¡Por una alternativa socialista al desastre capitalista!
Tras la conmoción por los resultados de las elecciones griegas del pasado 6 de mayo, cuando la debacle de PASOK y Nueva Democracia (ND) ni siquiera les permitió formar gobierno, la estrategia de la burguesía griega y europea se centró en evitar a toda costa lo que era una posibilidad real y un elemento de enorme preocupación para la clase dominante. La victoria de la coalición de izquierdas Syriza, en las elecciones del 17 de junio, podría haber supuesto la formación de un gobierno de izquierdas opuesto a los planes de recorte y con un fuerte apoyo en la calle.
Todos los esfuerzos del capital griego y europeo han estado dirigidos a garantizar la victoria de ND, con la intención de que así se pudiera formar un nuevo gobierno de unidad con el PASOK, y a ser posible con Dimar. La campaña electoral se ha basado en el chantaje y el miedo. El mensaje ha sido claro: la victoria de la izquierda implicaría el fin de las “ayudas”, la bancarrota total, la expulsión de Grecia de la UE y su salida del euro, el caos e incluso la guerra civil.
En este sentido, es muy significativo el editorial titulado Resistid a los demagogos con el que se despachaba la edición alemana del Financial Times del 15 de junio, y en el que se decía: “La edición alemana del FT tiene un interés común con la mayoría de los griegos: vuestro país debe permanecer en el euro (…) Por eso, FT hace una excepción y da un consejo a los griegos para el voto (…) Resistid a la demagogia de Tsipras y de Syriza (...). Os aconsejamos votar por Nueva Democracia.” Esto ha sido el colofón a la campaña de apoyo sin fisuras con la que ha contado ND por parte de todos los grandes medios de comunicación burgueses nacionales (las cadenas Ant1 y Skai, los diarios To Vina y Ta Nea o el principal periódico del país Kathimerini, entre otros) detrás de los cuales se encuentran los intereses de las importantes empresas turísticas, los armadores y las grandes constructoras de Grecia, así como de los grandes bancos griegos.
La clase dominante ha enfocando las elecciones como un referéndum sobre la permanencia o no en el euro, resaltando todas las implicaciones desastrosas de la vuelta al dracma. Esta cuestión es importante, ya que aunque la inmensa mayoría de los griegos se opone a los ataques y son perfectamente conscientes de que las recetas impuestas no llevan más que al desastre, saben que la salida de la zona euro, por sí misma, no es ninguna panacea. Una Grecia capitalista fuera del euro y la vuelta al dracma, no se asocia a mejoras sociales sino a inflación y a una mayor pérdida del nivel de vida. Esa es la baza que ha explotado intensamente la burguesía para tratar de revertir los resultados de las elecciones del 6 de mayo.
La campaña de miedo no sólo se ha ceñido a declaraciones en los medios. Ha habido una coacción directa a los trabajadores. Multinacionales como Eurobank amenazaron con abandonar el país en caso de que Syriza ganara las elecciones. El director de la aseguradora Alico llamó a sus 350 empleados para decirles que la empresa quería “garantizar trabajo para todos”, pero que en el caso de una victoria de Syriza perderían su empleo. A esta campaña también se incorporó vergonzosamente Dimar, escisión por la derecha de Syriza, cuya consigna principal fue: “Un voto por SYRIZA es una vuelta al dracma y al desastre económico”.
Finalmente ND consiguió su objetivo, pero con un triunfo pírrico. Su victoria ha sido magnificada por la prensa internacional, que ha tratado de utilizar estos resultados como una prueba de la legitimación de sus planes de ajuste y de que, pese a toda la lucha y todo el malestar social, el “pueblo griego” ha apostado por la “única salida posible”, dando la espalda a alternativas radicales de izquierdas. Sin embargo, la realidad es bastante distinta. Esta magra victoria de la derecha dará pie a la formación de un nuevo gobierno muy debilitado y que no va a ser capaz de evitar la inestabilidad y la agudización de la lucha de clases en el país.
Reagrupamiento electoral de la derecha
ND ha ganado con un 29,66% de los votos (1.825.644), muy lejos de una mayoría que le permita gobernar en solitario, y con una diferencia de menos de tres puntos porcentuales sobre Syriza, que con el 26,89% del voto (1.655.079) alcanza unos resultados sin precedentes e incrementa un 60% su apoyo electoral respecto al mes de mayo. Y ello a pesar de que la abstención[1] ha sido incluso mayor que en las elecciones pasadas, alcanzando el 37,53% (unos 260.000 votantes menos que en mayo), un hecho que ha favorecido a las fuerzas de la derecha.
En esta “segunda vuelta” electoral Nueva Democracia ha recuperado una parte del voto que en mayo se le escapó hacia otras opciones de derechas (633.580 votos), gracias al cierre de filas en torno a Samarás frente al enemigo común: Syriza. Así, Griegos Independientes pierde algo más de 208.000 votos; Laos sigue cayendo (cerca de 90.000); Drasi pierde 38.000; y Amanecer Dorado 15.000, aunque este último partido, de corte fascista, mantiene su porcentaje de voto con su discurso racista y anti-inmigrante reflejando la enorme polarización a la derecha de sectores de la pequeña burguesía. Además, Alianza Democrática, partido dirigido por Dora Bakoyanis, expulsada por Samarás al apoyar el primer plan de rescate y defensora a ultranza de los planes de austeridad, llegó a un acuerdo con ND para presentarse juntos (bajo el lema de “salvar la patria de la toma del poder por Tsipras”), permitiendo que los 161.510 votos obtenidos en mayo por dicha formación (el 2,55%) hayan ido directamente a ND. Este pequeño porcentaje de voto es prácticamente el mismo que ha sacado de ventaja ND a Syriza, permitiendo a la derecha alzarse con la victoria electoral.
Por su parte, el PASOK, arrastrando una crisis sin precedentes, sigue con su particular sangría de votos[2], en esta ocasión se deja por el camino 77.678 que, probablemente, en su mayoría hayan ido a las filas de Nueva Democracia.
La campaña de la derecha, además de basarse en el miedo a una eventual salida del euro ante el triunfo de la izquierda, ha tenido otro eje político fundamental en la promesa de renegociación del memorándum para ampliar el plazo de cumplimiento del objetivo de déficit firmado con la troika. Pocos días antes de las elecciones, Samarás afirmaba: “Queremos cambiar el memorándum para crear puestos de trabajo, sin salir de la eurozona”. Así, han tratado de canalizar el extendido malestar social existente generando expectativas en que es posible cambiar la situación sin un enfrentamiento con la Unión Europea, y se ha postulado como el partido que puede llevarlo a cabo en las mejores condiciones. Frente al “radicalismo” de Syriza y su enfrentamiento abierto al memorándum, ellos sí podrían persuadir a la burguesía europea: “Europa no se negará a renegociar (…) a través de pactos y amistades con personas que juegan un papel importante en sus países, podremos renegociar y beneficiarnos del ambiente creado por la petición de España de ayuda económica”.
La debilidad del nuevo gobierno no se refleja sólo en el ajustado apoyo electoral recibido, sino también en el hecho de que ND es incapaz de aglutinar un apoyo social sólido en torno a su programa real —que no es otro que el de seguir a pies juntillas con los dictados de los mercados financieros—, por más que ahora intenten aderezarlo con la recurrente “política de crecimiento”, a la que todos los gobiernos apelan pero que nadie concreta. Merkel ha sido tajante en su primera llamada a Samarás tras su victoria, advirtiéndole de “que parte del principio de que Grecia va a respetar sus compromisos europeos”. Con el mismo tono, al inicio de la reunión del G-20, en México Merkel insistía: “Lo importante es que el nuevo gobierno persevere en sus compromisos. No se puede relajar el ritmo de las reformas”. Su ministro de exteriores, Guido Westerwelle, decía que “no habrá cambios sustanciales” en las imposiciones de austeridad a Grecia: “Si ahora permitimos que Grecia se salte las condiciones que aceptaron en el pasado, nos arriesgamos a crear un problema con los otros socios europeos que sí se están esforzando y trabajando duro en sus reformas”. Todos los “estímulos adicionales” están condicionados a un estricto cumplimiento del plan de recortes. Incluso en el caso de que, por la fuerza de los propios hechos, los plazos de cumplimiento del déficit se retrasen sobre lo pactado, para nada cambiarán las penosas condiciones a las que la crisis capitalista está sometiendo al pueblo griego.
Syriza concentra el voto de la izquierda
A pesar de la brutal campaña contra Syriza sus resultados han sido mejores que en mayo. Obtiene el 26,89% del voto, lo que significa un incremento, en poco más de un mes, del 10,1 puntos porcentuales de su apoyo y de 593.814 votantes. Esta tendencia revela la fortaleza del proceso de radicalización hacia la izquierda que se está viviendo en Grecia.
Syriza es la fuerza más votada en 16 distritos electorales y revalida su primera posición en el distrito más poblado e importante del país —el segundo distrito de Atenas— con 313.916 votos (el 31,43%) superando a ND en más de cinco puntos. Es importante señalar que en este distrito la abstención ha sido significativamente menor (29,19%) que la media del país, mientras que en distritos en los que la abstención es incluso mayor de la media, como el 1er. distrito de Atenas (40,9%) se hace con la primera posición ND. Syriza también revalida su primera posición en el segundo distrito de El Pireo con el 36,3%, casi veinte puntos más que ND y el doble de votos. En el primer distrito de Atenas obtiene el 26,96% del voto, 7,8 puntos porcentuales más que en mayo; en los dos distritos de Salónica aumenta 12 y 10 puntos porcentuales sus resultados de mayo. En barrios obreros de Atenas como Nea Ionia pasó de 24,62% al 36,65%, y en el de Peristeri del 24,9% al 37,71%. También en el municipio de Patras, Syriza alcanza el 35,86% de lo votos, un incremento de más de 10 puntos.
Hay que decir que estos resultados hubieran podido ser incluso mejores, lo que equivale a afirmar que podría haber ganado las elecciones, si Syriza no hubiera rebajado el contenido de su programa y su discurso. El atractivo principal de Syriza fue ser percibida como una fuerza alternativa al desastre provocado por el capitalismo, tener una postura clara a favor de los intereses de los trabajadores y defender la formación de un gobierno de la izquierda. En una entrevista a Tsipras en el periódico británico The Guardian, justo después de las elecciones de mayo, dijo que lo que está en marcha es un conflicto que opone a “los trabajadores y la mayoría de las personas” a los “capitalistas globales, banqueros, especuladores en las bolsas, los grandes fondos de inversión (…) Es una guerra entre los pueblos y el capitalismo”. De esta manera Syriza conectó con el sentir de centenares de miles de trabajadores y jóvenes.
Aunque Syriza tenía como punto central la ruptura con el memorándum y el rechazo a los recortes, a lo largo de la campaña su mensaje se fue suavizando y escorándose hacia posiciones más reformistas. Si al principio el discurso de Tsipras tenía un carácter más marcadamente anticapitalista, al final el énfasis se ponía en la negociación con la Unión Europea, tratando de crear expectativas en que es posible un acuerdo favorable para el pueblo griego sin plantearse la ruptura con el sistema capitalista. Tsipras llegó a afirmar que estaba “muy contento de que más líderes europeos admitan que la austeridad no es la solución” y que “España ha recibido ayuda sin necesidad de un memorándum con la UE” (La Vanguardia, 12 de junio), cosa que no responde a la realidad, ya que aunque el catálogo de exigencias de nuevos ataques contra los trabajadores españoles todavía no sea oficial, existe.
Al poner como eje de su campaña la necesidad y posibilidad de negociar un acuerdo “mejor” con la Troika, trataba de competir por un espacio que en realidad ya estaba ocupado por ND. La forma de contrarrestar la ofensiva de la burguesía —que identificaba la victoria de la izquierda con la salida del euro y el apocalipsis final— no era presentándose como un hábil negociador con la Troika, o creando expectativas en una Europa capitalista de “rostro humano”, sino defendiendo un programa claramente socialista, diferenciado y coherente con las necesidades de la mayoría del pueblo griego, y por lo tanto de ruptura con el capitalismo. Los dirigentes de Syriza tenían en su mano proponer un plan alternativo al de la Troika y defenderlo sin ambigüedades: el rechazo al pago de la deuda y los planes de ajuste provocados por los “rescates”; la nacionalización de la banca y de las empresas estratégicas bajo el control democrático de los trabajadores, con el fin de utilizar todos los medios económicos en beneficio de la mayoría; la defensa de todos los puestos de trabajo y la renacionalización de los sectores y empresas privatizados; la formación de comités de autodefensa de los trabajadores y de los jóvenes en barrios, fábricas y centros de estudio para hacer frente a las agresiones fascistas y el impulso de un movimiento internacionalista, de carácter socialista y revolucionario en todo Europa, para hacer frente a la inevitable contraofensiva de la burguesía ante un gobierno de izquierdas.
En lugar de defender este programa, y explicar que la única salida para evitar la catástrofe que se cierne sobre el pueblo griego es la transformación socialista de la sociedad apelando a la fuerza de las masas movilizadas, mandó mensajes tranquilizadores a la burguesía internacional y nacional, reuniéndose con representantes del G-20 y el Alto Estado Mayor del Ejército.
El Partido Comunista (KKE) paga en las urnas la política sectaria de su dirección
Uno de los factores más movilizadores del voto a las principales opciones de izquierda, Syriza y KKE, era la posibilidad real de que se pudiera constituir un gobierno de izquierdas y asestar así un golpe decisivo a las políticas de ajustes y a los gobiernos que las sostenían. Sin embargo, el eje principal de la campaña del KKE fue, precisamente, oponerse a un gobierno de izquierdas, negándose incluso a cualquier tipo de negociación con Syriza que sí apostaba por un acuerdo. La actitud del KKE frustró las expectativas de centenares de miles de trabajadores y jóvenes, y esto le llevó a cosechar un desastroso resultado electoral, perdiendo la mitad de sus votos en un mes (de 536.072 votos, 8,48%, en mayo, a 277.176, 4,5%, en junio).
El KKE tenía que haber defendido una política de Frente Único de la izquierda: podría apoyar un gobierno de izquierdas en todas las medidas progresistas que tomara, apoyarlo frente a las agresiones inevitables que sufriría por parte del poder financiero y, al mismo tiempo, ofrecer una alternativa consecuente y socialista a las limitaciones que pudiera tener. Lógicamente, la apuesta por un gobierno de izquierdas no tenía por qué implicar la participación directa en éste, la aceptación del programa de Syriza o el abandono de cualquier tipo de crítica a las vacilaciones de su dirección, que fueron muy evidentes.
En lugar de esta orientación, el énfasis de su campaña electoral se ponía de manifiesto en carteles como: “Nueva Democracia y el Pasok no son alternativa. No confíen en Syriza”. En una entrevista con Elisseos Vagenas, miembro del CC del KKE y responsable de relaciones Internacionales, a la pregunta de por qué ha rechazado la invitación de Syriza a formar un gobierno de izquierdas respondió: “Consideramos que un ‘gobierno de izquierdas’ no sólo es incapaz de resolver los problemas del pueblo, sino que incluso los va a empeorar. Por supuesto, ahora esto no lo entienden todos los trabajadores y otras capas como los pequeños empresarios que se ven destruidos por la crisis. Syriza ha sido elegido por una parte de la burguesía que le ve como la fuerza principal en un gobierno que va a hacer el trabajo sucio de la crisis capitalista, que se encargará de una posible quiebra” (http://es.kke.gr).
Como ha sido evidente para cualquiera que haya seguido la campaña electoral griega, la burguesía ha puesto toda la carne en el asador para impedir la victoria de Syriza. La burguesía comprendía perfectamente que, al margen de las debilidades de su programa y las declaraciones conciliadoras de sus dirigentes, detrás de una victoria de Syriza estaba la presión de la clase obrera y de la juventud, y su voluntad de un cambio social profundo.
La dirección del KKE ha sido incapaz de comprender la naturaleza de clase del apoyo creciente de Syriza y, en vez de rectificar e intentar establecer un diálogo con las masas y especialmente con la base electoral de esta formación, aportando sus puntos de vista y demostrando con argumentos y hechos que su programa es más consecuente para terminar con el capitalismo, ha profundizado en sus mensajes sectarios, incomprensibles para muchos trabajadores y jóvenes. Esta política sectaria ha aislado al KKE de sectores fundamentales del movimiento obrero y la juventud, dificultando la posibilidad de influir en ellos.
Una vez conocidos los resultados, la dirección del KKE ha profundizado en esta línea equivocada al interpretar su descenso electoral como un signo de inmadurez de las masas, de “contención del radicalismo de clase”, como dicen literalmente en su balance electoral. De esta manera, los dirigentes estalinistas del KKE consideran que el apoyo electoral a su partido es lo que mide la madurez revolucionaria de las masas y de la situación política griega. Pero es justamente al revés: lo que ha ocurrido es que la dirección del KKE, a pesar de la enorme voluntad de lucha demostrada por su base militante y los activistas sindicales del PAME, ha sido incapaz de orientarse en una situación de crisis revolucionaria con una política genuinamente marxista, se ha mostrado impotente para acrecentar su influencia política entre amplias capas de la juventud y del movimiento obrero, que veían en las elecciones una oportunidad para asestar un duro golpe a la reacción de derechas. Estamos plenamente de acuerdo en que no es posible acabar con el capitalismo a través del parlamento burgués. Pero esto no implica defender una postura ultraizquierdista contra Syriza, y meter en un mismo saco a su líder Tsipras y al jefe de ND Samarás. Estos resultados, que son un duro golpe a la política de la dirección del KKE, provocaran un debate en su seno y pondrán en la cabeza de muchos militantes interrogantes sobre la política a seguir.
Tras cinco años de recesión y salvajes recortes sociales que han llevado a la economía griega a contraerse casi el 70% en una década; cuando el desempleo alcanza el 25% (más del 50% entre los jóvenes); cuando no hay jeringuillas ni gasas en los hospitales, y la gente hace colas para recibir comida; mientras todos los días se cierra un negocio y los salarios y pensiones se han recortado entre un 25 y un 30%; cuando el pasado mes de mayo se ha abolido la negociación colectiva, que afecta dos millones de trabajadores, y el Estado sólo tiene dinero para sobrevivir hasta julio, la primera misión que tiene asignada el gobierno de Nueva Democracia, que contará con el apoyo de PASOK y Dimar, es la aplicación de un nuevo y brutal plan de recorte de 11.000 millones de euros, condición necesaria para el desbloqueo de los 31.000 millones de “ayuda” de la UE a Grecia. El choque entre un gobierno débil y un movimiento de masas en ascenso está servido.
Las elecciones no cambian la perspectiva ni las tareas de la revolución griega. La clase obrera griega no va a permanecer pasiva e, inevitablemente, se producirán nuevos episodios de esta gran confrontación entre capitalistas y trabajadores. Los acontecimientos volverán a poner en evidencia la necesidad de poner fin a la pesadilla capitalista, expropiando la banca, los monopolios y el capital imperialista, bajo el control democrático de los trabajadores, para organizar la sociedad sobre bases socialistas.
[1] Vuelve a ser la fuerza más votada, alcanzando los 3.734.954
[2] En las elecciones del 6 de mayo, el PASOK con 833.529 votos se quedó a 227.736 de Syriza. En las elecciones del 17 de junio saca 755.851 ampliándose esa diferencia hasta los 900.000 votos.