Las manifestaciones del domingo 19 de junio han marcado un punto de inflexión en la situación política del Estado español y han supuesto un eslabón muy importante en el movimiento de protesta social iniciado el 15-M. La primera conquista política del 19-J fue derrotar la intensa campaña mediática de criminalización llevada a cabo durante toda la semana anterior, y que tenía como objetivo ponerle fin. Utilizando los incidentes en los alrededores del Parlament de Catalunya, provocados por la policía infiltrada, la burguesía lanzó una concienzuda operación política de deslegitimación del 15-M. En realidad se pretendía deslegitimar no sólo el movimiento 15-M como tal, sino, de forma más general, la lucha de la clase obrera y de la juventud, contraponiéndola a la “democracia representativa” (que como se está viendo consiste en hacer lo que exigen los banqueros, esa minoría parasitaria que decide sobre la vida de millones de personas). Lejos de tener un efecto disuasorio, esta campaña alentó la participación en las manifestaciones, que fue histórica, y marcó el punto álgido del movimiento hasta el momento, con más de un millón de personas en la calle, de punta a punta del Estado.
Un obús contra la política de pactos y ‘paz social’
Otro efecto político del 19-J fue romper, de forma muy clara y concluyente, el cuento de la “pasividad” y el “conformismo” de los trabajadores y de la juventud con que los dirigentes de CCOO y UGT justificaban su política de desmovilización y de continuas claudicaciones a los ataques y presiones del gobierno y de la patronal. Por supuesto que ya antes del 19-J, con las manifestaciones del 15-M y las concentraciones multitudinarias en las principales plazas del país la noche del 20 de junio desafiando la prohibición de la Junta Electoral, había quedado muy en evidencia el profundo malestar y la voluntad de lucha existente en amplios sectores de la sociedad. Pero el 19-J además de ser un clamor popular contra la dictadura de los banqueros, las políticas de recortes sociales aplicadas por un gobierno que se ha sometido al dictado de los poderes económicos, contra el desempleo, por la nacionalización de la banca, contra la corrupción del sistema político…, contó en esta ocasión con un añadido fundamental: la exigencia y la voluntad de organizar una huelga general que paralice la vida económica y social del país para conquistar las demandas que el movimiento ha puesto encima de la mesa.
El ambiente que se vivió en las manifestaciones del 19-J fue eléctrico, predominando una tremenda sensación de fuerza y de optimismo, de que este movimiento no era flor de un día, de que por fin se había restablecido la senda de la movilización frente a los ataques cortada de forma totalmente injustificada y artificial tras la huelga general del 29-S. Así, el principal significado político del 19-J es que, a pesar de todas las maniobras por arriba, a pesar de todos los esfuerzos combinados de la burguesía, de la derecha, de la socialdemocracia y de los medios de comunicación al servicio de los poderosos por tratar de paralizar y confundir a los trabajadores, la lucha de masas se ha abierto paso y ha vuelto a poner el sello en la situación política. Sin lugar a dudas, la gran mayoría de los participantes en las manifestaciones, en los que por supuesto destacaba la clase obrera y la juventud incluyendo a decenas de miles de afiliados a CCOO y UGT, salieron con la idea de que la lucha tenía que tener continuidad. Esta perspectiva está reforzada por la percepción generalizada de que los ataques van a continuar, así como los estragos sociales provocados por la crisis capitalista. Con la acción masiva del 19-J se han desbordado las limitaciones que los dirigentes sindicales han tratado de imponer al movimiento obrero durante los últimos meses, una orientación que sin duda afectó y desmoralizó, durante un tiempo, a muchos trabajadores. Pero ahora la situación ha cambiado, o está empezando a cambiar drásticamente, ya que el curso político se ha cerrado con las masas poniendo de nuevo el sello en la situación y con la mirada puesta en otoño.
Potencial revolucionario
El 19-J y todas las acciones de las semanas precedentes muestran el potencial revolucionario que existe en la clase obrera y entre la juventud y que se ha puesto de relieve en las calles, pero también en la mayoría de las demandas que se han debatido y aprobado en numerosas asambleas de barrio y ciudad. Todas las aspiraciones más sentidas tienen un inequívoco signo anticapitalista: nacionalización de la banca; incremento del salario mínimo; reducción de la jornada laboral para luchar contra el paro; defensa de las pensiones, la sanidad y la educación pública; retirada de todas las contrarreformas aprobadas, laboral, pensiones, negociación colectiva; nacionalización de las empresas en crisis… Además, la idea de una democracia real, que trascienda esta pantomima parlamentaria en la que sus señorías ponen el sello a las decisiones que se toman en los consejos de administración de la gran banca y los grandes monopolios económicos, también esconde la semilla de una aspiración incompatible con el capitalismo. Acabar con la corrupción del sistema, lograr una democracia real y participativa al servicio de los intereses de la mayoría, donde los representantes del pueblo estén bajo el directo control de quien los elige, lleva implícita la lucha por la democracia obrera y socialista.
Es evidente que en la jornada del 19-J, el carácter multitudinario de las manifestaciones se explica porque capas importantes de los trabajadores y de la juventud de los barrios obreros se han incorporado con fuerza a la lucha. El 15-M ha ido más allá de una expresión puntual de protestas y en la medida que ha ido adquiriendo más fuerza y perspectiva de continuidad, lógicamente sus retos políticos son mayores. Son precisamente los trabajadores, con su participación activa desde las fábricas y los barrios, los que pueden dar mayor consistencia y fuerza a este maravilloso movimiento, dotándole de un filo mucho más cortante. En los próximos meses la burguesía continuará con su política de ataques y recortes, que se enmarcan en su objetivo estratégico de destruir las conquistas sociales más importantes de las últimas décadas, empeorando todavía más las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera. Por supuesto, este tipo de medidas no van a resolver la crisis, pero sí son coherentes con la dinámica del sistema y el objetivo de los capitalistas: preservar sus beneficios a costa de los trabajadores y de sus competidores. ¿Cómo hacer frente a esta embestida? La burguesía sabe muy bien cuáles son sus intereses, y no va a cambiarlos por motivos de índole intelectual o moral. La burguesía sólo aplazaría sus planes en un escenario de profunda rebelión social, ante un contexto en el que estuviera en peligro su dominio sobre la sociedad. Llegar a este punto, en opinión de los marxistas de El Militante, es precisamente el objetivo que debería marcarse esta lucha en los próximos meses. El movimiento 15-M ha representado un enorme paso adelante, pero la lucha de la clase obrera y de la juventud no ha llegado, en absoluto, a su máximo potencial. El movimiento puede dar mucho más de sí aunque para avanzar, fortalecerse y tener éxito en el objetivo de parar los ataques de la burguesía serán decisivos los métodos, el programa y la orientación que se adopten.
Por una huelga general participativa
La idea de la huelga general se ha convertido en un eje de la movilización tras el 19-J. Un hecho extraordinariamente progresista, que demuestra el avance en la conciencia de muchos sectores que participan en el movimiento. La huelga general, es decir, involucrar al conjunto de la clase obrera en la acción, parando la producción, ejerciendo su poder en las empresas, en la vida social y política del país, debatiendo democráticamente las reivindicaciones que se han propuesto en las asambleas de barrio, sería un paso fundamental para concretar nuestras demandas, empezando por parar los ataques que se han aprobado y frenar los que ya se están cocinando. Una huelga general que tendría un carácter político, de clase y muy consciente, que podría abrir la puerta a formas de lucha contundentes, empezando por la ocupación de todas aquellas empresas en crisis o que amenazan con el despido de miles de trabajadores. Si hemos ocupado las plazas, si hemos resistido las decisiones antidemocráticas de la Junta Electoral Central o la represión policial ¿por qué no podemos ocupar las empresas que planifican impunemente despidos, defender los empleos y exigir su nacionalización bajo control de los trabajadores? Una huelga general, convocada con el impulso del movimiento 15-M y las manifestaciones del 19-J, sería una huelga muy distinta. La posibilidad de utilizar las asambleas de barrio como comités de acción para extender la lucha a cada rincón de cada ciudad, en coordinación con los comités de empresa y delegados sindicales, haría que esta huelga general tuviera un seguimiento histórico.
La presión de las manifestaciones del 19-J han sido acusadas por los dirigentes de los grandes sindicatos, CCOO y UGT, que no han tardado un día para pronunciarse contra la idea de la huelga general en declaraciones que llenan de bochorno a los militantes de base y a miles de delegados que tienen que soportar cotidianamente la ofensiva de los empresarios contra los derechos laborales y los salarios de todos.
El secretario de Acción Sindical de UGT, Toni Ferrer, se ha descolgado afirmando “que los sindicatos ya celebraron una el pasado 29 de septiembre y que ahora se encuentran en una etapa de recuperación del diálogo social”. Incluso, con el lenguaje de alguien que está completamente al margen de la realidad, señaló que la huelga del 29-S abrió “una nueva correlación de fuerzas” que se ha materializado “con la firma del Acuerdo Económico y Social”. Según Toni Ferrer, el resultado positivo de la huelga fue la firma de un acuerdo que redujo la cuantía de las pensiones y elevó la edad de jubilación a los 67 años. No, compañero Ferrer. Los millones de trabajadores y jóvenes que secundamos la huelga general del 29-S no lo hicimos para que después se firmara, sin consultar a la base y contra la opinión inmensamente mayoritaria de los que participamos en la huelga y las manifestaciones de aquel día, una nueva claudicación contra nuestros derechos. Lo que debería decir el compañero Toni Ferrer es que cuando todas las condiciones estaban dadas para continuar la movilización, hacerla más contundente y extensa, se volvió a vuestra fracasada estrategia de la paz social, asfaltando el camino para que la CEOE y el gobierno se envalentonaran y aumentasen los ataques. En la misma línea lamentable se ha expresado el secretario de Comunicación de CCOO, Fernando Lezcano, dejando claro que en los planes del sindicato no está el convocar una huelga general.
No al sectarismo, hay que distinguir entre la dirección y la base de los sindicatos
Las intenciones de los dirigentes sindicales son transparentes. Ellos también hacen oídos sordos al clamor de la calle y su militancia, y con su actuación no hacen más que desautorizarse y desacreditarse ante los cientos de miles de trabajadores y jóvenes que estamos en lucha. Pero sería un error medir a los afiliados de base de los grandes sindicatos por lo que hoy defienden sus dirigentes, aunque sea realmente inaceptable lo que defienden. En las calles de todo el Estado se han manifestado cientos de miles de trabajadores, muchos y muchas pertenecientes a CCOO y UGT. Y sus voces no han dejado de corear las consignas del movimiento, incluida la de la huelga general. Este hecho también ha quedado claro en numerosas asambleas de ciudad y de barrio, como en Málaga por ejemplo, donde cientos de delegados de CCOO y UGT, por supuesto de CGT, SAT-SOC, etc., han abierto las puertas de las empresas en las que trabajan para que la Comisión de Movimiento Obrero de la Asamblea de Málaga pueda distribuir masivamente su propaganda a favor de la huelga general.
Las declaraciones de los líderes de CCOO y UGT entran en abierta contradicción con lo que defiende el movimiento obrero hoy y con las necesidades de luchar contra esta ofensiva sin cuartel del gobierno, la patronal y la banca. Y debemos aprovecharnos de esta contradicción, evidente y manifiesta, para orientar nuestras energías, de manera fraternal y compañera, a la base de los grandes sindicatos, a los cientos de miles de afiliados, a los delegados y a los trabajadores que están detrás de estas organizaciones, para ganarles a la causa de la huelga general. Debemos aprobar planes de acción en todas las asambleas de barrio para llegar a los polígonos industriales, a las fábricas y empresas, a los tajos, de manera directa, con propaganda positiva y no sectaria, llamando al conjunto de la clase obrera a imponer esta huelga, a forzar a los dirigentes de CCOO y UGT a que la secunden y organicen en coordinación con el movimiento 15-M y con las organizaciones y colectivos de izquierda que han impulsado las manifestaciones del 19-J. Una orientación que también debe servir para lograr un cambio real en los sindicatos mayoritarios a favor de un programa de clase, combativo y democrático que tanto necesitamos.
Meses decisivos
Los próximos meses van a ser decisivos. La burguesía se ha dado cuenta que puede enfrentarse a un movimiento de masas el próximo curso y sin duda preparará nuevas maniobras política para intentar desviar la atención y tratar de disiparlo. A pesar de la disposición del gobierno del PSOE a seguir con la “reformas”, léase nuevos recortes sociales y medidas antiobreras, no sería descartable que, siguiendo con la táctica de contraponer la “democracia” a la lucha social, un sector decisivo de los capitalistas se inclinasen por las elecciones anticipadas. Debido a la nefasta política de la socialdemocracia y a la profunda separación entre la política oficial y el sentir de la mayoría de la población, es muy probable que unas elecciones dieran la victoria al PP que, por supuesto, trataría de utilizar su mayoría parlamentaria para acelerar los ataques. Sin embargo, si el movimiento desatado el 15-M está lo suficientemente organizado y conseguimos arraigarlo en todos los barrios y fábricas con un programa de lucha y una alternativa consistente, esta maniobra no tiene porqué parar el movimiento. La experiencia de Catalunya ha demostrado que la victoria de CiU en el Parlament no ha frenado las expresiones de malestar social; más bien al contrario, su arrogancia y desdén hacia los intereses de la mayoría de la población ha espoleado la movilización. Toda la situación apunta a que la crisis económica y social del capitalismo se está trasladando hacia una crisis política profunda, en la que de un modo cada vez más amplio se cuestionará el poder de la burguesía sobre la sociedad y las formas con la que esta última trata de disfrazar este dominio.
La lucha iniciada en el Estado español, la rebelión social en Grecia, las grandes movilizaciones de Portugal, Francia y Gran Bretaña, como las revoluciones del mundo árabe o en América Latina, no busca la reforma del capitalismo, no persigue darle un rostro humano. Ese es el límite que le quieren imponer algunos sectores y los medios de comunicación burgueses, que tanto promocionan y alientan la cara más inofensiva de este movimiento, más asimilable y manipulable para sus intereses. De manera contradictoria, haciendo su experiencia a través de la acción y la puesta en práctica de las ideas sometidas a discusión, también de desengaños y repliegues temporales, el movimiento dará cada vez más claridad a sus objetivos revolucionarios. Sin seguir un guión preestablecido, el instinto y las aspiraciones de los que participamos en este movimiento confluyen hacia la defensa de un programa incompatible con la existencia del capitalismo, y avanzará hacia la transformación socialista de la sociedad, hacia la auténtica democracia con justicia social, acabando con la dictadura de los banqueros y los monopolios y reemplazándola por la participación directa de la población en la toma de las decisiones políticas y económicas en beneficio de la mayoría.