A dos meses de las elecciones generales del 28A las negociaciones para la formación de un gobierno del PSOE pasan por su momento más crítico.

Las elecciones estuvieron marcadas por una importante movilización de la base social de la izquierda para cerrar el paso a la ultraderecha, y evitar la conformación de un gobierno de coalición PP-Ciudadanos-Vox. El incremento del voto al PSOE tiene fundamentalmente esta lectura, y no ningún cheque en blanco a Pedro Sánchez.

La polarización política se expresó muy negativamente para el bloque reaccionario que globalmente se quedó dos millones de votos por detrás del bloque de izquierdas, y más si tenemos en cuenta la renuncia del PSOE a romper con la política de recortes y el giro hacia el reformismo institucional de la dirección de Podemos. Frente a otras lecturas superficiales, la explicación de estos resultados hay que buscarla en la gran movilización social de estos años y el rechazo de millones al programa nauseabundo del nacionalismo españolista.

Nadar y guardar la ropa

Tras los comicios, la dirección del PSOE trata de nadar y guardar la ropa. Por un lado, intenta obtener el sí de Podemos en la investidura ofreciendo una pantomima de “gobierno de cooperación” que le permita amarrar a Pablo Iglesias a su gestión política. Pero detrás de estas maniobras de bajo vuelo se esconde sus verdaderas intenciones: tener las manos libres para poder seguir ahondando en una política económica en consonancia con las exigencias de la burguesía europea y española en cuanto a recortes presupuestarios y nuevas reformas estructurales.

Para lograr este objetivo necesita un acuerdo estratégico con Ciudadanos, que se concretaría en su abstención en la investidura y su apoyo puntual a medidas antisociales o antidemocráticas difíciles de tragar para la dirección de Podemos o para los independentistas. Pese al clamor del “con Rivera no” de la noche electoral, se han sucedido múltiples muestras de acercamiento del PSOE a Ciudadanos a nivel autonómico y municipal.

Pedro Sánchez no discrepa de una apuesta que también es la de la Banca y del Ibex 35, dada la imposibilidad de formar un gobierno de las tres derechas. Esto es, un gobierno “estable” del PSOE en solitario que pueda apoyarse en una geometría parlamentaria variable para continuar profundizando en los recortes sociales, mantener las contrarreformas del PP y negar al pueblo catalán su derecho a decidir.

Crisis en Ciudadanos

Sin embargo, el primer obstáculo a este plan ha venido de Ciudadanos. La orientación de Albert Rivera es hacerse con la mayoría dentro del espacio de la derecha tras la crisis del PP. Un objetivo que no ha logrado hasta ahora, pero al que no renuncia.

Con este fin Cs ha adoptado, al calor de la crisis catalana, una posición españolista extremadamente reaccionaria que nada tiene que envidiar a la del PP o Vox. Rivera se presentó a las elecciones generales con el programa de echar del gobierno al PSOE y establecer un “cordón sanitario” frente al sanchismo. Convertirse ahora en el principal sostén de un gobierno encabezado por una persona que ha sido calificada una y otra vez como un elemento vende patrias amigo de los independentistas y de los terroristas es, ciertamente, una exigencia bastante difícil de tragar.

La presión de la burguesía sobre Rivera está siendo muy fuerte, lo que unido a sus resultados mediocres en los comicios generales, autonómicos y municipales está provocando una grave crisis en el partido, con una cascada de abandonos y discrepancias públicas por parte de dirigentes que ven con buenos ojos la abstención en la sesión de investidura y el abandono de un discurso que no ha permitido cumplir con las expectativas. Pero por el momento Rivera se mantiene firme en su postura.

Esta situación contradictoria es muy sintomática de la profundidad de la crisis del régimen del 78, y sobre todo de las enormes complicaciones que tiene la burguesía para estabilizar la situación política.

Amplios sectores de la clase dominante quieren que Ciudadanos facilite un gobierno del PSOE, aunque este paso dificulte su consolidación como un sustituto del PP (que era su apuesta inicial). Le gustaría que la polarización política bajara de tono, que el juego parlamentario domine sobre la movilización social y que las grandes turbulencias de los últimos años desapareciesen. Pero ni el PP ni Ciudadanos pueden prescindir de la demagogia nacionalista española para mantener activa a su base social.

A la burguesía también le gustaría calmar la cuestión catalana, que ahora mismo es el principal foco de inestabilidad política. Y sin embargo, imponer un castigo ejemplar a los dirigentes del procés que sirva de advertencia a todos aquellos que se atrevan a cuestionar el poder del Estado dentro y fuera de Catalunya, es la intención de un aparato judicial heredero del franquismo. Y es que la burguesía española no puede desprenderse de lo que constituye su ADN histórico.

Pablo Iglesias debe rectificar urgentemente su posición

El PSOE necesita el voto favorable de Podemos para la investidura, y por eso Pedro Sánchez no tiene empacho en señalar a Podemos como “socio preferente”. Pero eso son cantos de sirena muy calculados.

La práctica real es que en casi un año de gobierno el PSOE no ha revertido ni uno solo de los ataques y leyes reaccionarias del PP. En la agenda del eventual gobierno del PSOE ya hay comprometido con Bruselas recortes por valor de 7.000 millones de euros en los próximos presupuestos, que la revalorización de las pensiones dejará de estar vinculada al IPC a partir del 2020, y la ministra de Economía ya ha dejado claro que no se revertirá la reforma laboral.

Respecto a Catalunya, en el aspecto central que es el derecho a decidir, Pedro Sánchez está totalmente alineado con PP y Ciudadanos. Y sobre la exhumación de Franco el gobierno no ha dicho esta boca es mía tras su paralización por la sentencia vergonzosa del Tribunal Supremo.

La presión del PSOE sobre Podemos está siendo muy fuerte. Si no consiguen su apoyo quieren que sobre la formación morada recaiga la responsabilidad de haber desperdiciado una oportunidad para formar un “gobierno de izquierdas”.

El problema de Podemos es que su estrategia está siendo claramente equivocada. Escudándose en su debilidad parlamentaria, Pablo Iglesias ha renunciado a la más mínima exigencia programática. Todo el énfasis se ha puesto en el nombramiento de ministros de Podemos, con un argumento tan falso como superficial y contradictorio. Si Podemos no tiene fuerza para exigir nada, ¿por qué razón su entrada en un gobierno PSOE obligaría a este último a hacer una política a favor de los trabajadores? ¿Acaso su mera “presencia”, con un par de ministerios florero, serviría para hacer cambiar de estrategia a la socialdemocracia y doblegar las pretensiones de la gran banca y del apartado del Estado?

La única manera de obligar al PSOE y desenmascarar sus maniobras y su falso progresismo sería poniendo sobre la mesa un programa que recogiese las aspiraciones básicas de millones de votantes de la izquierda:

-       Derogación inmediata de todas las leyes reaccionarias aprobadas por el PP (reforma laboral, de pensiones, ley Mordaza, LOMCE…) y reversión de todos los recortes sociales.

-       Devolución inmediata por parte de la Banca de los más de 60.000 millones de euros regalados por el Estado.

-       Incremento drástico de las partidas de sanidad y educación públicas en los próximos presupuestos.

-       Prohibición por ley de los desahucios y un plan de choque para crear en cuatro años un parque público de dos millones de viviendas con alquileres sociales asequibles.

-       Nacionalización inmediata de las grandes empresas eléctricas y de la energía para acabar con la pobreza energética y defender el medio ambiente

-       Incremento del SMI y de la pensión mínima a 1.200 euros.

-       Depuración de fascistas del aparato del Estado, policía ejército y judicatura. Por la reparación política, social y económica de las víctimas del franquismo.

-        Luchar con medios materiales y humanos suficientes contra la violencia machista y la justicia patriarcal.

-       Reconocimiento del derecho a la autodeterminación y anulación del juicio a los presos políticos catalanes.

Este es el programa que debería defender públicamente Pablo Iglesias y la dirección de Podemos en lugar de mendigar carteras ministeriales, y llamar a la movilización social más amplia y contundente para llevarlo a cabo. Pero hace tiempo que la dirección de Podemos ha renunciado a un programa semejante y a basarse en la fuerza organizada de la clase obrera y de la juventud. Esa es, y no otra, la fuente de su debilidad.

Más allá del desenlace de estos movimientos previos a la posible investidura de Pedro Sánchez, es más que evidente que la desaceleración económica incluso la recaída en una nueva recesión, por citar un factor destacado, dibujan un futuro de inestabilidad y grandes luchas.

Construir una izquierda combativa con raíces en movimiento obrero y juvenil, y que sea capaz de mostrar una alternativa revolucionaria al sistema es la tarea más urgente del momento. No hay otro camino. ¡Únete a Izquierda Revolucionaria!

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