Pese a que el presidente Macron esperaba que el movimiento de los “chalecos amarillos” perdiera fuerza tras el parón navideño, nada de esto ha ocurrido. En las últimas semanas hemos visto como han vuelto a la carga con manifestaciones y bloqueos. El 12 de enero los manifestantes eran más del doble que el sábado anterior, 85.000 según la policía. El 19, decenas de miles volvieron a inundar las calles de las principales ciudades francesas.

Macron intentó calmar los ánimos haciendo algunas concesiones que no pasaron de ser medidas cosméticas, pero que tuvieron el efecto de espolear la lucha; la lectura que hizo el movimiento fue clara: el “presidente de los ricos” había cedido mínimamente, pero eso era señal de su debilidad y había que seguir en ese camino.

Ante este fracaso para frenar la movilización, el presidente francés está utilizando otras tretas para intentar desactivar las protestas. Por un lado, se ha sacado de la chistera un “gran debate nacional” (dicen que ya se han convocado más de 500 encuentros por todo el país) consistente en que los ciudadanos hagan propuestas al Gobierno con el objetivo de alcanzar un nuevo “contrato social”. Por otro lado, intentan agrupar una base de apoyo organizando manifestaciones contra los chalecos amarillos y a favor del “orden republicano”, pero han tenido una participación mucho menos numerosa que las que están poniendo a Macron contra las cuerdas. Hasta el momento, ninguna de estas maniobras está sirviendo para frenar la lucha. Al contrario, la presión es tan fuerte que la CGT, junto al movimiento de los chalecos amarillos, han convocado huelga general de 24 horas para el 5 de febrero.

Más sectores se incorporan

El movimiento se está ampliando y se están incorporando con fuerza sectores de la clase obrera más oprimidos y precarizados, como los trabajadores a tiempo parcial o las mujeres, y también los estudiantes. A pesar de los intentos de los medios de comunicación capitalistas de presentar esta explosión social como un movimiento copado por la extrema derecha, la incorporación de capas cada vez más amplias de la juventud y los trabajadores contradice esta burda falsificación de la realidad.

Las huelgas estudiantiles han ido sucediéndose con amplio seguimiento: si en diciembre alrededor de 300 institutos fueron bloqueados en todo el país tras el llamamiento de la Unión Nacional de Estudiantes de Secundaria, en la actualidad son ya numerosas las facultades que se han unido a las protestas, como las de Rennes, Nantes, Toulouse o Tolbiac en París. Incluso los profesores universitarios se han sumado a los estudiantes en sus movilizaciones. El sector sanitario también ha irrumpido con fuerza. Las huelgas por la falta de medios en los hospitales están siendo cada vez más numerosas, y cuentan con un amplio apoyo entre los trabajadores franceses.

Por otro lado, a pesar de la represión salvaje que el Gobierno está llevando a cabo, con la policía llegando a utilizar granadas de humo para dispersar a los manifestantes, no ha conseguido amedrentarlos. Las imágenes de los adolescentes del instituto de Mantes-la-Jolie, arrestados por la policía y obligados a arrodillarse como en el Chile de Pinochet, dan buena muestra de los métodos utilizados por el aparato del Estado, incluso entre los más jóvenes.

Otro de los sectores clave de cara a la huelga del 5 de febrero serán los ferroviarios, que llevan más de un año en lucha contra la privatización de la SNCF, con bloqueos de carreteras y peajes. También los trabajadores de los aeropuertos, las refinerías o la industria del gas han demostrado su disposición a dar la batalla con movilizaciones importantes en el último trimestre del año pasado.

Defender una alternativa que rompa con el capitalismo

La Francia Insumisa de Mélenchon ha anunciado su apoyo a la huelga general. Ese es el camino que deben seguir las organizaciones que se presentan como alternativa por la izquierda a la socialdemocracia, el de la lucha, impulsando la movilización y defendiendo un programa que rompa con el capitalismo. Circunscribir su actividad únicamente, o fundamentalmente, al ámbito parlamentario es un callejón sin salida que no resuelve ni uno solo de los problemas fundamentales de las y los trabajadores.

El camino es claro, si en 1995 se derrotaron los planes del derechista Chirac y se forzó la dimisión del primer ministro Juppé con la movilización más contundente, en estos momentos, con unas circunstancias aún más favorables, la clase obrera francesa puede infligir una derrota aún más dura al presidente de los ricos y echar atrás todas sus reformas antiobreras.

Macron teme que lo que comenzó siendo una protesta contra el alza de los precios de los carburantes, se convierta en un movimiento profundamente politizado contra sus medidas en beneficio de los grandes capitalistas, un movimiento que ya ha puesto en evidencia el supuesto carácter democrático del capitalismo y del aparato del Estado francés y que cuente con la fuerza y el apoyo suficiente como para echarle del Gobierno y hacer tambalear los cimientos del sistema.

La situación objetiva está dada para la construcción de una alternativa genuinamente revolucionaria que plantee un programa socialista, para resolver de una vez por todas, los problemas de la mayoría de la población.

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