Las cifras demuestran que el sector del automóvil está sumido en una profunda crisis. En enero, la producción cayó un 53% y la demanda, un 41,6%. De la mano de estas caídas, las empresas están despidiendo a decenas de miles de trabajadores por todo el mundo. Y como cada despido en una empresa principal implica muchos más empleos perdidos, tanto empleos directos en la industria auxiliar como empleos indirectos en otros sectores económicos, todo ello tiene hondas repercusiones económicas. A nadie se le escapa que la Seat de Barcelona, la Citroën de Vigo, la Renault de Valladolid o la Opel de Zaragoza son auténticos pulmones económicos de sus ciudades, comarcas, provincias y hasta de sus autonomías. ¿Qué alternativa hay a toda esta situación?
Las cifras demuestran que el sector del automóvil está sumido en una profunda crisis. En enero, la producción cayó un 53% y la demanda, un 41,6%. De la mano de estas caídas, las empresas están despidiendo a decenas de miles de trabajadores por todo el mundo. Y como cada despido en una empresa principal implica muchos más empleos perdidos, tanto empleos directos en la industria auxiliar como empleos indirectos en otros sectores económicos, todo ello tiene hondas repercusiones económicas. A nadie se le escapa que la Seat de Barcelona, la Citroën de Vigo, la Renault de Valladolid o la Opel de Zaragoza son auténticos pulmones económicos de sus ciudades, comarcas, provincias y hasta de sus autonomías. ¿Qué alternativa hay a toda esta situación?

Desde luego, la alternativa no es recurrir a maniobras capitalistas, ya sea de ingeniería financiera o medidas de corte empresarial, como la propuesta de los sindicatos europeos de la General Motors, que apoyan la segregación de la división europea, a fin de intentar evitar que no les afecten los graves problemas de la empresa matriz en Detroit. Pero el problema es general, no de gestión. Por tanto, no hay salvaciones individuales. Tal medida crearía falsas expectativas, fomentando entre los trabajadores la aceptación de sacrificios para intentar garantizar sus empleos, pero en realidad no garantizaría nada porque no serviría para encontrar nuevos mercados, nuevos inversores, etc., que resolviesen (temporalmente, en cualquier caso) las contradicciones internas de la economía capitalista.
La alternativa tampoco es rescatar las empresas automovilísticas con dinero público porque ese dinero sólo servirá (ya sea en el automóvil, la banca, la construcción, etc.) para salvar los beneficios empresariales. Después de años justificando los recortes de los gastos sociales con el argumento de que no había dinero, después de años justificando la privatización de empresas y servicios públicos con el argumento de que el Estado no debía intervenir en la economía porque la gestión privada funcionaba supuestamente mejor, ahora resulta que, cuando son los capitalistas los que lo necesitan, hay todo el dinero que haga falta y está bien que el Estado intervenga (para garantizar sus beneficios, claro). ¡Hay que tener cara!
Pero no se trata sólo de una cuestión ética. Tenemos que hacernos una pregunta: ¿de dónde va a salir todo ese dinero que se le está dando a bancos y empresas? Hay tres posibilidades: 1) aumentar los impuestos; 2) recortar el gasto público; 3) aumentar el déficit. En el primer caso, ya se sabe quiénes seríamos los paganinis. En el segundo, las consecuencias ya las conocemos porque las sufrimos desde hace años. Y en el tercero, el aumento del déficit acabaría por llevar, antes o después, a un recorte en el gasto. Ninguna de las tres posibilidades, por lo tanto, defiende los intereses de los trabajadores.

El problema es el capitalismo

Esta no es una crisis financiera, sino una crisis de sobreproducción, similar a las anteriores sufridas cíclicamente por el capitalismo, como previó Marx en El Capital. Ante la falta de mercados, la única manera que tienen los empresarios de mantener sus beneficios es aumentando la plusvalía extraída de la clase obrera, es decir, deteriorando nuestras condiciones de vida y trabajo. Los empresarios van a intentar que los trabajadores paguemos sus platos rotos, y además también van a intentar convencernos de que colaborar con ellos es lo mejor para nosotros. La causa de la crisis es el propio capitalismo, y por eso la solución no puede venir de los defensores de este sistema, que lo único que quieren es cambiar algo para que todo siga igual. Los trabajadores no debemos aceptar bajo ningún concepto más recortes y más sacrificios en nombre de la "superación" de la crisis. Los sindicalistas que recomiendan esto se equivocan gravemente.
A pesar de toda la capacidad de creación de riqueza gracias a los grandes avances científicos y técnicos, las condiciones de vida se deterioran en todo el mundo. Son ellos o nosotros. No hay modo de salvar a la vez el capitalismo y las conquistas de los trabajadores. Los capitalistas están destruyendo la capacidad productiva instalada porque para ellos no tiene sentido producir si no obtienen beneficios, a pesar de las grandes necesidades que la humanidad tiene en alimentos, agua potable, sanidad, vivienda, educación, cuidado de niños y ancianos, etc.
La única fuerza que puede evitar esta aberración es la clase obrera organizada. Hay que cuestionar el poder del capital, hay que cuestionar este sistema. Cualquier fábrica amenazada de cierre debería ser ocupada por sus trabajadores, para así salvar todos los empleos, levantando inmediatamente la demanda de su nacionalización bajo control obrero, con el fin de poder utilizar su capacidad productiva para satisfacer las necesidades sociales.
Una de esas necesidades sociales es un sistema público de transporte. El actual sistema, basado en el uso del coche privado, no tiene lógica. Lo que hace falta es una amplia red pública de bus, tranvía, tren, metro, etc. que cubra las necesidades sociales. La ampliación de las actuales redes de transporte (claramente insuficientes), combinada con la sustitución de los actuales vehículos por otros menos contaminantes, proporcionaría una carga de trabajo ingente a la industria. Pero un plan así, que parte de la premisa de considerar el transporte como un servicio público, es incompatible con la anarquía de la economía de mercado.
La solución no pasa por intentar recuperar el "equilibrio" capitalista del pasado -basado en la iniciativa privada, las deudas masivas y la obtención del máximo beneficio por unos pocos-, sino en poner fin a este sistema que amenaza con arrastrar la humanidad a una auténtica crisis de civilización. Hoy más que nunca es necesario luchar por la transformación socialista de la sociedad, luchar por una sociedad con una economía nacionalizada y planificada bajo control de los trabajadores, con el objetivo de que cualquier ser humano de cualquier lugar de este mundo pueda tener una vida digna desde la cuna hasta la tumba.
Ya sabemos que habrá quien diga que somos unos utópicos o que estamos locos. Serán los mismos que hasta hace muy poco tiempo también nos decían eso mismo cuando no nos dejábamos arrastrar por la marea neoliberal e insistíamos en oponernos a las privatizaciones, reivindicábamos la renacionalización de las empresas privatizadas o seguíamos defendiendo las ideas marxistas. Pero al igual que ahora se demuestra que la nacionalización o la intervención del Estado en la economía no son ninguna locura, estamos seguros de que el tiempo también demostrará que la auténtica disyuntiva que afronta el género humano es socialismo o barbarie.
La tarea que tiene ante sí cualquier joven o trabajador que quiera otra sociedad es organizarse políticamente para contribuir a hacer consciente al conjunto de la clase obrera y de la juventud de que los actuales problemas sólo tendrán una solución estable con la transformación socialista de la sociedad. No hay poder en este mundo capaz de vencer a los trabajadores si nos ponemos en movimiento organizados como clase y armados con las ideas del marxismo.

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