Es difícil de creer, pero todos los límites y rayas rojas se han sobrepasado. Que Yolanda Díaz es una persona ensoberbecida y que, tras décadas viviendo de los aparatos burocráticos, su promoción al Consejo de Ministros la colocó por encima del resto de los mortales era evidente. Pero no por eso deja de impactar la milimétrica frialdad con que ejecuta el plan no escrito del PSOE para arrinconar definitivamente a Podemos de la forma más humillante. Bruto, el conspirador que asesinó a Julio César en el drama de Shakespeare, parece un bonachón a su lado.
Lo ocurrido durante el proceso de conformación de SUMAR pasará a los anales de la infamia de la izquierda gubernamental, parlamentaria y del sistema. Qué vergüenza hemos sentido miles de luchadores y luchadoras bregadas en tantas batallas al contemplar este espectáculo de arribismo, de puñaladas traperas, de cesarismo totalitario, de moral podrida propia de esa pequeña burguesía enamorada de sí misma, elitista y sabihonda, que muestra un total desprecio por las ideas emancipadoras y el duro combate de los y las trabajadoras. Qué manera de arañar, de morder y de matar por defender la carrera política, la poltrona y las prebendas que las acompañan. Y luego nos hablan de “no hacer ruido”. De verdad, qué vergüenza más grande.
La vicepresidenta Díaz puede sentirse satisfecha, así es el narcisismo de esa gente exquisita que vive ajena a los problemas cotidianos de millones de personas y se creen salvadores. Pero se equivoca de cabo a rabo si piensa que su actuación y la de sus escuderos le van a reportar ganancias electorales. Para nada. Su desprecio a la hora de vetar a Irene Montero y de enterrar a Podemos, han provocado el rechazo de cientos de miles de votantes de la formación morada y de un amplio sector de la izquierda que no se arrodilla, y esto se dejará sentir en las urnas.
Cómo hemos llegado a esta situación
El pasado 4 de abril publicamos un artículo amplio sobre la presentación pública de SUMAR. Lo ocurrido en estos meses ha confirmado nuestros pronósticos y también las causas que han llevado a esta situación:
“Podemos hizo saltar por los aires el tablero político y abrió enormes perspectivas. Fue el resultado de una movilización de masas extraordinaria que puso en cuestión la institucionalidad parida en los pactos de la Transición, empezando por la monarquía y la alternancia política entre el PSOE y el PP. Aquellos que desprecian esta experiencia, que no ven la importancia histórica que tuvieron las manifestaciones de indignados que abarrotaron plazas y calles de todo el país entre mayo y junio de 2011, y que fueron el combustible que propulsó las huelgas generales de 2012, las Marchas de la Dignidad, las Mareas Blanca y Verde en defensa de la sanidad y la educación públicas, el levantamiento de Gamonal, la lucha del pueblo catalán por la república y el derecho a decidir, o las movilizaciones multitudinarias del feminismo combativo… quien cierra los ojos ante estos hechos y simplemente se limita a describir el fenómeno de Podemos como un experimento reformista más, es imposible que se oriente correctamente en los acontecimientos colosales del presente y del futuro.
Podemos, y más concretamente Pablo Iglesias, provocaron un escalofrío en la clase dominante en aquel periodo. No era Izquierda Unida, no era la burocracia de CCOO y UGT, no era esa oposición de terciopelo que ya se conocía y estaba asimilada e instalada en la gobernanza del sistema. El desafío que supuso Podemos era real. Pero oportunidades así, tan excepcionales, hay que aprovecharlas con determinación y con una política correcta. Si millones te brindan la posibilidad de que tu discurso se transforme en realidad mediante la acción, lo peor que puede ocurrir es defraudar y frustrar las expectativas creadas. En ese caso la historia no perdona (…)
¿Cómo ha podido suceder? ¿Cómo es posible que Podemos haya pasado de ser la fuerza hegemónica a la izquierda del PSOE a encontrarse en una coyuntura tan crítica que puede conducir a su destrucción?
Lo que está pasando no cae de un cielo azul. Estos lodos son el resultado de aquellos polvos. Iglesias, cuyo talento está fuera de discusión, pensó que la política y la estrategia marxista en la lucha de clases estaban superadas. Que la movilización extraparlamentaria era cosa del pasado, una enfermedad de juventud. Que los derechos no se consiguen luchando sino con el BOE y pactando con el PSOE. Que arrancando pequeñas migajas al sistema se puede cambiar la vida del pueblo. Sí, esa es la verdad.
De impugnar el régimen del 78 se integraron en él. De cuestionar las instituciones y su papel, se convirtieron en expertos de la moqueta y las comisiones parlamentarias. Despreciando la calle, renunciando a combatir a la burocracia sindical, se apuntaron a ese talismán de la paz social que agitan a todas horas Pedro Sánchez y Yolanda Díaz
Iglesias lo apostó todo a una carta: “Si entramos en el Gobierno lograremos que el PSOE gire a la izquierda”. ¿Cuál ha sido el resultado de esta estrategia? Que el PSOE no ha girado a la izquierda, no, ni mucho menos. Pero Podemos se ha tragado sapos cada vez más grandes, dejándose plumas, principios y todo tipo de promesas por el camino, que han minado su credibilidad y su influencia social hasta convertirse en una copia pálida de esa socialdemocracia tradicional de la que se quería diferenciar (…)
Que Yolanda Díaz ha sido vicepresidenta del Gobierno de coalición por decisión política de Podemos y Pablo Iglesias es irrebatible. ¿O alguien lo niega? Pero la cuestión es qué hizo pensar a Pablo Iglesias que aunque designara a dedo a Yolanda esta se iba a comportar de una manera diferente a como lo está haciendo. Su trayectoria es transparente. Ya sea como destacada muñidora del aparato de Izquierda Unida o como representante consumada de la cúpula burocrática de CCOO, su carrera como política profesional de la izquierda más reformista, posibilista, pactista y efectista es larga, muy larga.
Iglesias pensó que daba muy buena imagen, claro. Pero parece que no reflexionó lo suficiente sobre la sustancia que se ocultaba tras esa imagen, ni tampoco en su ambición. Yolanda no quiere estar bajo la tutela de Pablo Iglesias, lo afirmó estruendosamente en el pabellón de Magariños… prefiere la tutela de Unai Sordo, PRISA y Pedro Sánchez.
Yolanda Díaz se entiende muy bien con Alberto Garzón, Íñigo Errejón, Ada Colau, o con los líderes de Comprimís. Es evidente. Ninguno de ellos va a decir nada respecto a su forma de actuar o su seguidismo hacia el PSOE. Pero esto no es lo fundamental. Lo verdaderamente mollar es que Yolanda Díaz se ha convertido en la mejor apuesta para reducir a cenizas a Podemos. Y puede hacerlo porque no se corta ni un pelo en señalar todas las contradicciones de la formación morada y su incongruencia para diferenciarse de la política que ella hace.
Para ser concretos. Pablo Iglesias e Irene Montero han afirmado una y otra vez que Yolanda Díaz es la mejor vicepresidenta que ha tenido la historia de España. Pablo Iglesias y las ministras de Podemos hacen bandera de la gestión del Gobierno de coalición y apuestan por su continuidad pase lo que pase. Pablo Iglesias plantea que si no se llega a un acuerdo entre Sumar y Podemos, será una tragedia para las “izquierdas”… Entonces ¿si las diferencias políticas no existen, y todos quieren lo mismo, dónde está el problema? Ah, ya, en la conformación de las listas, en quién va de ministro/a, quién en puesto de salida para parlamentario/a o en quién recibe la mayor tajada de las subvenciones estatales.
Cualquiera con un poco de experiencia se da cuenta de que con estas premisas la dirección de Podemos tiene el partido perdido. Son las víctimas propiciatorias de sus propios errores estratégicos. Jugar a la política institucional renunciando a la lucha de clases significa aceptar una lógica implacable. Si se ha cultivado el presidencialismo y el cesarismo desde primera hora, ¿a quién le puede extrañar que Yolanda Díaz, con una sobredosis de arrogancia, afirme que con Sumar empieza todo? (…)
Podemos está en una encrucijada existencial. Quiere un acuerdo antes de que los resultados de las elecciones autonómicas y municipales lo debiliten frente a sus competidores. Es difícil saber lo que ocurrirá en las próximas semanas y meses. Pero Yolanda Díaz solo aceptará un acuerdo bajo sus condiciones: yo apruebo las listas, yo decido quién es ministra en un hipotético nuevo Gobierno de coalición, y yo estableceré el peso de Podemos en el próximo grupo parlamentario.
Pablo Iglesias y Podemos pueden seguir insistiendo en una estrategia que los conduce a una derrota sonada. O pueden rectificar, apelar a su base militante, a la clase obrera y dar la batalla política por levantar una alternativa combativa que no sea gregaria del PSOE, que no acepte con resignación su guión, su política propatronal y proimperialista. Parece difícil, porque eso implica, obviamente, abandonar este Gobierno y encabezar una oposición de izquierda consecuente, impulsar la movilización de masas y quebrar la paz social…”.
Esta es la política que genera una correlación de fuerzas favorable a la derecha
No ha hecho falta que Podemos abandone el Gobierno. Pedro Sánchez se ha encargado de dar por finiquitada la coalición sin pena ni gloria. Después de la catástrofe del 28 de mayo se apresuró a convocar elecciones generales en plenas vacaciones estivales, sin consultar con sus socios y dejándolos con muy poco margen.
Las más sombrías perspectivas planean sobre los comicios del 23 de julio. Pensar que SUMAR, una coalición urdida de manera burocrática y oscura como una vendetta donde todo está permitido, y Yolanda Díaz, que ha demostrado sobradamente su fiabilidad al gran capital y a la agenda del PSOE, puedan animar la participación electoral de los barrios obreros y cortar la sangría abstencionista es un delirio.
SUMAR y su programa aparentemente inocuo que pretende “hacernos felices con una sonrisa”, citando textualmente a Díaz, esconde una política socialdemócrata de derechas, conciliadora con la CEOE, sumisa con todos los Florentino Pérez del país, que deja el campo libre a los especuladores inmobiliarios, al sufrimiento de los desahucios, a los recortes en sanidad y educación públicas, que es solidaria con la UE del racismo, la guerra y el otanismo imperialista…
La lideresa ha llegado lejísimos. Vendiendo a Irene Montero, expulsándola de las listas, deja claro que le importa un bledo lo que piensen millones de mujeres que han salido a las calles masivamente en un movimiento feminista que ha provocado estupor en las filas de la derecha. La única ministra que alzó su voz contra la jauría judicial, contra esos fascistas vestidos con toga que amparan violadores, maltratadores, que envían a la cárcel a sindicalistas y raperos, a independentistas catalanes o jóvenes de Altsasu, la ministra que impulsó la Ley trans y puso en marcha la del Solo sí es sí, que liberaba a las mujeres violadas y maltratadas de tener que pasar por el escarnio de probar que habían cerrado bien las piernas, que fue insultada con furia por la bancada de Vox y del PP, atacada con saña por las ministras tránsfobas del PSOE, ahora recibe el golpe más grande de aquella que se decía su compañera. ¿Irene Montero? Por favor, no, mucho mejor un diplomático de carrera del PSOE como número dos por Madrid, que este sí que tiene credenciales de luchador por los derechos de las mujeres y de los trabajadores. En fin, no hay palabras.
¿A quién favorece realmente SUMAR?
Es obvio. A la estrategia de Pedro Sánchez que ahora, con más fuerza aún, apelará al voto útil cosechando buenos resultados. Anima y da alas a las redacciones de El País, de la SER y de toda la escuadra mediática de la reacción, que se vuelca en producir decenas de artículos contra Podemos, descargando toda su bilis machista y su odio de clase sobre Irene Montero. Golpea a capas muy amplias de la izquierda combativa y militante, que valoran seriamente quedarse en casa y no acudir a votar para castigar tanto desprecio. Justifica a los sectores más atrasados y desmoralizados cuando argumentan que la política es una mierda y son carne de cañón de la demagogia de derechas. Esto es lo que han conseguido Yolanda Díaz y los carreristas que la acompañan en la faena: que las risotadas y burlas de los dirigentes del PP y Vox resuenen cada vez más estruendosas mientras se frotan las manos pensando en su posible victoria el próximo 23 de julio.
¿Y la dirección de Podemos qué? ¿Cómo se ha comportado ante este asalto? Esta es, sin duda, la otra pata de la cuestión. Después de meses de apelar a la celebración de primarias y de “pelear”… en las redes sociales, ha firmado un acuerdo que puede implicar su desaparición del Parlamento. Y lo peor de todo es que son muy conscientes de lo que están haciendo, aunque lo justifiquen en aras de defender la “causa”.
Firmar este pacto humillante, que excluye de las listas al principal activo de Podemos que es Irene Montero, no supondrá que la campaña contra la formación morada se suavice. Todo lo contrario. La debilidad invita a la agresión. Y eso es lo que está ocurriendo. Por tierra, mar y aire, los artículos de los periodistas a sueldo del poder se desparraman contra Iglesias y Montero. Es la hora de la venganza, de pasar al cobro las facturas pendientes, de la “contrarrevolución”. Y esconder la cabeza bajo el ala no les servirá de nada.
La militancia y la base electoral de Podemos está desorientada, frustrada e indignada. Es comprensible. “No sin Irene Montero”, “Mi voto no lo tienes”, “Traidora” y miles de mensajes semejantes pueblan las redes sociales. Los intentos de Pablo Iglesias de justificar el acuerdo, poner a parir a Yolanda Díaz y concluir pidiendo clemencia y que Irene sea rescatada para las listas antes del 19 de junio son más de lo mismo: el canto del cisne. Aunque Yolanda Díaz rectificara e incluyese a Irene Montero ¿en qué cambiaría la situación? En nada.
Podemos está al borde de la desintegración, corroída por las presiones de numerosos miembros de su aparato que huyen hacia SUMAR. Un fenómeno que se agudizará tras los fatales resultados del 23 de julio, y por la actitud de una dirección que insiste en suicidarse pensando que no le queda más remedio que aceptar lo que Yolanda imponga, porque es “su momento” como Iglesias ha escrito, ya que si no culparían a la formación morada de la ¡¡falta de unidad!! y del triunfo de la derecha y la extrema derecha.
¿Se puede estar más ciego? Esto no va de unidad para luchar contra la extrema derecha, esto no va de contener al PP y a Vox. Lo que aquí se está ventilando es enterrar definitivamente a Podemos y, sobre todo, enterrar lo que representó el 15-M, la lucha en las calles, la voluntad de millones para acabar con el régimen del 78 y desafiar el capitalismo. Esto es lo que está detrás del comportamiento de Yolanda Díaz, una estrategia diseñada desde muchos flancos que ahora puede culminar con éxito. Pero lo más lamentable de todo, y hay que decirlo honestamente, es que en esta tarea los dirigentes de Podemos han contribuido mucho y siguen erre que erre: sus errores políticos, su cretinismo parlamentario, su abandono del marxismo, su desconfianza hacia la capacidad de lucha de la clase trabajadora, su mimetización con la socialdemocracia, su afán por convertir el partido en una maquinaria electoral, todo ello está detrás del desastre.
Este es el balance que pueden presentar aquellos y aquellas que trataron de convencernos de que un capitalismo de rostro humano, gestionado por los más preparados académicamente, era posible. Que ellos se bastaban en el Consejo de Ministros para torcer el brazo al PSOE sin necesidad de la movilización social. Que había que jugar en el terreno del enemigo y enfangarse para transformar la correlación de fuerzas dentro ¡¡¡del aparato del Estado!!! Tragándose todos los principios en aras de una falsa gobernabilidad “progresista”, el fuego amigo los ha llevado a esta situación. Un veredicto duro a todas las tesis políticas que han defendido en estos años.
Las próximas elecciones generales, tal como se están desarrollando los acontecimientos, podrían dar la mayoría al PP y a Vox en el Parlamento estatal. Es improbable que, con este tipo de maniobras, la izquierda gubernamental pueda frenar las tendencias de fondo, la desafección hacia su política y una fuerte desmovilización de la base social de la izquierda. Todavía no está dicha la última palabra sobre la actitud del PSOE ante una victoria de la reacción: ¿acaso no podrían permitir un Gobierno del PP en minoría con el argumento de evitar que Vox se siente en el Consejo de Ministros?
Todo esto subraya lo que la historia ha confirmado una y otra vez: en un periodo de descomposición del capitalismo, de desigualdad y pauperización social creciente, de guerras imperialistas y militarismo, de polarización política aguda y crisis del parlamentarismo burgués, sectores importantes de la clase dominante reniegan de sus juramentos democráticos y vuelven su mirada, y sus apoyos, hacia la extrema derecha y la represión totalitaria. Entonces ¿cómo es posible combatir al fascismo y la extrema derecha, como fenómeno global, sin luchar contra su causa, el capitalismo en descomposición?
Teorizar que a la reacción extrema se la pude vencer con una izquierda blanda, temerosa, acomodaticia, ministerialista, que sueña con un capitalismo progresivo y redistribuidor, es una utopía reaccionaria.
Vienen tiempos duros, pero a la vez esclarecedores, que ofrecerán una oportunidad seria para construir una izquierda rupturista, revolucionaria y de combate. Al fascismo, a la derecha, no se los derrota en los parlamentos burgueses. Millones de trabajadores y jóvenes votarán para frenar al PP y a Vox, y muchos de ellos lo harán con una pinza en la nariz, de manera hipercrítica. Su voto manifiesta su conciencia de pertenencia a una clase oprimida, no la confianza en la izquierda del sistema. Y es así porque el voto, en las condiciones de la democracia burguesa, no puede acabar con la opresión capitalista, como hemos comprobado durante la legislatura del Gobierno de coalición. Lo mismo podemos decir de la abstención. Por supuesto que es entendible la abstención de sectores de trabajadores y jóvenes de izquierdas, al fin y al cabo es el resultado inevitable de los fracasos de la izquierda reformista, pero la abstención no resolverá el problema al que nos enfrentamos. Pensar que llamando a la abstención se construye una opción revolucionaria es caer en un cretinismo antiparlamentario infantil, que tantas veces denunciaron Marx y Lenin.
Lo que puede colocarnos en la vía de presentar batalla, y ganarla, es la construcción de un partido revolucionario consecuente, con una base de masas y capaz de movilizar a millones con un programa de combate por el socialismo. Parece muy complicado después de tantas decepciones y desengaños. Pero es el único camino, porque no hay terceras vías ni opciones más fáciles. Construir ese partido de masas y una dirección a la altura de los acontecimientos, no una secta impotente, es el enorme desafío que se presenta ante la clase obrera española y de todo el mundo.