Sri Lanka vive una rebelión popular desde el pasado 31 de marzo. El régimen de los Rajapaksa, acorralado por la peor crisis económica desde la independencia de la isla en 1948, enfrenta día tras días manifestaciones masivas, huelgas generales y un descontento popular que no deja de radicalizarse.
La fuerza de millones en las calles consiguió que el 9 de mayo —tres días después de una huelga general masiva— Mahinda Rajapaksa anunciara su dimisión como primer ministro. El mismo que hace unas semanas se negaba a abandonar su posición tras la renuncia en bloque de su Gabinete, se ha visto forzado a irse por la presión desde abajo. La rabia contra el régimen que Mahinda representa es tal, que el expremier cingalés se encuentra en estos momentos refugiado en las inmediaciones de la Base Naval de Trincomalee, protegido por el Ejército.
Tras la feroz represión que ha dejado ya al menos diez muertos y más de 280 heridos por bala, ahora la clase dominante pretende poner punto y final a esta crisis política que ha colocado a su sistema contra las cuerdas mediante las maniobras parlamentarias. En el mismo día de su nombramiento como nuevo primer ministro, Ranil Wickremesinghe —miembro de la oposición y quien ya ha ocupado este cargo… ¡cinco veces desde 1993!— anunciaba sus intenciones de que el Parlamento discuta la 21ª enmienda de la Constitución y de poner en marcha un proyecto de ley para “abolir el sistema presidencial ejecutivo y sustituirlo por un sistema que refuerce la democracia constitucional”.
Pero, ante un régimen que cada vez se muestra más nervioso y desesperado, la respuesta del pueblo esrilanqués es clara: la lucha continúa hasta que caigan todos.
La primera huelga general en cuatro décadas
El 28 de abril, más de mil sindicatos, federaciones y plataformas de trabajadores convocaron la primera huelga general desde 1980 para exigir la renuncia del presidente Gotabaya Rajapaksa. “Nunca había visto un llamamiento suscrito por sindicatos de diversas creencias y una demostración de fuerza tan completa desde hace 42 años”, decía un activista.
El paro fue total en el transporte, tanto público como privado, en los puertos y ferrocarriles, y en sectores clave como el de la energía, la sanidad, la educación y los bancos. Ese día se organizaron marchas desde distintos puntos del país hacia la oficina del presidente, en la capital Colombo, que se ha convertido en el epicentro de las protestas.
Como reflejo del gran éxito de la huelga general, el líder sindical Ravi Kumudesh anunció un nuevo hartal[1] para el 6 de mayo si Gotabaya se negaba a abandonar la casa presidencial.
Y así fue. La Alianza de Sindicatos Ferroviarios, el Sindicato de Maestros y Directores de escuelas, el Sindicato de Empleados Bancarios de Ceilán, la Asociación de Enfermeras y el Sindicato de Oficiales de Salud Pública, los sindicatos de pescadores y del correo postal, la Asociación de Empleados Progresistas de la Junta de Electricidad, la Asociación de Conductores de Trenes… y así hasta sumar dos mil organizaciones se volvieron a poner en marcha. El 6 de mayo, a un nivel superior que el 28-A, la isla se paralizó otras 24 horas y decenas de miles de trabajadores, jóvenes y campesinos se manifestaron con determinación.
Ante la noticia de que algunos miembros del clan Rajapaksa estaban intentando escapar del país, una parte importante de los manifestantes ocuparon el aeropuerto. En la práctica, y como recogen medios locales y nacionales, Sri Lanka vive una huelga general indefinida en muchos sectores.
“Abran fuego”. La represión alimenta la protesta
El movimiento “Gota Go Home” se ha tenido que enfrentar a una represión y violencia gubernamental dictatorial. A la declaración del estado de emergencia pocas horas después de la primera huelga general y el toque de queda, se suma el uso de gases lacrimógenos, cañones de agua y la orden del ministro de Defensa al personal del ejército, la fuerza área y la marina de “abrir fuego y disparar contra cualquier persona que saquee bienes públicos o cause daños”.
Uno de los episodios más sangrientos se vivió el 9 de mayo. Hacía ya un mes que miles de activistas habían ocupado de forma pacífica el Galle Face Green, en el centro de la capital. Desesperado, el Gobierno no dudó en enviar a grupos fascistas para destruir el campamento. Alrededor de mil ultraderechistas armados con cuchillos, espadas y piedras, protegidos por la policía, comenzaron a agredir a los concentrados allí y a reventar mesas, tiendas de campaña, etc. No es la primera vez que el Estado cingalés utiliza estos grupos para tratar de atemorizar a la población. Los pogromos contra el pueblo tamil en 1983 organizados por la élite que gobernaba entonces son un buen ejemplo.
Pero lo que el régimen no se esperaba era la respuesta inmediata tras este episodio. No sólo miles de personas volvieron a la zona del campamento para reconstruirlo y protegerlo físicamente de los provocadores, sino que en apenas unas horas los trabajadores de la sanidad, correos y los puertos se declararon en huelga hasta que se arrestara y se enjuiciara a los responsables.
Esto ha supuesto un golpe aún más duro para la familia en el poder y envía un mensaje muy poderoso. Da igual cuantas balas disparen las fuerzas represivas o el terror que los capitalistas intenten imponer, que cuando la clase obrera y la juventud se organiza y pierde el miedo, todo es posible.
Una economía en default y el chantaje del FMI
“Los próximos meses serán los más difíciles de nuestras vidas”, “habrá cortes de electricidad de 15 horas diarias”, “tenemos escasez de gas para cocinar, los suministros todavía no han llegado”. Estas declaraciones del nuevo primer ministro ayudan a medir el caos económico[2] que vive Sri Lanka.
La economía ha colapsado. Las reservas de divisas extranjeras se han desmoronado y el déficit presupuestario es de 6,8 mil millones de dólares (el 13% de su PIB). La moneda se ha desplomado y la inflación —del 30% en el caso de los alimentos— aumentará hasta el 40% en las próximas semanas. El Gobierno anunció el mes pasado que suspendería los pagos de su deuda externa (51 mil millones de dólares) con el objetivo de preservar efectivo para bienes esenciales.
Pero la realidad es que no encuentran efectivo ni siquiera para pagar un barco de gasolina. El país se ha quedado sin este combustible clave, y han tenido que pedir a la población que deje de hacer cola durante unos días en las gasolineras mientras resuelven la situación.
La escasez de alimentos, medicamentos y combustible está ahogando a la población. Mientras tanto, en un momento marcado por la guerra en Ucrania donde la lucha por los mercados y el control de áreas estratégicas se está recrudeciendo, las distintas potencias imperialistas se frotan las manos con el default esrilanqués.
El primer ministro ha asegurado que la nación necesita con urgencia 75 millones de dólares en moneda extranjera para pagar las importaciones esenciales y está en negociaciones con el Fondo Monetario Internacional. Para complacer al organismo dirigido por Kristalina Gueorguieva, Wickremesinghe ha prometido privatizar la aerolínea Sri Lankan Airlines. Como parte de este chantaje, el FMI ha exigido al Gobierno que corte sus conversaciones con China[3] para poder llegar a un acuerdo. Una “ayuda” muy distinta de la que está recibiendo Ucrania, con el FMI pidiendo que se den “subvenciones y no préstamos” al régimen de Zelenski.
Al mismo tiempo, India está viendo en esta crisis una oportunidad de oro para recuperar poder político en su país vecino. India nunca ha sido un prestamista importante para Sri Lanka —a diferencia de China—, pero ahora está emergiendo lentamente como uno de los mayores proveedores de ayuda[4].
Sin embargo, las reuniones entre todos los agentes implicados en la reestructuración de la deuda se alargarán. Como explica la revista Foreign Affairs, “los bonos de Sri Lanka están en manos principalmente de acreedores privados en los Estados Unidos. China querrá asegurarse de que cualquier alivio de la deuda que [el FMI] ofrezca a Sri Lanka no se utilice principalmente para pagar a estos tenedores de bonos[5]”.
Y mientras estos buitres descubren cómo sacar más beneficios y hacer todavía más negocio, quienes están pagando las consecuencias de su juego imperialista son las masas oprimidas de Sri Lanka.
¡Que caiga todo el régimen! Por el poder obrero
El estallido revolucionario que vive la isla asiática está lejos de ser sofocado. Tras la dimisión de Mahinda Rajapaksa y las muestras de debilidad del régimen el movimiento se siente fuerte, y no es para menos. Más de 50 días de movilizaciones multitudinarias, dos huelgas generales, ocupaciones de edificios gubernamentales e infraestructuras clave del país. ¡Y todo esto con las organizaciones representativas de la izquierda (JVP y el maoísta Partido Comunista de Ceilán) desaparecidas! El potencial que existe para tumbar al presidente es tremendo, y podría caer en las próximas semanas.
La efervescencia revolucionaria que late en Sri Lanka necesita una estrategia, organización y una dirección consciente. Las masas no pueden estar permanentemente en las calles. Para que el movimiento triunfe es necesario que la huelga indefinida espontánea que existe en muchos sectores y ciudades sea extendida por los centenares de sindicatos que existen a todo el sistema productivo, y se impulsen comités en cada fábrica, escuela y localidad para defender una salida revolucionaria a esta crisis.
La única forma de acabar con la herencia del régimen podrido de Rajapaksa —sea esta familia u otra igual de corrupta la que esté en el poder— es rompiendo con el sistema capitalista. Las condiciones para crear un Gobierno obrero bajo control de los trabajadores, jóvenes y campesinos están dadas. Un Gobierno donde la economía esté al servicio de los intereses del pueblo y los maravillosos recursos naturales que tiene la isla se utilicen para satisfacer las acuciantes necesidades sociales. Un Gobierno donde las minorías étnicas y religiosas puedan convivir sin sectarismo ni divisiones, asegurando los derechos democráticos y nacionales de los tamiles.
Sólo hay un camino para romper con la barbarie del capitalismo: la revolución y el socialismo.
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[1]Término que se utiliza en muchas lenguas de la India para designar la huelga.
[2]Recomendamos leer “Sri Lanka. Levantamiento popular contra el desabastecimiento energético y la pobreza crónica”.
[3]El gigante asiático y Sri Lanka estaban envueltos en negociaciones sobre la reestructuración de la deuda, la isla debe a Beijing 6.500 millones de dólares. El acercamiento entre ambos países ha sido evidente y rapidísimo, especialmente con los proyectos de infraestructura adjudicados a China, incluido el puerto de Hambantota y la autopista Colombo-Galle.
[4]India se ha comprometido a enviar 1,9 mil millones de dólares a Sri Lanka y prestar 1,5 mil millones adicionales para importaciones. Al mismo tiempo, Delhi también ha enviado 65.000 toneladas de fertilizante y 400.000 toneladas de combustible, y se esperan más envíos de combustible a finales de mayo. A cambio, India ha cerrado un acuerdo que permite a la Indian Oil Corporation acceder al parque de tanques de petróleo de Trincomalee y desarrollar una planta de energía de 100MW cerca de la zona.
[5]Sri Lanka on the Brink. How the Pandemic and War in Ukraine Led to Economic Collapse