El manifiesto franquista, al que ya casi se han adherido 600 militares, no ha sido fruto de un brote psicótico contagioso, ni consecuencia del calentamiento global, ni tan siquiera ha sido producto de la estima, condescendencia y cariño con el que los monarcas, Juan Carlos y Felipe, han deleitado a los sucesores de Franco, como si de familiares suyos se tratase, sino que se ha debido a los cuidados favores y las meditadas dejaciones de una clase política, PP y PSOE, que, subyugada por las élites franquistas, jamás quiso demoler uno de los principales bastiones fascistas: el Ejército. Como jamás osó ni tan siquiera arañar el imponente edificio eclesiástico, hoy tan resplandeciente como en tiempos más pérfidos.
Lo que ha sucedido, la masiva exaltación fascista de más de medio millar de militares, la mayoría altos mandos, muchos coroneles y generales, y uno de ellos el último que me arrestó estando en activo, ha sido germinado y cultivado con las cariñosas y ensangrentadas manos de los que empuñaron las armas contra la democracia mientras que los valientes militares que la defendieron fueron masacrados primero y olvidados después hace ochenta años (y purgados primero y humillados después hace cuarenta años). Porque el PP y, lamentablemente, el PSOE prefirieron ascender fascistas y vejar demócratas que justamente lo contrario, lo que la razón dictaba que deberían hacer y lo que Europa hizo.
Es por ello que todavía hoy muchos altos mandos militares ensalzan la figura de Franco como valeroso y profesional militar, comen uniformados en Casa Pepe -Restaurante Museo Franquista-, escriben artículos incendiarios contra la memoria histórica, amenazan a los ciudadanos con intentonas golpistas, exhiben orgullosos símbolos fascistas, saborean libros franquistas, rememoran a héroes franquistas, exigen a su comandante de las Fuerzas Armadas -el Rey- usar las armas contra los ciudadanos, escriben cartas amenazadoras a políticos, dirigen y financian fundaciones franquistas, utilizan las redes sociales de forma impune para insultar y amenazar a progresistas, leen proclamas franquistas en los patios de armas, solicitan la ilegalización de partidos políticos democráticos, ensalzan franquistas en las páginas web de los Ejércitos, persiguen y acosan a los representantes asociativos, escriben cartas fascistas a medios de comunicación, exigen la invasión militar de Catalunya o menosprecian públicamente los derechos humanos (todo ello documentado en ‘El libro negro del Ejército español’).
Son de una calaña tan miserable que en Alemania, Francia o Italia serían delincuentes, aunque aquí alcancen las cotas más altas de la cúpula militar, mientras una gran parte de la ciudadanía ignora que son muchos más los franquistas prudentes que aguardan en la madriguera que los estúpidos que firmaron.
Lo acontecido no habría sido posible sin reyes franquistas y sin políticos que no fueran franquistas, oportunistas o marionetas. Porque lo que hubiera correspondido habría sido penalizar cualquier tipo de exaltación franquista y perseguir hasta en el escondrijo más recóndito a todo franquista y/o cómplice fascista que hubiera vestido el uniforme militar para condenarle inmediatamente al desempleo y a la repulsa. Previo paso por prisión, claro está. Pero no habiendo hecho esto, irónicamente, es justamente lo que los franquistas hacen con los demócratas: purgarnos como si fuéramos los más viles delincuentes después de humillarnos y encerrarnos. Todo ello mientras Pedro Sánchez o Margarita Robles, actuales presidente del Gobierno y ministra de Defensa, miran al tendido como si aquí no pasara nada y todo se solucionara anulando convocatorias discriminatorias con las mujeres o desalojando al fiambre del palacio. Mal harán los gobernantes contentándose con tiritas cuando el negocio se resuelve en un lance a democracia o neofranquismo.
Porque las Fuerzas Armadas no pertenecerán al siglo XXI hasta que honren a los militares demócratas, que por miles murieron durante la sangrienta sublevación fascista y que por más de cien arriesgaron su vida antes y después de la plácida muerte del dictador en una democracia que jamás fue, que jamás se quiso que fuera. Son los militares republicanos y los miembros de la UMD los referentes que debieran idolatrar nuestros militares, pero sin embargo hoy ni les conocen. Es esa la herida que sigue y seguirá contaminando la Institución y la sociedad misma: la promoción del fascista y la censura del demócrata.
Nuestros militares deberían aprender en las distintas academias que Franco fue un traidor entre los leales, un trapacero entre los traidores y un genocida entre los asesinos, al que solo tales atributos le permitieron liderar la horda de sedientos criminales que bombardearon ciudades asesinando mujeres, ancianos y niños para perpetrar su crimen; fusilaron maestras, escritores, intelectuales o poetas para laminar sus deficiencias; violaron, torturaron y cercenaron penes y cabezas para encumbrar su inhumanidad; o robaron y traficaron con bebés para enmendar sus impotencias.
Pues resulta aceptado casi unánimemente que el fascista es un animal bruto, corrupto, salvaje, muchas veces alcohólico, machista, clasista, trapacero, homófobo, generalmente racista, particularmente inculto y mayoritariamente despiadado, siendo el franquista entre ellos una subespecie ibérica con algunos de estos atributos más pronunciados.
Todo ello debería haber provocado en nuestra clase política, en nuestros intelectuales más destacados y en nuestras personalidades más respetadas el más inquebrantable e infatigable repudio hacia estos primitivos despojos, pero en ausencia de ello, las Fuerzas Armadas exhiben su franquismo a plena luz del día, teniendo a la Legión, cuerpo militar fascista responsable de atrocidades que harían perder la cordura al corresponsal de guerra más curtido, como símbolo más destacado. Cabra incluida. Una exhibición que estremecería a cualquier país con unos aceptables parámetros democráticos pero que en la actual España es recibida con vítores, banderitas y aplausos.
En definitiva, son las Fuerzas Armadas de un país reflejo del mismo, así pues obsérvenlas con atención para concluir que es España lo mismo que estas: moderna en sus formas, corrupta en sus estructuras y franquista en su esencia.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de ‘El libro negro del Ejército español’.