¡Por la huelga general indefinida hasta que caigan Macron y su gobierno!
Tras más de dos meses de lucha, con manifestaciones multitudinarias, ocupación de centros de estudio, ocho jornadas de huelga general y huelgas indefinidas en numerosas empresas y en sectores enteros, la lucha de la clase obrera francesa contra la reforma de las pensiones, que eleva la edad de jubilación de los 62 a los 64 años además de endurecer los requisitos para percibir una pensión, ha dado un gran salto hacia delante.
Una rebelión que desafía no solo a Macron, sino a las bases mismas del sistema capitalista, se extiende por todo el país, trayendo ecos de la gran insurrección obrera y juvenil de mayo de 1968.
La antidemocrática decisión del presidente Macron de aprobar la reforma por decreto, evitando votarla en la Asamblea Nacional, ha sido la chispa que ha desatado el incendio. Un nuevo ejemplo de la completa farsa de la democracia capitalista y sus instituciones, que cuando lo necesitan no dudan en recurrir a medidas bonapartistas y autoritarias.
En la noche del jueves 16 de marzo, tras conocer la decisión presidencial, decenas de miles de trabajadores y jóvenes se echaron a las calles. Cientos de manifestaciones espontáneas, al grito de “Revolución”, recorrieron numerosas ciudades francesas. Se levantaron barricadas, se bloquearon edificios gubernamentales, especialmente las delegaciones del gobierno en los departamentos, se cortaron carreteras, y los manifestantes hicieron frente a la policía que, como viene siendo habitual en los últimos días, actuó con extrema violencia contra los manifestantes y detuvo a más de 300.
Las huelgas se extienden y se endurecen, y ponen a Macron contra las cuerdas
Si Macron esperaba que su decisión de aprobar la reforma por decreto iba a tener un efecto desmoralizador entre la clase obrera y la juventud se ha equivocado por completo. Claro está que si se ha decidido a usar este último cartucho fue porque la otra alternativa, la única que le quedaba, era dar marcha atrás y retirar la reforma. Como resultado de la presión ejercida por las movilizaciones obreras, numerosos diputados de derecha, incluida una parte del grupo macronista, iba a votar en contra, dejando al presidente en una situación extremadamente difícil.
Todas las encuestas indican que la gran mayoría de la población francesa, el 93% de las y los trabajadores, está en contra de endurecer las condiciones de la jubilación y muchos diputados de derecha han preferido no enfrentarse a sus electores, evitando así el riesgo de quedarse sin escaño parlamentario. Los procedimientos parlamentarios franceses dejan abierta una vía para tumbar el decreto, que es la moción de censura al gobierno. Sin duda, Macron confiaba en que los diputados díscolos de la derecha no se atreverían a tumbar al gobierno y finalmente evitarían unir sus votos a los de La France Insumise, de modo que la reforma de las pensiones quedaría definitivamente aprobada.
Pero con esta arriesgada apuesta Macron solo ha conseguido que la furia popular se dirija no solo contra él mismo y su gobierno, sino contra un sistema político e institucional que, cada vez más, es percibido por una gran mayoría de la población como un simple instrumento al servicio del capital financiero.
Por eso, en la jornada del viernes se han extendido las huelgas y las protestas. Los cortes de carreteras y vías férreas, en la estela de las movilizaciones de los Chalecos Amarillos en 2018, se han multiplicado. Los trabajadores de la refinería de TotalEnergies en Normandia han decidido paralizar completamente la producción, una decisión que dejará a las gasolineras francesas sin combustible en pocos días. Los profesores de enseñanza media han hecho un llamamiento para paralizar los exámenes de bachillerato que empiezan la próxima semana. Los basureros, que se han convertido en una de las puntas de lanza del movimiento, mantienen las huelgas indefinidas a pesar de las amenazas de militarización del servicio que suprimiría su derecho a la huelga. ¡Esta es la democracia de los capitalistas!
Los sindicatos franceses agrupados en la Intersindical, con CGT a la cabeza, han respondido a la provocación presidencial con una nueva convocatoria de huelga general, la novena, para el jueves 23 de marzo. Pero antes de esa fecha es completamente seguro que las huelgas en curso se extenderán y alcanzarán a nuevas empresas y sectores, y que las movilizaciones de las y los jóvenes se radicalizarán y empujarán el movimiento hacia acciones más y más contundentes. Así se ha reflejado en la Asamblea celebrada en la Bolsa de Trabajo de París con 600 activistas sindicales y estudiantiles exigiendo hacer efectiva la extensión de la huelga general indefinida y criticando la tibieza de los dirigentes sindicales.
El papel de Mélenchon y La France Insumise
Uno de los aspectos que hay que resaltar en estos acontecimientos es el papel jugado por Jean-Luc Mélenchon y su partido, La France Insumise. Mientras que los dirigentes sindicales no han dejado de demostrar sus reticencias a emprender una batalla decisiva contra Macron y ha sido evidente que solo la gigantesca presión desde abajo les ha obligado a llegar mucho más lejos de lo que inicialmente se planteaban, Mélenchon y su partido, especialmente su rama juvenil, se ha colocado a la cabeza del movimiento.
Es innegable que las raíces de LFI son las de una organización reformista, que hasta hace muy poco era asimilable a Syriza o a Podemos. Pero la presión de la lucha de clases les ha empujado hacia una posición de desafío frontal al sistema que, sin lugar a duda, ha hecho avanzar al movimiento y ha contribuido a dotarlo de un mayor contenido político.
Desde el inicio de las movilizaciones Mélenchon no ha cesado de repetir que la clave de la victoria estaba en la lucha en las calles y no en la acción parlamentaria e institucional. Sus llamamientos a bloquear el país y su iniciativa de organizar una caja de resistencia para ayudar a mantener las huelgas indefinidas disgustaron no solo al gobierno, sino también a los dirigentes sindicales, que se vieron abiertamente desbordados por su izquierda. LFI convocó manifestaciones multitudinarias y jugó un papel central en la movilización de la juventud con su llamamiento a ocupar los centros de estudio.
Ahora, cuando la lucha está dando un nuevo salto, es más importante que nunca insistir en este punto, en la necesidad de extender las huelgas mediante la acción directa, ocupando los centros de trabajo y de estudio, y organizando comités de lucha y asambleas masivas que organicen y vertebren esta batalla. Solo así, y no mediante maniobras parlamentarias o referéndums, podrá tumbarse la reforma y acabar con Macron y su gobierno.
Al mismo tiempo que LFI se situaba en el centro mismo de la movilización, la extrema derecha se desinflaba a ojos vista. Marine Le Pen y su partido, la Agrupación Nacional, aseguran estar en contra de la reforma de las pensiones, pero se han opuesto con todas sus fuerzas a cualquier tipo de protesta y han condenado tajantemente las huelgas, exigiendo ahora a los basureros que terminen con su paro indefinido.Ha quedado claro ante la inmensa mayoría de la clase trabajadora que la oposición de Le Pen a las reformas no era más que un gesto demagógico. Se trataba de hacer bonitos y vacíos discursos parlamentarios que no impedirían que la mayoría presidencial impusiese el recorte de la edad de jubilación, pero que podrían servir a Le Pen para aumentar su cuota de votos.
La movilización en las calles, unida al papel de LFI, han dejado al desnudo a Le Pen y su oposición de boquilla a la reforma. Una vez más queda patente que ante la movilización de la clase obrera la supuesta fuerza de la extrema derecha se desinfla como un globo pinchado.
La otra rama de la extrema derecha, la que encabeza Eric Zemmour, ha visto la situación tan desesperada que no ha dudado en enviar a sus grupos de matones a atacar a los manifestantes, amparados por la policía. El carácter real del fascismo, su papel de grupo de choque al servicio de los capitalistas, vuelve a quedar de manifiesto.
Es necesaria una alternativa revolucionaria, armada con el programa del comunismo
Numerosos comentaristas han evocado las jornadas de mayo de 1968, cuando la clase trabajadora y la juventud francesas protagonizaron un levantamiento revolucionario que desafió la continuidad del sistema capitalista. Ese levantamiento pudo ser derrotado gracias a una combinación de represión salvaje, movilización de la pequeña burguesía rural e importantes concesiones a la clase trabajadora. En todo ello jugó un papel decisivo el Partido Comunista Francés, que contaba en aquel entonces con una enorme fuerza y dirigía con mano de hierro el principal sindicato de Francia, la CGT. Al igual que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial, el estalinismo jugó al papel de freno del impulso revolucionario de las masas. En la web de Izquierda Revolucionaria puede leerse un valioso análisis de aquel acontecimiento.
Las condiciones han cambiado mucho. La fuerza de la pequeña burguesía rural se ha diluido por el propio desarrollo del capitalismo y el estalinismo es hoy una fuerza residual. También la situación del capitalismo francés es completamente distinta a la de 1968. En aquel momento, en pleno auge de la postguerra, los capitalistas podían realizar importantes concesiones a la clase trabajadora sin poner en peligro sus beneficios. Hoy, cuando la crisis iniciada un 2008 amenaza de nuevo con otro colapso financiero, la disposición de los capitalista a ceder ante la presión de la lucha de clases es muy diferente a la de 1968. Como demuestra la decisión bonapartista de Macron, la burguesía francesa está dispuesta a dar una batalla frontal contra la clase obrera. No hay duda, como lo demuestran las imágenes que llegan de Francia, que los trabajadores y los jóvenes están firmemente decididos a llevar la lucha hasta el final., de modo que, al igual que ocurrió en 1968, la movilización ha puesto sobre la mesa la cuestión del poder. ¿Quién manda en esta sociedad? ¿Una minoría de plutócratas dispuestos a arrasar el mundo para mantener sus privilegios? ¿O la inmensa mayoría de la población, que vive exclusivamente de su trabajo?
La respuesta a esta pregunta se dirime ahora mismo en las calles de Francia, en sus centros de trabajo y de estudio. La disposición a la lucha es total, y solo falta dotarla de unos claros objetivos políticos. Las instituciones del Estado burgués están al servicio incondicional de los grandes capitalistas. Cualquier intento de reforma de esas instituciones está abocado al fracaso. Por eso, ahora es imprescindible ofrecer al movimiento una alternativa revolucionaria, que proponga la expropiación de la banca y los grandes monopolios para ponerlos al servicio de las necesidades de las familias trabajadoras, la juventud y los oprimidos. Ese es el programa que la Francia Insumisa debe adoptar y que desataría el entusiasmo de millones de luchadores. No se trata de crear una nueva republica burguesa, o una Asamblea constituyente basada en los mismos parámetros capitalistas. Se trata de derrocar el sistema y organizar la sociedad de una forma genuinamente democrática y socialista, basada en el control y la gestión directa de la clase obrera sobre la economía y las decisiones políticas trascendentales.
El primer paso tiene que ser presionar a las direcciones sindicales para que la huelga general, que de hecho ya está en marcha, se convoque formalmente, con carácter indefinido y con un claro objetivo: que Macron y su gobierno caigan y sean sustituidos por un gobierno que represente a la mayoría trabajadora. Ahora mismo, mientras se termina este artículo, una gran multitud intenta entrar en la Asamblea Nacional, fuertemente protegida por la policía. ¡Este es el camino!
La clase trabajadora de todo el mundo contempla con admiración la firmeza de la clase trabajadora francesa. Un desarrollo revolucionario en Francia, que emprenda una acción decisiva contra el capitalismo, levantaría una ola de entusiasmo y apoyo en todo el mundo. La hora de la revolución socialista ha vuelto a sonar.