La firma de los Pactos de la Moncloa en 1977, imprimió un fuerte castigo salarial a la clase trabajadora y fue la puntilla final que terminó por derrotar al fuerte movimiento que había hecho posible con sus luchas la caída del franquismo.
Estos acuerdos implicaron una reducción salvaje de muchas plantillas y el cierre de numerosas industrias, cuyos trabajadores y trabajadoras se vieron abocadas a la lucha para defender sus puestos de trabajo: Euskalduna, Orbegozo, Bianchi, Aceriales, Echevarría, Nervacero, Olarra, Babcock Wilcox, Aurrera, etc… al igual que sucedió en muchas otras zonas del resto del Estado: Ferrol, Cádiz, Vigo, Gijón…
En todas ellas, los dirigentes sindicales, con UGT a la cabeza, pactaron con el Gobierno y la patronal la destrucción de empleo con la promesa de rentabilizar sus cuentas y de esa forma salvar los puestos de trabajo. “Los beneficios de hoy son las inversiones de mañana y los puestos de trabajo de pasado mañana” decían los ministros del PSOE: los Solchaga, Guerra o Boyer, así como los dirigentes de UCD, AP, y también los del PNV y CIU. Nada más lejos de la realidad.
La batalla de Euskalduna y la lucha contra el régimen del 78
Solamente derribando el incipiente régimen del 78 se podía haber garantizado el empleo y las conquistas laborales alcanzadas en las luchas de la Transición. La pelea heroica, la resistencia y el sacrificio de los trabajadores y las mujeres obreras de Euskalduna no pudieron impedir finalmente el cierre del Astillero después de más de una década de amenazas de despido, incertidumbre y lucha. Pero, ¿por qué esto fue así? ¿Fue este el único desenlace posible? El que no aprende de la historia está condenado a repetirla, por eso es necesario volver una y otra vez a recordar y analizar las grandes batallas de la lucha de clases, como lo fue Euskalduna.
El PSOE fue el encargado de llevar adelante la reconversión industrial salvaje que ni siquiera los Gobiernos derechistas de la UCD se habían atrevido a culminar. Pero tras la firma de los Pactos de la Moncloa, la imposición de la paz social, y la llegada del Gobierno de Felipe González, la burguesía no lo dudó: era el momento de endurecer los ataques contra la clase trabajadora.
Ya en otoño de 1977, la dirección de Astilleros Españoles S.A. (AESA) notificó a los Comités de Empresa que había graves problemas de financiación. En julio de 1978, bajo un Gobierno de la UCD, se firmaron los primeros acuerdos del Sector Naval, rubricados por CCOO, UGT, ELA-STV y USO, en los que se recogía la necesidad de una reducción del 50% de la capacidad productiva instalada. Esto implicaba poner en marcha una reconversión industrial acelerada, aceptar cierres y miles de despidos.
El Gobierno de Felipe González sería el encargado de llevar esta traumática reconversión adelante. Lo primero que necesitaban era impedir la respuesta de una clase trabajadora enormemente organizada y movilizada usando todos los mecanismos a su alcance: generando ilusiones con las recolocaciones, las jubilaciones y, sobre todo, reprimiendo las luchas. Antes de la firma de 1978, en el sector naval del conjunto del Estado había funcionado una Coordinadora de Representantes elegidos en las asambleas de fábrica con gran capacidad de convocatoria y combatividad. Esta Coordinadora fue la primera víctima de dichos acuerdos. El modelo sindical burocratizado y al servicio del Gobierno y la patronal echó ahí sus primeras raíces. Dividir el movimiento con consignas como “salvar Euskadi”, “salvar Galicia”, etc… coreadas también por dirigentes burgueses como los del PNV sirvieron para hacer descarrilar una respuesta unitaria de todo el sector.
La lucha se radicaliza y entra en una fase decisiva
«El 23 de noviembre de 1984 los antidisturbios de la policía entraron en el Astillero Euskalduna de Bilbao disparando fuego real. Uno de los trabajadores se refugió en uno de los barcos (...) llegó sofocado y con un golpe en la cabeza y poco después sufrió un infarto. Inmediatamente, los compañeros de trabajo quisieron llamar al médico y trasladar al trabajador. Cuando lo intentaron (…) la Policía se lo impidió con estas palabras: 'si salís del barco, os matamos a todos'» ('Egin', 24/11/1984).
Pablo González Larrazábal empezó a trabajar de aprendiz en Euskalduna con 14 años. Murió defendiendo su puesto de trabajo aquel 23 de noviembre con 53 años. En un solo día hubo 200 trabajadores heridos. La policía entró con la tanqueta, y la lucha se entabló metro a metro, cuerpo a cuerpo en algunos momentos. Cuando un compañero caía otro ocupaba su puesto. La policía barrió con sus armas el astillero a la altura del estómago. Vicente Carril, resultó herido de bala y muchos trabajadores fueron duramente apaleados con las culatas de los fusiles y las porras.
Esta fue la política del primer Gobierno de Felipe González, el pretendido “Gobierno del Cambio” al que más de 10 millones votaron para acabar definitivamente con la lacra del franquismo. Apenas tres días antes, los GAL, una banda parapolicial compuesta por mercenarios fascistas y que respondían a las mismas órdenes, había asesinado en su despacho, no muy lejos del astillero, a Santi Brouard, dirigente de HASI y diputado del Parlamento vasco por HB. La explicación que dieron algunos a la brutalidad policial aquél día fue que podía ser la respuesta a la multitudinaria manifestación que despidió al dirigente abertzale en las calles de Bilbo.
Los trabajadores de Euskalduna estuvieron siempre en la punta de lanza de las luchas en Euskal Herria. Cualquier lucha importante que se diese en Bizkaia y que solicitase el apoyo de Euskalduna, lo encontraba. Esto supuso que durante años estos trabajadores conocieron meses y meses sin llevar a casa un sueldo completo. Pero el arrojo, el sacrificio, la valentía y la combatividad de la clase trabajadora son insuficientes si no se cuenta con una dirección adecuada.
Durante meses, las movilizaciones, incluidas las del sector naval, transcurrieron por separado. Euskalduna, por un lado, la Naval por otro y las contratas por su cuenta. El ambiente de lucha y la necesidad de la unificación se expresaron en una multitudinaria manifestación el 11 de diciembre.
En Bizkaia la situación era explosiva: TCSA, Fabrelec y muchas más estaban en lucha, tal y como estaba sucediendo en muchos otros astilleros del resto del Estado, como en Galicia o Asturias.
Tras dicha manifestación, los trabajadores decidieron encerrarse en el astillero. Una asamblea de 1.800 trabajadores lo aprobó por unanimidad. Las mujeres se incorporaron masivamente a la lucha al igual que los aprendices. En el encierro el Comité creó comisiones de cultura, propaganda, control, seguridad… el efecto sin embargo fue que en el interior de las naves los trabajadores se sentían aislados e impotentes. Esto fue consecuencia directa de las políticas burocráticas de las direcciones de CCOO y UGT: mantener a los trabajadores y trabajadoras en el astillero mientras negociaban acuerdos de vergüenza con el Gobierno de Felipe González. Y, por supuesto, evitar a toda costa la convocatoria de movilizaciones unitarias, como reclamaban los sectores más combativos del Comité de Empresa.
Tras el éxito de la movilización del 11 de diciembre, tan sólo se convocó una manifestación unitaria más: el 27 de diciembre. Sin embargo, para Euskalduna ya era demasiado tarde. La única respuesta válida en aquel momento hubiese sido impulsar una huelga general en todo el Estado exigiendo al Gobierno que cambiase de política, el cese inmediato de los ministros responsables de la reconversión y la defensa de un programa auténticamente socialista. Un programa que nacionalizase los medios de producción social y los pusiese al servicio de la clase trabajadora, que, en definitiva, somos la mayoría de la sociedad. Sólo la aplicación de estas medidas hubiese servido para salvar los astilleros y el resto de sectores industriales amenazados por la Reconversión Solchaga.
Hoy, como ayer, endurecer las luchas para derrotar a la derecha y la patronal
Las experiencias de décadas de combate nos han demostrado que una empresa aislada, un sector aislado, una provincia aislada, tiene muy difícil ganar una lucha contra los planes del Gobierno y la patronal. Es necesario unificar y generalizar todas las movilizaciones y dotarlas de un programa que lleve estas luchas hasta sus últimas consecuencias. El dramático desenlace de la pelea de Euskalduna fue también una demostración muy certera de esa necesidad.
Que todas las lecciones que se desprenden de la lucha de Euskalduna sean asimiladas y se lleven a la práctica sólo es posible si se impulsa un sindicalismo combativo, democrático y de clase y se le dota de una organización y un programa revolucionario para transformar la sociedad. Un programa que reivindique sin medias tintas el control por parte de la clase trabajadora de las principales palancas de la economía, que siguen en manos de un puñado de banqueros y grandes fondos de inversión, para planificar la economía democráticamente en beneficio de la mayoría de la sociedad y no de un puñado de grandes oligarcas.