A finales de marzo, el presidente de la SEPI anunció un recorte salarial en Navantia, que presumiblemente la empresa concretará a principios de este mes. Este recorte marcará un punto de inflexión muy importante en la sicología de los trabajadores, muchos de los cuales se creían que los ataques no nos alcanzarían por el mero hecho de trabajar en Navantia. De hecho, esa creencia explica en buena medida por qué se tolera un comité de empresa desprestigiado y cuya limitaciones políticas y sindicales son más que evidentes para muchos trabajadores; de hecho, los comentarios de “no hay comité de empresa” o “el comité no sirve para nada” son comunes en taquillas y máquinas de café. Los trabajadores se quejan de la falta de iniciativa del comité, de la falta de información, de la falta de asambleas... Pero, hasta ahora, esto no tenía mayores consecuencias porque, al fin y al cabo, no nos iba tan mal, teniendo en cuenta la que estaba cayendo fuera. Pero ahora la cosa cambia. La debilidad sindical y los errores del comité ya no sólo los van a pagar los trabajadores de las compañías, sino la plantilla de la principal.
Después de los ataques de la empresa, el segundo peligro que nos amenaza es que los dirigentes sindicales los aborden desde la óptica del mal menor, como están haciendo en todas partes. El último ejemplo lo vimos en Iberia [ver artículo en la página 10]. 
Todos los ataques responden a la misma causa: la crisis del sistema capitalista, de la que los trabajadores no somos en absoluto responsables. Por tanto, no podemos aceptar ningún recorte. El único resultado de la política del mal menor son más ataques. Hay que plantar cara y luchar. Y precisamente porque estamos ante un ataque global, es imposible defenderse desde una sola empresa, sector o comunidad autónoma. Es necesaria una visión también global, de clase. En este sentido, Navantia hoy, como la Bazán de Ferrol en 1972, tiene que jugar un papel decisivo en la reconstrucción de un movimiento obrero consciente y organizado, movimiento obrero que ha sido sistemáticamente destrozado en los últimos veinte años por la política nefasta del “diálogo social”.

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