Gobierno de coalición PSOE-UP. ¿Para quién han gobernado?
Pablo Iglesias y Unidas Podemos finalmente consiguieron lo que perseguían, acceder al Consejo de Ministros y al BOE. La conformación del primer Gobierno de coalición de izquierdas desde 1936 no lo despreciamos de forma sectaria, al contrario, entendimos perfectamente el entusiasmo que generaba entre miles de activistas y militantes de la izquierda que lo vieron como una auténtica victoria.
Pero pretender transformar las condiciones de vida de las masas a través del Parlamento y el Gobierno, sin un programa revolucionario que lo hiciera posible y renunciando a la lucha en las calles era una utopía reaccionaria condenada al fracaso. Así lo explicamos en julio de 2019, tras el fracaso de las negociaciones para formar Gobierno:
“Es evidente que Pablo Iglesias, cuyo expediente académico es muy amplio y laureado, no ignora cómo funciona el aparato del Estado burgués y su Gobierno, construido meticulosamente durante años para defender los intereses de la clase dominante, y ligado mediante miles de hilos visibles e invisibles a los consejos de administración de los bancos y grandes empresas capitalistas. Incluso si una organización revolucionaria llegara al Consejo de Ministros de un país capitalista a través del sufragio universal, la única alternativa para impulsar medidas en beneficio de la clase trabajadora pasaría por defender una política socialista que chocaría inmediatamente con la brutal resistencia de la clase dominante, resistencia que solo podría ser doblegada mediante la movilización masiva de la clase obrera y la juventud. Semejante coyuntura desataría una lucha decisiva por el poder entre los trabajadores y los capitalistas.
“Los Gobiernos y las instituciones burguesas (Parlamento, judicatura, etc…) son el envoltorio destinado a vender unas políticas que, en última instancia, siempre benefician a los capitalistas. Las decisiones trascendentales y que determinan la vida de millones no se toman ni en el Parlamento ni en el Consejo de Ministros, sino en los consejos de administración de los bancos y las grandes empresas, en los Estados Mayores y en los altos órganos judiciales que velan por sus intereses. Asumir, como ha hecho Podemos, que basta con el juego parlamentario y la habilidad negociadora para cambiar las cosas no solo es un error garrafal, sino que certifica su abandono de la lucha de clases y una perspectiva seria de transformación social.
“Unidas Podemos se encuentra en un callejón, atrapado en el juego del parlamentarismo y habiendo renunciado a organizar a millones de trabajadores y jóvenes de cara a tener una palanca con la que sí poder hacer frente a los poderosos. La entrada en el Gobierno no hará más que agravar el proceso de derechización de Unidas Podemos y de adaptación a la lógica del sistema”[1].
Este análisis ha sido reivindicado por los hechos. El Gobierno de coalición, en el que Pablo Iglesias y Podemos participaban para obligar al PSOE a hacer políticas de izquierda, ha hecho justamente lo contrario de lo que predicaba en todos los terrenos. El PSOE ha incumplido todos y cada uno de los acuerdos que firmó con UP, que ya de por sí resultaban enormemente limitados, pero UP ha aceptado esta dinámica condenándose progresivamente a la impotencia y ahora a su posible desaparición. Más allá de los discursos y las quejas verbales, los ministros y ministras, y los diputados y diputadas de UP, han terminado por aceptar y ser cómplices de cada una de las decisiones adoptadas en el Consejo de Ministros.
Los resultados de ls elecciones municipales del 28M pusieron encima de la mesa la enorme frustración y rabia que recorre a la clase obrera. Únicamente hay que acudir a los últimos informes de Cáritas, donde se denuncia el enorme crecimiento de la pobreza y la desigualdad durante estos últimos cuatro años, con un 31,5% de familias viviendo en “una asfixia económica permanente”. El Estado español es el país de la OCDE donde más poder adquisitivo han perdido los salarios en 2022, un 5%, y desde 2019 un 8%.
Al mismo tiempo las ganancias de la patronal y los grandes empresarios alcanzan mes a mes nuevos récords. Mientras el margen empresarial ha crecido entre 2021 y 2022 un 58%, la remuneración por asalariado apenas lo ha hecho un 3,4%. Pero según el secretario general del PCE, Enrique Santiago, esto merece el elogio: “nunca ha habido una transferencia de recursos del Estado tan grande a las empresas privadas como la que ha llevado adelante este Gobierno”. Es cierto. Y si es así, ¿por qué se extrañan de que haya una profunda desafección de la clase obrera con este Gobierno? ¿Es que acaso no tiene esto un peso decisivo?
Por eso los discursos de Pedro Sánchez señalando que “la economía española va como una moto”, o la perorata de cifras de Yolanda Díaz sobre el paro, la afiliación a la Seguridad Social o la cantidad de contratos “indefinidos” que se están haciendo caen en saco roto. Contrastan con la realidad cotidiana de la clase obrera, generan malestar y repulsa entre la base de la izquierda y son percibidos como mentiras y propaganda con la que intentan engañarnos. Un doble lenguaje y una política de simulación que ha sido la constante del Gobierno de coalición y de las diferentes fuerzas y actores que lo integran.
Un buen ejemplo fue la pandemia. El Gobierno de coalición rescató a los banqueros y los grandes capitalistas con 200.000 millones de euros, garantizó mediante los ERTE los negocios de la patronal, a costa de una mayor precariedad laboral, y se negó a nacionalizar e intervenir la sanidad privada o las residencias de cara a salvar la vida de miles de personas. Es duro decirlo, pero fue así. Ayuso actuó como una criminal, pero no fue la única. De hecho, desde el Gobierno de coalición, Pedro Sánchez y Carmen Calvo no dudaron en apoyar públicamente su gestión. Y lo mismo hizo Rita Maestre y Más Madrid en el Ayuntamiento con Almeida. Y luego se extrañan de sus avances. ¡Ellos pusieron una alfombra roja!
El propio Pablo Iglesias llegó a anunciar en aquellos momentos tan dramáticos “una nueva época que deja atrás definitivamente la etapa neoliberal de la austeridad y los recortes en lo público”. Posteriormente Yolanda Díaz se despachó en elogios hacia Biden y el G7 como los campeones de la lucha contra los paraísos fiscales y por una fiscalidad justa. Discursos y palabras que faltaban a la verdad, pura propaganda. De ahí la debacle electoral en la Comunidad de Madrid en el año 2021. La dura realidad chocaba con la arrogancia gubernamental.
El 28M ha señalado el profundo desencanto, escepticismo y frustración con el Gobierno de coalición, con su paz social y con su alarde hueco. Los tímidos y escasos avances conseguidos en algunos terrenos, como el incremento del SMl, la ley del Solo Sí es Sí, o la Ley Trans, no pueden ocultar que los que han salido beneficiados con la gestión gubernamental han sido la patronal y las grandes empresas del IBEX 35. Esta es la razón de fondo que ha hecho crecer la abstención entre la juventud y las familias trabajadoras, y ha favorecido la demagogia reaccionaria del PP y Vox. Incluso la ley del Solo sí es sí, que fue una conquista del movimiento feminista, terminó tumbada por una campaña de la casta judicial franquista, la derecha, el PSOE y una Yolanda Díaz que no dudó en apuñalar con su silencio a Irene Montero.
A pesar de las críticas por la izquierda al PSOE, al final del día, las ministras y ministros de UP asumían la gestión gubernamental, la misma que siguen defendiendo con ahínco y presentando como su mejor bandera en campaña electoral. Pero esta gestión, si se quita la fanfarria, deja un saldo muy negativo: desde la no derogación de la reforma laboral o de la Ley Mordaza del PP, hasta el apoyo a Washington y al imperialismo otanista, avalando el envío de armas a un Gobierno nazi como el de Zelenski, el abandono vergonzoso al pueblo saharaui o el despliegue de una política racista en materia de inmigración que llevó a una masacre sin precedentes como la de Melilla y luego a justificarla y encubrirla. La Ley de Vivienda que han esgrimido como un gran logro es un fraude colosal, como han denunciado la PAH y el Sindicato de Inquilinas. Lo mismo sucede con el Ingreso Mínimo Vital, un montaje burocrático que no enfrenta la pobreza y la marginalidad. O con la gestión de Alberto Garzón en el Ministerio de Consumo, incapaz de hacer nada para combatir la escalada de precios de los alimentos y productos básicos que imponen los monopolios agroalimentarios con el beneplácito del Gobierno. O con los elogios a la política de pacto con la patronal de Yolanda Díaz y los dirigentes de CCOO y UGT, sobre la que se ha levantado una arquitectura de retrocesos en derechos laborales y salarios, y que ha servido para empoderar a los empresarios y llenarles los bolsillos.
La paz social, el ciclo económico y el avance de la reacción
Una pata central de esta política ha sido la paz social, cuya importancia señalaba Antonio Garamendi tras firmar el Acuerdo de Negociación Colectiva, completamente favorable a la patronal[2]: “Siempre he dicho que la primera infraestructura del país es la paz social y con este acuerdo queda garantizada para 2023, 2024 y 2025. Además, se lanza un mensaje muy potente: que los empresarios y los sindicatos hemos vuelto a ser responsables. La sociedad española valora eso superpositivamente y yo lo veo en la calle. El mensaje de radicalidad y división en el ámbito político no es lo que, en general, quiere la sociedad española. Lo que quieren los ciudadanos, cada uno con sus ideas, es trabajar desde la moderación para crear un país potente. De lo que yo me siento más orgulloso es de brindar la paz social. Y agradezco mucho a los sindicatos que hayan tenido el mismo sentido de Estado”[3].
No es de extrañar que Garamendi haya pedido a Feijóo que no derogue la reforma laboral de Yolanda Díaz en caso de ganar las elecciones, y que este hay respondido afirmativamente la petición.
Las políticas capitalistas y la paz social, buque insignia del Gobierno y especialmente de Yolanda Díaz y los dirigentes de CCOO y UGT, que dan alas a una nueva devaluación salarial y un incremento de la precariedad, han contribuido a afianzar unas condiciones muy favorables para la inversión. No es casualidad que la prima de riesgo española esté por debajo de los 100 puntos y que los estrategas de la City aconsejen comprar deuda española. “El mercado está extremadamente complaciente”, subraya un director de inversiones[4]. En este contexto de estabilidad, beneficios récord para los empresarios, paz social y abandono de la lucha colectiva, ¿cómo no van a avanzar la derecha y la reacción?
La paradoja de esta situación es la siguiente: quien más se ha beneficiado de las políticas del Gobierno de coalición ha sido la base social de la derecha, esos sectores de capas medias a los que tan bien representa Ayuso. Los miles de pequeños y medianos empresarios que hacen jugosos negocios con el turismo y en el sector servicios, y que explotan inmisericordemente fuerza de trabajo precaria e inmigrante; los miles de propietarios de viviendas que se benefician de la brutal especulación inmobiliaria y del auge de los pisos turísticos; los miles de pequeños y medianos empresarios que se dedican a la construcción y a las reformas de viviendas, o los miles de pequeños y medianos agricultores de Andalucía, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Murcia, que se enriquecen con la lluvia de fondos proveniente de la UE y de la extorsión de decenas de miles de trabajadores y trabajadoras magrebís, subsaharianos y del este europeo… Todos estos sectores, que vibran con el nacionalismo españolista, han sido los verdaderos beneficiados de las políticas gubernamentales.
Pero jamás votarán al PSOE o a Sumar. Todo lo contrario, son el polvo social que da estabilidad electoral al PP de Ayuso y refuerzan a Vox en su ofensiva reaccionaria. El giro hacia la extrema derecha de estas capas medias en defensa del orden, la propiedad y el nacionalismo españolista, que tan bien ha cultivado el PSOE en estos años, se ha intensificado bajo el Gobierno de coalición gracias a la desmovilización impuesta desde La Moncloa, desde las cúpulas sindicales y desde las estructuras dirigentes de Podemos con el argumento de que “ahora no toca”.
El resultado está a la vista: la derecha está completamente envalentonada y el aparato del Estado lanzado a intervenir en cuanta decisión política pueda condicionar, mostrando que las tendencias bonapartistas y autoritarias del régimen del 78 se refuerzan. La reacción no duda en ocupar la calle cuando es necesario y el programa trumpista representado por Ayuso ha terminado por imponerse con total descaro, en línea con lo que está ocurriendo a nivel internacional.
La apuesta de la izquierda gubernamental y de los dirigentes de CCOO y UGT de aplacar cualquier movilización, rechazando la respuesta colectiva y estimulando, en la práctica, la desorganización de las y los trabajadores ha lanzado un mensaje muy claro: ¡No se puede! ¡Búscate la vida y trata de sobrevivir! Con este mensaje, que le viene como anillo al dedo a la derecha ayusista y a Vox, es inevitable que la clase obrera se desmovilice electoralmente, como hemos visto en los barrios obreros de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, y los sectores más desmoralizados y atrasados apoyen a la reacción.
Así comprobamos, en vivo y en directo, cómo se puede modificar la correlación de fuerzas, ¡pero en beneficio de la reacción! Como señaló Trotsky: “las derrotas del proletariado producto de una política errónea han dado un respiro político a la burguesía, del que esta se ha aprovechado para consolidar sus posiciones económicas. Ciertamente, la consolidación de las posiciones económicas de la burguesía influye por su parte —como factor de “estabilización”— sobre la situación política”[5]. Así está ocurriendo en el Estado español.
Correlación de fuerzas
Pablo Iglesias ha sido el dirigente de la izquierda con más autoridad política desde los años setenta, especialmente entre los sectores más combativos de la clase obrera y la juventud, granjeándose el odio de la reacción. Pero cuando anunció que abandonaba la batalla tras la derrota en las elecciones del 4 de mayo de 2021 a la Comunidad de Madrid, mandó un mensaje demoledor, golpeando la moral de miles de activistas y luchadores y dando munición a nuestros enemigos.
No queremos hacer sangre, ni ser sectarios, pero su papel tras la salida del Gobierno tiene un enorme peso en el actual desenlace de la crisis de Podemos. No solo por la designación a dedo de su enterradora, Yolanda Díaz, sino por sus tesis políticas derrotistas y su justificación de la acción gubernamental como un “gran logro”. Pablo Iglesias, utilizando su bagaje teórico y político, se ha autoerigido como una parodia de Kautsky de la nueva izquierda reformista en el Estado español, ha seguido decidiendo la táctica de Podemos y ha justificado cada giro y cada renuncia. Su izquierdismo verbal combinado con su oportunismo en los hechos ha contribuido a desorientar y desarmar a su base de apoyo, que ahora paga una enorme factura.
Así fue, por ejemplo, cuando UP votó en el Congreso a favor de la entrada en el Tribunal Constitucional de dos jueces fascistas y de extrema derecha, soportando las burlas de la bancada parlamentaria de Vox. Un comportamiento que Pablo Iglesias justificó desde los micrófonos de La Cadena Ser, visiblemente indignado “con los muy de izquierdas”, señalando de nuevo que la correlación de fuerzas no era favorable y que con 35 diputados es lo único que se podía hacer[6]. Todo esto después de que el aparato judicial expulsara de su escaño a Alberto Rodríguez, con el apoyo del PSOE y ante el escandaloso silencio de Yolanda Díaz.
Lo mismo ocurrió con una reforma laboral que despertó el entusiasmo y los aplausos de la patronal, Aznar y FAES, al mantener todos los aspectos centrales de la reforma del PP. De nuevo Pablo Iglesias salió al rescate: “Primera tesis: la reforma laboral aprobada supone avances importantes para los trabajadores, pero expresa una correlación de fuerzas, no una victoria absoluta de nadie… Por un lado, CCOO, UGT, el Ministerio de Trabajo y 34 diputados de UP tras el robo del escaño a Alberto Rodríguez. Enfrente la patronal, buena parte de los medios de comunicación y un PSOE que regaló a la CEOE la capacidad de veto al dejar claro a UP que si Trabajo no lograba el ok de la patronal, el PSOE no apoyaría la reforma”[7].
La correlación de fuerzas, atendiendo a los argumentos de Pablo Iglesias, incluía en el lado combativo a ¡¡los dirigentes sindicales de CCOO y UGT!! Los mismos que desde hace tiempo se entregan sin disimulo a la patronal, firmando cuantos recortes y retrocesos sean necesarios. Qué manera de degradar y confundir el debate sobre la correlación de fuerzas, lo mismo que hacía Kautsky. Y qué manera de ocultar que la correlación de fuerzas parlamentaria solo se puede modificar mediante la lucha de masas, apelando a la movilización social y ganando la calle.
Ahora, estos mismos dirigentes sindicales que Iglesias elogia y a los que ha tratado siempre con guante de seda, se han sumado con entusiasmo a Yolanda Díaz, deseosos de acabar definitivamente con Podemos y continuar con su labor de lugartenientes de la patronal regados de generosas subvenciones públicas por parte del Gobierno. La correlación de fuerzas sí se podría haber alterado si Podemos hubiera adoptado una política sindical de clase, de confrontación con la burocracia de CCOO y UGT, construyendo potentes corrientes sindicales de izquierdas en su seno que recuperaran un sindicalismo democrático y combativo.
La argumentación sobre la correlación de fuerzas ha terminado por adquirir un carácter que roza el ridículo. Inicialmente se planteó que el problema era la correlación de fuerzas en el Parlamento, luego en el Gobierno, luego en el aparato judicial, que boicoteaba la acción del Ejecutivo progresista (¡¡lógicamente!!) y, finalmente, en los medios de comunicación, cuyo papel explica ahora casi todos los retrocesos. ¿Pero cómo puede alterarse esta correlación de fuerzas? ¿Con la lucha en las calles y la defensa de un programa revolucionario para que la conciencia de clase y socialista se refuercen? ¿Con la organización del movimiento obrero? ¡¡No!! Montando medios de comunicación alternativos, podcast y televisión por internet frente a los grandes medios a los que las grandes empresas y el aparato del Estado dedican miles de millones de euros. ¡Y este es el planteamiento realista y sensato frente a “los muy de izquierdas”! images/2023/julio/230718_23.jpg
No negamos que la batalla en el terreno de los medios de comunicación, es decir, en el terreno de la propaganda, es muy importante. Pero la forma de darla, como entendieron Marx, Engels, Lenin o Trotsky, y los dirigentes revolucionarios del movimiento obrero, era construyendo organizaciones y sindicatos de combate, con periódicos y órganos de expresión propios al servicio de la clase trabajadora, de su organización, de su influencia en las fábricas, en los barrios, en los centros de estudio. Así lo hizo el PCE o CCOO durante la clandestinidad, cuando ni siquiera podía publicarse legalmente un panfleto o un periódico de izquierdas.
Esta excusa de la correlación de fuerzas ni siquiera es novedosa, como bien sabe Pablo Iglesias. Ha sido el mantra utilizado una y otra vez por la socialdemocracia y el estalinismo para justificar sus traiciones y para hacer descarrilar procesos revolucionarios. No es casualidad que Pablo Iglesias elogiara, también en La SER, el papel del PCE en los años 30 como un ejemplo de partido que asumió “responsabilidad de Estado”, convirtiéndose en un “partido del orden”. En efecto, el estalinismo se convirtió en el partido de la ley y el orden, el que más eficazmente enfrentó y desbarató la revolución social, tanto en los años 30 como posteriormente en la Transición, justificando su estrategia como el mejor antídoto contra el fascismo[8].
Pero a la extrema derecha y al fascismo no se les combate ni con ley y orden ni con cordones sanitarios, como se ha insistido una y otra vez, a pesar de que dichos cordones sanitarios han saltado hace mucho tiempo por los aires en toda Europa, integrándose organizaciones de extrema derecha y abiertamente fascistas en numerosos Gobiernos, e incluso liderándolos, como en Italia. La burguesía no hace ascos ni a la extrema derecha ni al fascismo, aunque si pueden prefieren reservarlos para cuando sean más útiles. Y tampoco la socialdemocracia, como hemos visto en la reciente visita de Pedro Sánchez a Meloni. Lo único que puede frenar al fascismo es la organización y la lucha, y una política genuinamente revolucionaria.
Todos estos argumentos, o la insistencia en la “batalla cultural”, obvian el punto central: la necesidad de construir un partido y una dirección revolucionaria capaz de enfrentar a la burguesía y al capitalismo. Ese es el papel que podía haber jugado Podemos, pero renunciaron a hacerlo, considerando que la revolución y la construcción de una organización militante de combate eran cosas del pasado y que bastaba con llegar al Parlamento, al Consejo de Ministros y poder negociar hábilmente políticas de izquierdas.
Sumar, la destrucción de Podemos y las perspectivas electorales
Podemos nació como una expresión del movimiento de masas, pero su dirección fue copada rápidamente por un ejército de pequeñoburgueses universitarios, antiguos cargos de toda la vida de la izquierda reformista y arribistas. Tras numerosas batallas internas y escisiones, muchas de ellas ganadas con contundencia por Pablo Iglesias, la deriva posibilista, parlamentarista y pactista auspiciada desde la dirección ha dado frutos podridos.
Fue el propio Pablo Iglesias el que educó en el cesarismo y en unos métodos burocráticos que ahora han asumido sin complejos y de manera superlativa Yolanda Díaz y toda la corte que la rodea. Para estos sectores, Irene Montero, la ministra que se atrevió a denunciar y confrontar a una judicatura machista y franquista, es un estorbo, y no tienen inconveniente en renegar de ella y echarla de las listas de la forma más mezquina y desleal, asimilando lo peor de la política burguesa.
Cuando Pablo Iglesias designó a Yolanda Díaz pensó que realizaba una jugada maestra: “Desde el verano de 2020 era evidente que la mejor persona para liderar el conjunto del espacio era Yolanda y que la mejor para liderar Podemos, Ione. Eso, además, iba a sorprender al adversario. No pensaba que nuestros códigos de lealtad funcionarían de manera tan clara por encima de los personalismos. Habían construido el relato de que en Podemos había un problema de egos, empezando por mí, y les demostramos lo que casi ningún partido de izquierdas ha demostrado nunca antes en España”[9]. Parece que esos códigos, en realidad, eran los de siempre: puñaladas traperas.
Desde que se comenzó a conformar la operación de Sumar, ni Pablo Iglesias ni la dirección de Podemos podían ganar esta batalla sin rectificar su actuación anterior, sin reconocer que se equivocaron, que fue un error entrar en el Gobierno de coalición, que fue un error dar la espalada a la lucha de clases y que fue un error convertir Podemos en una mera maquinaria electoral desligada de la lucha y del movimiento obrero. Finalmente, Pedro Sánchez se ha encargado de dar por finiquitada la coalición sin pena ni gloria, convocando elecciones sin consultar con sus socios, dejándolos sin margen y llevando hasta sus últimas consecuencias una operación con Yolanda Díaz para acabar definitivamente con Podemos. Como dijimos, a pesar de su lealtad, no los quieren ni en pintura.
La dirección de Podemos ha firmado con Yolanda Díaz un acuerdo entreguista y derrotista que puede implicar su desaparición del Parlamento. Su dirección insiste en suicidarse pensando que no le queda más remedio que aceptar lo que Yolanda imponga porque es “su momento”, como Iglesias ha escrito, ya que si no culparían a la formación morada de la ¡falta de unidad! y del triunfo de la derecha y la extrema derecha. Pero esto no va de unidad para luchar contra la extrema derecha, esto no va de contener al PP y a Vox. Lo que aquí se está ventilando es enterrar definitivamente a Podemos y, sobre todo, enterrar lo que representó.
Las próximas elecciones generales, tal como se están desarrollando los acontecimientos, podrían dar la mayoría al PP y a Vox en el Parlamento estatal. Es improbable que en el tiempo que queda la izquierda gubernamental pueda frenar las tendencias de fondo, la desafección hacia su política y una fuerte desmovilización de su base social con el consiguiente crecimiento de la abstención.
Aunque no podemos trazar una perspectiva totalmente acabada de lo que sucederá tras las elecciones del 23 de julio, es evidente que si el PP obtiene los resultados que le auguran la mayoría de las encuestas, surgirán presiones en el ámbito de la clase dominante y de medios como El País sobre la idoneidad de un Gobierno de coalición con Vox. El capital financiero y las grandes empresas del IBEX 35 están obteniendo beneficios récord y, como hemos señalado, valora notablemente la paz social. Un Gobierno con Vox podría introducir interrogantes sobre la estabilidad política inmediata. En cualquier caso este no es el único factor, ni siquiera el más importante. images/2023/julio/230718_23.jpg
La burguesía también aprecia que un Gobierno de la reacción ofrece ventajas para profundizar la desmoralización entre amplios sectores de la clase obrera y aumentar la extracción de plusvalía. Además el recurso a la represión y al autoritarismo es una consecuencia lógica de la crisis de la democracia parlamentaria. El ejemplo de Francia es elocuente. Macron, un supuesto liberal, se mueve en los mismos parámetros del Frente Nacional respecto a la represión de la lucha de masas.
Es verdad que muchos destacados capitanes de la banca y de la patronal no quieren que se malogre lo obtenido con provocaciones de la extrema derecha. Tienen miedo de que a medio plazo se pueda desatar una respuesta enormemente radicalizada en las calles. Pero también son conscientes de que amplias secciones de la pequeña burguesía, a través de las que se aseguran su dominación de clase, están movilizadas y entusiasmadas por el discurso y las promesas del trumpismo hispano. Se mueven en una contradicción evidente: Garamendi y Patricia Botín apoyarían que el PSOE se implique en respaldar al PP y garantizar una legislatura lo más estable posible, lo mismo Felipe González, Alfonso Guerra y una parte no pequeña de los llamados barones socialistas.
Sin embargo, como ya estamos viendo en cientos de Ayuntamientos y en Comunidades, Feijóo no tiene ningún problema en llegar a pactos de Gobierno con Vox, y con sus elementos más reaccionarios. Lo ocurrido en Extremadura ha sido ilustrativo y ha dejado claro que quien realmente dirige e impone la agenda en el aparato del PP es Ayuso y su fracción, que cuenta con el enardecido apoyo de millones de pequeñoburgueses a los que ha ofrecido una bandera de lucha.
El PP y Vox tienen una agenda política compartida, que cada día se distingue menos del programa clásico del fascismo hispano con una base de masas, el mismo que agitó la CEDA de Gil Robles en los años 30 y que fue apropiado por la dictadura franquista: la unidad sagrada de la Patria y el nacionalismo españolista más rabioso, la defensa de la propiedad y el orden capitalista, la religión católica y la familia de bien. Obviamente las ideas se han actualizado, incorporando el odio al feminismo de clase, al movimiento y los derechos LGTBI y el racismo más despreciable, que introduce una división muy provechosa en las filas de los oprimidos.
La extrema polarización política y social fruto de la crisis y descomposición del capitalismo empuja a que estos sectores más reaccionarios, ultranacionalistas, e incluso de corte neofascista, se impongan en el seno del PP y en las formaciones de la derecha tradicional de todo el mundo.
Se utilizarán muchos argumentos para tratar de que Vox no se siente en el Consejo de Ministros y “se devalúe la democracia”. Pero en las filas del PP habrá una oposición mayoritaria a la posibilidad de que el PSOE se abstenga para tener un Gobierno de Feijóo en solitario. El aparato dirigente de los populares está en estos momentos en otra línea. Quieren gobernar con las manos libres y no tienen reparo a un pacto con Vox, que además les prevenga de una erosión electoral en el futuro. Lo ocurrido en Madrid demuestra, a los ojos de muchos dirigentes del PP, cómo se puede contener el crecimiento de Vox.
Lecciones del pasado. El látigo de la contrarrevolución
Un Gobierno de la reacción de derechas, más tarde o temprano, introducirá un material inflamable en la lucha de clases. Ya lo estamos viendo con sus ataques al movimiento feminista anticapitalista y de clase, que en estos años ha puesto en cuestión pilares fundamentales del régimen del 78 como la violencia machista y la justicia patriarcal. Y lo mismo podemos decir de su ofensiva pública hacia la comunidad LGTBI, lo que ya está dando lugar a movilizaciones combativas de masas en las calles, como hemos visto en Madrid con el Orgullo crítico. Y respecto a la cuestión nacional en Catalunya, Euskal Herria y Galiza, podríamos asistir a un recrudecimiento del conflicto en poco tiempo.
Quien crea que la extrema derecha puede imponer su agenda sin luchas y sin una fuerte resistencia en las calles no ha entendido nada. No será de manera inmediata, pero las tradiciones revolucionarias, espontáneas y la experiencia de las batallas pasadas aflorarán más temprano que tarde. Un nuevo “bienio negro”, como sucedió en la Segunda República, puede acelerar los grandes combates de clase. Y debemos estar preparados.
Merece la pena recordar aquellos acontecimientos históricos. La caída de Alfonso XIII y la proclamación de la República fue consecuencia de una potente lucha de masas que adquirió un carácter revolucionario, y también dio lugar a un Gobierno con presencia por primera vez de ministros socialistas, un Gobierno republicano de izquierdas que despertó grandes esperanzas.
Sin embargo, ese Gobierno tampoco quiso romper con los marcos del capitalismo, respetó la propiedad privada de terratenientes y capitalistas, mantuvo el poder de la Iglesia Católica, no depuró un aparato del Estado y un ejército lleno de reaccionarios, se negó a reconocer el derecho de autodeterminación para las nacionalidades oprimidas y la independencia de las plazas coloniales y reprimió con la Ley Mordaza de aquel momento, la Ley de Defensa de la República, huelgas obreras e insurrecciones campesinas. Fruto de ello, dos años después, la reacción fascista, la CEDA, ganaba las elecciones y poco después entraba en el Gobierno de la República.
Pero esta dura contrarrevolución, que intentó aplastar al movimiento obrero, dio lugar a la comuna asturiana de Octubre del 34, impulsó la conciencia de millones de trabajadores y jornaleros, y abrió un nuevo periodo de la revolución socialista: millones trataron de acabar con una opresión secular “tomando el cielo por asalto”. Aunque la historia nunca se repite mecánicamente, es importante tener en cuenta este tipo de experiencias de cara a prepararnos para el futuro y no repetir los mismos errores que condujeron a derrotas muy duras.
¡Por una izquierda que no renuncia! Construir el partido revolucionario
La desintegración de Podemos es un punto de inflexión, pero no es más que un reflejo de la crisis del reformismo en un periodo de decadencia y descomposición del capitalismo. De ahí que no se trate de un fenómeno nacional, sino parte de la crisis que está viviendo la izquierda parlamentaria y reformista de todo el mundo, y especialmente de aquellas corrientes que surgieron impugnando las políticas de la socialdemocracia tradicional pero que han roto con el marxismo. Ha ocurrido con Syriza en Grecia, con Die Linke en Alemania, con Corbyn y Sanders en Gran Bretaña y EEUU, o con el Frente Amplio y el PCCh en Chile[10], y así puede ocurrir en un futuro próximo con la Francia Insumisa y con Mélenchon[11].
La crisis de Podemos, que puede ser terminal, es un golpe para los sectores más combativos del movimiento. Sin embargo, las crisis, como siempre hemos señalado, sirven para crecer, sirven para dar saltos a nuevas etapas de desarrollo. Ahora el golpe será duro, pero cuando pase la resaca, miles de activistas comenzarán a hacerse preguntas y sacarán conclusiones progresivamente. La primera de ellas, que necesitamos construir una izquierda revolucionaria que no dé la espalda a la lucha de clases, que sin sectarismos no sucumba al cretinismo parlamentario, y que defienda sin complejos un programa comunista, centrado en la expropiación del gran capital y en la lucha de masas para lograrlo.
La crisis de Podemos es una advertencia para toda la izquierda y los movimientos sociales. EH Bildu, por ejemplo, ha logrado avances electorales significativos, en gran medida gracias a la conflictividad laboral que recorre Euskal Herria, pero el giro a la derecha de su dirección, su defensa de la colaboración de clases y las políticas capitalistas, y su cretinismo parlamentario e institucional, terminará, si no rectifica, pasándole factura. Por otro lado, la CUP en Catalunya, aunque ha rechazado las políticas capitalistas de la Generalitat y del Gobierno de coalición y ha estado muy presente en las calles, paga el precio por sus pactos con la derecha y la socialdemocracia catalanista durante la crisis revolucionaria y su renuencia a conquistar la dirección del movimiento de liberación nacional con un política comunista e internacionalista.
En cuanto nuestra organización, Izquierda Revolucionaria, a pesar de las dificultades que atravesamos junto a nuestra clase durante la pandemia, hemos aprovechado las oportunidades con audacia para jugar un papel en los acontecimientos más importantes de la lucha de clases.
Hemos dado pasos firmes en el movimiento obrero, interviniendo con decisión en los conflictos obreros más emblemáticos, como la lucha del metal de Cádiz, en las grandes huelgas obreras de Euskal Herria, en el metal de Vigo, en la batalla de los trabajadoras del SAD en Asturias, en los astilleros en Ferrol, donde el sindicalismo de clase y combativo que impulsamos sigue avanzando y ganando posiciones. Hemos construido secciones sindicales y liderado comités de empresa combativos en numerosos sectores, desde la logística, empresas TIC, del metal, transporte, educación, sanidad... que están fortaleciendo nuestra presencia e influencia entre los sectores más avanzados del sindicalismo.
Izquierda revolucionaria ha sido punta de lanza del movimiento feminista de clase, revolucionario y anticapitalista, organizando huelgas y manifestaciones masivas impulsadas por el Sindicato de Estudiantes y Libres y Combativas el 8M, en el Orgullo crítico o en la lucha contra las agresiones sexuales y machistas en Badalona, creando organización y resistencia frente a la dejación institucional y la ofensiva de la reacción.
Hemos estado muy activos animando multitud de conflictos y movilizaciones sociales, por la sanidad pública en Madrid, en la lucha por la educación pública en Catalunya, en las grandes mareas pensionistas, o impulsando las manifestaciones contra la represión policial, en defensa de los derechos democráticos y por la república catalana. images/2023/julio/230718_23.jpg
En estos años hemos fortalecido aspectos centrales de la organización, reforzando nuestra producción teórica, la cantidad y calidad de nuestras publicaciones, formando nuevos cuadros para la batalla, asimilando la experiencia acumulada en el trabajo juvenil con el desarrollo del Sindicato de Estudiantes y su papel en la lucha de masas, en las finanzas revolucionarias…
También hemos sacado lecciones de nuestros errores pasados, políticos y organizativos, de lo que no sirve para construir un partido revolucionario, de los vicios sectarios, y la arrogancia intelectual de esos gúrus rodeados de cortesanos que viven de pontificar en las redes sociales pero son alérgicos al contacto con los trabajadores y al trabajo paciente, de pico y pala.
En la historia de la lucha de clases hemos asistido a derrotas muy duras que abrieron periodos de reflujo prolongados. Pero incluso momentos así fueron superados. No hay duda de que enfrentamos momentos históricos trascendentales y debemos estar preparados. Los trabajadores y oprimidos se han rebelado una y otra vez por todo el mundo, pero su dirección se ha manifestado muy débil políticamente y no se ha atrevido a desafiar a la burguesía. Las consecuencias se pagan hoy con el avance de la extrema derecha y la reacción totalitaria
Nosotros creemos firmemente que la clase trabajadora sigue siendo la única fuerza que puede transformar la sociedad y liberarnos de la esclavitud asalariada, las guerras imperialistas, el fascismo, el racismo, la opresión nacional, la violencia machista y la hecatombe climática. Pero hacerlo realidad exige volcarse en la tarea central: la construcción de un partido de masas que convierta las palabras en hechos, los desafíos en organización y la fuerza material que atesora el movimiento obrero en poder revolucionario.
Notas:
[1] Fracasa la Investidura de Pedro Sánchez. Unidas Podemos debe pasar a la oposición con un programa consecuente de izquierdas
[2] El acuerdo de las cúpulas de CCOO y UGT con la CEOE es una vergüenza. ¡Actúan como agentes de la patronal!
[3] Antonio Garamendi: “La paz social está garantizada hasta 2025”
[4] La prima de riesgo se olvida de las elecciones y cae por debajo de los 100 puntos básicos
[5] León Trotsky, La Internacional Comunista después de Lenin, Akal, p. 49.
[6] El Tribunal Constitucional y la correlación de fuerzas. Pablo Iglesias reprende a los “muy de izquierdas”
[7] Es la lucha de clases, estúpido
[8] Entonces, ¿nada de asaltar los cielos, mejor ser un “partido del orden”? Una respuesta a Pablo Iglesias
[9] Pablo Iglesias, Verdades a la cara. Recuerdo de los años salvajes, Navona, 2022, pp. 72 y 73.
[10] Chile. Victoria aplastante de la ultraderecha y la contrarrevolución ¿Cómo hemos llegado a esta situación?
[11] Francia. Es necesario convocar la huelga general indefinida