Ninguna confianza en Navalny. La izquierda debe defender un programa contra la represión, por los derechos democráticos y el socialismo

Rusia se ha visto sacudida por la movilización de decenas de miles de personas en más de un centenar de ciudades. Las protestas, organizadas para exigir la liberación de Alexei Navalny, también han denunciado la desigualdad social, la falta de libertades democráticas y la corrupción del régimen capitalista y autocrático de Putin. Como es público y notorio, el empresario Navalny está siendo arropado por los EEUU y otras potencias europeas, pero las fuerzas sociales que están implicadas en este conflicto pueden desbordar a este liberal pro Occidente. En estas circunstancias es crucial que los marxistas revolucionarios mantengan una firme posición de independencia de clase rechazando cualquier subordinación y alianza con la llamada “burguesía liberal”, y pongan todo el acento en construir una masiva oposición de izquierda al régimen de Putin.

Durante dos sábados consecutivos, el 23 y 30 de enero, y el domingo 31 de enero y el martes 2 de febrero ante el Tribunal que ha juzgado a Navalny, los manifestantes se enfrentaron a una feroz represión que se saldó con miles de detenidos. ¿Cuáles son las condiciones objetivas que han alentado estas movilizaciones? Sin duda, la profunda crisis económica y social que padece la Rusia de Putin, agravada enormemente desde el estallido de la pandemia, y el hecho de que la libertad de expresión, de organización y manifestación sean constantemente aplastadas por el Estado ruso.

La caída abrupta de los precios del petróleo en 2020 golpeó duramente a las exportaciones rusas y arrastró al rublo, a lo que hay que añadir las sanciones adoptadas por la UE y Estados Unidos con motivo de la crisis ucraniana de 2014 y la anexión de Crimea por parte de Rusia. La pandemia, que ha colocado contra las cuerdas al maltrecho sistema sanitario ruso, ha tenido consecuencias graves para el país: más de cuatro millones de personas contagiadas y más de 200.000 muertos.[1] A pesar de que Putin ha intentado dar una imagen de fortaleza con la vacuna Sputnik V y planes de inmunización mucho más ambiciosos que en Occidente, el malestar por una desigualdad creciente se extiende: la riqueza de los grandes oligarcas aumentó en 13.800 millones de dólares en este año de crisis sanitaria.

En este contexto, la difusión por parte de Navalny de un video grabado por ecologistas rusos del lujoso palacio veraniego de Putin en el Mar Negro, han despertado mucha indignación. Unas imágenes propias del podrido régimen zarista de principios de siglo XX, y que ponen en evidencia el saqueo llevado adelante por Putin y su camarilla.

La riqueza obscena de los oligarcas rusos, con los que hacen lucrativos negocios las mismas potencias occidentales que ahora hablan de democracia y libertades, pone en evidencia la putrefacción del capitalismo ruso en su conjunto. ¡Y tanto Putin como Navalny quieren ocultarlo!

¿Quién es Alexei Navalny?

Alexei Navalny ha ganado una enorme popularidad tras ser envenenado por los servicios de inteligencia rusos, recuperarse en un hospital alemán y decidir volver a Rusia donde le esperaban los tribunales y una condena a la cárcel casi segura. Sin embargo, tras su decisión de volver a Rusia está la larga mano de las potencias europeas y de Estados Unidos, interesados en debilitar a Putin en la pugna que libran contra Rusia y China en numerosos escenarios de la política mundial.

Tras la detención de Navalny, Francia, EEUU o Polonia han exigido en cuestión de horas que se paralice la construcción del gasoducto Nord Stream 2 del Báltico, alegando que hará más dependiente a la UE del gas ruso. La atención de los medios de comunicación burgueses occidentales a las protestas en Rusia tampoco es casual, y contrasta con su silencio respecto a levantamientos populares actuales como en Túnez o el Líbano.

Nawalny se presenta a sí mismo como un opositor al régimen apelando especialmente a la lucha contra la corrupción. Sin embargo, su propia familia ascendió y se enriqueció en la Rusia de Yelsin de los 90, beneficiándose de la privatización de una fábrica de productos de cestería. Navalny se licenció como abogado y posteriormente realizó estudios sobre “finanzas y bolsas de valores” en la Universidad Financiera de Moscú. Posteriormente accedió a una beca en la prestigiosa Universidad de Yale para formar “líderes emergentes”. Utilizando el sector inmobiliario y la bolsa, intentó escalar como cualquier arribista hasta convertirse en un empresario influyente, invirtiendo en diversas empresas de petróleo y gas como Gazprom y Lukoil, y se sentó en el Consejo de Administración de la principal aerolínea rusa Aeroflot. La diferencia con otros empresarios es que no tuvo tanto éxito.

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Nawalny se presenta a sí mismo como un opositor al régimen apelando especialmente a la lucha contra la corrupción. Sin embargo, su propia familia ascendió y se enriqueció en la Rusia de Yelsin de los 90.

En 1999 Nawalny se integró en el partido ultraliberal Yabloko, cuyo fundador, Grigory Yavlinsky, abogaba por la completa “liberalización” de la economía y una acelerada transición al capitalismo. Bajo el pretexto de la “desburocratización”, Nawalny reclamó libertad ilimitada para los empresarios rusos. En 2005, incluso cofundó la campaña “¡Da!” con Mariya Gaidar —hija del famoso y odiado Yegor Gaidar, que organizó la venta a precio de saldo de gran parte de la economía soviética con su “terapia de choque” en tiempos de Yeltsin—.

También ha sido acusado por malversar fondos de empresas estatales, como cuando era asesor externo del Gobernador de la región Óblast de Kírov, o por transferir millones de rublos a una empresa offshore en Chipre controlada por sus hermanos. Alexei Nawalny no se opone a la explotación capitalista y a la corrupción que inevitablemente implica, sólo le molesta no haberse enriquecido tanto como otros y exige su lugar entre esa élite de oligarcas.

Su supuesto liberalismo, que tanto alaban los medios y Gobiernos europeos, lo ha combinado con un furibundo nacionalismo ruso xenófobo, marchando junto a grupos neonazis y de extrema derecha. En 2007, en un video a favor de la posesión de armas, comparaba a los pueblos del Cáucaso con “cucarachas” amenazando con dispararles; participó en distintas ediciones de la “Marcha Rusa”, manifestación nacionalista de extrema derecha, en las que habló contra la inmigración y a favor de recortar las subvenciones a las regiones del Cáucaso. Ha planteado en reiteradas ocasiones que la inmigración ilegal de la población caucásica es el mayor problema de Rusia.

Antes del estallido de estas protestas, Navalny no era una figura popular en la escena política rusa. En 2019, una encuesta del Centro Levada, contrario al Gobierno de Putin, mostraba que solo el 9% de los rusos lo apoyaban, y que el 31% ni siquiera tenía interés por su trabajo, a pesar de que muchos manifestaban su rechazo hacia Putin[2].

Putin no es un amigo de los trabajadores rusos

Cuando Yeltsin y su camarilla de burócratas estalinistas organizaron a principios de los años noventa del siglo pasado el saqueo de la economía soviética, se crearon las condiciones para establecer una nueva clase de oligarcas capitalistas provenientes de la propia nomenklatura del PCUS[3]. Contaron obviamente con el apoyo de EEUU y de Alemania. Durante años, estos sectores se dieron un auténtico festín, sumiendo a la sociedad rusa en el caos y la miseria extrema. Un capitalismo mafioso y extremadamente depredador se levantó sobre estas bases.

Este proceso catapultó a Putin al poder como representante cualificado de esas mismas élites. Pero Putin se aseguró de fortalecer el aparato del Estado acentuando aún más el carácter bonapartista del régimen. Utilizó los mimbres de la vieja estructura represiva estalinista y se balanceó entre diferentes oligarcas para afianzar su posición personal, recortando la influencia de aquellos que podían perjudicar sus intereses. Estimuló el nacionalismo gran ruso recuperando los viejos símbolos del zarismo, y al mismo tiempo asimiló al Partido Comunista y a otras formaciones “opositoras” al juego de una pseudodemocracia vigilada, de la que todas esas camarillas y aparatos obtenían privilegios.

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El saqueo de la economía soviética creó las condiciones para establecer una nueva clase de oligarcas capitalistas que, provenientes de la propia nomenklatura del PCUS, se dieron un auténtico festín. Este mismo proceso catapultó a Putin al poder.

Putin no hizo nada de esto para proteger a la clase obrera, sino para consolidar el capitalismo ruso y su propio poder, estabilizar la situación política ofreciendo “ley y orden”, y encauzar la explotación y la acumulación de la forma más ordenada. Los “oligarcas” siguieron enriqueciéndose a manos llenas pero respetando las reglas que imponía el Kremlin.

La traumática experiencia de los años noventa, cuando millones de rusos pasaron hambre,  explica por qué el programa del “liberalismo” cuenta hoy con poco apoyo en Rusia. El propio Navalny fue testigo del rápido declive de Yabloko desde mediados de los 90, y de cómo salieron de la Duma en 2007 con un mínimo histórico del 1,6%.

El Gobierno de Putin contó durante años con un apoyo bastante sólido: presentándose como una garantía frente al caos, y gracias al crecimiento económico derivado de los altos precios de las materias primas, se consolidó una nueva clase media en las grandes ciudades y capas importantes de la clase obrera obtuvieron un respiro[4]. Pero la situación ha empeorado sustancialmente al calor de la crisis económica mundial. El Gobierno ha impuesto numerosas contrarreformas sociales, incluyendo el retraso de la edad de jubilación que provocó movilizaciones importantes, y la represión se ha hecho cada día más feroz, provocando la ira de la juventud. El veterano ministro de Finanzas Alexei Kudrin ya señaló en 2019 que si no se tomaba medidas drásticas en la lucha contra la pobreza se produciría una “explosión social”.

¡Ningún gobierno capitalista garantizará los derechos democráticos!

El crecimiento de las protestas es un reflejo de la crisis del régimen capitalista de Putin, y de su perdida de apoyo popular. Pero derrotar al nuevo Zar no puede pasar por apoyar a elementos como Navalny, defensor a ultranza de las privatizaciones, de un capitalismo depredador y simpatizante del nacionalismo ruso xenófobo. Los marxistas revolucionarios deben participar en las movilizaciones de masas, no para justificar a Navalny, sino para establecer un diálogo con los sectores más avanzados y radicalizados de la juventud, explicar quién es realmente este opositor pro imperialista, sus intenciones y su programa, y poner todos los esfuerzos en construir una fuerte oposición de izquierda para llegar a la clase obrera y movilizarla en la lucha contra Putin y la los capitalistas rusos.

Asistimos a la crisis de la democracia burguesa en todo el mundo. En Rusia, pensar que los marxistas deben colocar en el centro de su agitación la lucha por “instituciones democráticas de calidad”, por “parlamentos” más representativos, es absurdo. Incluso si la conciencia de las masas ha retrocedido como consecuencia de años de estalinismo y de reacción capitalista, se trata de establecer las consignas y el programa que eleven la conciencia y la organización de los trabajadores y la juventud a la altura de las tareas del momento.

El combate por los derechos democráticos, contra la represión y por la libertad de los presos políticos debe estar vinculada a una alternativa socialista que rompa con el capitalismo: acabar con la pobreza y el desempleo, asegurar un vivienda digna, sanidad y educación pública y de calidad, elevar los salarios, blindar las pensiones y los servicios sociales, poner fin a la persecución de la comunidad LGTB y conquistar una democracia con justicia social, será posible si la clase obrera arranca a la oligarquía el control de las palancas fundamentales de la economía, la banca y las grandes empresas, y las nacionaliza bajo su control y gestión democrática.

Por supuesto, hay que luchar y participar en todas las movilizaciones progresivas por demandas democráticas y sociales, pero no como demócratas pequeño burgueses sino como revolucionarios. La tarea de la izquierda marxista en Rusia, la tierra de la Revolución de Octubre, es retomar la bandera del genuino bolchevismo y rechazar cualquier alianza con los secuaces de Putin o Navalny.

 

[1] La cifra oficial del Kremlin ha sido de 72.000 muertos en 2020, pero a finales de año las propias autoridades comunicaban un exceso de 229.700 fallecidos respecto al mismo periodo de 2019, y  Tatiana Golikova, viceprimera ministra encargada de coordinar la lucha contra el Covid, lo atribuía mayoritariamente al coronavirus  (el 81%)

[2] En 2013, el 40% de la población rusa respondió afirmativamente a la pregunta de si estaba de acuerdo con que el partido del Kremlin se llamara “Partido de los ladrones y de los sinvergüenzas” (que acuñó Navalny, entre otros).

[3] El término nomenklatura define una elite de la sociedad de la Unión Soviética —y por extensión, a la del resto de los países del bloque comunista—, formada casi exclusivamente por miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética encargados de la dirección de la burocracia estatal, y de ocupar posiciones administrativas claves en el gobierno, en la producción industrial y agrícola, en el sistema educativo, en el ambiente cultural, etc, obteniendo usualmente grandes privilegios derivados de la ejecución de dichas funciones. Utilizando esa posición, en el proceso de restauración capitalista lograron hacerse con la propiedad de miles de empresas estatales estratégicas.

[4] Se constituyó un Fondo de Bienestar Social con los ingresos del petróleo y el gas que a día de hoy tiene 165.000 millones de euros, al que ahora ha tenido que recurrir Putin ante la dureza de la recesión económica.

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