empresarios”. No sabemos qué es más impactante: sí que el secretario general del Partido Comunista describiera esta realidad con orgullo o que estas declaraciones formen parte de una larga lista de afirmaciones y propuestas para humanizar el capitalismo por parte de la izquierda gubernamental.
El Gobierno PSOE-UP, especialmente Unidas Podemos, nos han tratado de vender su participación en el Ejecutivo como una necesidad mediante la cual, gracias a su capacidad negociadora y oratoria universitaria, conseguirían convencer a los empresarios y a los banqueros que pensaran más “en el bien común”. Pero todos los datos que hemos ofrecido anteriormente demuestran que los capitalistas españoles en el único bien por el que actúan reside en sus bolsillos.
No se puede gobernar para la patronal y para la clase trabajadora a la vez. No se puede legislar para los grandes fondos de inversión y fondos buitre, y al mismo tiempo para los afectados por los desahucios o alquileres abusivos. No hay posible entendimiento entre los intereses de los especuladores y las necesidades de los pensionistas. O se está con el IBEX35 o se está con la clase trabajadora. Todo lo demás es, aunque se diga lo contrario, proteger la dictadura del capital financiero y engañar a los trabajadores y jóvenes.
Los marxistas revolucionarios lo tenemos claro. Existen los recursos y la tecnología para poder evitar la vida de calamidades y sufrimiento a la que se nos condena, pero las leyes del capitalismo y su funcionamiento, impiden que puedan destinarse a resolver las necesidades sociales, a poder producir de forma racional y en armonía con el medio ambiente. Hay que acabar con este sistema enfermo. A los ricos, a la banca o a los grandes monopolios no hay que convencerlos, hay que expropiarlos y nacionalizarlos y poner todos esos obscenos beneficios al servicio de la gran mayoría. Y sí, esta alternativa se llama socialismo.