El martes día 15 de diciembre el Parlamento húngaro aprobó una enmienda constitucional promovida por el ultraderechista Gobierno de Viktor Orbán, que limita la adopción de niños y niñas a las personas casadas. Una prohibición de facto para las parejas homosexuales ya que, aunque las uniones civiles están reconocidas, el matrimonio entre personas del mismo sexo sigue prohibido en Hungría.
La reforma fue aprobada con 143 votos a favor del Fidesz, el partido de extrema derecha que gobierna el país y que cuenta con mayoría parlamentaria, y fue impulsada por la ministra de Justicia Judit Varga, quien justificó la propuesta “porque nuevas ideas del mundo Occidental ponen en peligro el derecho de los niños a un desarrollo sano”.
Mediante la enmienda el concepto de familia queda remodelado en la Constitución y ahora se define que “la madre es una mujer, el padre un hombre”. Con esta enmienda también se establece que los niños deben identificarse con el género de nacimiento –negando por tanto la identidad de los menores transexuales– y que éstos deben ser educados con un espíritu conservador.
Antes de la nueva normativa, la adopción por parte de parejas del mismo sexo era posible si una de las dos personas se presentaba como soltera. Esta opción queda totalmente dilapidada. En el caso “excepcional” de que una persona homosexual soltera desee adoptar, a partir de ahora quedará en manos de la ministra de Familia: Katalin Novák, una reaccionaria ultracatólica defensora de la familia tradicional que admite sin ruborizarse que las “mujeres deberían disfrutar de sus roles como madres y cuidadoras de niños” y no “esperar tener los mismos salarios que los hombres”.
La comunidad LGTBI y las mujeres en el punto de mira de la extrema derecha húngara
Este repulsivo y nuevo ataque ha provocado una fuerte indignación en las organizaciones LGTBI del país e incluso Amnistía Internacional han salido denunciando al gobierno de Orbán.
Pero la realidad es que esta nueva legislación en el terreno de las adopciones no es un caso aislado. Forma parte de la ofensiva generalizada del Fidesz contra las personas homosexuales, transexuales, las mujeres y la clase trabajadora húngara llevada a cabo en los últimos años.
Por lo que respecta al colectivo LGTBI, según la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersexuales (ILGA), la situación de este colectivo en Hungría ha empeorado drásticamente y se sitúa en el puesto 27 de 49 de los países europeos.
En la Constitución impulsada por Orbán y en vigor desde 2011 ya se definía el matrimonio como la unión de una mujer y un hombre. De hecho, el político que se encargó de redactar este párrafo fue sorprendido recientemente en una orgía homosexual en Bruselas, incumpliendo las restricciones de la Covid19 y con drogas bajo su posesión. Sin comentarios.
En mayo, el gobierno aprobó una ley por la cual se pone fin al reconocimiento legal de las personas transexuales e intersexuales. Esta norma determina que en los documentos oficiales debe aparecer el sexo biológico y que este dato no podrá modificarse nunca. Así lo expresaban estos ultrareaccionarios: “La educación se imparte de acuerdo con los valores basados en la identidad constitucional y la cultura cristiana de Hungría”.
Desde que Viktor Orbán llegó al poder en 2010, ha sido protagonista de todo tipo de declaraciones homófobas, machistas y racistas. “Los húngaros han sido pacientes con los homosexuales hasta ahora, pero que dejen a nuestros niños en paz”, “la familia formada por un hombre y una mujer y los valores cristianos son la base para la supervivencia de la nación” o “los inmigrantes ilegales son potenciales bombas biológicas”, son algunas de las perlas que hemos podido escuchar. También conocimos la noticia de que Hungría no iba a participar en el popular festival de Eurovision por considerarlo “demasiado gay” o que se suspendieron las funciones del musical Billy Elliot en la Ópera de Budapest alegando que los jóvenes que fueran a ver la obra podrían “convertirse en homosexuales”.
Aunque sobre el papel está prohibida cualquier discriminación por razón de orientación sexual o identidad de género, ser homosexual en Hungría puede llevarte a perder el empleo o no poder acceder a una vivienda. En muchos escenarios se sigue considerando la homosexualidad una enfermedad y no existe ninguna normativa legal en vigor que prohíba las “terapias de conversión” en el país. Tanto es así, que en las principales cadenas de televisión –tanto públicas como privadas ya que todas están controladas por el gobierno– tertulianos se pasan horas y horas hablando acerca de los tratamientos para curar a las personas del colectivo LGTBI.
En el terreno de la mujer, el escenario es igual de desolador. Las mujeres húngaras cobran un 20% menos que los hombres, el derecho al aborto está restringido y se necesita el informe favorable de un médico para realizarlo y la tasa de empleo de las mujeres con hijos es hasta un 45% más baja que la media de la UE. Además, el gobierno húngaro decidió no respaldar el convenio del Consejo de Europa contra la violencia machista al considerar que es producto de la “histeria liberal e izquierdista”.
No por casualidad Viktor Orbán es considerado un “referente” de las formaciones de extrema derecha en Europa. Muchas de las declaraciones que hemos reproducido anteriormente nos recuerdan también a las de dirigentes de partidos como el Partido Popular y Vox en el Estado español, el PiS en Polonia, Bolsonaro en Brasil, y muchas otras formaciones de la derecha. Todas ellas, con sus políticas e ideología reaccionaria, perpetúan y alimentan la discriminación de todas aquellas personas que no encajamos en “su modelo” de lo que es aceptable según el ideario católico, apostólico y romano. Pero no sólo utilizan este discurso por su odio visceral contra aquellas personas que nos negamos a ocultar quienes somos y que resistimos porque verdaderamente creemos que por lo que luchamos es justo, sino que la extrema derecha utiliza nuestro género, orientación o identidad sexual, nuestra raza o religión para tratar de dividir a los oprimidos y oprimidas.
La movilización en la calle es el camino para tumbar a Orbán
El primer ministro húngaro ganó las elecciones en el año 2010 con un 52% de los votos. Más allá de su discurso demagógico sobre la “defensa de la soberanía nacional”, el objetivo central de todas sus políticas es la defensa de los intereses de los capitalistas del país. Que unos pocos sean cada vez más ricos a costa de explotar y oprimir al conjunto de la población.
Precisamente por la profundidad de los ataques planteados por su gobierno, Hungría no ha podido escapar del auge de la lucha en las calles estos últimos años. En enero de 2019, trabajadoras y trabajadores se rebelaron contra la conocida como Ley de Esclavitud, una contrarreforma laboral que ataba de pies y manos a la clase obrera húngara y la entregaba a las multinacionales extranjeras.
En este movimiento, miles de personas –donde destacaba la participación de las mujeres en primera línea– recuperaron la calle en torno a reivindicaciones laborales pero también de carácter democrático, a favor de la independencia judicial o la libertad de prensa, en respuesta al incremento de la represión, el autoritarismo y los rasgos dictatoriales del gobierno.
Como demostró ese movimiento y muchos otros en Europa del Este, como las marchas multitudinarias en Polonia por el derecho al aborto, el camino para poner a Orbán contra las cuerdas y frenar todos los ataques de su reaccionario gobierno es mediante la movilización en la calle.
Lamentablemente, Hátter (la organización pro derechos LGTBI más importante del país) no ha impulsado ninguna protesta mientras en la Cámara Alta de Budapest se discutía esta enmienda. Iniciaron un debate con el Gobierno, presentaron su opinión por escrito, trabajaron con miembros del Parlamento e informaron a organizaciones internacionales de derechos humanos. Es decir, constriñeron la indignación que ha generado este ataque al terreno parlamentario.
El colectivo LGTBI y las mujeres trabajadoras en Hungría, dos de los sectores más golpeados por Orbán, deben confiar en sus propias fuerzas y luchar para ampliarlas, para ganarse el oído del conjunto de la clase trabajadora, que también sufre de forma directa las políticas capitalistas del gobierno. En este sentido, el primer paso a dar es llamar a los sindicatos de trabajadores a plantear una lucha unida y seria en las calles. Confiar en que la oposición –entre la que se encuentra el partido fascista Jobbik– está unida contra Orbán y trataran de impedir que sus planes salgan adelante es una utopía reaccionaria.
Tampoco podemos confiar en las “democráticas” instituciones europeas. Con esta legislación discriminatoria, homófoba y tránsfoba, que se ha aprobado a toda prisa con el pretexto de la pandemia, la Unión Europea mantiene su silencio. Igual que miró hacia otro lado en 2015 con la crisis de los refugiados, mientras Hungría aplicaba toda clase de reformas antimigratorias para no permitir el acceso de las personas migrantes en el país, a quienes se refería como “invasores musulmanes”. Igual que no articuló palabra cuando Orbán aprobó en marzo una norma que daba todo el poder al primer ministro, permitiéndole gobernar a golpe de decreto, suspendiendo el Parlamento, las elecciones y los referéndums hasta que terminara la crisis de la Covid.
La deriva autoritaria que vivimos en muchos países de Europa y del mundo responde a la profunda crisis que vive el sistema capitalista y las instituciones de la democracia burguesa.
Por un movimiento LGTBI revolucionario y de combate
El futuro de los oprimidos y oprimidas de Hungría dependerá de su capacidad para mantener la independencia de clase en sus reivindicaciones y en sus métodos de lucha. Sólo con la acción decidida del conjunto de los castigados por las políticas de la extrema derecha podremos frenar el avance del discurso homófobo, racista y clasista.
La historia de nuestra lucha nos indica el camino. Desde las revueltas de Stonewall hasta la unión del movimiento obrero y LGTBI contra Thatcher en Inglaterra. El movimiento en Hungría debe aprender de todas ellas y grabar en su bandera la importancia de levantar un movimiento LGTBI revolucionario que señale al sistema sobre el que se sustenta toda nuestra opresión: el capitalismo. Para conquistar todos nuestros derechos, educar en el respeto, la diversidad y la tolerancia, para que podamos ser quienes somos en libertad, necesitamos construir una sociedad, una sociedad socialista.