El 2 de octubre Brasil celebraba elecciones presidenciales, legislativas y regionales. Con una participación del 79,06%, Lula ha ganado la primera vuelta con 57.258.115 votos, el 48,43%. Pero el ultraderechista y actual presidente Bolsonaro, con 51.071.277 votos, se queda en el 43,20%,  casi dos millones más que en la primera vuelta de 2018, y muestra que su base social no solo no se ha desgastado, sino que está muy movilizada.

En tercera posición la candidata del burgués MDB, Simone Tebet, logró 4.915.306 papeletas (4,16%), y por detrás, el PDT de Ciro Gomes, exministro con Lula, que recogió 3.599.201, un escaso 3%.

La estrategia errónea del PT

Este resultado, que augura una segunda vuelta muy reñida, pone de manifiesto la tremenda polarización existente y envía una advertencia muy seria a la izquierda.

Lula ha basado su campaña en promesas de recuperación económica y en aplicar un paquete de  "medidas sociales" similares a las desarrolladas bajo su presidencia. Pero es importante recordar lo que pasó bajo los mandatos de Lula.

Tras despertar el entusiasmo entre millones de trabajadores e incluso amplios sectores de las capas medias en 2002, lo que llevó a ganar las elecciones por 30 puntos de diferencia imponiéndose en prácticamente todos los estados, la política de Lula y los demás dirigentes del PT fue plegarse a las exigencias de la oligarquía financiera y empresarial llevando a cabo una furiosa política de privatizaciones y precarización del mercado laboral. El FMI le ponía como modelo frente a Hugo Chávez, y durante mucho tiempo la gestión económica del PT fue ensalzada por los grandes organismos occidentales porque permitió a los capitales transnacionales hacer jugosos negocios con la deuda pública brasileña además de controlar sectores estratégicos de las industrias mineras y extractivas, del petróleo y la energía, que tuvieron el efecto colateral de arrasar con la Amazonía.

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Este resultado, que augura una segunda vuelta muy reñida, pone de manifiesto la tremenda polarización existente y envía una advertencia muy seria a la izquierda. 


Lula también recurrió a medidas de caridad social, muy limitadas y absolutamente insuficientes para acabar con la desigualdad lacerante. Abrió las puertas de par en par a una mayor militarización de la sociedad, otorgando más poder a la policía y aumentando su arsenal represivo. En definitiva, su agenda neoliberal, en mayor o menor grado, provocó un gran desafecto y mucho desengaño entre su base social.

El voto que ha conseguido recuperar Lula en estas elecciones, tras la debacle histórica que supusieron para el PT las elecciones de 2018 no es resultado de la ilusión que genera, sino de cuatro años de pesadilla del bolsonarismo, y de la determinación de millones de oprimidos para golpear en las urnas al líder de la ultraderecha brasileña con la única herramienta que tenían disponible: el voto al PT.

Para valorar qué hay de cierto en las promesas de Lula es importante ver con quiénes se ha aliado en esta ocasión.

Su candidato a vicepresidente es Geraldo Alckmin, un reconocido miembro de la oligarquía. Y aquí está el problema. Lula ha desplegado una estrategia electoral completamente escorada a la derecha, sellando pactos con sectores de la clase dominante que están exigiendo más recortes contra la clase obrera. Esta orientación que encumbra a una supuesta burguesía “democrática” como la aliada fundamental en la lucha contra un fascista de las características de Bolsonaro es un error manifiesto. Y este error se ha pagado en las urnas.

Para no asustar a las capas medias, el argumento sacrosanto que siempre se esgrime para tragar con todo, el equipo electoral de Lula ha dado el visto bueno a candidatos a diputados, senadores y gobernadores con una hoja de servicios reaccionaria y antiobrera.

La consecuencia ha sido un fiasco evidente. Esta política "hábil" ha introducido mucha confusión, desmovilizando a millones de personas y permitiendo a Bolsonaro y a sus aliados ganar el mayor número de gobernaciones y que, por primera vez, su partido sea primera fuerza parlamentaria. Si apareces de la mano con los políticos del establishment, si quieres ser el campeón de la moderación y la estabilidad  y renuncias a la lucha de clases, no haces más que dar la iniciativa a la ultraderecha.

Pese a esta orientación equivocada y dañina, millones de jóvenes, trabajadores y campesinos, luchadoras feministas y LGTBI, población negra e indígena han utilizado estas elecciones para golpear al máximo a  Bolsonaro.

Así, y a pesar de los graves errores de su estrategia, la candidatura de Lula consigue recuperarse de los nefastos resultados obtenidos por el PT en 2018. Supera en diez millones de votos lo obtenido entonces por el petista Haddad en segunda vuelta. Arrasa en los estados más pobres del nordeste, donde ya ganó el PT en 2018, y lo hace con el 60 y 70%. También recupera plazas históricas del PT donde venció claramente Bolsonaro en las últimas elecciones, como la ciudad  de São Paulo, la más poblada del país, Porto Alegre, o un centro industrial emblemático como São Bernardo do Campo, cuna del movimiento sindical de los metalúrgicos y del PT. Aun así, estas y otras victorias en grandes ciudades del nordeste como Fortaleza, Salvador de Bahía o Recife, aunque claras, se producen por márgenes menores a los esperados.

Las huestes de Bolsonaro

El factor que permite a Bolsonaro forzar la segunda vuelta es que resiste en las grandes ciudades, poniendo en evidencia las debilidades de las políticas procapitalistas que encarna Lula. El candidato ultraderechista  gana en 10 de las 17 metrópolis brasileñas que superan el millón de habitantes, destacando los casos de Brasilia (capital y tercera ciudad más poblada del país) y, sobre todo, Río de Janeiro, la segunda más poblada.

En 2018 las capas medias del campo y la ciudad giraron masivamente a la derecha desesperadas por la crisis económica, y también indignadas por los diferentes escándalos de corrupción que golpearon de lleno a la burocracia del PT.

Las políticas de precarización laboral y ataque a los derechos sindicales, la represión y la militarización policial en las favelas con la excusa de combatir la inseguridad han consolidado el apoyo a Bolsonaro entre los pequeños y medianos empresarios y propietarios.

Bolsonaro también ha recurrido a medidas clientelares durante los últimos meses para mantener su influencia entre los sectores más humildes que ya le votaron en 2018. A esto han contribuido también las redes asistencialistas y de control ideológico de las iglesias evangélicas, muchos de cuyos líderes le apoyan decididamente.

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Las políticas de precarización laboral y ataque a los derechos sindicales, la represión y la militarización policial en las favelas han consolidado el apoyo a Bolsonaro entre los pequeños y medianos empresarios y propietarios. 


La cuestión es que, a pesar de que este giro a la reacción responde a causas objetivas por la descomposición del capitalismo brasileño, no es menos cierto que sería completamente posible abrir una brecha en estos sectores, especialmente entre las capas más empobrecidas de la clase media y de desempleados o trabajadores atrasados políticamente y desesperados. Pero esto no se conseguirá solo con discursos y menos aún pactando con la derecha no bolsonarista.

Hace falta un programa revolucionario que transforme radicalmente las condiciones de vida de la gente, y actuar con decisión, impulsar la organización y la lucha desde abajo, en los barrios y centros de trabajo.

Una segunda vuelta muy reñida

Bolsonaro ha amenazado reiteradamente con no reconocer su derrota y con movilizar a su base, apoyándose en los sectores de la burguesía que le respaldan y en el aparato estatal, el ejército y la policía. Está mandando una señal muy clara, inclusive organizar un golpe de Estado si es necesario, siguiendo la estela de Donald Trump.

La burguesía es consciente de la profundidad de la crisis de su sistema. Todos coinciden en cargarla sobre los explotados. Pero están divididos respecto a cómo actuar a corto plazo.

Un sector apuesta por Bolsonaro para preparar un enfrentamiento abierto y salvaje contra los explotados que saben inevitable. Otro teme las consecuencias de una lucha prematura, y ante la presión de las masas optó por liberar a Lula de la cárcel y permitir que se presentase a estas elecciones. Su objetivo es que, si el PT gana —limitado por un Parlamento controlado por la derecha y la ultraderecha y con la presencia de ministros burgueses— gestione la brutal crisis que vive el país intentando garantizar la paz social, y en cuanto se desgaste, como ya ocurrió en 2010 y 2014, deshacerse de él y pasar a la ofensiva.

La huelga general de 2019 contra Bolsonaro mostró el potencial no solo para derrotarle, sino para transformar la sociedad. Las movilizaciones masivas antifascistas del movimiento feminista, LGTBI, de diferentes sectores de la juventud y la clase obrera han agrupado una vanguardia completamente decidida.

Las batallas más importantes contra la ultraderecha, o incluso contra un golpe de Estado, no se librarán en el terreno del parlamento ni de las urnas, sino en la lucha de clases, en las calles, y para eso es necesario reconstruir una izquierda revolucionaria de masas dispuesta a organizar y movilizar la potencia arrolladora del movimiento obrero y la juventud.

En la segunda vuelta millones volverán a votar a Lula, y los comunistas revolucionarios llamamos a hacerlo de una manera crítica, muy crítica, y a la vez militante, preparando todas nuestras fuerzas para los momentos decisivos que están por venir.

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