Hay pocas dudas de que Victor Serge es uno de los grandes escritores revolucionarios del siglo XX. Novelista y cronista del anarcosindicalismo en Barcelona, de los años de ascenso de la Revolución rusa, testigo incómodo de la degeneración burocrática del estalinismo, la vida de Serge está unida a las convulsiones políticas de un siglo sangriento. Hijo de emigrantes políticos rusos que se establecieron en Bélgica, creció en la pobreza, se educó a sí mismo y en 1918 regresó a Rusia tras la victoria de los sóviets.
Se unió a los bolcheviques en los momentos de mayores peligros y amenazas para el joven Estado obrero, participó en la guerra civil y ocupó cargos de responsabilidad en primera línea de la lucha. Su obra, El año I de la Revolución rusa constituye una radiografía de primera mano de la agresión salvaje que tuvo que enfrentar la revolución desde múltiples ángulos, empezando por la intervención armada de las potencias imperialistas, la campaña feroz de los ejércitos blancos, la desarticulación económica y la escasez, todo ello compensado con el entusiasmo y arrojo de millones de trabajadores y campesinos volcados en la defensa de sus conquistas revolucionarias.
Serge fue un internacionalista integral, un comunista que rechazó las fórmulas de aparato. En el momento más duro del aislamiento de la URSS, cuando la burocracia del partido y del Estado laminaba el legado de Lenin y del bolchevismo, Serge se unió a la Oposición de Izquierda dirigida por León Trotsky y fue víctima de una persecución atroz. Obras como El destino de una revolución o Medianoche en el siglo levantan acta de la degeneración totalitaria de la revolución y de la feroz represión que sufrieron decenas de miles de comunistas bajo el poder de la burocracia estalinista.
En 1936, gracias a una campaña de solidaridad internacional, pudo salir de la URSS y volver a Francia. De no ser por ese apoyo, probablemente habría sido asesinado en las purgas que comenzaron ese año y el mundo habría perdido gran parte de su legado literario.
Un análisis de la sociedad soviética
El destino de una revolución es una obra pionera, una denuncia temprana y de primera mano de las desigualdades lacerantes en la Rusia de Stalin y la mordaza política que la burocracia impuso al partido y la sociedad. El valor de estar escrito por un participe directo en la Rusia de aquellos años, convierte a este trabajo en un complemento destacado de otros libros fundamentales sobre la naturaleza del estalinismo, como La revolución traicionada de Trotsky.
En las dos primeras partes del libro, Serge analiza la situación de los distintos grupos sociales que componen la URSS: los trabajadores, campesinos, mujeres, jóvenes e intelectuales y las enormes dificultades que tenían las capas más humildes para acceder a los bienes más básicos. Serge también aborda la mecánica del descontento, un fermento sordo que irrumpía a borbotones provocando el desconcierto del aparato y la represión más brutal como respuesta.
Además ofrece un detallado análisis de las distintas oposiciones políticas en una atmósfera irrespirable y de como todas y cada una de ellas, a excepción de los trotskistas, claudicaban ante la represión y la desmoralización.
En la tercera parte del libro, Serge presenta el desarrollo de la revolución y su declive desde 1917 hasta las purgas de 1936-1937. Sus puntos de vista cuando escribe esta sección ya difieren en una serie de aspectos esenciales de los de Trotsky, pero esto no rebaja en ningún caso la profundidad de su análisis y el tremendo valor político de sus reflexiones. De hecho, El destino de una revolución es una fuente de datos y consideraciones que el mismo León Trotsky utilizará en México durante las sesiones de la Comisión Dewey, que le exculpó de los crímenes y montajes construidos en los juicios farsa de Moscú[1].
Serge no vacila a la hora de señalar que el uso del terror tenía raíces profundas y no era algo casual para la mentalidad de los dirigentes del partido. Había que remontarse a los primeros días de la Revolución y la Guerra Civil, a la lucha contra el imperialismo y la contrarrevolución interna, para entender el estado de “ciudadela asediada” que se extendió por el partido. Este hecho se ligó a otros, como el fracaso de la revolución europea, la crisis económica o la falta de instrucción general en la sociedad, para que el libre debate y la tolerancia hacia las opiniones disidentes se volvieran imposibles.
Una de las aportaciones de Serge es su caracterización de la composición social del partido bolchevique durante los últimos meses de vida de Lenin y tras su muerte: “El partido contaba 350.000 miembros, 50.000 obreros y 300.000 funcionarios. No era, pues, un partido obrero, sino un partido de obreros convertidos en funcionarios. […] estamos obligados a definirlo como un partido de masas de obreros atrasados, dirigidos por advenedizos burócratas. […] los verdaderos guardianes de la tradición bolchevique son tan pocos que no se les puede tomar en consideración; los que han participado activamente en la Revolución no constituyen sino un débil porcentaje”.
El exterminio de una generación de revolucionarios
Para entender el monstruo burocrático y las purgas de los años 30 y 40, el testimonio directo de Serge arroja mucha claridad: la burocracia necesitaba acabar con la generación de viejos bolcheviques que hicieron la revolución si quería asegurar sus posiciones como élite privilegiada. Esto generó una capa de "hombres nuevos" del régimen, totalmente desvinculados de 1917 y de las tradiciones del bolchevismo revolucionario. El partido de Lenin fue derruido paso a paso, utilizando para ese fin la represión más sangrienta.
El método generado con este sistema condujo a la búsqueda constante de chivos expiatorios. La Oposición de Izquierda fue aplastada en los campos de exterminio de Vorkutá y Kolimá en el Círculo Polar Ártico. Pero la historia no terminó ahí. También muchos elementos estalinistas que apoyaron desde el principio esta deriva, y hablamos de decenas de miles, fueron purgados, encarcelados y finalmente ejecutados por orden de Stalin y sus colaboradores cercanos. Todo lo que podía atraer la mirada sobre el pasado revolucionario debía ser perseguido y eliminado. Y no es casual tampoco que se diera el pistoletazo de salida a esta orgía represiva coincidiendo con el estallido de la revolución española de 1936. Las nuevas esperanzas en el triunfo del socialismo internacional pusieron en serios aprietos a la burocracia estalinista.
A pesar de la dureza del texto y de los testimonios, el autor termina con una frase esperanzadora: “Nada está terminado; todo comienza”.
Una obra valiosa y relevante, especialmente para las nuevas generaciones de comunistas que buscan entender los orígenes políticos, económicos y sociales de la degeneración burocrática de la URSS.
Nota:
[1] La Comisión de Investigación de los cargos hechos contra León Trotsky en los Juicios de Moscú, conocida como Comisión Dewey, por el nombre de su presidente, el filósofo y pedagogo John Dewey, se reunió entre el 10 y el 17 de abril de 1937 en la Casa Azul de Frida Kahlo. En la Comisión participaron la escritora Suzanne La Follete y viejos dirigentes del movimiento obrero, como el alemán Otto Rüle y el comunista Vendelin Thomas, el anarcosindicalista italiano Carlo Tresca, o intelectuales progresistas, como el sociólogo Edward Alworth Ross. El consejero jurídico fue el antiguo defensor de Sacco y Vanzetti, el abogado John F. Finerty.
Al cabo de meses de exhaustivos trabajos, la Comisión hizo público su veredicto en septiembre de 1937: Not Guilt, “Por lo tanto decidimos que los Juicios de Moscú son un fraude. Por lo tanto decidimos que Trotsky y Sedov [su hijo] son inocentes”. El informe completo consta de 400 páginas de actas y testimonios que permitieron probar la falsedad de las acusaciones.