Este 6 de junio, se cumple el 80 aniversario del desembarco anglo-estadunidense en las playas de Normandía. El desembarco supuso el avance de los ejércitos “aliados occidentales” frente a unas tropas nazis ya desmoronadas y diezmadas por el avance de las tropas soviéticas en el frente oriental, que alcanzarían Berlín el 2 de mayo de 1945, forzando la rendición del Führer el 8 de ese mismo mes.

Los medios de comunicación capitalistas, la UE o la OTAN siguen insistiendo en que ese acontecimiento fue el que precipitó el final del régimen nazi, ya que los “aliados” venían a liberar a Europa de las garras del nazismo y de Hitler.

Este año, con la guerra de Ucrania como telón de fondo, la delegación rusa no ha sido invitada a los actos de recuerdo del desembarco. Este hecho también sirve para continuar enterrando algo que siguen señalando los historiadores más reconocidos: la imprescindible contribución del Ejército Rojo para derrotar definitivamente al nazismo. Fue precisamente la Unión Soviética la que soportó el mayor peso de la guerra, tanto en vidas humanas como en destrucción material.

El Estado Soviético, surgido de la revolución bolchevique de 1917 había sido ya deformado burocráticamente por Stalin y su camarilla. Pese a esta deformación, la fortaleza de la planificación económica logró contener y derrotar a los ejércitos de Hitler y sus aliados y avanzar hasta las mismas fronteras de Europa Occidental, llegando a las puertas de Viena y Berlín.

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Los medios de comunicación capitalistas, la UE o la OTAN siguen insistiendo en que el día D fue el acontecimiento decisivo que precipitó el final del régimen nazi. La realidad es que fue el Ejército Rojo el que derrotó a los ejércitos de Hitler y sus aliados. 

La estrategia de los aliados occidentales

El rápido y sostenido avance de las tropas soviéticas en el Este preocupaba sobre manera en los Estados Mayores de los ejércitos de los aliados occidentales. Es por ello que, comandados por EEUU y Gran Bretaña, decidieron la invasión de Europa Occidental, ya que temían que el avance de la URSS supusiese una expansión del “comunismo” por toda Europa.

Y es que a pesar de que la URSS era un Estado obrero deformado, los dirigentes imperialistas de USA, Gran Bretaña o la “Francia Libre” temían al Estado soviético como polo de atracción para las masas trabajadoras, que desde mediados de 1942 se estaban levantando en armas contra la ocupación nazi en Europa (Francia, Yugoslavia, Grecia, Albania) y también en el Pacífico (Vietnam, Filipinas), en este último caso contra el ocupante nipón, aliado de la Alemania nazi.

La mayoría de los cuadros que formaban la resistencia en estos países eran miembros de los Partidos Comunistas, hecho que aterrorizaba sobremanera a la clase dominante. Toda esta situación objetiva de levantamiento frente al fascismo puso en un aprieto a los imperialistas, que se veían como parapeto frente a ese movimiento revolucionario de resistencia dominado por los comunistas.

También entre la burocracia estalinista de Moscú cundió el pánico ante este auge revolucionario en Europa. La ayuda de las direcciones de los Partidos Comunistas occidentales, totalmente estalinizados, fue imprescindible para descarrilar los procesos revolucionarios que estallaron a partir de 1944 en Francia, Italia o Grecia. De esta forma, los PC de la posguerra jugaron el mismo papel que la socialdemocracia europea en 1914, en este caso garantizando el mantenimiento del capitalismo en todos estos países en una situación de colapso de sus burguesías.

Hay casos muy evidentes como la insurrección de París en agosto de 1944, antes de la llegada de los “aliados” imperialistas, o el levantamiento revolucionario de los partisanos en el norte de Italia contra la ocupación nazi, acompañados en ambos casos de huelgas generales revolucionarias. Sin embargo, el caso más dramático se produjo en Grecia, donde los partisanos comunistas, organizados en el ELAS (Ejército Popular de Liberación Nacional) expulsaron a los nazis y se alzaron para ocupar el poder, pero Stalin, en virtud de sus acuerdos con Churchill y los imperialistas para la partición de Europa, dejo que los británicos los masacraran después de una cruenta guerra civil. Incluso antes de haber acabado la guerra, las tropas inglesas que desembarcaron en Atenas sacaron de las cárceles a los prisioneros alemanes, y les armaron para hacer frente a los comunistas.

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Stalin, en virtud de sus acuerdos con Churchill y los imperialistas para la partición de Europa, dejo que los británicos masacraran a los partisanos griegos después de una cruenta guerra civil. 

Europa en Guerra

Entre 1939 y 1941 casi todo el continente europeo estaba ocupado por los nazis. La clase obrera estaba “noqueada”, producto del pacto de no agresión firmado por la burocracia estalinista con la Alemania nazi en agosto de 1939. Este acuerdo supuso la ocupación y repartición de Polonia y el comienzo oficial de la Segunda Guerra Mundial.

Mientras eso ocurría, el Estado español y Portugal vivían también bajo sendas dictaduras fascistas, en las cuales las organizaciones de izquierda fueron desmanteladas y sus militantes, simpatizantes y dirigentes asesinados o exiliados.

Todo esto ocurrió con la total complicidad de los líderes de las potencias imperialistas. Sirva como ejemplo la política de apaciguamiento de Gran Bretaña en los años 30, que permitió a Hitler anexionarse Austria, Checoslovaquia, Renania o Polonia. 

Lamentablemente la burocracia estalinista también jugó un papel central en esta situación, permitiendo la llegada de Hitler al poder sin “romper un cristal” por su política ultraizquierdista de equiparación de los socialdemócratas con los fascistas en Alemania, y su negativa a plantear una lucha de frente único contra los nazis. Posteriormente, su política del frente popular, de colaboración con la burguesia, llevó a la derrota de la Revolución española. Unos acontecimientos que culminaron con la celebración de los juicios farsa de Moscú, en los cuales el régimen estalinista terminó de aniquilar a la vieja guardia bolchevique, dirigente de la Revolución de Octubre.

En estas circunstancias, no es de extrañar que los ejércitos nazis ocuparan el continente europeo con gran facilidad, salvo la Gran Bretaña de Churchill, donde la clase dominante también se dividió, con un sector furibundamente anticomunista dispuesto a llegar a un acuerdo de paz con Hitler. En el caso de Francia, su derrota fulminante fue consecuencia de que gran parte de la burguesía y del aparato del Estado se pasaron directamente al lado de los nazis, y no de la lucha militar.

El propio Hitler buscó desde el principio un pacto con Churchill para derrotar definitivamente a la URSS. Esto explica el freno de la ofensiva de mayo de 1940 en Dunkerque. El problema es que el dirigente británico quería preservar su imperio colonial frente a Alemania y se negó, por tanto, a cualquier pacto, convirtiéndose así de la noche a la mañana en un “antifascista de toda la vida”.

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Los ejércitos nazis ocuparon Europa con gran facilidad. Un sector importante de la burguesía europea estaba dispuesta a llegar a un acuerdo con Hitler. En Francia, gran parte de la burguesía y del aparato del Estado se pasaron al lado de los nazis. 

La invasión nazi de la Unión Soviética

El 22 de junio de 1941 Alemania invade la Unión Soviética y con ello la situación bélica empieza a cambiar. Pese a que los imperialistas británicos y estadounidenses deseaban un debilitamiento de la URSS, la amenaza que suponía la Alemania nazi para sus dominios coloniales, forzó un cambio de estrategia. El propio Truman tuvo que reconocer que “si Rusia fuese ganando la guerra, habrá que ayudar a Alemania; pero si es Alemania la que fuese ganando, habrá que ayudar a Rusia”. Sin embargo, la ayuda estadounidense al frente oriental fue extremadamente limitada y en absoluto decisiva para el cambio de signo de la guerra. Los aliados occidentales querían que el trabajo sucio y los muertos los pusiese la Unión Soviética, como finalmente ocurrió.

Tras la derrota de los ejércitos nazis en Stalingrado y Kursk en 1943, el avance del Ejército Rojo empezaba a ser imparable y eso activó las alarmas en Londres y Washington. Por eso se pusieron manos a la obra y acordaron la invasión en Europa Occidental.

Pero antes de llevar eso a la práctica, los imperialistas occidentales se aseguraron el dominio del norte de África, de las colonias francesas de Marruecos y Argelia, apoyándose en el almirante Darlan, que fue jefe del Gobierno de Vichy, el Gobierno fascista colaboracionista instalado por los nazis en el sur de Francia.

A finales de 1942 desembarcaron en Casablanca, expulsando a los nazis y preparando la invasión de Italia a mediados de 1943, donde Mussolini ya había sido depuesto por una insurrección popular. Mientras la mitad sur de la península era dominada por los imperialistas americanos y británicos, en el norte se implantó un régimen fascista controlado directamente por Hitler. Esto fortaleció un movimiento de resistencia contra los nazis que llegó a contar con 300.000 partisanos armados, en su mayoría comunistas.

Los propios aliados, a finales de 1944, frenaron su ofensiva, ante el creciente levantamiento revolucionario en el norte, esperando su aplastamiento por los nazis. A comienzos de 1945 la ofensiva partisana, y el levantamiento de la clase obrera en los principales centros industriales, Turín, Milán, etc… llevaron a la liberación una tras otra de todas las ciudades y a la huida de los nazis. Cuando los aliados retomaron su ofensiva, a finales de abril de 1945, ya con la guerra casi finalizada, el Norte ya había sido liberado por las fuerzas partisanas.

A pesar de que en la práctica los comunistas, la clase obrera y los partisanos, tenían en poder, la política criminal de los dirigentes estalinistas del PCI (con Togliatti a la cabeza), aliada con Londres y Washington, se encargó de apaciguar y descarrilar este movimiento revolucionario. Tras la Conferencia de Yalta, Stalin se había repartido su área de influencia en Europa con EEUU y Gran Bretaña, e Italia les correspondía a estos últimos. Rompiendo de nuevo con una política comunista internacionalista, la que defendió Lenin al frente de la IC, Stalin sacrificaba la revolución italiana.

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En Italia los comunistas, la clase obrera y los partisanos, tenían en poder, pero la política criminal de los dirigentes estalinistas del PCI, aliada con Londres y Washington, se encargó de descarrilar este movimiento revolucionario. 

La apertura del frente occidental

Desde mediados de 1942, la insistencia de la URSS por la apertura de un frente en Europa Occidental fue cada vez mayor. Sin embargo, los dirigentes occidentales se mostraron reacios a ello, alegando problemas “logísticos”.

En vez de abrir un frente en occidente que liberara a la Unión Soviética del peso total de la guerra, estos se dedicaron a bombardear masivamente las ciudades alemanas, como Hamburgo, Núremberg o Dresde, diezmando a la población civil, pero manteniendo las fábricas e industrias nazis intactas, lo que ayudó a retrasar el avance del Ejército Rojo, que era ya imparable. En el bombardeo de Dresde, una ciudad sin objetivos militares, en febrero de 1945, unas 70.000 personas murieron calcinadas. Una auténtica carnicería en nombre de la democracia y la libertad de occidente.

Mención aparte merecería también el salvajismo con el que se libraba la guerra en el otro gran frente: el Pacífico, en el cual el cariz imperialista de EEUU y Japón todavía era más evidente. La propaganda norteamericana trataba a los japoneses como seres racialmente inferiores, lo que permitió luego justificar sin problemas los crímenes de Hiroshima y Nagasaki, el exterminio con dos bombas atómicas de cerca de 150.000 civiles, familias, mujeres y niños. Y de nuevo en ciudades carentes de objetivos militares.

El Día D: los Desembarcos de Normandía

El 6 de junio desembarcan miles de soldados occidentales en las playas normandas de Sword, Gold, Utah, Omaha y Juno, tomando las posiciones alemanas que se encontraban en las guarniciones del llamado muro Atlántico.

No cabe duda que los soldados que perecieron en esas playas que se cuentan por miles, estaban convencidos de que su lucha era contra el “fascismo” y por la “democracia”. Pero las cifras de bajas de los ejércitos occidentales son ínfimas al lado de las que sufrió la URSS en Europa del Este y en su territorio. Mientras que Estados Unidos sufrió unas 300.000 bajas en todo el conflicto, la Unión Soviética perdió más de 25 millones de vidas.

El Estado soviético sufrió masacres en su propio territorio, como la masacre de Baby-Yar de 1942 en Kiev, conocida como el Holocausto de Las Balas donde más de 40.000 personas (entre ellas miles de judíos y demás minorías étnicas) fueron ejecutados a sangre fría por los nazis. A esto hay que sumar los que perecieron en los campos de batalla en Moscú o el sitio de Leningrado que duró unos 800 días, en los cuales perecieron sólo de hambre y frío millón y medio de personas.

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Los soldados que perecieron en esas playas que se cuentan por miles, estaban convencidos de que su lucha era contra el fascismo. Pero hay que resaltar que la URSS, a pesar de la burocracia estalinista y de sus crímenes, fue la que derrotó a la Alemania nazi. 

Por eso hay que resaltar que la URSS, a pesar del lastre de la burocracia estalinista y de sus crímenes, fue la que derrotó militarmente a la Alemania nazi. De hecho, en el frente occidental, cuando el ejército alemán intento una última ofensiva a través del bosque de la Ardenas, los aliados, pillados por sorpresa, tuvieron que pedir ayuda a Stalin, que inició una nueva ofensiva en el Este para evitar un desastre a las fuerzas angloamericanas.

Por todo eso, sin querer minimizar a los muertos de Normandía, hay que reclamar también memoria y un homenaje militante a los de Stalingrado, Kursk, a los que perecieron en la Resistencia o en los campos de concentración. A todos aquellos que lucharon y murieron por un mundo libre de fascismo y por una transformación socialista de la sociedad. Y recordar cómo los angloamericanos no sólo no liberaron Europa, sino que se aliaron con los antiguos colaboracionista nazis, y midieron muy bien sus pasos para conjurar una revolución comunista.

El desembarco 80 años después

La situación en Europa hoy, 80 años después de aquél acontecimiento, tiene paralelismos significativos con la Europa de los años 30: el ascenso de la extrema derecha, el enfrentamiento entre las potencias por las áreas de influencia y el mercado mundial, la guerra abierta en Ucrania o el genocidio sionista en Gaza son sólo algunos ejemplos de ello.

Sin embargo, el peso social de la clase obrera es también mucho mayor y más relevante hoy que hace 80 años. Los levantamientos que hemos visto en el continente en la última década lo ponen de manifiesto: Grecia, Reino Unido, Francia o el Estado español han sido buenos testigos de ello.

Pero no debemos olvidar que la amenaza de la extrema derecha, de recortes salvajes en los derechos democráticos y de regímenes cada vez más autoritarios, vuelve a estar presente en Europa y a nivel mundial. Una amenaza que va de la mano del militarismo y la guerra imperialista.

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Sólo con un programa realmente comunista podremos mandar de una vez por todas al estercolero de la historia aberraciones como las guerras, el fascismo o la destrucción de nuestro planeta. 

Por todo ello, es necesario que desde la izquierda revolucionaria y desde el sindicalismo de combate nos rearmemos con un programa que nos permita enfrentar estas lacras que resurgen amenazándonos con la más absoluta barbarie. Un programa comunista, que  abogue por una planificación racional de los recursos del planeta, por expropiar las ingentes riquezas en manos de la burguesía, y por poner toda esa riqueza creada por la clase obrera al servicio de las necesidades de la humanidad.

Sólo con ese programa podremos mandar de una vez por todas al estercolero de la historia aberraciones como las guerras, el fascismo o la destrucción de nuestro planeta.

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