Gran Bretaña, 1984. Durante un año entero, más de 196.000 mineros paralizan las minas de carbón contra el cierre de pozos planeado por el gobierno de Margaret Thatcher. Para acabar con la huelga, la clase dominante británica recurrirá a una escalada represiva y a una campaña de calumnias sin precedentes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En esta excelente novela, el escritor británico David Peace hilvana una crónica épica de la lucha de clases en Gran Bretaña desde ambos lados de la barricada, aunque el protagonista absoluto de GB84 es la propia huelga.
Cada capítulo del libro cuenta una de las 53 semanas de esta guerra, desde su inicio el 5 de marzo de 1984 hasta su final, el 10 de marzo de 1985. Peace, que nació en West Yorkshire, uno de los epicentros de la huelga, consigue conmover e indignar al lector a partes iguales. Resultan especialmente inspiradores los momentos en que da voz a los propios mineros a través del monólogo interior de Martin y Pete, dos integrantes de los piquetes. La denuncia valiente de la violencia policial y los manejos del aparato judicial son estremecedores pero, por encima de todo, el autor consigue transmitir, como pocos narradores lo han hecho, toda la fuerza y dignidad de la clase obrera en lucha, desde la resistencia a las tremendas presiones económicas y familiares que se acumulan a medida que pasan los días de huelga, la solidaridad entre los trabajadores de diferentes generaciones, la determinación de llegar hasta el final o el fino humor de los oprimidos.
El ataque de la burguesía y la traición de la burocracia
Las comarcas mineras eran un bastión no sólo del Partido Laborista (PL) sino de los sectores más conscientes y revolucionarios del movimiento obrero británico. El sindicato minero, National Union of Miners (NUM), era de los más combativos del TUC, la confederación de sindicatos británicos. Diez años antes, otra huelga minera dirigida por el NUM había derribado al gobierno conservador de Michael Heath, frenando temporalmente los ataques de la burguesía.
Estas razones explican que la nueva ofensiva contra los mineros fuese preparada concienzudamente. Durante meses, el gobierno de Thatcher acumuló reservas de carbón, preparándose para una larga batalla. El objetivo era aplastar a un sector cuya lucha y organización servían de ejemplo al resto, y que ello facilitase la brutal agenda de recortes sociales, privatizaciones, despidos y cierres de empresas que preparaba la clase dominante británica, haciendo retroceder varias décadas los derechos del movimiento obrero.
Los mineros lo entendieron perfectamente y rechazaron todos los planes de despidos y cierres de minas. El principal problema que encontraron, y la causa de su derrota, fue que mientras la burguesía actuaba unificadamente, poniendo todo su poder mediático y represivo al servicio de Thatcher, los dirigentes reformistas del TUC se negaron a organizar acciones de solidaridad efectivas entre los sectores obreros que podían bloquear la distribución de carbón británico y extranjero, y rechazaron de plano promover una huelga general de apoyo a los mineros, pese a la presión en ese sentido de miles de afiliados de distintos sindicatos.
Documentos desclasificados por el gobierno británico en 2014 confirman que el gobierno de Thatcher discutió declarar el estado de emergencia, cortar la electricidad tres días por semana y militarizar la distribución de carbón. Para combatir la enorme ola de simpatía con la lucha minera que, pese a la traición de los dirigentes del TUC crecía en la sociedad británica y en el resto de Europa, el gobierno gastó seis millones de libras. Los servicios secretos, desde la CIA al MI5 o el MI6, consideraron su prioridad derrotar la huelga, aplicando muchas de las técnicas de guerra sucia desarrolladas durante décadas contra el movimiento republicano en Irlanda.
David Peace es uno de los mejores escritores británicos de novela negra. En GB84 también hay una trama criminal que transcurre paralela a la huelga y desvela con todo lujo de detalles las estrechas conexiones entre las altas esferas de la burguesía británica, las cloacas del Estado y la extrema derecha. Planes para minar el prestigio y autoridad de los dirigentes del NUM; métodos como anunciar qué explotaciones serían cerradas y cuáles prometían mantener abiertas para fomentar divisiones; utilización de policías, lúmpenes y fascistas para atacar a los piquetes, y de elementos atrasados y desmoralizados para promover a los primeros esquiroles, presentándolos como “comités por el derecho al trabajo” frente a la supuesta coacción de “grupos radicales”, “comunistas”, etc.
No pocas de las maniobras políticas descritas en la novela resultarán familiares a quienes participan en el movimiento de masas por la república catalana. La campaña de mentiras y manipulaciones vertida desde los medios de comunicación españolistas, la utilización de los jueces para atacar los derechos democráticos o el apoyo y financiación de la extrema derecha para inflar artificialmente las movilizaciones “por la unidad de España”, reproducen métodos que utilizó Thatcher contra los mineros. La burguesía siempre aplica estos recursos, con ligeros cambios de guion, en cualquier crisis revolucionaria y contra cualquier movimiento de masas que amenaza sus intereses.
Ejemplo de combatividad y dignidad obrera
Tras un año sin cobrar sus salarios, 11.291 detenidos, 8.392 acusaciones judiciales firmes y 200 sentencias de cárcel, los mineros británicos levantaron la huelga sin conseguir sus reivindicaciones.
Los burócratas sindicales y los reformistas de derechas que dominaban entonces el Partido Laborista achacaron la derrota a su “radicalismo” y a la “falta de realismo” de sus dirigentes, especialmente de Arthur Scargill, presidente del NUM. Todavía hoy repiten que la huelga estaba perdida y fue un error luchar porque la burguesía había planificado hasta el último detalle. La realidad, como explicó en ese momento la tendencia marxista Militant (hoy Socialist Party, sección del CIT en Inglaterra y Gales), que jugó un papel destacado en esta gran batalla, es que la fuerza de los mineros y la solidaridad de decenas de miles de trabajadores de otros sectores eran tales que, si los dirigentes del TUC y el PL hubiesen apoyado decididamente la huelga, habría sido posible derribar a Thatcher y cambiar el curso de los acontecimientos.
Cuando el 80% de afiliados del sindicato de supervisores mineros, NACODS, votó hacer huelga, el presidente de la Central Electricity Generating Board (CEGB), Sir Walter Marshall, dijo que “Scargill ganaría sin duda antes de Navidad” y “Thatcher (...) estaba tambaleante”. Marshall reconoció que el gobierno estaba a punto de “traer tropas para mover el carbón” y que, de hacerlo, todos los trabajadores del sector eléctrico “habrían ido inmediatamente a la huelga”. Pero los dirigentes de NACODS y otros sindicatos se negaron a hacer la huelga votada por sus bases.
Como resume un artículo publicado en 1995 en Socialism Today (revista teórica del Socialist Party), la derrota de la huelga minera unida al boom económico posterior fue clave para que la burguesía pudiese llevar adelante sus ataques y socavar las conquistas históricas del movimiento obrero británico, que más tarde completaría Tony Blair.
De 196.000 mineros se pasó a pocos miles, de 194 minas de carbón no queda ninguna abierta. Pero como dicen los compañeros, “la huelga de los mineros politizó a una generación de jóvenes y produjo un cambio masivo hacia la izquierda en las actitudes sociales, aunque esto no se reflejara de inmediato en la lucha sindical o política”. La huelga minera no fue tan sólo un conflicto laboral; en realidad fue más una forma de guerra civil, una enconada guerra de clases, que arroja enormes conclusiones para el futuro y de la que David Peace da testimonio en su magnífica novela.