La movilización obrera y juvenil en Francia ha subido otro escalón este 18 de septiembre. El brutal plan de recortes que la burguesía francesa quiere imponer ha sido contestado con una nueva y exitosa huelga general, y manifestaciones masivas.

Convocada por los principales sindicatos, que sufren una enorme presión por abajo, ha sacado a más de un millón de personas a las calles de todo el país, según la CGT, apenas una semana después de la gran jornada de movilización que el día 10, bajo el lema Bloquons tout (Bloqueemos todo) e impulsada por sindicatos combativos, activistas y asambleas populares, colectivos estudiantiles y trabajadores organizados en sectores estratégicos, ya paralizó gran parte del país. En esta ocasión, el número de huelgas, sectores en lucha, manifestaciones y acciones de protesta ha sido mayor.

Se han contabilizado más de 250 manifestaciones y al menos 600 acciones entre las que se cuentan piquetes, bloqueos de infraestructuras claves, de liceos y universidades, asambleas, etc.; una demostración de que la indignación popular es muy profunda, pero también de que la fuerza y organización en cada centro de trabajo, en cada sector, en cada barrio avanza, un elemento muy importante para poder sostener y ganar esta batalla.

Una riada de gente salió por todo el territorio, empezando por las grandes y medianas ciudades como París, con más de 200.000 manifestantes según los sindicatos, o Marsella con más de 60.000, otros 40.000 en Toulouse o Grenoble, más de 35.000 en Burdeos, más de 20.000 en Lyon, pero también en localidades más pequeñas donde las protestas fueron igualmente significativas: 15.000 en Montpellier, 10.000 en Bayona, 7.000 en Brest, 6.000 en Angulema, 5.000 en Le Mans...

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Una riada de gente salió por todo el territorio, empezando por las grandes y medianas ciudades como París, con más de 200.000 manifestantes, o Marsella con más de 60.000 (en la foto), otros 40.000 en Toulouse, más de 35.000 en Burdeos. 

El impacto de esta huelga se ha hecho sentir en todos los ámbitos y muy especialmente en los transportes, por ejemplo, en la región de Île-de-France, en la capital, el transporte público (RATP) prácticamente amaneció paralizado, con más del 80% de seguimiento en el metro. Las crónicas en los medios de comunicación señalan que desde la lucha contra la reforma de las pensiones, uno de los momentos álgidos de la lucha social en el país, no había vuelto a ocurrir algo así.

También el sector de la energía, la sanidad y la educación han estado en el centro de la jornada. Es destacable el papel de la juventud, con los estudiantes de secundaria movilizándose en primera línea y bloqueando los liceos —oficialmente reconocidos cerca de cien— en ciudades como Marsella, Toulouse, Saint-Denis, Estrasburgo, Burdeos o París, entre otras muchas, para denunciar la degradación y los recortes que sufren en sus condiciones de estudio y contra el futuro de precariedad que tienen por delante. Una juventud de los barrios obreros que ha confluido con las acciones llevadas a cabo por los trabajadores en huelga en Le Havre, Burdeos y París.

Y como ocurrió el 10 de septiembre, la represión ha sido dura, con más de 300 detenidos. Nuevamente un dispositivo de más 80.000 policías y gendarmes, blindados y cañones de agua, y numerosos infiltrados, se han utilizado contra manifestantes pacíficos. El ministro del Interior, Bruno Retailleau, se encargó de caldear el ambiente y alentar la violencia policial hablando de la amenaza de “miles de individuos peligrosos” y “grupúsculos de ultraizquierda”. Intentan criminalizar la lucha pero no cuela, y tampoco consiguen amedrentar a una población que está harta de ataques, recortes y medidas autoritarias en todos los terrenos, mientras que banqueros y los grandes de la industria militar se hacen de oro con las políticas capitalistas de siempre llevadas a cabo por los Gobiernos de turno.

Realmente esta virulencia contra el movimiento refleja la crisis política que vive el país y la preocupación que suscita en la clase dominante, sintomática de la debilidad de un presidente de la república, Macron, cuyo índice de popularidad se sitúa en un ridículo 17%, según un sondeo de Ipsos publicado el 14 de septiembre. La misma encuesta señala que el nuevo primer ministro, Sébastien Lecornu, sin haber podido aún formar Gobierno y que tomaba posesión del cargo coincidiendo con la huelga del pasado 10 de septiembre, recoge ya un 40% de desaprobación.

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Y como ocurrió el 10 de septiembre, la represión ha sido dura, con más de 300 detenidos. Nuevamente un dispositivo de más 80.000 policías y gendarmes, blindados y cañones de agua, y numerosos infiltrados, se han utilizado contra manifestantes pacíficos. 

Aumentar la presión en las calles hasta echar atrás todos los ataques

Después de esta gran demostración de fuerza es el momento de seguir golpeando para derrotar los planes de austeridad y hacer caer a Macron. Es necesario avanzar hacia un plan de lucha y huelgas generales coordinado, sostenido en el tiempo, que vaya a más en sus acciones y con objetivos claros: no solo frenar los recortes, sino revertir las reformas anteriores, conquistar aumentos salariales, nacionalizar bajo control obrero los sectores estratégicos, garantizar un sistema público de pensiones y servicios públicos de calidad, acabar con las políticas militaristas y echar atrás todas las medidas autoritarias y represivas que se han venido imponiendo contra los derechos democráticos.

La convocatoria ya de una huelga general de 48 horas como siguiente paso sería la mejor manera de poner contra las cuerdas al Gobierno y ganar esta batalla. Es lo que deberían estar proponiendo y organizando los principales sindicales, empezando por la CGT, y las organizaciones que se reivindican de la izquierda combativa, muy especialmente Mélenchon y La Francia Insumisa.

El primer ministro Lecornu hizo unas declaraciones al final de la jornada de huelga que muestran cómo están acusando el golpe, ahora dice que “las reivindicaciones planteadas por los representantes de las organizaciones sindicales y transmitidas por los manifestantes en las marchas están en el centro de las consultas” iniciadas con la oposición para formar Gobierno.

No hay tiempo que perder. No hay que enredarse en maniobras por arriba y negociaciones con un Gobierno débil y antidemocrático, que lo único que busca es ganar tiempo, hacer concesiones mínimas para desactivar la lucha y desgastar la moral y la confianza en sus propias fuerza de los trabajadores en marcha.

No haber puesto ya una nueva fecha de referencia al movimiento por parte de los dirigentes de la Intersindical es un error grave que debilita la estrategia de la lucha. También lo es, por más radical que quiera aparecer, dar un “ultimatum” al Gobierno para que nueva ficha con un plazo de más de dos semanas y sin mantener la presión en las calles, como ha hecho Sophie Binet, secretaria general de CGT.

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La convocatoria ya de una huelga general de 48 horas como siguiente paso sería la mejor manera de poner contra las cuerdas al Gobierno y ganar esta batalla. 

Ahora es decisivo continuar y ampliar la movilización desde abajo, aumentar la participación y la organización en todos los sectores, multiplicar, extender y coordinar las asambleas y comités en cada fábrica, barrio, centro de estudios, donde se discutan y decidan los siguientes pasos a dar en asambleas democráticas. La experiencia demuestra que la clave es mantener la independencia del movimiento y reforzar el papel de los sectores más combativos. Esta lucha se puede ganar.

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