Caramelo es una empresa textil de Coruña con 40 años de existencia y 837 trabajadoras. El sindicato mayoritario es la CIG. En 2007 entró en su capital Manuel Jove, un empresario enriquecido gracias a la venta de su constructora (FADESA), que se hizo con el 92,5% del capital; el resto está en manos de la Xunta de Galicia. Pero a pesar de que ésta aportó 30 millones de euros en los últimos cuatro años, los resultados económicos no dejaron de empeorar. Caramelo entró en pérdidas en 2006 (7,6 millones) y desde entonces la cosa fue a peor (20 millones en 2007 y 27 en 2008). Tras anunciar un plan de viabilidad a finales del año pasado, el 17 de abril la empresa planteó un ERE para despedir a 237 trabajadoras, que fue rechazado por el comité de empresa y dio lugar al inicio de un proceso de movilizaciones durante el mes de mayo
Caramelo es una empresa textil de Coruña con 40 años de existencia y 837 trabajadoras. El sindicato mayoritario es la CIG. En 2007 entró en su capital Manuel Jove, un empresario enriquecido gracias a la venta de su constructora (FADESA), que se hizo con el 92,5% del capital; el resto está en manos de la Xunta de Galicia. Pero a pesar de que ésta aportó 30 millones de euros en los últimos cuatro años, los resultados económicos no dejaron de empeorar. Caramelo entró en pérdidas en 2006 (7,6 millones) y desde entonces la cosa fue a peor (20 millones en 2007 y 27 en 2008). Tras anunciar un plan de viabilidad a finales del año pasado, el 17 de abril la empresa planteó un ERE para despedir a 237 trabajadoras, que fue rechazado por el comité de empresa y dio lugar al inicio de un proceso de movilizaciones durante el mes de mayo.
En junio, la situación da un giro cuando la patronal anuncia que, si la Xunta no aprueba el ERE, cerrará la empresa. Esto elevó enormemente la tensión, hasta el punto que el jueves 11, al ser informadas las trabajadoras por su comité de que la última reunión de negociación había sido infructuosa, la indignación se desborda, se producen desperfectos en las instalaciones y las trabajadoras toman la empresa durante unas horas, pasando la noche en ella. La respuesta de la empresa es el cierre patronal el viernes, el despido de 25 trabajadoras (6 de ellas del comité) y la apertura de un expediente disciplinario al comité.
Al día siguiente, la Xunta rechaza el ERE, dictamina la apertura de la empresa el lunes y pide al comité que rebaje las movilizaciones para facilitar su "mediación", a lo cual el comité accede a cambio de una reunión de negociación en la semana siguiente. Conseguida la desmovilización de las trabajadoras, la empresa mueve ficha e inicia inmediatamente los trámites para la suspensión de pagos sin que, lamentablemente, esto tenga ninguna respuesta sindical. Una vez más pudimos comprobar la gran verdad de ese dicho de que la debilidad invita a la agresión.
La reunión de negociación comprometida por la Xunta se produce el viernes 19. En la misma, se acuerda un nuevo plazo de consultas del ERE con la mediación de la Xunta y se retiran los despidos mientras duren esas negociaciones, pero la empresa no desiste de la suspensión de pagos. A pesar de esto, los sindicatos se compromenten con la Xunta a mantener la desmovilización.
La primera reunión de la nueva ronda negociadora del ERE es el día 29, y la actitud patronal fue totalmente inmovilista (lo cual es lógico si pensamos que aprovechó todo este tiempo para seguir desviando la carga de trabajo).
El sindicalismo del mal menor no sirve
Es evidente que confiar en la mediación de la Xunta fue un error. ¿Qué se puede esperar de una Xunta del PP y cuyo conselleiro de Industria, además, ¡es un empresario textil que tiene deslocalizada su empresa en Portugal!? ¿Pero qué le va a decir a un colega que pretende hacer lo mismo? Esto lo ve cualquiera. De hecho, el comité reconoce que "los ánimos están muy encendidos en la fábrica y somos nosotros quienes estamos parando al personal" (La Opinión, 30/6/09).
Por tanto, hay que retomar la movilización. No hacerlo solamente puede llevar a nuevos actos de rabia y desesperación como los del jueves 11, comprensibles en esta situación, pero que no hacen avanzar la lucha y que incluso pueden ser contraproducentes en la medida que le dan excusas a la patronal.
Caramelo es de sus trabajadoras. Fueron ellas las que, con su esfuerzo, levantaron la empresa. La alternativa ante un empresario que quiere cerrar una empresa no es romperla, sino quitársela. Sólo hay una opción para salvar los puestos de trabajo de Caramelo: cuestionar el derecho del empresario a cerrar la empresa, cuestionar la propiedad capitalista. Esto significa ocupar la fábrica, ponerla a producir bajo control obrero y exigir a la Xunta que la nacionalice y aporte los recursos financieros necesarios para mantener todos los empleos.
Durante años, mientras nos discurseaban sobre las bondades de la iniciativa privada, los empresarios se dedicaban a chupar todo el dinero público posible. Cualquier excusa era buena para obtener subvenciones. Pero ese dinero no se invirtió, sino que lo metieron directamente al bolsillo. La crisis económica actual puso al descubierto toda esta falsedad.
Los trabajadores no debemos seguir creyéndonos su discurso, no podemos dejar que nos coman el coco con su propaganda ideológica. Tenemos que pensar por nosotros mismos. No es verdad que no haya dinero. Sí lo hay, y mucho. El problema es que los capitalistas lo quieren todo para ellos. Lo que los trabajadores tenemos que hacer es organizarnos para tener la suficiente fuerza para hacer valer nuestros intereses de clase. Esto significa que hay que abandonar el sindicalismo del mal menor practicado en los últimos años. No queremos más repartos de la miseria.
Hay que ocupar la fábrica y, a continuación, luchar por su nacionalización con el apoyo del resto de la clase obrera, entre la que la ocupación despertará, sin lugar a dudas, una oleada de simpatías. Porque en Caramelo no pasa nada que no esté pasando, en mayor o menor grado, en el resto de las empresas de este país y en el resto de los países del mundo: los empresarios quieren que los trabajadores paguemos la crisis de su sistema. No podemos consentirlo.
En junio, la situación da un giro cuando la patronal anuncia que, si la Xunta no aprueba el ERE, cerrará la empresa. Esto elevó enormemente la tensión, hasta el punto que el jueves 11, al ser informadas las trabajadoras por su comité de que la última reunión de negociación había sido infructuosa, la indignación se desborda, se producen desperfectos en las instalaciones y las trabajadoras toman la empresa durante unas horas, pasando la noche en ella. La respuesta de la empresa es el cierre patronal el viernes, el despido de 25 trabajadoras (6 de ellas del comité) y la apertura de un expediente disciplinario al comité.
Al día siguiente, la Xunta rechaza el ERE, dictamina la apertura de la empresa el lunes y pide al comité que rebaje las movilizaciones para facilitar su "mediación", a lo cual el comité accede a cambio de una reunión de negociación en la semana siguiente. Conseguida la desmovilización de las trabajadoras, la empresa mueve ficha e inicia inmediatamente los trámites para la suspensión de pagos sin que, lamentablemente, esto tenga ninguna respuesta sindical. Una vez más pudimos comprobar la gran verdad de ese dicho de que la debilidad invita a la agresión.
La reunión de negociación comprometida por la Xunta se produce el viernes 19. En la misma, se acuerda un nuevo plazo de consultas del ERE con la mediación de la Xunta y se retiran los despidos mientras duren esas negociaciones, pero la empresa no desiste de la suspensión de pagos. A pesar de esto, los sindicatos se compromenten con la Xunta a mantener la desmovilización.
La primera reunión de la nueva ronda negociadora del ERE es el día 29, y la actitud patronal fue totalmente inmovilista (lo cual es lógico si pensamos que aprovechó todo este tiempo para seguir desviando la carga de trabajo).
El sindicalismo del mal menor no sirve
Es evidente que confiar en la mediación de la Xunta fue un error. ¿Qué se puede esperar de una Xunta del PP y cuyo conselleiro de Industria, además, ¡es un empresario textil que tiene deslocalizada su empresa en Portugal!? ¿Pero qué le va a decir a un colega que pretende hacer lo mismo? Esto lo ve cualquiera. De hecho, el comité reconoce que "los ánimos están muy encendidos en la fábrica y somos nosotros quienes estamos parando al personal" (La Opinión, 30/6/09).
Por tanto, hay que retomar la movilización. No hacerlo solamente puede llevar a nuevos actos de rabia y desesperación como los del jueves 11, comprensibles en esta situación, pero que no hacen avanzar la lucha y que incluso pueden ser contraproducentes en la medida que le dan excusas a la patronal.
Caramelo es de sus trabajadoras. Fueron ellas las que, con su esfuerzo, levantaron la empresa. La alternativa ante un empresario que quiere cerrar una empresa no es romperla, sino quitársela. Sólo hay una opción para salvar los puestos de trabajo de Caramelo: cuestionar el derecho del empresario a cerrar la empresa, cuestionar la propiedad capitalista. Esto significa ocupar la fábrica, ponerla a producir bajo control obrero y exigir a la Xunta que la nacionalice y aporte los recursos financieros necesarios para mantener todos los empleos.
Durante años, mientras nos discurseaban sobre las bondades de la iniciativa privada, los empresarios se dedicaban a chupar todo el dinero público posible. Cualquier excusa era buena para obtener subvenciones. Pero ese dinero no se invirtió, sino que lo metieron directamente al bolsillo. La crisis económica actual puso al descubierto toda esta falsedad.
Los trabajadores no debemos seguir creyéndonos su discurso, no podemos dejar que nos coman el coco con su propaganda ideológica. Tenemos que pensar por nosotros mismos. No es verdad que no haya dinero. Sí lo hay, y mucho. El problema es que los capitalistas lo quieren todo para ellos. Lo que los trabajadores tenemos que hacer es organizarnos para tener la suficiente fuerza para hacer valer nuestros intereses de clase. Esto significa que hay que abandonar el sindicalismo del mal menor practicado en los últimos años. No queremos más repartos de la miseria.
Hay que ocupar la fábrica y, a continuación, luchar por su nacionalización con el apoyo del resto de la clase obrera, entre la que la ocupación despertará, sin lugar a dudas, una oleada de simpatías. Porque en Caramelo no pasa nada que no esté pasando, en mayor o menor grado, en el resto de las empresas de este país y en el resto de los países del mundo: los empresarios quieren que los trabajadores paguemos la crisis de su sistema. No podemos consentirlo.