En las pasadas elecciones europeas Francia vivió una sacudida completa del tablero político tras la victoria de la extrema derecha lepenista. La misma noche electoral, el presidente Macron disolvió la Asamblea Nacional y convocó elecciones legislativas anticipadas. Fue el aldabonazo de una nueva fase explosiva de la lucha de clases francesa, algo que ha sido confirmado en la primera vuelta de los comicios celebrada el 30 de junio.
Como las encuestas apuntaban, el partido de Le Pen ha ganado en 297 de las 577 circunscripciones, y amenaza con lograr la mayoría absoluta parlamentaria en la segunda vuelta. Las papeletas de la ultraderecha en las diferentes circunscripciones logran 10.628.394 votos, un 33,15 %, confirmando ya 38 diputados y calificar a 444 candidatos más para la disputa de la segunda ronda el 7 de julio. Unos resultados que suponen un avance de 14,47 puntos porcentuales respecto a las elecciones de hace dos años, cuando el RN apenas llegó al 19%, quedando por detrás de la alianza de la izquierda y no consiguiendo ningún diputado en primera vuelta.
Este ascenso se ve reforzado por el descalabro de la derecha tradicional. En un contexto de aumento de la participación, 19,2 puntos más que en 2022, la derecha conservadora pasa de 2.568.502 a 2.104.524, del 11,29 % a 6,57 %. Su situación de cara a la segunda vuelta es muy precaria: sólo han logrado clasificar 64 candidatos.
En cuanto a la izquierda, el Nuevo Frente Popular, con 8.974.574, un 27,99%, logra ya 32 escaños conformados y es la primera fuerza en 157 circunscripciones. Para la segunda vuelta han logrado clasificar a 414 candidatos y candidatas. Teniendo en cuenta los resultados de las europeas, es un claro avance que ya ha despertado la histeria de la burguesía, sobre todo contra el líder de la Francia Insumisa Jean-Luc Mélenchon. Con respecto a las elecciones de 2022, el NFP consigue 28 escaños más en primera vuelta que lo que logró la coalición NUPES.
Hay que destacar que el apoyo al NFP es especialmente potente en las grandes ciudades, donde los trabajadores han golpeado con fuerza a la ultraderecha. En París alcanzan el 43 % del voto, aventajando en un 11,82 % a la mayoría presidencial y en un 32,3 % a la ultraderecha. Todo esto con una participación altísima en la capital, un 73%, más de 5 puntos por encima de la media estatal.
En Lyon el NFP obtiene un 42,4 %, en Nantes un 43,2, un 51,6 en Toulouse, un 47,6 en Montpellier, un 47,6 en Estrasburgo y un 50,5 en Lille. De las 10 mayores ciudades francesas el NFP gana en 7 de ellas. De hecho, de los 32 diputados de la coalición de izquierdas ya electos, 30 han sido elegidos entre estas ciudades y la banlieue parisina. Estos fueron también los escenarios centrales de las grandes luchas obreras contra la contrarreforma de las pensiones de Macron.
Estos datos son absolutamente relevantes y muestran la determinación de la clase trabajadora y la juventud por dar una batalla a fondo, que no se va a limitar a las urnas. En el caso de que Le Pen gane gracias al voto de las áreas más rurales y del interior más conservador, la guerra de clases no se va a detener.
Finalmente, y esto también es muy destacable, la mayoría presidencial macronista, liderada por el primer ministro Gabriel Attal, sufre un importante descalabro: pasa del 25,75 % al 20,04 %, y es la primera fuerza únicamente en 69 circunscripciones. Esta caída significa que sólo han podido elegir a 2 diputados en la primera vuelta y clasificado a 321 para la segunda.
Una segunda vuelta que no sólo se decidirá en las urnas. La ultraderecha no lo va a tener fácil
El primer balance de estos resultados es que la ultraderecha de RN no va a tener un camino de rosas para conquistar la mayoría parlamentaria. La movilización electoral de la izquierda ha sido muy potente, pero en la segunda vuelta lo será aún más.
Los resultados del NFP obviamente no han sido tanto el fruto de su programa, muy descafeinado y en algunos puntos absolutamente basculado hacia posiciones capitalistas impuestas por el PS, sino la respuesta de millones de familias trabajadoras, de la vanguardia obrera y juvenil a parar en seco el avance de los secuaces de Le Pen. Y esto augura un hecho indiscutible: si la extrema derecha se impusiera, que se olvide de que va a disfrutar de una legislatura tranquila.
El programa político del NFP pese a contener medidas con un marcado carácter progresista, como el bloqueo de los precios de los productos de primera necesidad, el aumento de los salarios y las prestaciones sociales, y rebajar la edad de jubilación a los 60 años, contiene también concesiones claras a la política socio liberal, militarista y otanista del PS o los Verdes. Ni es ningún programa socialista ni plantea la ruptura abierta con el régimen capitalista.
Las concesiones programáticas a los sectores más derechistas dentro del nuevo FP no son cuestiones menores. El programa aboga por “actuar para la liberación de los rehenes retenidos desde las masacres terroristas de Hamás y para la liberación de los presos políticos palestinos”, equiparando las acciones de Hamás con el genocidio que está perpetrando Netanyahu en Gaza, con más de 40.000 muertos desde el comienzo de la ofensiva en octubre, gracias al apoyo abierto de EEUU, la UE y la OTAN del que no se dice ni una sola palabra. El programa hace una mención superficial a acabar con el “apoyo del Gobierno francés a Netanyahu” y defiende la solución de los dos Estados bajo las disposiciones de la ONU. No hay ninguna referencia al carácter colonialista y supremacista del Estado de Israel, ni del dominio criminal de los territorios ocupados ni del retorno de los millones de palestinos exiliados.
Un programa de estas características levanta desconfianza entre los miles de trabajadores y jóvenes que se han movilizado contra el genocidio en Gaza. Si el FP quiere derrotar a Bardella debe basarse en la protesta social y exigir la ruptura inmediata de relaciones militares, económicas y diplomáticas con el Estado sionista. Pero los elementos pro sionistas que copan la dirección del PS y Los Verdes, y que han defendido furiosamente la prohibición de las movilizaciones en defensa del pueblo palestino, son una rémora evidente.
En cuanto a la cuestión de Nueva Caledonia, el programa del Nuevo FP también representa un paso atrás respecto al de la LFI. Se plantea el renunciar a la reforma electoral de Macron (cosa que la población kanaka ya ha logrado en la práctica mediante la movilización y la lucha) pero no se plantea la descolonización y el derecho a la independencia del pueblo kanaky.
En esa misma línea va la elección de los candidatos en diferentes circunscripciones, y que ha sembrado muchas dudas entre los activistas de vanguardia. La más llamativa de ellas es la del expresidente François Hollande, que lo será en la primera circunscripción del distrito de Corrèze, o la de Aurélien Rousseau, exministro de Sanidad con Macron y que será candidato por la 7ª circunscripción de Yvelines.
Y sin embargo, a pesar de estas evidentes carencias y lagunas que son un obstáculo para avanzar, a la burguesía lo que la aterra no es la letra del programa, ni tal o cual candidato, sino que la llamada a parar a la ultraderecha pueda provocar un desbordamiento de los diques de la izquierda reformistas y parlamentaria, que se rebase a los dirigentes moderados del NFP y que la confianza en las propias fuerzas de la clase obrera y la juventud se eleve decisivamente. En la conciencia de millones de explotados está claro que este combate no se limita a las urnas. Como la experiencia histórica demuestra, la arena electoral puede ser la antesala de una intensa lucha de clases: los recuerdos de las grandes huelgas de 1936 y 1968 están en la mente de todos.
Y estas contradicciones se han expresado con virulencia en los ataques a los dirigentes de LFI, especialmente contra Jean-Luc Mélenchon, al que están pintando en artículos, programas y editoriales como un “rojo peligroso”, “la auténtica amenaza para la gobernabilidad de Francia”. También demuestran el pavor que tienen los dirigentes reformistas del PS y Los Verdes a que una rebelión social como la que vivió el país galo el pasado año vuelva a repetirse. Temen mucho más a esa posibilidad que a un hipotético Gobierno de la extrema derecha o de Macron.
Todas estas razones están detrás de otro hecho. No se puede descartar que después de la segunda vuelta, los diputados electos del PS y Los Verdes traicionen la disciplina del NFP y busquen organizar una mayoría en torno al “frente republicano” defendido por Attal. Que se pasen con armas y bagajes al campo macronista es una posibilidad real.
Enfrentar a la extrema derecha con la movilización de masas y un programa revolucionario
Si una cosa ha quedado clara en Francia durante los últimos años es que la lucha contra la extrema derecha no la puede encabezar un partido socialista dirigido por una cohorte de arribistas subordinados al capital financiero, otanistas y corruptos, ni mucho menos una mayoría macronista. Este no es un hecho típicamente francés. A lo largo y ancho del mundo hemos visto como las políticas capitalistas de la socialdemocracia han facilitado el avance de la extrema derecha.
Las experiencias pasadas de “unidad de la izquierda” bajo la dirección del PS y en torno a programas trufados de privatizaciones y retrocesos en derechos laborales y sociales, son muy duras. Los comunistas revolucionaros no señalamos esto con ánimo de hacer una crítica sectaria e improductiva al NFP. Al contrario. Somos los primeros en declarar una guerra a muerte contra Le Pen y la extrema derecha y, al igual que miles de activistas, y millones de trabajadores y trabajadoras, sabemos que, en el contexto electoral actual, la mejor forma de hacerlo es utilizando la papeleta del NFP.
Pero con el voto no acaba nada. Al contrario. La lucha contra la amenaza de una extrema derecha en el Gobierno implica desplegar una estrategia en la lucha de clases, aumentar el nivel de conciencia y la capacidad de organización de los oprimidos. La acción directa en las calles, en las fábricas, en los centros de estudio, en los barrios populares es lo decisivo.
Tras la primera vuelta, los dirigentes del NFP, incluyendo a Mélenchon, han propuesto retirar a los candidatos de izquierda que hayan quedado en tercera posición en favor de la elección de los macronistas. Pero hay que ser muy claros: el voto a los derechistas de la mayoría presidencial en segunda vuelta no ayudará en nada a vencer a Le Pen. Ha sido precisamente la aplicación del programa de austeridad, recortes sociales, racista y antiobrero de los primeros ministros de Macron lo que nos ha conducido a esta situación. De hecho, buena parte la política reaccionaria contra la inmigración que defiende Le Pen ha sido llevado a cabo ya por la mayoría presidencial.
Votar no es suficiente. Lo tenemos muy claro. La Asamblea Nacional francesa es un parlamento burgués, dominado por los capitalistas, y sólo responde a sus intereses. La extrema derecha de Le Pen se ha convertido en una opción inevitable para ellos a la que están blanqueando públicamente. Por eso enfrentar a RN, a Le Pen y sus secuaces implica enfrentar al capitalismo francés y a todas las instituciones y poderes que pugnan por sostenerlo.
Para este combate hay que basarse en la enorme fuerza que la clase trabajadora y la juventud desplegaron contra la reforma de las pensiones. Formar comités de lucha antifascista en los centros de trabajo y de estudio, llamar a movilizaciones contundentes y sostenidas en el tiempo, promover huelgas y su unificación en un gran paro nacional, y defender abiertamente un programa de ruptura socialista con el sistema capitalista, que luche consecuentemente contra el imperialismo francés, que defienda sin ambigüedades la nacionalización de las grandes empresas y los bancos, para acometer la solución de los graves problemas que padecemos.
La lucha contra la extrema derecha es la lucha por la revolución socialista.