El golpe militar del 15 de julio refleja las enormes tensiones dentro del aparato del Estado burgués turco. Su fracaso ha fortalecido al sector del islamista Recep Tayyip Erdogan, que no ha dudado un segundo en utilizarlo para limpiar el aparato estatal de críticos abiertos o potenciales. Por otra parte, el avance de los kurdos en Siria está llevando a Erdogan a la intervención militar directa en el avispero sirio.
Es evidente que el golpe fracasado fue muy chapucero. Movilizó a un sector minoritario del Ejército, que no demostró suficiente determinación para imponer su voluntad. Un ejemplo claro fue permitir que Erdogan volara desde la costa del Mármara hasta el aeropuerto de Estambul, viaje anunciado por él mismo para demostrar precisamente la firmeza de la que carecían los golpistas. Frente a las vacilaciones golpistas, la determinación de Erdogan fue decisiva. Un sector de la población, fundamentalmente la base social del AKP, el partido de Erdogan, rodeó los tanques, olió la indecisión, y pasó a la ofensiva. El golpe se desmoronó rápidamente.
Golpe y contragolpe
Inmediatamente, Erdogan se puso manos a la obra, dando la vuelta al aparato estatal como a un calcetín. Una gigantesca purga está en marcha. De momento, 80.000 funcionarios han sido despedidos o cesados de sus puestos, de los cuales la mitad han sido detenidos. Entre los purgados hay 8.500 policías, 3.000 jueces (un 20% del total), un gobernador y 76 cargos regionales, y 6.800 militares, de los cuales 103 son generales y almirantes (un tercio del cuadro de mando). Esta limpieza es un paso de gigante hacia la instauración de una dictadura abierta, disfrazada de “régimen presidencialista”. Y es una puesta a punto para atacar al enemigo principal, tanto de Erdogan como de la burguesía internacional: el movimiento obrero y la izquierda kurda y turca.
La Unión de Comunidades del Kurdistán (que engloba al partido HDP, a la guerrilla del PKK y a la guerrilla kurdo-siria YPG) publicó un comunicado que resume la esencia de lo ocurrido: “un poder antidemocrático lleva adelante un intento de golpe para derrocar otro poder autoritario”. “Ya existía una tutela militar antes del intento de golpe que se dio ayer”, ya que “hace un año, Erdogan y el Palacio de Gladio dieron un golpe sobre los resultados de las elecciones del 7 de junio (…). El fascismo del AKP movilizó al Ejército en las ciudades y pueblos kurdos, incendió las ciudades y masacró a cientos de civiles”. No menos grave, dentro de todas estas medidas encaminadas hacia una dictadura abierta, es la represión policial y parapolicial a los grupos de izquierda en la propia Turquía, y la utilización sistemática del terrorismo yihadista para atacar al movimiento y crear un clima de terror.
Cuando se desconocía el alcance y la seriedad del golpe, la mayoría de los gobiernos de la Unión Europea se mantuvieron en silencio. John Kerry (enviado de Obama) se limitó a desear “estabilidad, paz y continuidad”, preparando el terreno para una interlocución fluida con los golpistas, si llegaban a triunfar. Obama sólo condenó claramente el golpe cuando ya era evidente que fracasaba, y coincidiendo con la detención de los principales cabecillas, y en cuanto el jefe de la OTAN habló hubo una cascada de declaraciones en la misma línea. Al imperialismo le da igual si el gato es blanco o negro, mientras cace ratones. En cuanto vieron que Erdogan ganaba la partida, se deshicieron en elogios al triunfo de la “democracia turca”, de las “instituciones constitucionalmente establecidas”, y demás palabrería.
El sector que está detrás de Erdogan se siente fortalecido. Ha homogeneizado el aparato de Estado y atraído hacia él a los otros dos partidos burgueses. El principal, el kemalista CHP, organizó el 24 de julio una manifestación de cientos de miles de personas contra el golpe y defendiendo el carácter laico de la República; sin embargo, fue sólo una forma de dar salida a la inquietud de su base social, ya que la dirección del CHP busca la estabilidad del régimen aunque sea bajo las faldas de Erdogan.
El déspota de Ankara tiene sus propios planes, también en política exterior, y el imperialismo, y en particular Estados Unidos, cuyo control de la situación en toda la zona es cada vez más precario, no tiene más remedio que intentar evitar una ruptura definitiva y actuar en Oriente Medio apoyando a diferentes bandos, enfrentados entre sí. Con mayor razón la Unión Europea no quiere que la relación con Turquía se tense más de lo necesario (para ella el acuerdo de represión a la inmigración es fundamental). Es por estos motivos que, pese a las críticas por la amenaza de Erdogan de implantar la pena de muerte, los poderes imperialistas están siendo extremadamente suaves con la purga, escondiendo además el hecho de que muchas de sus víctimas son los sectores más críticos con la política reaccionaria e islamista de Erdogan, y en particular simpatizantes del HDP.
Intervención directa en Siria
La política exterior turca está marcada por el peligro de la creación en Rojava o Kurdistán Oeste (el norte de Siria) de un Estado kurdo que pueda ser un referente para los kurdos de Turquía. Los milicianos kurdo-sirios y sus aliados (árabes, turcomanos y asirios), agrupados en las Fuerzas Democráticas Sirias, después de liberar casi toda Rojava, están batiendo en retirada al Ejército Islámico e incluso amenazan su capital, Raka. Sin embargo, la continuidad territorial de Rojava está interrumpida por una zona tapón bajo control de los yihadistas, que además es actualmente la única conexión del territorio que éstos controlan con la frontera turca, y por tanto les es vital para su contrabando de armas y petróleo. A principios de agosto los milicianos kurdos del YPG arrebataban la ciudad de Manbij al Ejército Islámico, y el 24 de agosto se adelantaban a los kurdos en Yarábulus (otra localidad clave de la zona) los rebeldes islamistas proturcos (autodenominados “Ejército Libre Sirio”) y los tanques turcos, con cobertura aérea estadounidense. Por primera vez de forma abierta, el Ejército de Tierra de Erdogan penetra en Siria; y no sólo eso: ha entrado en colisión abierta con el YPG por el control de la zona.
A la luz de estos acontecimientos se puede entender mejor el acercamiento iniciado a finales de junio (es decir, antes del golpe fallido) entre Erdogan y Putin, que está llevando al progresivo levantamiento del bloqueo ruso a Turquía. Sus acuerdos les permiten concentrar sus esfuerzos en los puntos clave de cada uno; en el caso turco, intentar machacar la resistencia kurda, antes de que ésta pueda derrotar definitivamente a los yihadistas, ganar poder y convertirse en un referente en toda la zona. Esto implica concentrar los esfuerzos de los rebeldes sirios proturcos en Rojava y debilitar su resistencia en otras partes de Siria frente al Ejército de al-Assad, apoyado por Rusia. Este entendimiento ruso-turco es un desafío formidable al imperialismo estadounidense, que carece de fuerzas propias suficientes sobre el terreno para defender directamente sus intereses. Sin embargo, dados sus intereses en principio contrapuestos en Siria, esta nueva amistad más parece una tregua que un acuerdo de paz.
El momentáneo reforzamiento de Erdogan no va a acabar con la polarización social y política en Turquía. Sus planes bonapartistas pasan por la reforma constitucional a través, posiblemente, de un referéndum (más bien un plebiscito), y previamente va a intentar arrasar sin contemplaciones los focos de resistencia, especialmente el HDP, todo el movimiento kurdo, el movimiento sindical… Empleará como hasta ahora todo el peso del aparato estatal —y en eso sí están de acuerdo todos los sectores de éste—, y también a las bandas yihadistas, absolutamente infiltradas por el Estado turco. La anunciada restauración de la pena de muerte será utilizada especialmente contra la izquierda y el pueblo kurdo. Ésta es la democracia turca que defienden los gobiernos burgueses de Occidente. “La solución no es ni el golpe civil de Erdogan ni el golpe militar, sino una tercera vía, el fortalecimiento de la lucha de los pueblos”, ha declarado el PKK. Una lucha que necesita el arma de un programa revolucionario.