La imagen de un tanque derribando la puerta de la sede del Gobierno de Bolivia y decenas de militares armados hasta los dientes sembrando el pánico en las calles de La Paz dio la vuelta al mundo el pasado 26 de junio. Es cierto que el golpe militar fue derrotado en pocas horas, pero esta asonada militar hay que tomarla muy en serio.

El Ejecutivo del Movimiento al Socialismo (MAS), elegido hace cuatro años con más del 55% de los votos, tras ocho meses de resistencia y lucha heroica de las masas contra otro golpe de Estado organizado por la oligarquía con apoyo de EEUU en 2019, se ha visto zarandeado, ni más ni menos, que por el comandante en jefe del Ejército, Juan José Zúñiga. Este militar golpista ha hecho buena parte de su carrera como responsable de los servicios de Inteligencia y fue puesto al frente de la cúpula militar por el propio Gobierno del MAS en 2022 y ratificado este mismo año por el presidente Luis Arce.

La clave de la rápida derrota del golpe ha sido, una vez más, el pánico a la fuerza y decisión de la clase trabajadora y el campesinado pobre boliviano, que presionaron a los dirigentes de la principal organización sindical, la Central Obrera Boliviana (COB), para anunciar inmediatamente la convocatoria de huelga general indefinida.

Desde algunos sectores de la izquierda, incluidos el expresidente Evo Morales, se está hablando de un “autogolpe”, un montaje del presidente Arce para recuperar popularidad. Realmente es chocante que Evo Morales se conduzca de esta manera cuando él mismo fue expulsado del poder por las maniobras de los militares y el imperialismo. En realidad, las bases para el golpismo no han desaparecido en Bolivia, son alentadas por la oligarquía y el imperialismo estadounidense y agudizadas por la pugna a escala internacional contra el poder emergente de China.

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La clave de la rápida derrota del golpe ha sido, una vez más, el pánico a la fuerza y decisión de la clase trabajadora y el campesinado pobre boliviano. Estos presionaron a los dirigentes de la COB, para que convocaran huelga general indefinida. 

Las concesiones reformistas alimentan el golpismo de la oligarquía boliviana

Las políticas de los dirigentes del MAS, a pesar de que se presentan en Europa y otras partes del mundo como un ejemplo positivo de determinación y confrontación con la oligarquía, están generando una enorme frustración. Arce ha renunciado a aplicar ninguna agenda de reformas serias, renegando incluso de las políticas de Evo Morales, y se ha dedicado a cortejar a sectores de la burguesía y de un aparato estatal plagado de elementos reaccionarios como el general Zúñiga.

Este militar [1] condenado por corrupción y acusado de organizar una red de espionaje a dirigentes sociales, no dudaba en proclamarse “verdadero representante del pueblo” mostrando en televisión y redes sociales sus convicciones antidemocráticas, y amenazando con  encarcelar personalmente al expresidente Evo Morales si los tribunales le permiten presentarse a las elecciones presidenciales de 2025.

Pero Arce no hace más que repetir los viejos errores del MAS cuando estaba dirigido por Morales. Es importante no olvidar que este último fue derrocado en 2019 por la extrema derecha y esos mismos militares que según los dirigentes del MAS estaban “comprometidos con la democracia”.

Bolivia es el país del mundo que ha sufrido más golpes militares desde 1950. Dentro de la debilidad y sometimiento general a las multinacionales imperialistas que caracteriza el desarrollo del capitalismo en Latinoamérica, el boliviano es de los más débiles y su oligarquía de las más parásitas y reaccionarias. Todos los intentos de mejorar las condiciones de vida de la población sin arrebatar la tierra, los bancos y grandes empresas a estos oligarcas y sus amos imperialistas han acabado en fracasos, golpes sangrientos y represión.

La llegada del MAS al poder, en 2006, fue resultado del ascenso revolucionario que vivía el continente, que en Bolivia tuvo sus puntos álgidos en las insurrecciones de 2003 y 2005. Los dirigentes de la COB tuvieron el poder en sus manos pero desaprovecharon la oportunidad de basarse en los comités de lucha, cabildos y asambleas creadas por los mineros, maestros y campesinos para formar un Gobierno revolucionario.

En cualquier caso el deseo de las masas de cambiar la sociedad era tan poderoso que un año después una movilización popular arrolladora convirtió a Evo Morales en el primer presidente indígena de la historia boliviana.

Bajo la presión de las masas, y arropado por el ejemplo de la revolución bolivariana de Hugo Chávez en Venezuela, Evo como presidente y Arce como ministro de Economía nacionalizaron los hidrocarburos y adoptaron otras medidas progresistas. Conquistaron un apoyo social muy importante durante más de una década, y eso les permitió neutralizar muchos intentos de la derecha oligárquica y racista de derrocarlo.

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El general Zúñiga, condenado por corrupción y acusado de organizar una red de espionaje a dirigentes sociales, ha mostrado en numerosas ocasiones en televisión y redes sociales sus convicciones antidemocráticas. 

Pero los dirigentes del MAS renunciaron a aplicar medidas socialistas. Su plan era construir un “capitalismo andino” de la mano de una supuesta burguesía patriótica, relegando a un futuro indeterminado cualquier debate sobre el socialismo. Los dirigentes de la izquierda reformista latinoamericana, europea y mundial hicieron “la ola” a Evo y Arce y sus ilusiones teóricas. Pensaban que contando con los ingresos proporcionados por las exportaciones de gas y otras materias primas a China y a economías latinoamericanas más fuertes como Brasil o Argentina, blindaban al país contra la crisis capitalista. Incluso hablaban de un “milagro boliviano”.

Un callejón sin salida

Pero la crisis mundial de 2008-2009 desembarcó en Latinoamérica en 2013. Brasil y Argentina la sufrieron duramente y con ellas Bolivia. Atados a sus acuerdos con los inversores internacionales y sectores de la propia burguesía boliviana, tanto Evo como Arce intentaron capear el temporal pagando intereses cada vez más exorbitantes a los bancos, haciendo más concesiones a las multinacionales, vendiendo las reservas de oro acumuladas los años de crecimiento…

El resultado ha sido consumir las reservas internacionales, desplomadas de 15.122 millones de dólares en 2014 a 1.796 millones en abril de 2024, sin que la economía repunte[2]. En 2023 el PIB solo creció 1,5%, el peor dato en 25 años. Las exportaciones de gas, principal fuente de divisas, han caído de 48 millones de metros cúbicos diarios en 2014 a 21 millones en la actualidad, sin que los acuerdos con empresas chinas y rusas para explotar el litio compensen una reducción tan brutal. La escasez de dólares golpea la producción y los precios se han disparado en un país que importa el 80% de insumos y bienes de capital, y que ha pasado de exportador de energía a importar el 56% de la gasolina y 86% del diesel que consume.

Los  recortes y medidas impopulares del Gobierno de Arce han desatado  movilizaciones masivas de pequeños propietarios, transportistas y vendedores ambulantes contra la escasez de dólares y combustible. Pero también huelgas y luchas protagonizadas por la base social del  MAS como profesores, mineros, organizaciones campesinas, jubilados,... exigiendo presupuestos suficientes para educación y salud, pensiones y salarios dignos, etc. En 2023 hubo manifestaciones y cortes paralizando carreteras durante 200 de los 365 días del año.

Este malestar creciente ha provocado la división del MAS entre los partidarios de Arce y los de Morales, escindiendo su grupo parlamentario y dejando al Gobierno en minoría. La escisión se ha trasladado con virulencia al aparato burocrático de las organizaciones campesinas, sindicales y populares, que ambos sectores intentan controlar. Eso sí, ni Arce ni Evo plantean un programa sustancialmente diferente que parta de la defensa irrenunciable de las y los oprimidos.

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Los  recortes y medidas impopulares del Gobierno de Arce han desatado movilizaciones masivas protagonizadas también por la base social del  MAS como profesores, mineros, organizaciones campesinas, jubilados, etc. 

Por un programa revolucionario y una salida socialista a la crisis del capitalismo boliviano

La derecha y ultraderecha intentan utilizar la división del MAS para levantar cabeza. La debilidad y concesiones a la derecha de Arce y Evo han contribuido a envalentonar a un reaccionario como Zúñiga. Pero si los dirigentes del golpe de 2019, desde la ultraderechista Áñez al líder fascista Camacho, o los expresidentes Mesa y Quiroga, que lideran la oposición parlamentaria de derechas y también apoyaron entonces el golpe, si no secundaron a Zúñiga el 26 de junio no es porque hayan descubierto repentinamente las virtudes de la democracia.

Tanto ellos como el imperialismo estadounidense tienen fresco en la memoria el levantamiento revolucionario contra el golpe de 2019[3], cuando decenas de miles de mineros, campesinos y de otros sectores de la clase obrera formaron milicias armadas y tomaron el control de ciudades enteras. Solo la huida de Morales a México y el freno a la lucha impuesto por Arce y demás dirigentes del MAS y la COB impidieron aplastar a los golpistas y tomar por medios revolucionarios el poder.

En Washington han estimado que apoyar el golpe de este 26 de junio hubiese desatado una nueva insurrección que, además de desbordar a ambos sectores del MAS, podría contagiarse a otros países latinoamericanos.

Obviamente que no hayan querido seguir hasta el final ahora, no quiere decir que no se planteen golpes militares en el futuro. Cada vez más debilitado en su pugna con China por la hegemonía mundial y continental, Washington está intensificando sus contactos con los militares y las maniobras con la derecha en diferentes países latinoamericanos, y no dudará en recurrir a los métodos más brutales si tiene ocasión. Pero tras las derrotas de los golpes en Venezuela y la propia Bolivia en 2019, y más recientemente en Brasil, va con pies de plomo.

De momento su estrategia en Bolivia es intentar aprovechar la división del MAS y la decepción de sectores de las masas con Arce y Evo para reconstruir una alternativa  unificada de la derecha, tanto de cara a las elecciones de 2025 como para preparar un nuevo asalto al poder en mejores condiciones.

Los acontecimientos en Bolivia vuelven a poner sobre la mesa el peligro mortal que representan las políticas reformistas de gestionar el capitalismo y pactar con sectores de la clase dominante. Pero también muestran la enorme fuerza y potencial revolucionario de las masas.

Para movilizar toda esa fuerza hay que levantar ya una izquierda de combate que defienda un programa genuinamente revolucionario, planteando de forma clara y decidida la nacionalización bajo control obrero de las minas, los bancos, la tierra y las grandes empresas, única forma de planificar democráticamente la economía y satisfacer las necesidades sociales. 

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Para movilizar toda la fuerza de las masas hay que levantar una izquierda de combate que defienda un programa revolucionario, planteando la nacionalización bajo control obrero de las minas, los bancos, la tierra y las grandes empresas. 

Este programa debe ir unido a una política revolucionaria de frente único que impulse la construcción de asambleas y comités de acción, uniendo en la lucha al conjunto de militantes y activistas. Desde quienes indignados con Arce y Evo están impulsando colectivos, sindicatos y movimientos al margen del MAS como las decenas de miles de militantes de la COB y otras organizaciones y movimientos sociales vinculados a los sectores que hoy se disputan sus siglas.  

Esta es la política que permitiría a las masas bolivianas desplegar su fuerza y reatar sus tradiciones revolucionarias para conquistar el poder.

 

Notas:

[1]Juan José Zúñiga, el general que odia a Evo Morales y dice escuchar la voz de Dios | EL PAÍS América (elpais.com)

[2]Tres claves para entender la crisis política y económica detrás del intento de golpe de Estado en Bolivia | Teletica

[3]Izquierda Revolucionaria - Revolución y contrarrevolución en Bolivia. Los dirigentes del MAS pactan con el gobierno golpista y sabotean la insurrección de las masas

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