Desde hace dos años, Italia ha tenido el honor de aparecer en las crónicas internacionales por las enormes movilizaciones sociales que la han atravesado.

Se trata de un cambio histórico que invierte un proceso de reflujo de las luchas que había empezado al principio del 1977-78 con el terrorismo de las Brigadas Rojas en el periodo de los Gobiernos de “unidad nacional” apoyados por el Partido Comunista (PCI) de Enrico Berlinguer. Un reflujo que llegaba después de diez años de luchas sociales durísimas.

Durante el otoño caliente de 1969 los trabajadores italianos, con el apoyo de los estudiantes, campesinos, importantes sectores de la pequeña burguesía y del ejército habían estado muy cerca de la toma del poder. El elemento clave que permitió a la burguesía mantenerse fue el papel que jugaron las direcciones del Partido Comunista (PCI) y de la CGIL, principal sindicato italiano.

Mientras que verbalmente se mantenía la referencia al socialismo, en la práctica los dirigentes del PCI representaban un apoyo fundamental para la burguesía italiana. Los argumentos hipócritas que entonces usaban para justificar la política de “austeridad” eran de este tipo: “los sacrificios de hoy son necesarios para mantener intacto el sistema productivo de la nación, que mañana la clase obrera heredará de la burguesía” (G. Amendola).

El canto del cisne de aquel fantástico movimiento fue en el otoño de 1980. Frente a 23.000 despidos declarados por la Fiat de Turín, los trabajadores organizaron piquetes delante de la fábrica durante más de 35 días y se preparaban a ocuparla con el apoyo activo de la totalidad del movimiento obrero italiano.

Pero gracias a las dudas de la dirección sindical, que intentó en repetidas ocasiones llegar a un acuerdo con la empresa a cualquier precio, se permitió a Agnelli derrotar el movimiento obrero italiano que desde entonces no se recuperó del todo hasta hoy, donde una nueva generación de trabajadores se está acercando nuevamente a la escena política.

Durante veinte años los trabajadores italianos (como sus compañeros en toda Europa y en el mundo) han tenido que tragar un ataque detrás de otro, perdiendo casi todas las conquistas que habían obtenido en los años setenta.

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En el otoño de 1980, frente a 23.000 despidos declarados por la Fiat de Turín, los trabajadores organizaron piquetes delante de la fábrica durante más de 35 días. 


En 1982 se hicieron los primeros recortes a la escala móvil; después, a mitad de los años ochenta, el ataque a la enseñanza pública, a la sanidad y a los servicios sociales que fueron progresivamente desmantelados. En 1987 se introdujeron los Contratos de formación de trabajo (Cfl) que introducían el trabajo precario. En fin, desde 1992 los ataques al salario, a las jubilaciones, al estado social se hicieron cada vez más salvajes. En el verano del 1992 los dirigentes sindicales inauguraron los llamados “acuerdos de julio” y la política de la congelación salarial, con la inevitable caída de los salarios y de los derechos obreros.

Al principio del nuevo siglo las condiciones de vida de los obreros habían empeorado notablemente y todo ello con el apoyo de los dirigentes de las organizaciones tradicionales de la izquierda y de los sindicatos. El balance de veinte años de política de colaboración de clases ha sido un aumento desmedido de los beneficios para la burguesía, y para los trabajadores volver a las condiciones existentes en las fábricas en los años cincuenta.

No es sorprendente que las organizaciones tradicionales de los trabajadores, cuyas direcciones colaboraron activamente para determinar esa situación, fueran duramente contestadas por la clase obrera, pagando un precio altísimo en términos electorales y de militancia. La imagen de decenas de miles de obreros, que después de la firma de los acuerdos de julio del 1992, tiraban tornillos y verduras a sus dirigentes está grabada en la mente de mucha gente. Quizá es la imagen que mejor representa el estado de ánimo, de rabia y desilusión que los trabajadores italianos han acumulado hacia sus dirigentes a lo largo de los años ochenta y noventa.

Crisis de las organizaciones obreras

Después del colapso de la URSS en 1991, Occhetto, secretario general del PCI, propondrá la disolución del partido dando vida a los Demócratas de Izquierda (DS). Una minoría del PCI formará, junto a un pequeño partido de extrema izquierda (Democracia Proletaria, DP), el Partido de la Refundación Comunista (PRC).

Casi inmediatamente, Occhetto dará al nuevo partido otro giro a la derecha. En 1993 DS entró en el Gobierno presidido por Ciampi, el entonces gobernador de la Banca de Italia, para salir después del escándalo que provocó el voto a favor de la inmunidad parlamentaria para Bettino Craxi (ex secretario del PSI), involucrado en numerosas causas judiciales de corrupción.

El grupo dirigente del principal partido de la izquierda italiana se postulaba a dirigir el proceso de reestructuraciones que la burguesía exigía en vista de la unificación europea.

La enorme deuda de las finanzas pública (más del 130% del PIB) tenía que reducirse, lo que en pocas palabras significaba una política de sangre, sudor y lágrimas para los trabajadores.

Los únicos que podían aplicar esa política en plena Tangentopoli, con la caída de los partidos tradicionales del Gobierno (DC y PSI), eran los dirigentes que provenían del PCI. Por esa razón la clase dominante aceptó que los DS entrasen en el Gobierno.

En 1994 se producirá un acontecimiento imprevisto también para la clase dominante. Berlusconi formó en pocos meses un nuevo partido (Fuerza Italia) en medio de un proceso general de descrédito de las fuerzas políticas italianas. Mientras los dirigentes de DS que proponían una línea de recortes y sacrificios, Berlusconi prometió a los italianos un millón de puestos de trabajo y el nuevo paraíso en la tierra. Gracias a esta campaña demagógica consiguió vencer las elecciones, pero el juego no duró mucho: traicionando desde el primer día sus promesas electorales fue arrollado por la movilización social que explotó con una manifestación en Roma convocada por CGIL-CISL y UIL, con más de un millón de personas, y por las contradicciones que se abrieron en la mayoría del Gobierno.

Entonces los dirigentes del movimiento obrero hubieran podido luchar por elecciones anticipadas, para formar un Gobierno de izquierdas con un programa de transformación de la sociedad, y en ese clima habrían podido ganarlas pero su política fue de otro tipo. Decidieron apoyar un Gobierno “técnico” dirigido por Dini (ministro de Economía del Gobierno Berlusconi) junto con la Liga Norte (la formación independiente y racista del Norte de Italia) y partidos centristas que provenían de la vieja Democracia Cristiana.

A esta línea se unió el secretario de Refundación Comunista de entonces, Sergio Garavini, y otros parlamentarios del PRC que provocaron una escisión (Comunistas Unitarios). Correctamente, la mayoría de los diputados de Refundación Comunista decidieron (a pesar de que fue después de muchas dudas) salir del parlamento en el momento del voto del nuevo Gobierno. Así impidieron la reelección de un Gobierno Berlusconi-bis y al mismo tiempo no dieron su apoyo al nuevo Gobierno Dini, que no tardó mucho en llevar a cabo nuevos ataques sociales. En el verano del 1995 fue aprobada la contrarreforma Dini sobre las jubilaciones. La línea, aunque más suave, era la misma que había trazado Berlusconi, con la diferencia de que esta vez los dirigentes de DS y de los sindicatos dieron su apoyo, contribuyendo a frenar las movilizaciones obreras que igualmente se organizaron por la presión de la base del movimiento.

En abril del 1996 las elecciones generales se saldaron con la victoria del Olivo (la plataforma electoral de DS con los partidos del centro burgués) que gracias a un pacto sui géneris se había aliado a Refundación Comunista. Donde se presentaba un candidato del Olivo no se presentaba un comunista y viceversa.

Sobre estas bases nació el Gobierno Prodi, solo gracias al apoyo parlamentario de los diputados de Refundación Comunista.

Era el primer Gobierno con presencia de ex comunistas desde 1947. Era inevitable un cierto entusiasmo entre los trabajadores y los militantes de izquierda. Pero esas expectativas fueron rápidamente frustradas, como por otra parte era inevitable, tratándose de un Gobierno de frente popular que gozaba del apoyo de los trabajadores pero que era guiado por líderes de partidos burgueses que habían logrado una gran representación en las filas del Gobierno (a partir del mismo Prodi que era el presidente del consejo).

Ese Gobierno, con el apoyo social de los sindicatos, concentró en el arco de 18 meses el paquete más duro de medidas antiobreras del último decenio: el Paquete Treu, que introducía el trabajo en alquiler en Italia, la autonomía educativa y universitaria, recortes en la enseñanza pública y financiaciones indirectas a la enseñanza privada, recortes en la sanidad y en el empleo público, privatizaciones en Correos y telecomunicaciones, dos leyes financieras con recortes de más de 150.000 millones de las viejas liras (casi 77,5 millones de euro), etc.

El PRC, a pesar de la oposición de su minoría interna (a la cual pertenece quien escribe), apoyó esas medidas, atreviéndose a escribir en Liberazione (el diario del partido) que se trataba de “una ley financiera de verdadero cambio”. A la larga aumentó la rabia y la frustración de la base del partido y de los trabajadores, hasta que finalmente el partido fue empujado a romper con Prodi en el otoño de 1998. También, en esa ocasión, la dirección no pudo evitar una nueva escisión del partido (el PdCI de Armando Cossutta), más consistente que la primera, que arrastró consigo a la mayoría de los diputados comunistas y casi al 30% del Comité Central; en la base del partido las proporciones de la escisión eran, en gran parte, inferiores.

Cossutta y sus compañeros no quisieron romper el “frente democrático y progresista” y decidieron entrar en el Olivo que, de simple coalición electoral, iba cada vez más adquiriendo la forma de un sujeto político permanente.

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Massimo D'Alema 


Llegados a este punto, un sector significativo de los DS empezó a proponer la disolución del partido en la nueva formación, la cual según sus intenciones habría adquirido las características de un partido democrático según el modelo americano. Se trataba de aplicar una estrategia que quería transformar un partido con fuertes tradiciones y raíces en el movimiento obrero en un partido liberal burgués.

Después de la caída de Prodi hubo otros tres Gobiernos (dos dirigidos por D’Alema, hasta entonces secretario de los DS, y uno por Amato). Se constituyó una mayoría todavía más a la derecha porque los votos de los parlamentarios de Refundación Comunista fueron sustituidos por los de un partido centrista (Udeur), que se había separado del Polo de las libertades de Berlusconi y había pasado a la mayoría del Gobierno. En el intento de darse crédito hacia las clases dominantes y de formar una nueva burguesía “progresista” para oponerse a las viejas familias del capitalismo italiano, D’Alema malvendió las empresas públicas de Telecomunicaciones (Telecom) regalando a los accionistas y en particular a Colaninno una cifra valorada en casi 35.000 millones de liras (17 millones de euros). La lista de las equivocaciones podría ser muy larga. Basta decir que al final la enorme frustración acumulada de los trabajadores en los cinco años de Gobierno de centroizquierda creó las condiciones para la victoria de Berlusconi en las elecciones del 2001. Había tal ambiente de desilusión en la campaña electoral que miles de trabajadores de izquierda declaraban abiertamente que una victoria de la derecha quizás era el mal menor, porque llevaría a los sindicatos a luchar nuevamente.

Fue precisamente eso lo que ocurrió. Paradójicamente la victoria de la derecha impulso las movilizaciones sociales. Los sindicatos, en particular la CGIL —no vinculada a un “Gobierno amigo”—, frente a la arrogancia empresarial de Berlusconi que no estaba dispuesto a garantizar ni siquiera los mínimos privilegios que tenía la burocracia sindical, en particular la CGIL, abrieron inmediatamente el camino a nuevas movilizaciones sociales que han recorrido el país y que nos han acompañado hasta estos momentos.

Una nueva fase en la lucha de clases

El primer terreno donde se ha abierto la contienda ha sido en lo referido al convenio colectivo de los metalúrgicos, punta de lanza del movimiento obrero italiano.

La FIOM (metalúrgicos de la CGIL), después de una áspera discusión con las burocracias de FIM-CISL y UILM-UIL que finalmente firman un acuerdo con los empresarios, decidió presentar una plataforma alternativa que se diferencia por la exigencia de un aumento salarial de diez euros más al año. La propuesta de por sí no compensa ni tan siquiera las horas de huelga que vienen propuestas por el sindicato. A pesar de todo se insinúa un ambiente de gran rabia acumulada entre los trabajadores y la huelga del 3 de julio del 2001 tuvo un éxito extraordinario, a pesar de ser convocada solo por CGIL. La participación fue superior a la huelga convocada en mayo unitariamente por las tres confederaciones sindicales.

Se abre un proceso de radicalización entre los trabajadores que se caracteriza por los siguientes aspectos:

1) La fuerte adhesión obrera prescinde del contenido de la plataforma. Después de diez años de congelaciones salariales y diferentes contratos firmados sin tan siquiera una hora de huelga, los trabajadores tienen ganas de luchar y mostrar su propia indignación. La burocracia de la FIOM juega bien en este ambiente y hace aceptar la idea de que en realidad no se lucha por diez euros sino para defender la existencia del convenio nacional que viene puesto en discusión por la burguesía.

2) Los trabajadores están contagiados por las movilizaciones contra la globalización, que después de Seattle habían hecho parada en Niza con una presencia significativa de trabajadores europeos (particularmente franceses, españoles e italianos). La gran manifestación de Génova empieza a preparase solo dos semanas después de la huelga de los metalúrgicos.

3) El Gobierno Berlusconi se distinguirá en los primeros meses de su mandato por una actitud provocadora contra los trabajadores, mostrando claramente su voluntad de dividir el frente sindical llevando a CISL y UIL a su órbita.

4) La presión que llega desde abajo (de los trabajadores) y la que llega desde arriba (del Gobierno y de la burguesía) ponen a los dirigentes sindicales entre la espada y la pared. Ese proceso empuja primero a los metalúrgicos y después, como veremos más tarde, al mismo Cofferati (secretario general de la CGIL) a desvincularse de la política proburguesa de D’Alema y de la mayoría de la dirección de DS. La política sindical de la CGIL comienza a girar a la izquierda y precisamente por ello cada vez entra más en contraposición con la CISL-UIL, que intentan continuar la política de pactos sociales con el Gobierno de derechas.

El éxito de la huelga metalúrgica con la presencia de más de 200.000 trabajadores en las calles de las principales ciudades italianas mostrará un nuevo ambiente y la presencia de nuevos sectores de la juventud que raramente se habían visto en el pasado en las manifestaciones (trabajadores de call-centers, de la llamada nueva economía, de los McDonald’s, etc.).

Los trabajadores precarios, que en los años del Gobierno de centroizquierda aumentaron hasta ser millones, se manifiestan en la calle con sus compañeros de trabajo mayores, y después de años de reflujo y de desinterés hacia el sindicato (el sindicato había firmado los acuerdos que acababan con sus derechos fundamentales) se presentan a las movilizaciones con toda su radicalidad.

No es casual que más de 50.000 trabajadores metalúrgicos llegasen hasta Génova para la manifestación de 300.000 personas del 20 de julio, estableciendo un contacto permanente con los jóvenes del movimiento contra la globalización.

Las jornadas de Génova

Frente al despertar de las luchas sociales, el Gobierno Berlusconi decidió jugar abiertamente la carta de la represión. La ciudad se militarizó con más de 20.000 agentes presentes. Los policías habían sido instigados hasta la exasperación en los días precedentes y obligados a estar en los cuarteles durante semanas enteras sin poder salir, expuestos a duros ejercicios físicos y a verdaderas sesiones de odio contra los manifestantes. Como se demostró después, centenares de agentes especiales disfrazados de Black Bloc (Bloque Negro, integrado por anarquistas), se prepararon para infiltrarse en las manifestaciones y provocar las cargas salvajes de la policía. Todo hacía pensar que el Gobierno y el aparato del Estado estaban preparando las condiciones para golpear duramente a los manifestantes y provocar incidentes. Así ocurrió.

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En septiembre de 2001, más de 300.000 personas recorrieron las calles de Génova en una gran manifestación. 


En circunstancias trágicas el viernes 19 de julio Carlo Giuliani, un activista del movimiento antiglobalización, fue asesinado con un tiro de pistola disparado por un agente de los Carabineros. Centenares de manifestantes absolutamente pacíficos resultaron gravemente heridos por las violentas cargas de la policía, mientras los black bloc (ampliamente infiltrados por la policía) podían moverse libremente para devastar la ciudad de Génova.

Al día siguiente se preparó la gran manifestación del 20 de julio. El clima de tensión se podía cortar con un cuchillo.

Cobardemente, el grupo dirigente de DS y de la Izquierda Juvenil que habían dado su adhesión a la manifestación, decidieron durante la noche retirarla porque “no existían suficientes garantías de seguridad para los manifestantes”. A miles de militantes que estaban preparados para ir a Génova les fue comunicado que los autocares se habían anulado. Esto no les impidió su participación igualmente a la manifestación, a pesar de no tener el apoyo del propio partido.

La CGIL desde el principio había decidido no participar. Solamente la FIOM organizó los autocares y los trenes para llevar los trabajadores a Génova.

La adhesión fue, a pesar de todo, masiva. Más de 300.000 manifestantes en su mayoría jóvenes y adolescentes dieron al Gobierno la respuesta que merecía.

El movimiento, bajo los golpes de la represión, avanzaba todavía más. La última semana de julio —raramente en el pasado se habían visto manifestaciones en esas fechas— fue inundada por manifestaciones espontáneas (que nadie organizaba), en las que participaron entre medio millón y un millón de personas en las principales ciudades italianas. Una nueva generación de activistas entraba en política sobre la base de una dura experiencia con las jornadas de Génova.

Todos los prejuicios sobre el papel del Estado como árbitro de la disputa social desaparecieron como la nieve bajo el sol. El papel represivo de aquellos hombres armados en defensa de la propiedad privada se hizo evidente para la mayoría de los jóvenes presentes. El salto cualitativo en la conciencia fue notable y la traición por parte de los dirigentes de los DS provocó inmediatamente un movimiento de oposición “contra los burócratas que traicionan los ideales de la izquierda y que se quedan completamente separados de su propia base”. Berlusconi no fue el único que salió derrotado políticamente de Génova; D’Alema y su grupo dirigente de los DS fueron los peor parados, sufriendo duras críticas por parte de la juventud.

Como decía Marx, la revolución necesita en ocasiones el látigo de la contrarrevolución. Una nueva fase de la historia de la lucha de clases en Italia se había abierto.

El fenómeno Cofferati y el enfrentamiento dentro de los DS

La izquierda de DS, que durante un largo periodo de tiempo fue completamente invisible y estaba reducida a la mínima expresión, en los últimos años del Gobierno de centro-izquierda volvió a fortalecerse. En el congreso de Turín del año 2000 un sector del centro, liderado por Cesare Salvi, fundó una corriente separándose de la mayoría y uniéndose a la izquierda histórica (reducida al 10%) de Gloria Buffo y Fulvia Bandoli. En aquel mismo congreso, a pesar de seguir dentro de la mayoría, Cofferati había empezado a criticar a la dirección del partido, particularmente acerca de la ley que el Gobierno D’Alema estaba preparando. El objetivo de esta ley era anular el artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores que impide despedir a trabajadores sin que haya una causa justificada. Este artículo es una de las conquistas más importantes del Otoño Caliente de 1969. Esto no fue más que la anticipación de lo que más tarde llegaría con el Gobierno Berlusconi.

Después de las jornadas de Génova el aparato sindical, junto a su secretario Sergio Cofferati, decidió que había llegado la hora de dar la batalla contra D’Alema y la mayoría del grupo dirigente de DS.

En el trascurso del Consejo Nacional, frente a la dimisión del entonces secretario Veltroni —que abandonará para presentarse como alcalde para Roma—, empieza un duro enfrentamiento que cambiará las relaciones de fuerza de los diferentes sectores en el partido.

Hasta entonces el centro tenía dentro del partido una mayoría muy amplia, dentro de la cual convivían dos corrientes principales: los dalemianos (que querían mantenerse en la Internacional Socialista y cuyo modelo era la política del nuevo laborismo de Tony Blair) y los veltronianos u olivistas (que desde hace tiempo querían disolver el partido y transformarlo en un partido demócrata al estilo americano). Además de estas dos corrientes existía con un peso marginal la izquierda de Buffo y Salvi y la extrema derecha abiertamente patronal, que se había distinguido por su lucha contra el artículo 18.

La corriente de D’Alema no tenía grandes diferencias políticas con la de Veltroni, pero como representaba la mayoría del aparato del partido, estaba en contra de disolverlo dentro de formaciones o de entidades políticas más amplias.

D’Alema, en los años que había sido ministro, había empujado su corriente más hacia la derecha, estrechando sus relaciones con un sector de la burguesía italiana (Colaninno, Gnutti y compañía) que se benefició de cuotas importantes de capital público a través de un proceso salvaje de privatizaciones (como fue el caso de Telecom).

El choque de la ola del movimiento fue tan fuerte que pulverizó la corriente menos organizada, es decir, la olivista de Veltroni. El nuevo alcalde de Roma se apartó de la lucha interna del partido y dejó que su corriente se fragmentara.

También el sector de D’Alema sufrió golpes muy duros, perdiendo el 70% del apoyo de los funcionarios sindicalistas de CGIL que prefirieron seguir al dirigente sindical (Cofferati) que al dirigente del partido.

Así fue como se formó una amplia alianza conocida como el Correntone en la cual confluyeron la izquierda, buena parte de los hombres de Veltroni y los sindicalistas de la CGIL. A la cabeza del Correntone está Sergio Cofferati, aunque oficialmente el representante sea Giovanni Berlinguer, hermano del difunto secretario del PCI Enrico Berlinguer, que tenía mucha autoridad entre la militancia del partido.

Frente a la dureza del enfrentamiento no quedaba más remedio que llegar a la convocatoria de un Congreso que se celebró en Pesaro en el otoño de 2001.

El Correntone de Cofferati conquistó el 34% de los votos (con el apoyo de más de 35.000 militantes), mientras que la mayoría de D’Alema y Fassino se redujo al 62% a pesar de haber contado con el apoyo de la casi totalidad del aparato. La extrema derecha de Morando tuvo el 4% de los votos. Lo que vimos fue un fenómeno que muchas veces los marxistas italianos habíamos adelantado en nuestras perspectivas.

Las consecuencias de las movilizaciones obreras tarde o temprano iban a tener un efecto dentro de las organizaciones tradicionales de la clase obrera y en primer lugar de los sindicatos, cuyo aparato está más sujeto a las presiones de los trabajadores.

La crisis y la falta de crecimiento de la CGIL acabaron después de muchos años. El giro a la izquierda de Cofferati, o sea su oposición frontal a Berlusoni, hará crecer el sindicato tanto en afiliados como en delegados, aunque inicialmente de forma poco visible. Esto era solo el comienzo. Cofferati, una vez perdido el congreso del partido, no quiso quedarse en un segundo plano y decidió acelerar en su terreno: las luchas sindicales. La suerte estaba echada y el enfrentamiento con D’Alema por la hegemonía de la izquierda italiana era imparable. El mandato de Cofferati como secretario finalizaba en el verano de 2002: es por eso que el secretario de la CGIL solo tenía nueve meses para conquistar un apoyo de masas en las calles y utilizarlo dentro de DS contra el aparato que parecía resistir a las presiones de las movilizaciones. A pesar del movimiento de la clase obrera italiana, el aparato de D’Alema seguía con su política procapitalista que había conducido al partido a la más grave crisis electoral (solo el 16% en las elecciones del 2001) y de militancia de la historia.

El debate en Refundación Comunista

En el cuarto Congreso del Partido de Refundación Comunista (PRC), tras la escisión de la corriente de Cossutta, se constituyó una mayoría del 84% bajo la dirección del secretario nacional Fausto Bertinotti y una minoría del 16% de la tendencia marxista Falce Martello (a la que pertenece el que escribe estas líneas) y el grupo Proposta de Marco Ferrando (el cual tiene la mayoría entre los dirigentes de este 16%).

Bertinotti y Ferrando, a pesar de sus muchas diferencias políticas, estaban de acuerdo en caracterizar al DS como un partido liberal. De hecho, sostenían que DS se había transformado definitivamente en un partido burgués y de ninguna manera se le podría definir como socialdemócrata.

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Fausto Bertinotti. 


Según Ferrando solo la corriente de izquierdas del DS podía definirse socialdemócrata, exceptuando a uno de sus dirigentes, Salvi, que había sido ministro en los Gobiernos del Olivo. También definía como liberal a todos los dirigentes de los DS que habían sido implicados en responsabilidades directas de Gobierno.

Se trataba claramente de una postura superficial dictada por el carácter ultraizquierdista de la corriente Proposta.

Esta postura fue muy popular entre un sector reducido de militantes obreros y juveniles porque durante diez años habían visto a los dirigentes de DS y CGIL traicionar sistemáticamente los intereses de los trabajadores desde el Gobierno y la oposición. El mismo Bertinotti jugó un papel en difundir este análisis superficial, miope y oportunista.

Por nuestra parte polemizamos con estas posturas equivocadas en un artículo de FalceMartello en octubre del 2000 en el cual escribimos:

“Los socialdemócratas para no perder su influencia entre los obreros tienen interés en apoyar movimientos y luchas parciales de los trabajadores cuando estas surgen, para conducirlas a la derrota... Hablando de los socialdemócratas al final de los años 20, Trotsky les definía con estas palabras: ‘Los reformistas son traidores, pero no en el sentido de que en cada momento y en todas sus acciones ejecuten las órdenes formales de la burguesía. Si las cosas fuesen así los reformistas no mantendrían la más mínima influencia entre los obreros y la burguesía en este caso no los necesitaría. Hay que ser pobre de espíritu para pensar que únicamente por las cualidades milagrosas del Tercer Periodo la clase obrera abandonará en masa a la socialdemocracia y empujará a la burocracia reformistas a los brazos del fascismo. La creciente insatisfacción contra el Gobierno socialdemócrata en Alemania y el laborista en Inglaterra y el desarrollo de las huelgas parciales y fragmentadas en movimientos de masas cada vez más amplios (cuando se verificarán de verdad), tendrán como consecuencia inevitable el deslizamiento a la izquierda de gran parte del campo reformista. Con la excepción tal vez de los elementos más conscientes del ala derecha (como J. H. Thomas, Hertmann Muller, Renaudel, etc.) los socialdemócratas y los caballeros de Ámsterdam serán obligados en determinados momentos a asumir la dirección del proceso... esta política será inevitable sobre todo con relación a la socialdemocracia de izquierdas, la cual en el momento de radicalización de las masas está especialmente obligada a enfrentarse al ala derecha, hasta quizás tener que separarse con una escisión formal. No obstante, una perspectiva como esta no niega en absoluto el hecho de que la dirección de la socialdemocracia de izquierda siempre sea formada por los agentes más corruptos y más peligrosos de la burguesía” (León Trotsky, El ‘Tercer Periodo’ de los errores de la Internacional Comunista).

Esta perspectiva que parecía irreal para muchos activistas comunistas (honrados pero objetivamente aislados en su lugar de trabajo) tomaría forma en pocos meses. La mayoría del PRC, que no estaba preparada para los acontecimientos y nos acusaba de tener ilusiones en los dirigentes del DS, pagó muy caro su error de perspectiva.

El crecimiento del movimiento de masas de la clase trabajadora pilló por sorpresa al PRC, cuyas fuerzas habían sido orientadas completamente hacia el movimiento antiglobalización, sosteniendo a su vez dentro de este movimiento las posturas más moderadas y pequeñoburguesas. Así fue como el PRC perdió una oportunidad histórica de aumentar su influencia entre los obreros en el momento en que volvían a la acción, dejando campo libre a Cofferati. Este conquistó rápidamente un apoyo entusiasta, aunque él mismo haya sido el principal responsable de todas las derrotas del movimiento obrero a lo largo de los años 90.

Cofferati calienta motores

En noviembre de 2001 la FIOM convoca nuevamente en solitario una huelga general en el sector metalúrgico. La participación es significativa, pero el ambiente entre los trabajadores es diferente que en julio del 2001. Frente a la aplicación del convenio del metal firmado por parte de FIM y UILM (sin contar con la FIOM mayoritaria), los trabajadores vieron la huelga como tardía y poco útil porque defendía una plataforma que apenas se diferenciaba de los sindicatos firmantes. La lucha de los metalúrgicos iba apagándose. Sabattini, secretario de la FIOM, presionó a Cofferati y a toda la CGIL para que se extendiera la huelga a todos los sectores, pero recibió una negativa.

La huelga general sobre los convenios no entraba en los planes de Cofferati, que quería impedir que esta se orientase al ámbito salarial, lo cual habría seguramente puesto en duda la política de moderación salarial aceptada por todos los sindicatos desde los pactos de julio del 92.

La intención del dirigente de la CGIL era buscar una lucha simbólica que pudiera servirle para enfrentarse sin riesgos a la patronal, pero sobre todo al Gobierno de derechas y a D’Alema. Y esa ocasión llega cuando el ministro de Trabajo Maroni vuelve a proponer una ley (en la que ya había pensado D’Alema durante su Gobierno) que ataca directamente el artículo 18, a pesar de que su modificación había sido rechazada en el referéndum de verano de 2000. De esta forma Cofferati mata tres pájaros de un tiro: patronal, Gobierno y mayoría DS.

Cofferati empieza a ejercer una fuerte presión sobre su aparato sindical convocando huelgas de dos y cuatro horas en todos los sectores, haciendo asambleas en las principales fábricas del país.

Después de tanto tiempo en que los funcionarios sindicales habían frustrado las aspiraciones de lucha de los trabajadores, ahora, estos mismos iban a las fábricas a empujarles. Sus discursos, de todas formas, obedecían a la estrategia de Cofferati: soltar la presión de los diferentes sectores de trabajadores en grandes manifestaciones y así desviar la atención de los problemas dentro de las empresas, mientras que se firmaban convenios negativos para los trabajadores, algunos de ellos por la CGIL.

Toda la fuerza tenía que ser concentrada contra el ataque del Gobierno. La campaña obtuvo una respuesta masiva entre los trabajadores, que llevaban mucho tiempo esperando una señal de combatividad del sindicato. El proceso que se desarrolló durante todo el invierno llegó a su punto álgido el 23 de marzo cuando la CGIL en solitario agrupó a dos millones de trabajadores en la manifestación de Roma. Era la manifestación más grande de la historia del movimiento obrero italiano. Ante la negativa de los sindicatos CISL y UIL a sumarse a la manifestación, miles de afiliados de estos sindicatos rompieron el carné y se pasaron a la CGIL. Pero el Gobierno de derechas, que no se esperaba una participación tan masiva, no podía ceder todavía por tres razones. La primera es que Berlusconi había definido a la CGIL como un sindicato minoritario y extremista y ahora no podía admitir la derrota; la segunda es que se daba cuenta de que una rápida victoria de los trabajadores habría generado una radicalización, cosa que sencillamente aterrorizaba a la burguesía; la tercera es que una claudicación del Gobierno habría sido un golpe tremendo no solo a la patronal sino también a lo poco de autoridad que le quedaba a la burocracia de los sindicatos aliados de Berlusconi (Cisl y Uil).

Así fue que Maroni (ministro de Trabajo) decidió ganar tiempo abriendo una mesa de negociación en la que no estaba dispuesto a hacer ninguna concesión. Esto quedó muy claro desde el comienzo y condujo a las tres confederaciones sindicales a convocar una huelga general para el 16 de abril de 2002. La burocracia de CISL y UIL, ante un movimiento de estas proporciones, fue obligada a sumarse a la huelga general para reconquistar por lo menos parte de la autoridad perdida. La huelga fue un éxito absoluto, secundada por doce millones de trabajadores y tres millones de manifestantes en las calles. Las tradicionales manifestaciones del 25 de abril (día de la liberación nacional contra el fascismo) y del Primero de Mayo, que en años anteriores habían asumido un carácter rutinario, se convirtieron en este contexto en movilizaciones masivas y militantes en las que los trabajadores enseñaban su voluntad de derrotar al Gobierno.

El congreso de la CGIL y la inercia de la burocracia sindical

A comienzos de febrero de 2002 tuvo lugar el congreso de la CGIL, saliendo elegido Cofferati como secretario general, pero solo por pocos meses hasta que acabara su mandato. Su sucesor, Guglielmo Epifani, saldrá elegido en octubre. Cofferati declarará, aumentando de esta forma su prestigio entre los trabajadores, que contrariamente a lo que sus enemigos decían, no tenía intención de entrar en política y que sencillamente volvería a su antiguo trabajo en la fábrica Pirelli, de donde había salido 25 años antes para dedicarse al sindicato.

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Sergio Cofferati. 


En el congreso de la CGIL los sindicalistas dalemianos intentarán modificar los estatutos para extender la secretaría de Cofferati, evitando de esa manera que pudiera dedicarse a la batalla dentro del partido. El enorme prestigio que Cofferati iba ganando día a día representaba un peligro para el aparato de DS. Lo más importante es que D’Alema concentraba toda su estrategia en poder presentarse en las siguientes elecciones políticas como candidato del Olivo y Cofferati representaba un obstáculo en este camino. Mantenerle dentro del sindicato era una forma de reducir los riesgos en el partido.

Cofferati rechazará ampliar su mandato en la CGIL y solo acepta la presidencia de la Fundación de Estudios Giuseppe Di Vittorio (una estructura cercana a la CGIL) y volver a su trabajo de empleado en Pirelli.

En el congreso de CGIL los cofferatianos consolidarán sus posiciones, ganando de hecho el apoyo de la izquierda sindical (“sector crítico”) y aislando a los dalemianos que tampoco tendrán el coraje de presentar documentos propios. A la nueva secretaría nacional no será elegido ningún dalemiano. Será formada por completo por cofferatianos más dos “críticos” de la izquierda sindical.

Los dalemianos levantarán la cabeza solo más tarde, expresando la exasperación del aparato sindical que estaba cansado por ser tan sacudido por la dirección nacional en la organización de manifestaciones y huelgas de sector, regionales y nacionales.

Este sector insatisfecho del aparato burocrático se ampliaba día a día (sobretodo a nivel local e intermedio). Acostumbrado durante una década a gestionar la política de pactos, había sido sacado de repente de su rutina cotidiana y lanzado a la lucha de clases. Estos burócratas, acostumbrados a una vida tranquila de pacíficas reuniones con el patrón alrededor de una mesa, se han vistos obligados de la noche a la mañana a motivar a los delegados y trabajadores en organizar huelgas y dar la batalla en las fábricas contra los “amigos” de CISL y UIL, que boicoteaban y actuaban de esquiroles. No hay de que sorprenderse si muchos entre ellos desean volver a la “normalidad” o pasarse el día cómodamente sentados en sus despachos. D’Alema está lanzando su contraofensiva basándose en estos elementos más conservadores. No se puede excluir la posibilidad de que un día los cofferatianos tendrán que apoyarse directamente en los trabajadores para dar la batalla y mantener su control del sindicato. Esta dinámica podría obligarles a girar aún más a la izquierda con sus consignas y al mismo tiempo a abrir nuevos espacios para una actitud más militante de la clase obrera.

El papel del movimiento obrero es determinante dentro de las relaciones de fuerza entre los diferentes sectores sindicales. Este proceso acaba de empezar, pero en el futuro provocará convulsiones aún más fuertes que las que vimos hasta ahora y que representan un cambio cualitativo con respecto a la rutina a la que estábamos acostumbrados en los años 90, cuando nada parecía moverse en el sindicato y el desplazamiento derechista de su dirección parecía imparable.

Movimiento de los ‘girotondi’ , movimiento antiglobalización y segunda huelga general

El otoño del 2002 empezó con una gran manifestación organizada por el movimiento de los girotondi [de los corros] con 300.000 personas en Roma. Ese movimiento dirigido por intelectuales de izquierda (entre ellos Nanni Moretti, famoso director cinematográfico), a pesar de tener una dirección pequeñoburguesa, ha sabido dar una expresión política a las tensiones que se han ido acumulando durante años en la base de DS y en general en el electorado de izquierda. El inicio significativo de esto se vio en un mitin de los DS, en el verano de 2002. En aquel mitin se había invitado también a Nanni Moretti, que por sorpresa en su intervención lanzó ataques contra los dirigentes, acusándoles “de conducir a la izquierda hacia una derrota, una detrás de otra”. Después de pronunciar estas palabras el director de escena abandonó polémicamente el palco entre los aplausos entusiastas de miles de militantes allí presentes.

La cosa tuvo un impacto mediático enorme y ha generado un movimiento de opinión que se ha difundido rápidamente en todo el país.

Nace así el movimiento de los girotondi, por la gran cantidad de iniciativas organizadas delante de los ministerios, en los tribunales donde miles de personas se cogían por mano y rodeaban las sedes institucionales escenificando una especie de corro (girotondo). En la manifestación de Roma, por primera vez en la historia, intervinieron en el palco no los dirigentes del partido de izquierda, que fueron relegados a mezclarse con el público, sino intelectuales, pacifistas, exponentes de la llamada “sociedad civil”. El único líder aplaudido en aquella manifestación fue Sergio Cofferati.

Desde entonces se produce una fusión entre el aparato sindical, el movimiento de los girotondi y la izquierda de DS, que ha dado vida a una asociación (denominada Abril, de un film de Nanni Moretti) que en pocos meses ha reunido 20.000 socios.

Pero la relación de Cofferati con los movimientos no se ha quedado solo aquí. El exsecretario de la CGIL se ha dirigido también a los movimientos más radicales como el movimiento antiglobalización. Cofferati ha participado en diferentes iniciativas, entre ellas la gran manifestación del Foro Social Europeo de Florencia en la que han participado más de medio millón de personas.

La CGIL dio su adhesión a esta manifestación y diferentes trabajadores sindicales han entrado a formar parte de las estructuras de las que se ha dotado el movimiento. Una gran parte de los manifestantes que fueron a Florencia lo hicieron gracias a las estructuras sindicales, que organizaron autocares y trenes en las principales ciudades italianas.

La estrategia de Cofferati es bastante clara. Mientras Refundación Comunista se negaba a promover las ideas comunistas en el movimiento y ha ido detrás de los dirigentes del Foro Social, Cofferati ha lanzado una verdadera batalla por la dirección para conquistar el movimiento antiglobalización a su proyecto político.

Tanto es así que el 10 de enero de 2003 organizó en Florencia, junto a otras estructuras del Foro Social, una gran asamblea en un recinto con capacidad para más de 10.000 personas, con una participación tan masiva que obligó a miles de personas a quedarse en el frío de la calle.

Rina Gagliardi, codirectora de Liberación, el periódico de Refundación Comunista, unos días antes de la asamblea denunciaba que Cofferati estaba haciendo una maniobra para marginar las fracciones más radicales del movimiento y forzar así al Foro Social a apoyar el Olivo, cosa que el PRC en su proyecto político nunca soñó hacer.

¡No hay duda! Cuando se renuncia a la lucha para afirmar las propias posiciones es inevitable que otro lo hará en tu lugar. El resultado es que Refundación Comunista está más al margen del movimiento obrero y sindical, donde ha perdido posiciones importantes en los últimos años, y empieza a estarlo también en el movimiento antiglobalización, donde había concentrado todas sus fuerzas en los últimos años conquistando una posición ventajosa respecto a las otras tendencias políticas. Los errores teóricos se pagan duramente en política.

El 18 de octubre de 2002 Cofferati obtuvo otra victoria (y con él todos los trabajadores italianos). En la segunda huelga general convocada en solitario por la CGIL (no sucedía desde el 1968) participaron dos millones de trabajadores en las más de cien manifestaciones que tuvieron lugar en toda Italia. El llamado Pacto para Italia, firmado en el verano por CISL y UIL con el Gobierno, se rompería en mil pedazos como resultado inmediato de esa huelga.

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En la huelga general del 18 de octubre de 2002 participaron dos millones de trabajadores en las más de cien manifestaciones que tuvieron lugar en toda Italia. 


El programa y la estrategia política de Sergio Cofferati

Quien escribe, a pesar de no tener ninguna ilusión en Cofferati, reconoce la enorme popularidad que el ex secretario de la CGIL ha conquistado en un periodo breve de tiempo en sectores decisivos del movimiento obrero. Hoy es el único líder de la izquierda que consigue llevar a sus iniciativas a miles si no a decenas de miles de personas. Ha hecho caer en la sombra también al secretario del PRC, Fausto Bertinotti, a pesar de que había conquistado una cierta popularidad entre los militantes (no solo de Refundación Comunista) que en los años anteriores estaban descontentos con la política de contrarreformas del Gobierno del Olivo, en la que Cofferati colaboró activamente como secretario de la CGIL.

Es evidente que Cofferati quiere utilizar ahora este enorme apoyo para convertirse en el nuevo líder de la izquierda italiana, aunque continúa afirmando que no tiene ninguna intención de entrar en política, usando demagógicamente un sentimiento antipolítico que existe como reacción a la degeneración de las fuerzas de izquierda en las instituciones.

Cofferati no es un revolucionario. Su objetivo es dar una base de masas a una política reformista clásica como la que defendía el PCI en los años sesenta y setenta. Su deseo es una utopía: en primer lugar porque no existen márgenes económicos para políticas keynesianas de tipo redistributivo, en segundo lugar porque el aspecto fundamental de aquel partido (que contaba con un millón y medio de militantes y una base cohesionada y disciplinada) era la existencia de la URSS y del bloque soviético, que incluso en una forma distorsionada representaba en la cabeza de muchos trabajadores lo que se había conquistado con la Revolución de Octubre.

Con la caída del estalinismo esas ilusiones se han derretido y la autoridad que tenían los dirigentes comunistas por sus vínculos con la URSS no se puede comparar en absoluto a la que tienen hoy los dirigentes de la izquierda, que obviamente es notablemente inferior.

Cofferati hoy se presenta a la izquierda de D’Alema pero no presenta diferencias políticas sustanciales con la mayoría de DS.

Defiende la Unión Monetaria Europea y reivindica suyo el mérito de haber permitido la entrada de Italia en Europa con la política de los sacrificios. Ataca al Gobierno Berlusconi acusándolo de ser “poco europeo”. Propone como solución a la crisis económica la aplicación del plan Delors. Después de haber organizado dos huelgas generales en defensa del artículo 18 se niega a apoyar un referéndum promovido por Refundación Comunista y otras fuerzas menores para extender el artículo 18 también a las pequeñas empresas (hoy el artículo 18 cubre solo a quien trabaja en empresas con más de 15 trabajadores).

Sus temas preferidos en la crítica al Gobierno Berlusconi son la corrupción, el conflicto de intereses (Berlusconi posee un gran número de medios televisivos y empresas) y las leyes promovidas por el Gobierno en estos años que le permiten falsear la entrada de los capitales ilegales (también de la Mafia), la despenalización de las deudas al Estado y el fraude fiscal y las presiones enormes que Berlusconi está haciendo a los jueces para que sea absuelto, con sus amigos, en los numerosos procesos donde aparece entre los imputados.

Es evidente que estas cosas indignan a los trabajadores, pero Cofferati no hace nada para desvelar la relación que hay entre la corrupción y el capitalismo. La respuesta típicamente reformista que explica como los fenómenos degenerativos que están relacionados claramente con la crisis de la economía de mercado y la existencia de una sociedad dividida en clases es la siguiente: “es necesario reforzar las instituciones republicanas” que Berlusconi y compañía están demoliendo.

Respecto a los trabajadores, Cofferati no habla de intereses contrapuestos entre las clases, se limita a defender algunos derechos, que el llama fundamentales, sin defender otros que lo son igualmente. En efecto, en medio de las grandes luchas de la primavera del 2002, la CGIL ha continuado firmando acuerdos que se basan sustancialmente en la congelación salarial. Esto después de un decenio en el que los trabajadores italianos han perdido por lo menos el 15% de su poder adquisitivo.

Cofferati no propone romper con el Olivo sobre bases de clase, separando las fuerzas del movimiento obrero de aquellas del centro burgués, intenta “renovar el Olivo” abriéndolo hacia la izquierda (hacia Refundación Comunista) pero también hacia la derecha, hacia el pequeño partido del ex juez de Manos Limpias —el macroproceso judicial contra la corrupción— Di Pietro (de matriz populista y reaccionario) y ha establecido un acuerdo táctico, que probablemente no está destinado a durar mucho, con Romano Prodi (actual presidente de la Comisión Europea y primer presidente de los Gobiernos de centroizquierda).

Pero a Cofferati no le basta un movimiento genérico y tampoco puede bastarle solo el apoyo del aparato sindical para ser el candidato del Olivo en las próximas elecciones. Necesita un partido que DS, de momento, no es porque, a pesar de las fuertes presiones, la mayoría del aparato continúa resistiéndose a sus solicitudes y a las del movimiento y sigue en su línea derechista apoyando a D’Alema.

Se trata de un enfrentamiento entre fuerzas vivas y es difícil prever en modo preciso que resultados se darán, pero una cosa es evidente: en el nuevo clima de movilizaciones sociales, si D’Alema, Fassino y compañía no cambian, es probable que la línea de Cofferati se imponga.

Con qué formas y con qué ritmo se desarrolle este proceso, ya lo veremos, pero las líneas generales son dos: o Cofferati conquista la mayoría en DS y da un cambio al partido iniciando una batalla también a nivel europeo contra la Tercera Vía de Blair o, si la conquista de DS se revela impracticable, se puede producir una escisión, dando vida a un nuevo “partido del trabajo” del que se habla desde hace tiempo en los ambientes cercanos al ex secretario de la CGIL.

Recientemente ha circulado un llamamiento suscrito por importantes dirigentes sindicales (entre ellos Patta, el máximo dirigente de la izquierda sindical, Sabbatini y Rinaldini, el anterior y el actual secretario de la FIOM) en el cual se propone la formación de un nuevo partido de trabajadores con los siguientes argumentos: “visto y considerado que DS ya no defiende los intereses de clase y dirigen su atención al gran capital y el PRC ha abandonado este terreno para orientarse exclusivamente al movimiento antiglobalización es necesario un nuevo partido que defienda a los trabajadores”.

Cofferati ha declarado que él no tiene nada que ver con este llamamiento pero jugará esa carta si se da cuenta de que la reconquista de DS hacia su programa se revela impracticable.

Sobre este hipotético partido ya han mostrado gran interés (en manera más o menos declarada) numerosos funcionarios sindicales, el PdCI (el partido que se creó de la escisión de derechas de Refundación Comunista), los Verdes y probablemente podría estar interesado un sector del PRC (particularmente la corriente neoestalinista que hoy se encuentra bajo una ofensiva por parte de Fausto Bertinotti).

Es evidente que el desarrollo de la lucha de clases jugará un papel fundamental en definir los tiempos de todo el proceso.

La lucha de la Fiat, la relación clase-dirección y el papel del partido revolucionario

En todas las movilizaciones que se han producido hasta ahora, Cofferati se ha preocupado siempre por acotar con precisión los puntos de desacuerdo con los empresarios y el Gobierno, cuidándose mucho de que en los puestos de trabajo la conflictividad no se extendiese y no se pusieran en el centro de las iniciativas sindicales otros puntos que preocupan a los trabajadores.

Por tanto los trabajadores iban a las grandes manifestaciones, a las huelgas; volvían con un gran entusiasmo, pero la política del sindicato en la fábrica continuaba como siempre, con acuerdos donde los trabajadores perdían. Esta situación no puede durar indefinidamente.

Ya hay síntomas importantes de una movilización espontánea de la base que podría quedar fuera del control de las cúpulas sindicales.

Los protagonistas en estas luchas han sido sobre todo los trabajadores jóvenes y los precarios. Es el caso de las luchas en Tim, Direct Line, Omnitel, McDonald’s y en otras empresas, donde ha surgido un nuevo proletariado joven abierto a las ideas revolucionarias. También en el terreno salarial hay una fuerte presión por parte de los trabajadores y en efecto el grupo dirigente de la FIOM se ha atrevido a proponer una nueva plataforma reivindicativa que prevé aumentos salariales del 8%, un notable paso adelante respecto al pasado pero insuficiente para recuperar el terreno perdido.

Pero los elementos más importantes de una sucesiva radicalización se han dado con el conflicto en Fiat. A finales del verano pasado el grupo automovilístico aprobó 8.200 despidos, con el cierre definitivo de las fábricas de Termini di Imerese (en Sicilia) y de Arese (en la zona de Milán), y una fuerte reducción en las fábricas de Cassino (cerca de Roma) y Mirafiori en Turín.

En la actual crisis mundial del sector (con una sobrecapacidad productiva de veinte millones de coches en el mercado mundial) es evidente que Fiat sería uno de los eslabones débiles de la cadena.

A pesar de los 120 millones de euros que el Estado ha dado a Fiat en los últimos treinta años para financiar despidos, a pesar de los numerosos incentivos, está claro que la familia Agnelli estaba preparando desde hace tiempo el desvío de inversiones del sector del automóvil a acciones especulativas más rentables. La entrada de la General Motors en el capital de Fiat el pasado año era solo un primer paso en esa dirección.

Los marxistas, nada más declarada la crisis, hemos lanzado una campaña hacia la base de las organizaciones sindicales, de los partidos de izquierda y de la juventud, reivindicando la nacionalización de Fiat sin indemnización y bajo el control de los trabajadores. Publicamos un panfleto con un llamamiento en ese sentido, recogiendo adhesiones de delegados sindicales, activistas de partido y estudiantes.

En la medida en que el secretario del PRC, Fausto Bertinotti —que en el pasado no había apoyado esa posición—, ha decidido en septiembre hablar de la nacionalización de Fiat, hemos propuesto en el Comité Político Nacional del partido preparar una campaña de todos los militantes por la ocupación y nacionalización de las fábricas de Fiat.

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Una de las protestas de los trabajadores de la FIAT que han tenido lugar por toda Italia. 


Durante el debate se ha visto claramente que el secretario del PRC, cuando habla de nacionalizaciones, se refiere simplemente a una intervención publica del Estado, sin poner en discusión el derecho de los Agnelli a su propiedad privada. Además, Bertinotti ha considerado inconveniente proponer la ocupación de las plantas y ha respondido con cierta ironía a nuestra intransigencia: si al final convencemos a los trabajadores de la ocupación, él se presentaría, mostrando una sustancial desconfianza respecto a la posibilidad de que los trabajadores pudieran aceptar tal planteamiento y renunciando como dirigente a mostrar el camino para ganar la lucha. De esta manera aparece claramente su idea del papel que debería asumir un dirigente comunista: “siempre en la cola de los acontecimientos y nunca delante”.

Aprovechando la presencia en Italia de los trabajadores argentinos de Cerámicas de Zanon, que desde hace más de un año están produciendo sin los patronos bajo control obrero, hemos llevado nuestro llamamiento delante de las fábricas de Fiat, particularmente a Arese y a Termini Imerese.

En Arese, a través de las estructuras estudiantiles vinculadas a los marxistas (Comités en Defensa de la Enseñanza Pública — CSP— y el colectivo universitario Pantera), se llegó en diciembre a la celebración de una asamblea unitaria entre estudiantes y trabajadores (participaron más de 200 personas) y a la convocación de una huelga unitaria para el 12 de diciembre, a la que la FIOM al final tuvo que dar su propia adhesión.

Pero la situación más avanzada fue seguramente la de Termini Imerese.

Termini Imerese es una ciudad con casi 40.000 habitantes cerca de Palermo que se mantiene exclusivamente gracias a la existencia de Fiat.

A pesar de no tener grandes tradiciones sindicales y de estar desde su nacimiento (a finales de los años sesenta) en la retaguardia de las movilizaciones, los trabajadores de Termini mostraron en esa situación un nivel de radicalización sin precedentes, colocándose a la cabeza de la movilización.

Empezaron con bloqueos en la producción de forma permanente y ocuparon carreteras, aeropuertos y puertos en toda la isla e incluso el Estrecho de Messina que une Sicilia con Italia.

Siendo muy débil la tendencia marxista en Sicilia se envió del norte una delegación de cuatro compañeros (un dirigente del PRC, dos activistas sindicales y un dirigente de los CSP) para establecer contactos y ofrecer un apoyo y una alternativa a los trabajadores de Termini que fueron completamente abandonados por sus propios dirigentes sindicales, como después se verá. Muchos trabajadores, nada más ver nuestro llamamiento, mostraron simpatía y empezaron a distribuirlo convencidos de que la ocupación de la fábrica era una posibilidad concreta si Fiat y el Gobierno no renunciaban a sus intenciones de cerrar el establecimiento.

En toda la isla se respiraba un clima de gran solidaridad. En las principales ciudades como Palermo, Catania y Messina se organizaban manifestaciones estudiantiles de masas en apoyo de los trabajadores.

El sector más radical de la movilización era la Coordinadora de las Mujeres de Termini Imerese compuesto por las mujeres de los obreros.

El día antes del envío de las cartas de despido hubo un encuentro en Roma. De hecho el Gobierno y la empresa propusieron nuevamente el cierre, pero con la promesa de que después de un año el establecimiento sería de nuevo abierto. Promesas de este tipo se habían hecho ya antes y no se mantuvieron nunca. Las negociaciones se rompieron durante la noche.

Lo que pasó al día siguiente delante de la fábrica lo explicó nuestra delegación allí presente, que relató lo siguiente:

“... Que los trabajadores estuvieran dispuestos a ir adelante lo demuestra la rapidez con la que al día siguiente, después de la ruptura de las negociaciones, se había propagado la consigna de la ocupación de la fábrica: se generalizaba la convicción de que ese viernes habría podido ocurrir cualquier cosa. A pesar de todo, en las numerosas discusiones que hemos tenido con los obreros sobre cómo proseguir la lucha, salía de forma evidente que si por un lado la consigna de la nacionalización y de la autogestión había circulado entre los trabajadores, no existía ninguna voluntad por parte de los dirigentes sindicales de iniciar una discusión con esta posibilidad. Eso permitió que se crease un cierto clima de desorientación sobre qué hacer, situación que mostró todas sus consecuencias algunas horas más tarde.

“Por la tarde unos miles de trabajadores participan en la asamblea. Hay expectación, la reunión tenía que empezar a las 15.00, pero se retrasó tres horas porque los dirigentes de FIM-CISL y UIL-UILM tenían que discutir antes con las secretarías. Frente a tal comportamiento los obreros respondieron que la discusión se tenía que hacer en asamblea, junto a ellos, y no sobre sus cabezas. La rabia y la tensión eran palpables. Era evidente que las cúpulas sindicales querían ganar tiempo. Su arrogancia llegó al máximo cuando, no satisfechos con el retraso de tres horas, se permitieron decir que las entrevistas para la prensa tenían la prioridad a la discusión con los trabajadores, los cuales con razón les silbaron.

“Cuando finalmente se inicia la asamblea, el primero que interviene es un dirigente de la CISL, que durante media hora no hace más que ilustrar cómo se habían conducido las negociaciones, divagando sobre el hecho de que la ruptura se había dado más por razones de método que de mérito y que la propuesta de todas formas contenía cosas interesantes para el inicio de unas negociaciones (...) Pero para los trabajadores todo esto no es nada: la propuesta para un acuerdo la conocían ya y la habían rechazado masivamente. Querían saber y discutir cómo continuar la lucha”.

En este momento intervienen el delegado de la FIOM en la fábrica y los dirigentes de FIOM-CGIL Rinaldini y Sabbatini. “Corrigen” al burócrata de la CISL, subrayando que el problema no era solo de método sino también de contenido, hacen un llamamiento a la unidad, a una idea vaga de “continuar la lucha” pero nada más.

“Todo queda en abstracto y muy en general y, mientras empiezan las primeras intervenciones de los trabajadores en el palco para abrir la discusión, micrófonos y altavoces se desmontan enseguida. Permitir que los trabajadores discutan entre ellos puede ser muy peligroso. Entre los trabajadores hay descontento, no se sabe exactamente qué hacer. Una parte de ellos, llamados por nosotros y sobre todo por la combatividad de las mujeres de Termini, se presenta amenazante delante de la fábrica, cuya dirección, consciente del peligro de una ocupación, había cerrado previamente. En un momento la verja es forzada, se rompen las cadenas y las puertas se abren. En este punto se produce un momento de dudas que da tiempo a algunos sindicalistas a ponerse entre los trabajadores y la entrada de la fábrica. Ningún dirigente de la lucha tiene el coraje de hacer la única propuesta que los obreros se esperaban: ocupar la fábrica. En un clima de indecisión general, el momento decisivo se pierde y la idea de la ocupación queda suspendida en el aire.

“Una vez más, la falta de una dirección dispuesta a ir hasta el final permite a las cúpulas sindicales retomar el control de la situación y jugar el papel de bomberos de las luchas...”.

Lo que ha ocurrido en Termini es la demostración de la importancia que tiene lo que los marxistas llamamos el factor subjetivo, o sea, la existencia de una dirección revolucionaria que en situaciones como estas tenga la audacia, la fuerza y la comprensión política para conseguir la victoria de los trabajadores.

Sí en la fábrica hubiera habido cuatro o cinco delegados combativos, con las ideas claras de lo que hacer, y hubiesen sido apoyados por una tendencia marxista lo suficientemente establecida en Sicilia y en todo el país, todo el curso de los acontecimientos habría podido cambiar radicalmente.

Lamentablemente no ha sido así y en los próximos meses hay que aceptar una pausa que no durará mucho.

Como Marx decía, “el topo de la revolución continúa escarbando”. La clase obrera italiana pondrá a la prueba a sus dirigentes en más de una ocasión, a Cofferati, a Bertinotti y a todos los demás. Los movimientos de estos últimos dos años son solo una anticipación de un proceso que tiene repercusiones mundiales y que contribuirá a demostrar cada día más la necesidad de una alternativa socialista a la barbarie capitalista. Pero para que esto sea posible es necesario que en los próximos años los revolucionarios sepan ocuparse de sus responsabilidades para construir una fuerza lo suficientemente fuerte y arraigada como para poder conducir a los trabajadores a la toma del poder. Para eso trabajamos.

 

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Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 11. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista. 

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