La derrota del PP, y la posibilidad de imponer un gobierno que rompiera con las políticas de recortes y austeridad, se palpaban con fuerza entre miles de activistas de la izquierda, sentimiento del que los marxistas nos hacíamos completamente partícipes. Pero la noche electoral del 26J dejó un sabor amargo. Cuando todas las encuestas, incluidos los sondeos de opinión a pie de urna, auguraban un crecimiento importante del voto a Unidos Podemos —dando como seguro el sorpasso al PSOE y una enconada lucha por la primera plaza con el PP—, la sorpresa fue mayúscula.
A las 10 de la noche del 26J estaba claro que la tendencia del recuento se mantendría hasta el final: el PP se fortalecía; el PSOE, aunque cosechaba el peor resultado de su historia, resistía el envite por su izquierda, y la confluencia Unidos Podemos perdía un millón de votos. Tras los momentos de desconcierto y desmoralización inevitable, tenemos la obligación de mirar la realidad de cara. ¿Cómo se explican estos resultados? ¿Qué tendencias están reflejando? ¿Qué hacer a partir de ahora? Necesitamos responder a estas peguntas de la manera más honesta, y más correcta posible, para reagrupar nuestras fuerzas y prepararnos ante una nueva etapa de la lucha de clases.
Los resultados: desplazamiento hacia la derecha
Los datos finales han sido claros a la hora de mostrar el estado de ánimo de las diferentes clases sociales e incluso, en el caso de la clase obrera, de la existencia de tendencias políticas contradictorias. El PP ha aumentado su número de escaños de 123 a 137 consiguiendo 7.906.185 votos (33,03%), lo que significa un incremento de casi 700.000 papeletas respecto al 20D y de 4,3 puntos porcentuales. El PSOE pasa de 90 diputados a 85, y pierde 120.000 votos (de 5.545.315 a 5.424.709), y del 22% al 22,6%. Unidos Podemos mantiene la suma de escaños que lograron Podemos e Izquierda Unida por separado el 20D, 71 diputados, pero experimenta un fuerte retroceso en votos: pierde más de un millón (pasa de 6.112.438 a 5.049.734) y se queda en el 21,1%. Ciudadanos también sufre un descenso acusado en escaños, de los 40 que obtuvo el 20D a 32 diputados el 26J, y de 3.514.528 a 3.123.769 votos (una caída de 390.759 votos y 0,85 puntos).
Una aproximación a estos datos indica, en primer lugar, que el bloque de la derecha (PP + C’s) mejora sus resultados del 20D: 11.029.954 votos frente a 10.750.493, con un trasvase evidente de papeletas a favor de Rajoy. Si en diciembre la derecha obtuvo un 42,65%, ahora suma el 46,08%, 3,43 puntos más, y pasa de 163 diputados a 169. El bloque PSOE-Unidos Podemos logra 10.474.443 votos frente a los 11.657.753 del 20D, es decir, pierde 1.183.310 votos. Si en diciembre sacaron un porcentaje de 46,34%, ahora ha sido del 43,73%, 2,58 puntos menos, y sus 161 escaños se reducen a 156.
Obviamente las cifras deben ser puestas en su contexto. Es un completo error hablar de giro a la derecha de la sociedad. En realidad el PP está muy lejos del techo electoral que obtuvo en noviembre de 2011, precisamente el año que estalló el 15M y se abrió una situación política completamente inesperada para la burguesía. En aquellas elecciones del 20N, el PP alcanzó 10.866.000 votos, es decir, que sigue perdiendo casi tres millones. Esta idea hay que subrayarla, especialmente para desmentir a esa larga lista de burócratas cínicos que vierten sus acusaciones ponzoñosas sobre los trabajadores. La derecha está muy lejos de la mayoría absoluta de hace cuatro años.
Los resultados inesperados de Unidos Podemos no se pueden explicar sin partir de un hecho incontestable: la abstención vuelve a sacudir a la izquierda, crece en 1,2 millones respecto al 20D (del 28,79% al 30,16%), y es sensiblemente superior en los barrios obreros que habían protagonizado una fuerte movilización en las elecciones municipales y generales de 2015, que en las zonas burguesas y de capas medias.
Es de resaltar que Unidos Podemos se alza con la victoria en Catalunya y la Comunidad Autónoma Vasca, y que retiene la segunda posición en País Valencià, Madrid, Navarra y en las Islas Baleares; pero el retroceso es innegable: pasa a tercer lugar en Aragón, Asturias, Canarias y Galicia (en esta última a la espera de contabilizar el voto del exterior). Comparando los votos perdidos por el PSOE y Unidos Podemos en los diferentes territorios, se aprecia mejor cómo la abstención es el destino de ese retroceso. En Madrid el PSOE sube 29.180 y Unidos Podemos cae 216.580; en Andalucía, el PSOE pierde 77.651 y Unidos Podemos 222.331; en el País Valencià, PSOE retrocede en 6.494 y Unidos Podemos en 129.617; en Asturias, el PSOE gana 1.223 mientras Unidos Podemos pierde 45.509. En Catalunya, el PSC retrocede 32.241 y En Comú Podem 81.354.
Dicho todo lo anterior, los resultados vuelven a poner de manifiesto la enorme polarización política y la radicalización de un amplio sector de la clase obrera hacia la izquierda. Los 5 millones de votos cosechados por Unidos Podemos son algo inédito en la historia electoral de estos últimos cuarenta años. Aún más importante, esa fuerza revela el enorme potencial que existe para transformar la sociedad, a condición de que se saquen las lecciones oportunas que señalan estas elecciones.
El peso de la desmovilización social en los resultados del 26J
Como hemos escrito en numerosas ocasiones, la fuerte irrupción de Podemos y el golpe asestado al bipartidismo, tanto en lo que se refiere al PP como al aparato de la socialdemocracia, no ha sido el producto de ningún plan maquiavélico urdido en una conocida cadena de televisión. La crisis del régimen del 78 y de los partidos que lo han sostenido durante cuarenta años casi, son el resultado de la mayor oleada de movilizaciones de masas desde los años setenta, en el periodo conocido popularmente como la Transición. Desde el estallido del 15M —que llenó las calles y plazas de indignación y furia contra la crisis capitalista y los recortes del gobierno de Zapatero— pasando por las huelgas generales contra la reforma laboral, las movilizaciones mineras, el levantamiento de Gamonal, la explosión de la Marea Verde y la Marea Blanca, las grandes huelgas de la juventud contra la LOMCE y el 3+2, la impresionante Marcha de la Dignidad del 22M de 2014, o las manifestaciones por el derecho a decidir en Catalunya, por poner sólo algunos ejemplos… la fuerza de la clase obrera se dejó sentir con una gran intensidad.
Este factor político de primer orden, que ha sido ninguneado por muchos, es lo que ha propulsado la aparición de formaciones como Podemos, que son consecuencia directa de la gran rebelión social que hemos vivido. De hecho, una de las características de estas movilizaciones han sido su carácter desafiante contra la burocracia corrupta y acomodada de la socialdemocracia y los grandes aparatos sindicales, que han mantenido su estrategia de paz social otorgando balones de oxígeno al PP cuando el gobierno de Rajoy pasaba por sus momentos más complicados. Esta experiencia de lucha ha puesto en guardia a estos sectores burocráticos y reformistas, que actúan como correa de transmisión de los intereses de la clase dominante dentro de la izquierda. Por eso su actitud de sabotear y boicotear cualquier iniciativa que pudiera acabar con el status quo que tanto les ha beneficiado.
Una vez que Podemos cosecha un resultado espectacular en las elecciones europeas de 2014, y que lo amplifica en las municipales de mayo de 2015, la dirección de la formación morada escora todas sus energías al terreno institucional y abandona descaradamente la calle, con la única excepción de la Marcha del Cambio de enero de 2015. Esta estrategia se ha mantenido a toda costa y desde hace dos años, las grandes movilizaciones de masas han estado completamente ausentes del escenario político. Este es uno de los factores fundamentales a la hora de explicar el retroceso de Unidos Podemos: si la lucha en las calles, masiva y sostenida, ha sido decisiva en la creación de Podemos y la crisis del bipartidismo, su ausencia lo debilita y abre un gran terreno para que los prejuicios políticos y el discurso de nuestros adversarios (tanto del PP como de la dirección del PSOE) puedan penetrar y hacer su tarea.
Constreñir la oposición al PP y al aparato socialdemócrata al terreno parlamentario, como ha hecho el conjunto de la dirección de Podemos, es completamente insuficiente. La negativa a movilizar en las calles durante los meses en que se ha estado negociando tras las elecciones del 20D, y no colocar la presión de la lucha de masas sobre Pedro Sánchez —responsable del infame pacto con C’s— y sobre Rajoy, ha dejado, y ahora se ve mucho más claro, gran parte de la iniciativa a nuestros enemigos de clase.
Otro factor importante que induce a la desmovilización del voto de Unidos Podemos es la decepcionante gestión de muchos gobiernos del “cambio” en grandes Ayuntamientos. Por supuesto que la autoridad de Ada Colau y Manuela Carmena sigue siendo importante, pero la vida en los barrios obreros de estas grandes urbes no ha cambiado en lo sustancial, los equipamientos siguen siendo muy precarios e insuficientes, las becas escolares, los comedores y las vivienda social, las mejoras en la limpieza o el transporte público, siguen brillando por su ausencia; y se han abandonado muchas reivindicaciones fundamentales como la remunicipalización de los servicios públicos. Esta realidad, no nos engañemos, favorece a la derecha y también al aparato del PSOE, pues los discursos y las buenas palabras no convencen tanto como los hechos a la hora de movilizar el voto de la izquierda.
El ejemplo de los ayuntamientos también rebela los límites del discurso cuando no va acompañado de medidas socialistas efectivas. Los sectores populares, las familias de Nou Barris, de Cádiz, de Vallecas o Carabanchel, están hartos de buenas palabras. Quieren ver el fruto de su voto concretado en un cambio radical en sus condiciones de vida, aunque eso signifique pelear y luchar duramente. Pero muchos de los actuales concejales y alcaldes han olvidado esta sencilla verdad, han renunciado a la movilización para lograr imponer las reformas esenciales que la población necesita, y han caído en la lógica del sistema: del Sí se puede, han pasado al No se Puede, y esa es la receta más desmovilizadora y que más beneficia la abstención entre los trabajadores, la juventud y los sectores populares.
El terreno electoral es siempre el más difícil y el más complicado para aquellos que luchamos por transformar la sociedad. En las elecciones no ocurre como en las huelgas, en las movilizaciones de masas, en los grandes conflictos sociales, donde el peso lo llevan los sectores más conscientes arrastrando a los más indecisos, y con su voluntad de luchar pueden abrir crisis políticas de envergadura. Baste recordar que el triunfo en 2004 de Rodríguez Zapatero estuvo directamente relacionado con la movilización masiva contra la guerra imperialista.
Para las fuerzas de la izquierda que aspiramos a romper con las políticas de austeridad, con la lógica implacable del capitalismo, con la casta que nos oprime, es fundamental entender que la lucha parlamentaria debe estar indisolublemente unida a la lucha extraparlamentaria, a la movilización en las calles, en las empresas, en los centros de estudio. Ahí es donde podemos modificar la correlación de fuerzas a nuestro favor y que esto también pueda reflejarse en las urnas. Como la experiencia histórica demuestra, no es posible el cambio al que los trabajadores y los jóvenes aspiramos, a través sólo de la aritmética parlamentaria. Los capitalistas encontrarán mil formas de sabotear a cualquier gobierno que intente desafiar sus intereses, como ha quedado claro en Grecia. Sólo con la lucha de clases, con la organización consciente, con el programa del socialismo se puede romper este cerco.
El debate sobre lo ocurrido en estas elecciones plantea una discusión fundamental desde hace muchas décadas: reformismo o revolución. En los aparatos políticos y sindicales de la izquierda hace tiempo que son mayoría los que piensan que pueden cambiar muy pocas cosas bajo el capitalismo y, en todo caso, será el resultado del juego institucional. Pero si se reflexiona detenidamente, las elecciones del 26J han desmentido este argumento. Incluso para obtener el apoyo en unas elecciones, la izquierda necesita mantener una fuerte movilización social, si no, la maquinaria de la democracia burguesa se impondrá. Ellos cuentan con los grandes medios de comunicación, con el aparato del Estado, con una ley electoral infame. Nosotros no podemos competir en ese terreno, pero sí en el que somos manifiestamente más fuertes: en la lucha en las fábricas, en los centros de estudio, en los barrios, donde somos la mayoría, cuando paralizamos el país con nuestras huelgas y nuestras movilizaciones. Ya hace mucho tiempo que Marx y Engels condenaron el cretinismo parlamentario como una de los vicios políticos más nocivos de la pequeñaburguesía.
Los efectos de la campaña del miedo
Desde que Pablo Iglesias se negó a apoyar, correctamente, el pacto de Pedro Sánchez con Albert Rivera, la ofensiva de la derecha en todas sus variantes, y aquí también incluimos al aparato socialdemócrata, no ha tenido un solo día de respiro. Toda la escuadra mediática ha vomitado su odio contra Podemos, y contra Alberto Garzón una vez que la confluencia de la izquierda se ha materializado. Y tenemos que decir que la campaña ha tenido un efecto, sobre todo en el contexto de desmovilización social que hemos señalado en el apartado anterior.
La histeria contra la revolución venezolana, cuando atraviesa su momento más difícil por el sabotaje capitalista y la corrupción de sectores de la burocracia estatal, ha calado entre las clases medias y sectores atrasados de los trabajadores. Hay que señalar el papel nefasto del aparato del PSOE, alineándose con los golpistas venezolanos de ultraderecha y haciendo el caldo gordo al imperialismo y al PP. También la falta de decisión y arrojo para contestar las calumnias desde la dirección de Podemos, ha sido percibido como una incoherencia y una debilidad. Cuando están golpeando machaconamente con estas acusaciones, hay que responderlas con contundencia y audacia. En Venezuela no hay ninguna dictadura, la oposición se manifiesta libremente y personajes como Felipe González o Albert Rivera tienen la posibilidad de desplazarse a Caracas para hacer campaña activa contra un Presidente elegido democráticamente. Esto en sí mismo, ya refuta las acusaciones de la reacción.
Igual se podría decir de los planes golpistas —de los que saben mucho el PP, el PSOE y PRISA— y de quienes son los auténticos responsables del desabastecimiento en los mercados y las largas colas, del acaparamiento y el mercado negro. No hace falta ser un lince para entender que se sigue un patrón sospechosamente parecido al que la derecha y los imperialistas utilizaron contra Salvador Allende en el Chile de 1973. Por supuesto, denunciar esto no significa extender un cheque en blanco a Maduro u ocultar los desmanes de una burocracia que se lucra también de esta situación. Pero nada semejante se ha hecho. Es más, las declaraciones de Pablo Iglesias sumándose al coro que brama por la excarcelación de un personaje como Leopoldo López, que ha participado en acciones terroristas causante de decenas de muertos, lo que hace en la práctica es legitimar el discurso del PSOE y del PP. Si no quieres adoptar una postura beligerante en la campaña desatada contra la revolución bolivariana, y tomas una posición oportunista y conciliadora, abres la puerta de par en par para que la demagogia de la reacción avance entre la base social de la izquierda. La posición de la dirección de Podemos respecto a Venezuela ha sido un completo error y se ha pagado un precio muy alto por ello.
Lo mismo se puede decir en torno a Grecia y al gobierno de Tsipras. La dirección de Podemos apoyó la traición de la dirección de Syriza después del referéndum contra el Memorándum. Lo hicieron de un manera vergonzosa alegando que “no se podía hacer otra cosa” más que capitular ante la Troika. ¿Que mensaje se manda con este posicionamiento? Que si la dirección de Podemos llega al gobierno se puede comportar de manera similar. Y lo peor, cuando Pedro Sánchez ha utilizado el ejemplo de Grecia para atacar a Pablo Iglesias, ni éste ni ningún dirigente de Podemos han contestado como era necesario. Ninguna mención a la responsabilidad del PASOK en el hundimiento de Grecia por su activa colaboración con la derecha y los planes de la Troika. En todo caso, siguiendo la pauta de los ataques sobre Venezuela, decir que estos países están muy lejos de la realidad española y que no interesa hablar de ellos. Argumento oportunista donde los haya, y que es percibido por sectores de la población como una prueba de debilidad y falta de rigor. Esta debilidad ha sido explotada hábilmente por la derecha presentando a Podemos como la puerta hacia el “caos” que reina en Venezuela y Grecia.
Esta brutal campaña del miedo ha movilizado las reservas de la reacción galvanizando el voto de importantes sectores de las capas medias hacia la derecha; pero también ha tocado de lleno a las secciones más atrasadas de los trabajadores entre los que ha hecho mella esta ofensiva ideológica: percibiendo el discurso de los dirigentes de Podemos como frágil e inseguro, muchos de ellos han cambiado su voto del 20D, optado por el PSOE y la abstención. Lo mismo se puede decir del resultado del “Brexit” británico, que ha sido presentado machaconamente como el triunfo del racismo, la xenofobia y el aislacionismo económico. El miedo a una situación similar aquí, y la falta de una alternativa de izquierdas coherente sobre este asunto por parte de la dirección de Podemos, también ha reforzado el discurso del PP y del aparato del PSOE.
Soy “socialdemócrata”
La decisión de Pablo Iglesias de hacer frente a los sectores más derechistas de Podemos —encabezados por Íñigo Errejón— y mantenerse firme contra al pacto PSOE-C’s, ha sido compensado en la campaña electoral por sus loas a la socialdemocracia y sus guiños permanentes a la dirección del PSOE. Los elogios a Rodríguez Zapatero, calificándolo de mejor presidente de la democracia —ahí es nada—, son un error sin paliativos. ¿Acaso no fue este presidente “socialista” el que impuso los recortes exigidos por la Troika y reformó la Constitución, de la mano del PP, para asegurar el pago de los intereses de la deuda con la banca y los grandes especuladores internacionales? ¿No fue el 15M precisamente un aldabonazo contra la traición de estos dirigentes “socialistas”?
Pablo Iglesias se ha quedado más ancho que largo afirmando que ideologías como el comunismo “están muy bien para debates de doctorado”, pero que para gobernar un Estado miembro de la UE lo máximo por lo que se puede optar es por la socialdemocracia, que las opciones son “estrechas” y están “en el marco de la economía de mercado”. Es posible que se imaginara que así ganaría votos en los caladeros de las clases medias, o entre la base del PSOE, pero lo único que ha conseguido es servir en bandeja argumentos a Pedro Sánchez y la dirección del PSOE.
En los mítines y en las declaraciones públicas se ha percibido a Alberto Garzón con una dimensión muy diferente, mucho más combativo y decidido a la hora de proponer una alternativa de izquierdas frente a la crisis del capitalismo y al PP. Y ese era el camino correcto, pues si de lo que se trata es de competir a ver quien es más socialdemócrata, se manda el tipo de mensaje que permite a Pedro Sánchez y el aparato del PSOE fortalecer su argumentario. Apoyándose en los prejuicios, y en las reservas que el PSOE sigue manteniendo entre capas más conservadoras de los trabajadores, han convencido a una parte importante de su menguada base social de que era decisivo mantener prietas las filas. Estos sectores han optado por el “modelo” socialdemócrata original, el de siempre, espoleadas por la campaña mediática que responsabiliza a Iglesias de oponerse al “cambio”, de ser un arrogante y un presuntuoso.
En cuanto a la campaña electoral en sí, se han producido errores de estrategia que han tenido un peso muy negativo, y que señalan directamente a Íñigo Errejón como responsable de la misma. La decisión de relegar a Alberto Garzón al quinto lugar de la lista electoral por Madrid ha irritado mucho a un sector de los trabajadores y la juventud, que ven en Garzón una referencia sólida de la izquierda. Esta gesto ha sido interpretado por muchos como un desprecio y un ninguneo hacia una persona que ha trabajado por la confluencia con mucha más fuerza que muchos de los actuales dirigentes de Podemos.
La estrategia electoral ha tenido otras fallas considerables: desde la convocatoria de los mítines exclusivamente a través de las redes sociales, sin movilizar a la militancia en la agitación y propaganda necesaria en las calles, a lo que se sumaba el hecho de desconocer hasta el último minuto dónde iban a ser. El lenguaje utilizado por muchos dirigentes de Podemos, sus apelaciones constantes a la “Patria”, como si eso fuera a neutralizar la campaña del odio desatada por la derecha, o el “buenismo” en los mensajes, los corazones y las sonrisas, en lugar de un programa coherente para explicar el modelo alternativo de sociedad que defendemos, todo ello, también ha sumado negativamente.
Los sectores más derechistas del aparato de Izquierda Unida también han puesto su pequeño grano de arena para frustrar las aspiraciones de cambio. Estos elementos, vinculados estrechamente a la burocracia de CCOO de la que reciben prebendas y empleos, que han vivido de la sopa boba de las instituciones y de sus apaños constantes con el aparato socialista para conservar puestos de diputados autonómicos y concejales, estos sectores casposos, sectarios y anquilosados, le han declarado la guerra a Alberto Garzón por tierra, mar y aire y han diseminado toda su bilis contra la confluencia Unidos Podemos. De esta manera han sembrado dudas, y han empujado a sectores que el 20D votaron a Izquierda Unida a hacerlo ahora por el PSOE o decidirse por la abstención.
¿Y ahora qué? Volver a la movilización de masas y defender una política revolucionaria
Las perspectivas que abre este resultado electoral son negativas a corto plazo. La derecha, el aparato socialdemócrata, la prensa capitalista, van a utilizar la victoria del PP y el retroceso de Unidos Podemos para golpear la moral de la clase trabajadora y la juventud. La sorpresa de estos resultados ha sido tan grande, precisamente, porque los sectores avanzados de la izquierda se han ampliado mucho y estaban especialmente motivados y animados. Las encuestas reflejaban muy bien este sentimiento: cientos de miles no sólo no nos escondíamos, sino que manifestábamos orgullo a la hora de decir públicamente a quién íbamos a votar, cosa que no ocurría con muchos votantes del PP o del PSOE, que tenían una actitud mucho más vergonzante.
La próxima formación de gobierno está mucho más clara que hace meses. Probablemente tengamos un ejecutivo del PP sostenido por el apoyo parlamentario de Ciuadadanos, que podría llegar a integrarse en el mismo, contando con la aquiescencia del aparato del PSOE. Pedro Sánchez ha cosechado el peor resultado de la historia del PSOE, realmente malo, aunque la debacle que esperaban era mucho mayor sin duda. También Susana Díaz se ha llevado un duro varapalo y su discurso derechista ha contribuido mucho al triunfo del PP en Andalucía. Pero a pesar de la apariencia de haber salvado los muebles, la crisis de la socialdemocracia continuará y el futuro de Pedro Sánchez está en entredicho. Si se abstienen en la investidura del candidato de PP, cosa que parece inevitable con los números en la mano, perderán aún más credibilidad entre los sectores avanzados de la izquierda.
La clave está ahora en la reacción de los dirigentes de Podemos, especialmente de Pablo Iglesias, y de Izquierda Unida, concretamente de Alberto Garzón. Como no podía ser de otra manera, estos resultados están ya provocando una seria crisis en la dirección de Podemos. Los sectores derechistas agrupados con Errejón han desenvainado el cuchillo, insistiendo en que la coalición con Izquierda Unida ha sido un error y ha desvirtuado el carácter “transversal” del proyecto original del Podemos. Estos argumentos los hemos contestado a lo largo de este artículo, pero es necesario subrayar que sin la confluencia de Podemos e IU las cosas habrían sido mucho peor. Que ya fue un error no haber confluido el 20D es evidente, pero ello se debió, fundamentalmente, a la visión estrecha, reformista y arrogante de un amplio sector de la dirección de Podemos.
En Izquierda Unida la pelea también se ha desatado, aunque en este caso es mucho más patética. Los sectores que fueron derrotados ampliamente en las urnas cuando se consultó a los afiliados, y en la última Asamblea Federal, también levantan la voz contra la confluencia de izquierdas. Preguntamos a estos elementos: ¿Por qué tanta beligerancia con Pablo Iglesias y la unidad con Podemos, y tanto silencio con la política de desmovilización de la dirección de CCOO? No engañan a nadie. Estos sectores son parte del problema, y no la solución.
La cuestión es clara. Hay que reforzar la confluencia de la izquierda que lucha, de Unidos Podemos, y sacar todas las conclusiones de lo ocurrido. Hace falta romper con el cretinismo parlamentario, con la visión socialdemócrata de la lucha de clases y defender una política socialista e internacionalista sin complejos. Hay volver a las calles, a la movilización de masas, a reagrupar nuestras fuerzas y prepararnos para las próximas batallas.
Por primera vez desde los años 70, formaciones a la izquierda de la socialdemocracia tradicional tienen un apoyo de masas. Cinco millones de votos son muchos votos, y su potencia sería tremenda si esa fuerza social se utiliza para emprender una política de oposición parlamentaria sin tregua, y sobre todo de movilización en las calles contra los planes que el PP nos tiene reservados. En Unidos Podemos, en los sindicatos, en el movimiento obrero, entre la juventud y los activistas sociales hay que combatir el derrotismo y el escepticismo, abanderar la lucha por una política socialista consecuente, llamar a la organización de una manera más rotunda aún si cabe.
Vamos a ver muchos lamentos de los de siempre, de los que manifiestan una desconfianza orgánica en la clase obrera y en su potencial revolucionario, de los que nunca han creído en que cambiar la sociedad sea posible. A todos ellos les decimos: nos tendréis enfrente, luchando contra vuestros prejuicios desmoralizantes que no favorecen la liberación de los trabajadores, sino que nos llenan de cadenas y sumisión. No, no vamos a ceder ni un ápice en la tarea que hemos emprendido. En las adversidades —que pronto remontarán pues la crisis del capitalismo prepara nuevas explosiones de la lucha de clases en el Estado español y en todo el mundo— es cuando se prueba de qué pasta están hechos los revolucionarios.
¡Ni un paso atrás en la lucha contra la derecha!
¡Es el momento de la organización: Únete a Izquierda Revolucionaria!