En febrero de 2010 abrió en Santiago de Compostela el restaurante de comida italiana Cambalache, franquicia de la cadena coruñesa, en la que desde entonces trabajo como repartidor. Ya en la entrevista de trabajo se dejó traslucir que las condiciones laborales no serían las mejores: no se pagarían las horas extraordinarias, ni la nocturnidad, ni los 16 festivos que contempla el calendario laboral, así como los diversos pluses que se reflejan en el convenio de hostelería. Por otra parte la plantilla se vería dividida en dos empresas al estar externalizado el servicio a domicilio, cuyas condiciones serían más precarias que las del resto de personal al no estar ni siquiera reguladas por convenio; a fines de ese año los repartidores pasaríamos en apariencia a formar parte de la empresa principal y se nos aplicaría el convenio de reparto de productos a domicilio, la situación mejoró mínimamente los salarios pero a cambio se nos exigió intensificar las tareas que realizamos en el resto del local, más propias de un auxiliar de cocina que de un mero repartidor, con lo cual la situación no vario sustancialmente.

Desde el primer momento se comprobó que la realidad del día a día empeoraba con creces las poco halagüeñas expectativas descritas en la entrevista. Las jornadas de trabajo superarían enormemente las contratadas, llegando incluso a doblarlas; así personal contratado por 20, 30 o 40 horas semanales realizaría realmente 35, 50 o 60, lo que en la práctica supondría para el empresario ahorrarse los costes de buena parte de las horas trabajadas. Tampoco se respetaría el descanso mínimo de 36 horas o las 12 de descanso entre jornadas, ni se proporcionaría material de trabajo básico como el calzado de seguridad en la cocina, o unos trajes de aguas en condiciones para los repartidores, las motos se tendrían en unas condiciones pésimas de mantenimiento, llegando a ahorrase costes en luces, espejos retrovisores, ruedas u otros elementos básicos para evitar accidentes en una profesión con un alto índice de siniestralidad laboral.

A todos estos y otros abusos que sería muy largo detallar se sumaría el clima de terror impuesto por la empresa: los múltiples despidos arbitrarios, comunicados al terminar la jornada por cuestiones de lo más variopinto. El derecho a protestar será debidamente cercenado por los jefes, que en diversas reuniones con la plantilla, llegaron a afirmar que en su empresa no se tenía derecho a ningún tipo de representación sindical, y que había que acatar ciegamente las condiciones impuestas, aunque estas fueran manifiestamente abusivas, so pena de irse a la calle; en palabras textuales de la propietaria de la empresa: "cuando yo me cabreo echo gente, y ya sabéis que hay más de cinco millones de parados", de modo que o calláis o cogéis la puerta. Como en tantas empresas pequeñas, donde las relaciones entre jefes y plantilla llegan a adquirir un carácter personal, estos tienden a confundirla con su casa saltándose a la torera cualquier tipo de legislación laboral, despreciando los derechos de los trabajadores, a los que más bien contemplan como una suerte de servicio doméstico. Así las cosas camareros, cocineros y repartidores desempeñarán las más diversas funciones, llegando a convertirse en recaderos, electricistas, carpinteros, pintores...

Esta situación fue arrastrándose durante un año y medio sin respuesta por parte de los trabajadores, y los conatos de lucha, todos de carácter individual, serán abortados por vía del despido sin contemplaciones, calificándose a quienes trataron de hacer valer sus derechos de "manzanas podridas que hay que extirpar para no enfermar al resto". Y como la debilidad invita a la agresión, las amenazas y los abusos se intensificaron sustancialmente: se perdieron los únicos pluses que los repartidores recibíamos por productividad, se canceló el servicio de limpieza que se tenía contratado, con lo que esta pasó a ser una nueva actividad no remunerada para la plantilla, se determinó hacer inventario al final de la jornada una vez al mes, circunstancia que aún pareciendo insignificante, supone que ese día no se termine antes de las 3:30 o 4 de la madrugada cuando la mayoría de los contratos están firmados hasta las 00:00 o 1:00... Pero toda esta situación de intensa explotación daría una nueva vuelta de tuerca hace seis meses cuando el nombramiento de un nuevo gerente acabaría por pudrir la situación y haría estallar todo el cansancio acumulado. En un intento por emular los planes de recorte del gobierno de Rajoy, la nueva gerencia empezará por disminuir drásticamente la compra de materia prima. La manera en que esto nos afectó como trabajadores es muy significativa y puede verse claramente con dos ejemplos: un día cualquiera a las nueve de la noche el restaurante está repleto de gente y el reparto a domicilio echa humo, la facturación ese día va a ser de órdago, los jefes van a estar muy contentos, y tal vez al final de la jornada se nos recompense con una jarrita de sangría, para que no nos quejemos por las dos o tres horas de más que les estamos regalando con el sudor de nuestra frente... pero, hete aquí que a la hora punta, con más de cien clientes clamando por su pizza, se nos acaba la masa. Los nervios están a flor de piel. Los trabajadores habíamos advertido que de seguir con esta política de recortes brutales se produciría una situación extrema antes o después, la gerencia siempre hizo oídos sordos de nuestras advertencias, y el día que se da de bruces con la realidad... no pasa nada, porque ahí están los repartidores para buscar desesperadamente levadura, y los brazos de los cocineros para preparar en tiempo record 20 kilos de masa, y los camareros para lidiar con las protestas de los clientes por las tardanzas etc etc. En el segundo ejemplo el reparto a domicilio se queda sin cajas para transportar las pizzas, el gerente está de día libre y se desentiende del asunto ¡es un repartidor, poniendo su propio coche, quien se hace 100 kilómetros hasta Coruña para salvar la situación! ¿Qué lecciones sacan los dueños de todo esto?: ninguna, a ellos no les ha costado un duro, ni siquiera deben mostrarse agradecidos a la plantilla porque entienden que entra dentro de nuestras obligaciones apandar con lo que caiga, y callar. Lejos de eso continuarán exprimiendo al personal cada vez más, hasta llegar a suprimir el programa en que quedan reflejadas las entradas y salidas del trabajo, única manera de demostrar las horas extraordinarias no remuneradas, en un futuro caso de reclamación. Por si esto fuera poco se violará el derecho a la intimidad en una maniobra propia de los peores mafiosos: sospechando que algunos trabajadores guardan los tikets de entrada y salida, la jefa y el gerente realizarán una incursión nocturna a las taquillas, revolviéndolo todo, e incluso sustrayendo objetos personales. Esta humillación, vendrá acompañada por una bronca a aquellos quienes se les requisaron tikets pues, en palabras literales, "son propiedad de la empresa lo mismo que las taquillas". Para la dueña de Cambalache está claro que el articulo 18 del estatuto de los trabajadores, donde se habla del derecho a la inviolabilidad de la intimidad del trabajador es otro papelito sin mayor validez. Nos ha dejado claro de una vez por todas que en su empresa ella es la ley.

No obstante, este hecho sumado a otros atropellos, burlas y faltas de respeto, supondrán un salto cualitativo en el nivel de conciencia de algunos trabajadores que no estarán dispuestos a seguir siendo pisoteados, y verán claramente que sólo con la unidad y la organización se puede plantar cara a la empresa. Si durante casi dos años la palabra sindicato era un tabú del que se hablaba con temor, a partir de ahora se verá como la única salida a una situación plenamente podrida. Superando las divisiones derivadas de trabajar con dos convenios diferentes y las circunstancias particulares de cada sector (reparto, cocina, sala), los trabajadores de Cambalache Santiago nos organizamos en torno al sindicato CIG, para dar la batalla por tener un delegado de personal. La campaña electoral será dura y mostrará una vez más el nulo respeto que la empresa muestra por nuestros derechos laborales y democráticos. En una maniobra repugnante conseguirá amedrentar a uno de los compañeros para que se presente como candidato de la empresa contra mí, y no escatimará en recursos para impedirnos la victoria. Lamentablemente para este juego, la empresa contará con la ayuda de CCOO, quien, anteponiendo sus necesidades organizativas al las de los trabajadores de Cambalache Santiago, brindará sus siglas como paraguas para su candidatura. Durante un mes uno por uno todos los trabajadores son llamados al despacho y retenidos durante más de una hora para amenazarlos de todas la maneras imaginables: a algunos asegurándoles que mi única intención es arruinar a la empresa, con lo que si salgo elegido, sólo quedará la opción de la quiebra, a otros se les planteará literalmente la disyuntiva de votar por su candidato o irse a la calle; en el caso de una compañera con una hija, esta amenaza resultará especialmente asquerosa al asegurarle la jefa que ella, como madre, sabe lo costoso que resulta mantener una familia, máxime teniendo al marido en paro, como era el caso de esta compañera. Así las cosas saldrá elegido por el mínimo margen de un voto el candidato de la empresa. Se han perdido las elecciones, pero esta será una derrota en apariencia. Después del golpe dado por los trabajadores, ahora más de la mitad de la plantilla le ha perdido el miedo a la empresa y es ésta quien se haya a la defensiva. Tanto es así que la dueña se ha visto en la obligación de asegurar que no se despedirá a ninguno de los trabajadores sindicalizados, y se corregirán determinados abusos, respetándose los horarios de cierre legales, se dejarán de poner faltas disciplinarias arbitrariamente y se propondrá la creación de una bolsa de horas extraordinarias para ser devueltas o remuneradas.

Aún queda mucho trabajo por delante pero en Cambalache Santiago se le ha dado la vuelta a la tortilla del miedo y los abusos, organizados y con ganas de luchar, seguiremos dando la batalla para que se cumpla hasta la última palabra del convenio y se respeten nuestros derechos como trabajadores.

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