La derecha españolista ya no se corta ni un pelo en ridiculizar la violencia machista y dejar claro que vienen con ganas, que con ellos los derechos de las mujeres retrocederán décadas. En programas televisivos, mítines o en las redes sociales, los representantes del Partido Popular y Vox escupen su odio de clase más misógino y reaccionario contra el movimiento feminista. Han convocado a la caverna para la gran venganza. Bien, aquí los esperamos. Les haremos frente con toda la contundencia.
Un repaso a las últimas declaraciones de estos fachas de la patria, la bandera, los toros y los puticlubs, nos revela la saña con la que nos están declarando la guerra. Alberto Núñez Feijóo, el moderado, ha amenazado con derogar la Ley Trans y eliminar el Ministerio de Igualdad si llega a la Moncloa porque “España no está para estas cosas”. Las 21 mujeres asesinadas en lo que llevamos de año son una obviedad para él. “Es más fácil cambiarse de sexo que sacarse el carné de conducir”, “las feministas se quedan embarazadas cuando quieren, no cuando les interesa”. Y añadía: “que nadie cuente conmigo para estar en contra de la violencia machista”. Una imbecilidad que asusta, si no fuera el programa de acción de esta legión de fascistas.
El líder del PP también ha defendido, con esa sutileza que le caracteriza, al candidato de Vox en Valencia condenado por violencia machista: “tuvo un divorcio duro” dijo el que puede ser el próximo presidente del Gobierno. Carlos Flores, esta mala bestia que fue candidato de la ultraderecha a la Generalitat, fue penado con un año de prisión, inhabilitado y multado por un delito de violencia psicológica reiterada contra su expareja, a quien se le prohibió acercarse durante tres años. “Ladrona, secuestradora de niños, dueña de calabozo, puta, te voy a estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras y acabe contigo, ladrona”. Estas son solo algunas de las frases que recoge la sentencia emitida en septiembre de 2002 contra este maltratador. Un divorcio duro, sí, para la víctima que tuvo que huir si quería proteger su vida.
La misma sangre discurre por las venas de dos formaciones que comparten la misma herencia ideológica. Ya es imposible tratar de vendernos a esa “derecha democrática” con la que es posible unir fuerzas para frenar a Vox: los populares han llegado a pactos con el partido de Santiago Abascal en 140 Ayuntamientos y este estará presente en los Gobiernos de seis capitales de provincia. Se han caído todas las caretas. Azules o verdes, son lo mismo. Y como parte del mismo todo, lo que les importa es defender a capa y espada su sistema, los intereses de clase a quién representan y azuzar un discurso cada vez más fascistoide para apretar las filas de su base social. Y para eso, atacar y tratar de destruir al movimiento feminista es una tarea prioritaria.
La lucha de las mujeres: un feminismo revolucionario y antifascista
Puede parecer contradictorio que en pleno 2023, tras años en que el movimiento feminista de clase y anticapitalista ha avanzado de forma muy considerable, la reacción continúe reivindicando la opresión de la mujer y la negación de la violencia machista como su principal bandera. Pero analizado más de cerca la cosa se aclara: es el reflejo inevitable de la enorme polarización política que recorre el mundo, de la descomposición del capitalismo y, en el caso español, de un ADN franquista que supura a borbotones en una derecha que lleva el machismo tatuado en la piel. Si lo pensamos bien, la bilis que escupen contra la lucha de las mujeres es proporcional al terremoto político y la profundidad que supuso la irrupción de un movimiento feminista que ha convocado a multitudes con un programa a la ofensiva.
El movimiento por la emancipación de la mujer trabajadora en el Estado español forma parte de una ola a nivel internacional, pero sin duda las dimensiones que ha adquirido en nuestro país son totalmente desconocidas en Europa. Millones de mujeres trabajadoras, jóvenes, pensionistas, amas de casa, las más explotadas y las que normalmente tienen más dificultades para participar en política, nos levantamos y enseñamos el puño a décadas de negación de derechos, violencia machista, desigualdad, justicia patriarcal y una crisis económica llena de recortes sociales que se carga sobre nuestros hombros.
Todas y todos recordamos las movilizaciones históricas del 8M, las huelgas generales feministas, la marea morada contra sentencias patriarcales y en solidaridad con las víctimas de agresiones… Todas las estrategias para desmontar este movimiento fueron puestas en marcha. Todos los mecanismos para dividir y frenar la masividad de nuestras protestas se activaron: desde que los hombres no pueden participar, hasta “el paro laboral es una herramienta patriarcal”, pasando por tratar de introducir el veneno de la transfobia en las filas feministas. Ninguna les ha salido bien. Año tras año, el 8 de marzo se convertía en el principal día de batalla contra la injusticia social, contra el fascismo y la extrema derecha y la opresión capitalista. La lucha de la mujer trabajadora ha sido un eje vertebrador de una lucha de clases rupturista y que también ha señalado a la burocracia de la izquierda reformista institucionalizada.
Y es que cuando el feminismo no es de postureo ni de papel couche, provoca pavor en los y las que mandan. Sí, todas las alarmas sonaron (y siguen sonando) en los despachos de quienes controlan los hilos del sistema. ¿Por qué?
En primer lugar, porque el movimiento feminista es un obús a la opresión ideológica y social de la clase dominante española. Someter a la mujer trabajadora no tiene sólo un objetivo económico para los empresarios, es algo fundamental para romper la unión de clase entre los hombres y las mujeres normales y corrientes. De ahí el miedo. Que uno de los sectores más golpeados de la sociedad se ponga a la cabeza con una determinación mayúscula, que declare la guerra al modelo de familia tradicional, al rol que el capitalismo asigna a las mujeres y a décadas de moral podrida de la Iglesia Católica… es algo imperdonable.
Y en segundo lugar, la lucha feminista, con su claro carácter anticapitalista y antifascista, ha roto con el discurso individualista que sólo busca el progreso femenino en “áreas de influencia y poder”, de ruptura del techo de cristal para compartir las mieles de los privilegios, y ha colocado la lucha colectiva como único camino para conseguir ser verdaderamente libres.
La burguesía española ni olvida ni perdona, y ahora exige mano dura. Esa horda de empresarios acosadores y banqueros engominados, los terratenientes y su corte que siguen creyéndose los dueños de las mujeres migrantes, los jueces y juezas que copan el Constitucional, el Supremo y las altas instancias judiciales para descojonarse de nuestro sufrimiento, curas y obispos salpicados por terribles casos de pederastia pero que todavía ostentan un poder enorme… Todos los que en estos últimos años han tenido que callar y agachar la cabeza ante la fuerza de millones en las calles, tienen sed de venganza. Creen que ahora es su momento.
Pedro Sánchez da oxígeno a estos machotes fascistas
El Partido Popular, Vox, el aparato estatal, los señores policías y jueces, sus colegas en los medios de comunicación… se sienten con total confianza para decir lo que quieran sin que nadie les rechiste. Sin embargo, hay sectores de la “izquierda” de siempre, esos que llevan décadas en las poltronas, que también son amantes de la caza, de la rojigualda, de chistes machistas baratos y de cubata en vaso de tubo, que están muy preocupados con el movimiento feminista porque cuestiona su masculinidad. Ellos no son fachas, pero se sienten incómodos.
Y qué mejor manera de sacudirse esa incomodidad, ese no sé qué que les roe por dentro, que sumarse al carro de la derecha y atacar la lucha feminista y poner la diana sobre Irene Montero. Es el espectáculo diario, alentado por la camada de periodistas progres a sueldo, y es vomitivo.
Lo que estamos viviendo con la ministra de Igualdad es un linchamiento por tierra, mar y aire, descarnado y descarado. Tras ser vetada por Yolanda Díaz, lo que ha dado un carrete inmenso a la extrema derecha para sacar pecho y arreciar en su campaña, el Tribunal Supremo la condena a indemnizar con 18.000 euros a la expareja de María Sevilla (expresidenta de Infancia Libre que se negó a entregar a su hijo a su agresor), simplemente por decir la verdad. Todos los insultos y vejaciones de la jauría reaccionaria mediática y política parece que son garantía de éxito. Y es así porque sus patrocinadores se encuentran en todo el espectro de la llamada política responsable.
Tenemos diferencias políticas con Irene Montero, no las hemos escondido nunca, pero eso no nos impide saber con certeza en qué lado de la barricada nos colocamos, y que tras estos insultos, descalificaciones y odio hay un objetivo político claro: poner el DEP a la lucha de masas del feminismo más combativo.
Irene Montero ha sido la única ministra que ha tenido el valor de decir en el Parlamento lo que muchas y muchos gritábamos en las calles, que transformó ese ¡no es abuso, es violación! en la ley del Sólo sí es sí, y que impulsó la ley Trans recibiendo los berreos incontrolados de la bancada del PP y Vox y las tránsfobas socialistas. Y precisamente desde este último flanco han llegado las últimas cuchilladas.
El presidente del Gobierno de coalición Pedro Sánchez, durante su entrevista en ‘Más de uno’ con Carlos Alsina en Onda Cero, decidió darnos una lección del tipo de feminismo que defiende. Nos habló de sus discrepancias con Irene Montero, de los errores de la ministra por haber apostado por un feminismo “de confrontación” y de “hombres de entre 40 y 50 años que han visto en algunas ocasiones discursos que han sido incómodos hacia ellos”. ¡Acabáramos!
Al todavía presidente del Gobierno no le parece digno de mención que los asesinatos machistas se hayan disparado durante su legislatura, que las manadas que nos violan proliferen, que sigamos sufriendo discriminación de género en nuestros salarios y pensiones, que los proxenetas que trafican con nuestros cuerpos y vidas sigan haciéndose de oro, que el derecho al aborto siga siendo impracticable en muchas CCAA, que mujeres migrantes sean asesinadas en las fronteras de Europa… Esto no importa. Al revés. Pero que algunos machirulos acostumbrados a hacer y decir lo que han querido siempre ahora tengan límites, esto, de verdad, es imperdonable. Haber ofendido a los cuñaos de bar, sean de derechas o se digan de izquierdas, que hablan de “la dictadura de lo políticamente correcto”, del “revanchismo contra los hombres” y cosas por el estilo … pero ¿cómo se atreven estas feministas tan radicales a molestar a mis amiguetes? Otros cubatas jefe, en vaso de tubo.
Al secretario general del PSOE no le tiembla la voz para condenar a la responsable de los avances legislativos (tímidos, sí, pero positivos) en materia de igualdad. Se acercan las elecciones y, asesorado por sus amigos, piensa que es posible arañar votos a la derecha si va con ese palo. Hace unos meses al mismo Pedro Sánchez se le llenaba la boca fanfarroneando del “Ejecutivo más feminista de la historia”. Ahora, lo que está de moda, es acercarse al discurso del Partido Popular.
Pero en una cosa tiene razón Pedro Sánchez. Hay distintos tipos de feminismos. Hay uno, el que defiende su partido, que nos habla de romper techos de cristal y de suelos pegajosos, el de las salidas individuales, el de convenciones con banqueras, eurodiputadas y empresarias. Pero hay otro muy distinto, opuesto, que es el que hemos defendido millones en las plazas de todo el Estado, el que alentamos desde Libres y Combativas, el Sindicato de Estudiantes e Izquierda Revolucionaria: el que señala al sistema como el problema y el enemigo. El feminismo de las que somos cajeras, limpiadoras, dependientas, montadoras, riders trabajadoras de atención a domicilio, de las Kellys… de las que con nuestras manos y nuestro sudor hacemos funcionar la sociedad. El feminismo que hermana a las mujeres trabajadoras con el conjunto de la clase obrera, con la lucha del colectivo LGTBI y trans. El único que se ha mostrado capaz de frenar a la derecha, y el que necesitamos para cortar de raíz la demagogia de los fascistas.
Las perspectivas para las elecciones generales del 23 de julio son bastante sombrías para la izquierda gubernamental. Si la derecha gana, que es un escenario más que posible, van a sentirse mucho más fuertes para minar todos nuestros derechos. Van a querer hacernos retroceder en la historia y enviarnos de nuevo a casa, a la cocina, a cuidar de los niños y los mayores. A estar calladitas, a no rechistar, como en los tiempos de nuestras abuelas.
Pero el movimiento feminista y todas las luchas en las que hemos participado estos últimos años nos han enseñado mucho. Podrán controlar las instituciones, pero si algo hemos aprendido es que nuestra fuerza está en las calles, que necesitamos un feminismo de combate, antifascista y anticapitalista, y que sólo basándonos en nuestras propias fuerzas podremos defendernos de esta ola reaccionaria.
No permitiremos que nos encarcelen en el miedo. Para las que no tenemos nada ni podemos renunciar a la lucha porque nuestras vidas dependen de ello, la organización es algo imprescindible. Construyamos un feminismo que no se resigne ni se arrodille, construyamos una izquierda revolucionaria para hacerles frente.