Reforma o revolución. Nueva edición, 132 páginas, 12 euros.
La Fundación Federico Engels acaba de publicar una nueva edición del clásico de Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución, con una cuidada revisión del texto original y una introducción a cargo de Juan Ignacio Ramos que reproducimos a continuación.
«Una pasión avasalladora que todo lo arrollaba»
La figura de Rosa Luxemburgo se eleva por encima del tiempo y nos traslada un mensaje vibrante e imperecedero. La marxista intransigente que desafió a la socialdemocracia alemana en su viraje al oportunismo y el patrioterismo, que levantó la bandera del internacionalismo proletario y fue encarcelada por oponerse tenazmente a la carnicería imperialista, jamás cedió a las presiones de sus adversarios.
Su vil asesinato y el de su camarada Karl Liebknecht, ordenado por el ministro socialdemócrata Gustav Noske y ejecutado por militares ultraderechistas y monárquicos en un momento decisivo del proceso revolucionario en Alemania, no fue una improvisación. La burguesía y sus lacayos sabían muy bien lo que perseguían con este crimen: privar al movimiento comunista alemán y de todo el mundo de dos de sus cabezas más sólidas, competentes y audaces.
A pesar del tiempo transcurrido desde entonces y considerando las enormes transformaciones que el mundo ha experimentado, las ideas de Rosa Luxemburgo siguen iluminando el camino de la liberación socialista y aportando respuestas rigurosas y científicas a los problemas con los que se enfrenta actualmente la táctica y la estrategia revolucionaria.[1]
Bajo la bandera de la rebelión
Rosa Luxemburgo, fundadora de la socialdemocracia revolucionaria polaca, del ala izquierda del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), de la Liga Espartaquista y el Partido Comunista de Alemania (KPD), es una referencia esencial del marxismo no tergiversado, no envilecido. Su incansable militancia y su perseverancia en el estudio del socialismo científico la convirtieron en una brillante oradora y una teórica de altura. Su producción abarcó múltiples campos: táctica política, propaganda revolucionaria, cuestión nacional, economía política, reformismo y guerra imperialista... Basta señalar la importancia que para la educación de generaciones de luchadores han tenido Reforma o revolución y Huelga de masas, partido y sindicatos.[2]
El carácter de Rosa se templó en circunstancias difíciles, a contracorriente. En su temprana juventud se enfrentó a los polizontes rusos cuando se iniciaba en la lucha clandestina. Ya como marxista militante plantó cara a los jefes chovinistas de la socialdemocracia polaca oficial, y no dudó en desenmascarar el oportunismo de los jerifaltes del SPD y la Segunda Internacional. Se situó en primera línea contra el socialpatriotismo y la guerra imperialista, pagando con un encarcelamiento prolongado. Nunca faltó a sus principios internacionalistas, proclamando junto a su camarada Liebknecht que el enemigo principal no eran los trabajadores rusos o franceses que morían en las trincheras como sus hermanos alemanes, que el enemigo principal «estaba en casa», en los estados mayores, en el Gobierno, en la Corona, en los consejos de los grandes bancos y los monopolios armamentísticos que se hacían de oro a costa de la sangre obrera.
Rosa siempre encontraba la manera más eficaz de encolerizar a los servidores del capitalismo y a todos los que hacían gala de una moral podrida para encubrir o justificar la opresión.
Ella también fue víctima del machismo decimonónico que imperaba en las alturas del movimiento socialista alemán e internacional. Como otras mujeres de la talla de Clara Zetkin, Nadezhda Krúpskaia o Alexandra Kollontái, su ardiente compromiso por la emancipación de la mujer trabajadora la situó como una pionera del feminismo de clase, socialista y revolucionario.[3]
Rosa Luxemburgo demostró que en su actividad no existía disociación alguna entre la teoría y la práctica: su participación directa en la revolución rusa de 1905, en la alemana de 1918 y en el levantamiento obrero berlinés de enero de 1919 le permitió sacar valiosas conclusiones sobre la táctica y las tareas del partido revolucionario.
Aprendía del movimiento vivo de la lucha de clases y ponía su sello vital y original en todo lo que hizo y escribió, mostrando su desprecio por la comodidad de la vida burguesa y pequeñoburguesa. Ya fuera con la pluma o en la tribuna, en la clandestinidad o en prisión, se convirtió, por méritos propios, en una de las grandes guías del socialismo revolucionario junto a Marx, Engels, Lenin y Trotsky.
Reforma o revolución
Rosa Luxemburgo desempeñó la mayor parte de su acción en un marco histórico desfavorable a las ideas del marxismo: el del crecimiento del imperialismo mundial y el avance del oportunismo en las filas del movimiento socialdemócrata europeo.
Las décadas de 1870 y 1880 se caracterizaron por una fuerte reacción política en Europa. La derrota de la Comuna de París[4] y la disolución de la Primera Internacional quebraron la capacidad de resistencia obrera, prepararon un período de auge económico sin precedentes e infundieron una enorme confianza a la clase dominante. Tuvieron que pasar años para que las heridas de las derrotas fueran cicatrizando, y que la expansión del capitalismo ampliara la fuerza de los trabajadores y las posibilidades para su cohesión y organización.
La fundación oficial de la Segunda Internacional en 1889 marcó un cambio fundamental en ese proceso de recomposición que, en las dos décadas siguientes, fraguó en la creación de potentes partidos obreros y sindicatos de masas en la mayoría de los países del viejo continente. Al menos de palabra, la Internacional siguió defendiendo los principios del marxismo.
De todas las organizaciones socialistas de la época, la socialdemocracia alemana era la que contaba con más influencia social y política, gracias al desarrollo industrial del país, pero sobre todo a su oposición a la legislación represiva del Estado bismarckiano y a la defensa de los derechos de la clase obrera.
Sin embargo, el período en que la Segunda Internacional y el SPD adquirieron su fisonomía como organizaciones de masas coincidió con un largo auge capitalista. Gracias a la explotación de las colonias y a la enorme plusvalía obtenida en el mercado mundial, las burguesías de las grandes potencias pudieron realizar ciertas «reformas» políticas (parlamentarismo, sufragio universal…) y otorgar concesiones materiales al sector más cualificado de los trabajadores, la llamada aristocracia obrera.
Los éxitos electorales y su creciente actividad institucional imprimieron al SPD una orientación más moderada y conciliadora. A través de miles de cargos en ayuntamientos, parlamentos y sindicatos,[5] muchos de los cuales disfrutaban de condiciones privilegiadas muy alejadas del resto de la clase obrera, penetró el espíritu pequeñoburgués y conformista. Beneficiándose materialmente de un sistema en ascenso y aparentemente indestructible, una burocracia de arribistas fue copando el aparato sindical, político y parlamentario del SPD, hasta transformarse en un baluarte del orden establecido.
La tendencia oportunista no tardó mucho en cuestionar «teóricamente» los fundamentos marxistas y adquirió su fisonomía más acabada a partir de 1898. En esa fecha, Eduard Bernstein, figura destacada del socialismo alemán y secretario de Engels por algún tiempo, publicó en Die Neue Zeit[6] una serie de artículos[7] en los que abogaba por el abandono de la concepción marxista de la revolución y su sustitución por la colaboración pacífica con las instituciones capitalistas. Las reformas sociales utilizando el parlamentarismo y la cogestión económica eran, según Bernstein, el camino más realista y efectivo para emancipar a los trabajadores.
Los postulados de Bernstein, que Karl Kautsky consideró «sumamente atractivos», encontraron un amplio eco en las cúspides del partido, los sindicatos y la Internacional, pero también el rechazo de destacados dirigentes de la época como Plejánov y Lenin. En el seno del partido alemán, la batalla teórica contra el revisionismo adquirió la mayor notoriedad gracias al esfuerzo de Rosa Luxemburgo, que lo rebatió en una serie de artículos que más tarde fueron publicados como libro con el título de Reforma o revolución.
La respuesta de Rosa perdura en el tiempo como una de las exposiciones más rigurosas de la teoría marxista sobre el Estado, la economía política, la revolución y el socialismo. La actualidad y la profundidad de su propuesta son innegables:
A primera vista, el título de esta obra —escribe en su prólogo— puede resultar sorprendente: Reforma o revolución. ¿Puede la socialdemocracia estar en contra de las reformas? ¿Puede considerar como opuestos la revolución social, la transformación del orden establecido, su fin último, y las reformas sociales? Por supuesto que no. Para la socialdemocracia, la lucha cotidiana para conseguir instituciones democráticas y reformas sociales que mejoren, aun dentro del orden existente, la situación de los trabajadores constituye el único camino para orientar la lucha de clases proletaria y para trabajar por el fin último: la conquista del poder político y la abolición del sistema de trabajo asalariado. Para la socialdemocracia, existe un vínculo indisoluble entre reforma o revolución: la lucha por las reformas sociales es el medio, mientras que la lucha por la revolución social es el fin.[8]
El marxismo siempre ha defendido que las reformas que suponen avances reales en los derechos sociales, políticos y económicos de los trabajadores son el producto de la lucha de clases, en la mayoría de las ocasiones de carácter revolucionario, y no la consecuencia de la habilidad negociadora de los dirigentes sindicales o de sus señorías parlamentarias.
En la batalla por estas reformas los trabajadores desarrollamos nuestra conciencia de clase y podemos avanzar políticamente hacia conclusiones más completas. Los hechos enseñan que cualquier logro, por muy consistente que parezca, puede ser arrebatado por la burguesía cuando la correlación de fuerzas cambia. En el marco de las relaciones sociales de producción capitalistas, las reformas tienen un carácter temporal: son revocadas, anuladas y hechas añicos constantemente.
La razón última de la lucha por las reformas es educar a la clase obrera y los oprimidos en una idea clave: solo tomando posesión del poder político y de las palancas fundamentales de la economía, es decir, nacionalizando bajo el control democrático de la clase obrera la banca, los monopolios y la tierra, y estableciendo una democracia obrera, podremos construir una sociedad igualitaria basada en la justicia social, liberada de explotación y de cualquier forma de opresión de clase, nacional, racial y de género.
El marxismo se apoya en las luchas cotidianas para elevar la confianza de los trabajadores en sus propias fuerzas y reforzar su conciencia socialista, no para rebajarla alimentando las ilusiones en que bajo el capitalismo es posible encontrar una salida progresista a los problemas de los oprimidos.
Con Reforma o revolución, Rosa Luxemburgo refutó una a una todas las tesis del «socialismo gradualista» de Bernstein, y de paso contestó a los reformistas de hoy en día que alegan la posibilidad de un «capitalismo de rostro humano» precisamente cuando la desigualdad social, el avance del autoritarismo y de la ultraderecha, las guerras imperialistas y la dictadura del capital financiero han puesto en crisis las bases de la democracia parlamentaria burguesa.
Los siguientes párrafos, escritos por Rosa Luxemburgo diecisiete años antes de publicarse El Estado y la revolución[9] de Lenin, muestran la vitalidad de su pensamiento:
El Estado actual es, ante todo, una organización de la clase capitalista dominante, y si ejerce diversas funciones de interés general en beneficio del desarrollo social es únicamente en la medida en que dicho desarrollo coincide en general con los intereses de la clase dominante. (...)
Las instituciones, aunque democráticas en su forma, son en su contenido instrumentos de los intereses de la clase dominante. (...)
Siguiendo las concepciones políticas del revisionismo se llega a la misma conclusión que estudiando sus teorías económicas: no busca la realización del socialismo, sino la reforma del capitalismo, no busca la supresión del sistema de trabajo asalariado, sino la disminución de la explotación. En resumen, no busca la supresión del capitalismo, sino la atenuación de sus abusos. (...)
La necesidad de la conquista del poder político por parte del proletariado siempre estuvo fuera de toda duda para Marx y Engels. Quedó reservado para Bernstein el honor de considerar el gallinero del parlamentarismo burgués como el órgano destinado a realizar el cambio social más imponente de la historia: la transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista.[10]
En la parte final de la obra, Rosa Luxemburgo reafirma el papel de la dialéctica materialista como espina dorsal de la acción revolucionaria, que Bernstein desprecia y reemplaza por una mezcolanza de idealismo y eclecticismo:
A primera vista, su doctrina, compuesta con las migajas de todos los sistemas posibles, parece carecer por completo de prejuicios. Bernstein (...) cree defender una ciencia humana general, abstracta, un liberalismo abstracto, una moral abstracta. Pero como la sociedad real se compone de clases que tienen intereses, propósitos y concepciones diametralmente opuestos, por el momento resulta ser pura fantasía, un autoengaño, hablar de una ciencia humana general de las cuestiones sociales, un liberalismo abstracto, una moral abstracta. La ciencia, la democracia y la moral que Bernstein cree humanas y universales no son más que la ciencia, la democracia y la moral dominantes, es decir, la ciencia, la democracia y la moral burguesas. (...)
El libro de Bernstein es de gran importancia histórica para el movimiento obrero alemán e internacional porque es el primer intento de dotar de una base teórica a las corrientes oportunistas en la socialdemocracia. (...)
¿Qué es, a primera vista, lo más característico de todas estas corrientes? La hostilidad hacia la teoría. Esto es completamente natural puesto que nuestra teoría, es decir, los fundamentos del socialismo científico, establece límites muy definidos para la actividad práctica, tanto respecto a los fines como a los medios de lucha a emplear, y también respecto al modo de luchar. Por eso es natural que todos aquellos que únicamente buscan éxitos pragmáticos manifiesten una natural aspiración a tener las manos libres, o sea, a hacer independiente la práctica de la teoría.[11]
Estamos ante uno de los tesoros de la literatura marxista que sigue conservado una capacidad argumentativa asombrosa. Para muchos activistas de la izquierda y jóvenes que se inician en las ideas del socialismo será un descubrimiento maravilloso que los estimulará a estudiar la obra de esta gran revolucionaria. Para los más veteranos, un recordatorio de que la teoría es una guía imprescindible para la acción, y que separarse de aquella en aras del «pragmatismo» implica rodar por un camino que siempre acaba dando la espalda a la clase obrera.
Reforma o revolución da sentido completo a la afirmación de Marx:
El arma de la crítica no puede soportar evidentemente la crítica de las armas; la fuerza material debe ser superada por la fuerza material; pero también la teoría llega a ser fuerza material apenas se enseñorea de las masas.[12]
La espada y la llama de la revolución
La figura de Rosa Luxemburgo está estrechamente ligada a los tormentosos acontecimientos de la revolución alemana de 1918/1919. Fruto de la guerra imperialista, sus fuerzas motrices comparten un patrón común con la revolución rusa: los millones de muertos y mutilados en batallas organizadas para lograr anexiones territoriales, controlar materias primas, rutas comerciales y mercados; las privaciones de la retaguardia, con su reguero de escasez y miseria, la abundancia y los grandes beneficios que la burguesía amasó en esos terribles años…
En el caso de Alemania como en el de la mayoría de las naciones europeas, la traición de la socialdemocracia, pasada abiertamente al campo del «socialpatriotismo», representó un golpe demoledor para la clase obrera. Paralizada temporalmente por la propaganda chovinista, los trabajadores europeos aprendieron mucho en la escuela de la guerra imperialista, una escuela que trituró millones de vidas inocentes y pintó el cuadro de los espantos más terribles.
La guerra es en la mayoría de las ocasiones la partera de la revolución. Y la revolución socialista estalló en el eslabón más débil: la Rusia zarista. El triunfo de la clase obrera en febrero de 1917, la proclamación de la república y el derrocamiento del zar no impidieron a la burguesía y los terratenientes seguir maniobrando para preservar su poder bajo las nuevas formas «democráticas». Pero la prolongación de la guerra y el descontento en las trincheras, el hambre en la retaguardia y la sed de tierra de los campesinos chocaban con la audacia desatada de las masas en busca de un cambio radical. Esa conciencia socialista, que se engrandecía por los acontecimientos y la intervención del Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky, se convirtió en la fuerza material que permitió el triunfo revolucionario de Octubre, abriendo la senda para el socialismo internacional.
Un año después, las derrotas de los ejércitos imperiales del káiser provocaron una sacudida similar. El levantamiento de los marineros de Kiel a principios de noviembre de 1918 fue la señal para un movimiento incendiario. Los obreros y los soldados alemanes insurrectos conquistaron ciudad tras ciudad, abrieron cárceles, liberaron a los prisioneros políticos, izaron la bandera roja en calles, fábricas y cuarteles y formaron los consejos de obreros y soldados. En tan solo unos días, la fuerza de la clase trabajadora demostró ser mucho más eficaz para derrocar el Imperio alemán que los obuses enemigos.
En aquel mes de noviembre de 1918 la clase obrera alemana hizo realidad la república de los consejos y comenzó a disputar a la burguesía el derecho a dirigir la sociedad. Los obreros alemanes hicieron todo lo posible, y más, por cambiar el curso de la historia.
En dos meses agónicos, el poder encarnado por los consejos alemanes no logró imponerse como sí ocurrió en la Rusia revolucionaria. Los factores que determinaron este desenlace son diversos, pero uno destaca por encima de todos: la revolución fue traicionada y asesinada por los dirigentes del SPD.
Ebert, Scheidemann, Noske…, los jefes de la socialdemocracia que habían sostenido los créditos de guerra y la política del imperialismo alemán desde el 4 de agosto de 1914, sellaron una coalición con el Alto Mando del Ejército, los mismos que enviaron a la masacre a millones de soldados. Los socialpatriotas detestaban la revolución como al pecado, y no vacilaron en coaligarse con los criminales que años más tarde se convertirían en la espina dorsal de las SA y las SS; al fin y al cabo, los movía el objetivo común de preservar el orden capitalista.
La burguesía alemana asimiló seriamente las lecciones de la revolución rusa y los éxitos de los bolcheviques. No se dejó intimidar por los acontecimientos y se concentró en asegurar la derrota revolucionaria. Para lograrlo utilizaron dos caminos complementarios; por un lado, sabotearon la revolución desde dentro valiéndose del SPD y de la autoridad que todavía conservaba entre vastos sectores de las masas. El objetivo era claro: controlar los consejos de obreros y soldados y someterlos en el tiempo más breve posible a la legalidad burguesa. Por otro, se pusieron manos a la obra para crear una fuerza armada de confianza que pudiese ser lanzada contra los obreros revolucionarios, sus organizaciones y sus dirigentes. La contrarrevolución empezó a preparar sus grupos de choque desde el mismo día en que la República fue proclamada, el 9 de noviembre de 1918.
La contrarrevolución —la dirección del SPD y los militares reaccionarios y monárquicos—, apoyada y financiada por los grandes capitalistas, se enfrentó a la resistencia feroz de los obreros y sus organizaciones combatientes. Entre ellas destacaba la Liga Espartaquista (la tendencia marxista revolucionaria) dirigida por Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches, que finalizando el mes de diciembre de 1918 se transformaría en el Partido Comunista de Alemania (KPD).
Enfrentados a un enemigo con medios muy superiores, la Liga Espartaquista trató de emular el ejemplo de los bolcheviques. Pero la heroicidad y el sacrificio de los obreros berlineses no fueron suficientes. En el transcurso de aquellos días vertiginosos no fue posible improvisar los cuadros y el partido, que precisaban una forja de años. Finalmente, la contrarrevolución pudo aplastar la insurrección de enero de 1919.
Rosa Luxemburgo fue detenida junto a Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919 por comandos de los Freikorps a las órdenes del ministro de Interior socialdemócrata, Gustav Noske, e inmediatamente asesinados tras ser golpeados con saña. Unas semanas después, la policía arrestó, torturó y ejecutó a Leo Jogiches, el indomable revolucionario y compañero de Rosa por muchos años.
Fue el preámbulo de una represión sangrienta para liquidar el poder de los consejos en todo el territorio alemán, fusilando y encarcelando a miles de obreros comunistas. Sobre estas bases se levantó la república de Weimar, que al cabo de 14 años entregaría el poder a Hitler.
* * *
El martirio de Rosa Luxemburgo y de sus camaradas no impidió que su figura haya sido objeto de numerosas manipulaciones y ataques. Y no hablamos de la opinión pública burguesa, que siempre la condenó como una revolucionaria peligrosa. Su independencia de criterio, su obstinada honestidad intelectual, su fidelidad a los principios del marxismo revolucionario y del internacionalismo, la convirtieron también en una proscrita para el estalinismo.
Cuando el régimen burocrático se hizo con el control del Estado soviético, y la persecución contra la vieja guardia leninista era el santo y seña de la nueva doctrina oficial, la obra y la figura de Rosa Luxemburgo se convirtieron en un objetivo para Stalin. Sus obras se incorporaron al índice de libros prohibidos y las acusaciones sistemáticas de «desviacionismo trotskista» contra ella se extendieron a todos los rincones de la Internacional Comunista.
En otros ámbitos, desde círculos socialdemócratas de «izquierda» hasta libertarios, se ha fabricado la imagen de una Rosa Luxemburgo defensora de una visión «democrática» del socialismo frente al supuesto autoritarismo leninista. Una falsificación que no resiste ninguna prueba seria, y que utiliza torticeramente las discrepancias políticas entre Rosa Luxemburgo y Lenin elevándolas a la categoría de diferencias principistas.[13]
A pesar de las controversias que mantuvieron, existe una unidad evidente entre el pensamiento de Lenin y de Rosa Luxemburgo.[14] Ambos coincidieron siempre en aspectos fundamentales del programa y la estrategia revolucionaria, y Rosa no ocultó su plena solidaridad política con el bolchevismo en los últimos escritos de su vida, a partir de su propia experiencia en la revolución alemana.[15]
Terminamos esta presentación citando un fragmento del emocionado homenaje que su amiga y camarada Clara Zetkin escribió a los pocos días de la muerte de Rosa, y que nos parece especialmente representativo:
Tan claro como profundo, su pensamiento brillaba siempre por su independencia; ella no necesitaba someterse a las fórmulas rutinarias, pues sabía juzgar por sí misma el verdadero valor de las cosas y de los fenómenos (...) Luxemburgo, gran teórica del socialismo científico, no incurría jamás en esa pedantería libresca que lo aprende todo en la letra de molde y no sabe de más alimento espiritual que los conocimientos indispensables y circunscritos a su especialidad; su gran afán de saber no conocía límites y su amplio espíritu, su aguda sensibilidad, la llevaban a descubrir en la naturaleza y en el arte fuentes continuamente renovadas de goce y de riqueza interior.
En el espíritu de Rosa Luxemburgo, el ideal socialista era una pasión avasalladora que todo lo arrollaba; una pasión, a la par, del cerebro y del corazón, que la devoraba y la acuciaba a crear. La única ambición grande y pura de esta mujer sin par, la obra de toda su vida, fue la de preparar la revolución que había de dejar el paso franco al socialismo. El poder vivir la revolución y tomar parte en sus batallas era para ella la suprema dicha. Con una voluntad férrea, con un desprecio total de sí misma, con una abnegación que no se puede expresar con palabras, Rosa puso al servicio del socialismo todo lo que era, todo lo que valía, su persona y su vida. La ofrenda de su vida a la idea no la hizo tan solo el día de su muerte; se la había dado ya, trozo a trozo, en cada minuto de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía legítimamente exigir también de los demás que lo entregaran todo, su vida incluso, en aras del socialismo. ¡Rosa Luxemburgo simboliza la espada y la llama de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional![16]
Notas:
[1] Para un conocimiento más amplio de la vida y el pensamiento de la revolucionaria polaca se puede consultar: Juan Ignacio Ramos, Bajo la bandera de la rebelión. Rosa Luxemburgo y la revolución alemana. Fundación Federico Engels, Madrid 2017.
[2] Ambas obras editadas por la Fundación Federico Engels.
[3] Ver Mujeres en revolución, Fundación Federico Engels, Madrid 2022.
[4] Como consecuencia de la guerra franco-prusiana, en marzo de 1871 los obreros de París tomaron el poder en la ciudad y establecieron la Comuna.Fue la primera revolución obrera y socialista de la historia. La Fundación Federico Engels ha editado los escritos más destacados de Marx, Engels, Lenin y Trotsky sobre la Comuna en el libro El cielo por asalto.
[5] En las elecciones generales de 1912, el SPD obtuvo 4.250.000 votos, que se tradujeron en 110 diputados en el Reichstag, y contaba también con 2.886 concejales. En 1914, antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, el SPD tenía 1.085.905 miembros y los sindicatos que dominaba encuadraban a más de dos millones de afiliados.
[6] Revista teórica del SPD.
[7] Estos textos fueron recopilados en forma de libro: Eduard Bernstein, Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.
[8] Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución. Fundación Federico Engels, Madrid, 2022, p. 27.
[9] Existe edición de la Fundación Federico Engels.
[10] Reforma o revolución, pp. 57, 61, 98 y 103.
[11] Ibíd., pp. 109, 112 y 113.
[12] Karl Marx, Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
[13] Uno de sus principales biógrafos desmonta este cúmulo de falsificaciones de manera tajante: Peter Nettl, Rosa Luxemburgo, Editorial ERA, México 1974.
[14] Juan Ignacio Ramos, Controversias marxistas. Lenin y Rosa Luxemburgo, en izquierdarevolucionaria.net (bit.ly/3s91gVl).
[15] Basta citar el famoso escrito de Lenin sobre Rosa Luxemburgo —después de que un antiguo dirigente del KPD, Paul Levi, hiciera público el trabajo que ella elaboró en la cárcel sobre la Revolución de Octubre pero que nunca quiso publicar en vida— para dejar las cosas claras:
«Paul Levi quiere hacer buenas migas con la burguesía —y en consecuencia con sus agentes, las internacionales Segunda y Segunda y Media— publicando los escritos de Rosa Luxemburgo en los que ella se equivocó. A esto responderemos con una frase de una vieja fábula rusa: “A veces las águilas vuelan más bajo que las gallinas, pero una gallina jamás podrá elevarse tan alto como un águila”. Rosa Luxemburgo se equivocó respecto de la independencia de Polonia; se equivocó en 1903 en su análisis del menchevismo; se equivocó en la teoría de la acumulación de capital; se equivocó en junio de 1914 cuando, junto con Plejánov, Vandervelde, Kautsky y otros, abogó por la unidad de bolcheviques y mencheviques; se equivocó en lo que escribió en prisión en 1918 (corrigió la mayoría de estos errores cuando salió en libertad). Pero a pesar de sus errores fue —y para nosotros sigue siendo— un águila. Y no solamente su recuerdo será siempre venerado por los comunistas de todo el mundo, sino que su biografía y la edición de sus obras completas (en lo que los comunistas alemanes se retrasan inexplicablemente, lo que en parte se puede disculpar pensando en la insólita cantidad de víctimas que han registrado en su lucha) representarán una valiosa lección para la educación de muchas generaciones de comunistas de todo el mundo. “Desde el 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana es un cadáver putrefacto”. Esta frase hará famoso el nombre de Rosa Luxemburgo en la historia del movimiento obrero».
[16] Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, en Marxist Internet Archive.