Hipocresía imperialista
Después de la euforia vivida tras el levantamiento de las milicias fascistas de la plaza Maidan, a los gobiernos de Berlín, Londres y Washington se les ha helado la sonrisa. Como señalamos en anteriores declaraciones, Putin no se quedaría de brazos cruzados viendo como en un territorio clave para los intereses geoestratégicos, militares y económicos de Rusia, se instala cómodamente un gobierno que no es más que una cabeza de puente para lograr otros objetivos de mayor alcance.
Los imperialistas occidentales se muestran escandalizados por la actitud rusa ¡Que cinismo! Después de patrocinar a lo largo de la historia invasiones y guerras brutales que han causado cientos de miles de muertos inocentes (Vietnam, Corea, Angola, Mozambique, Afganistán, Iraq, Costa de Marfil, Congo, Haití, Granada…); de sostener e imponer dictaduras sangrientas (España, Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Guatemala, El Salvador…); de instigar una guerra brutal en Yugoslavia, incluyendo episodios de limpieza étnica para lograr su dominio en la región… ¡Se echan las manos a la cabeza y apelan a las “leyes del derecho internacional”! Que los imperialistas hablen de “soberanía territorial” es ridículo. La posición de occidente siempre ha sido clara: los estados existentes no tienen derecho a su integridad territorial si va en contra de los designios de EEUU o cualquier otra potencia.
La principal responsabilidad de la agudización de la crisis que vive Ucrania reside en las maniobras de EEUU y la UE, con Alemania a la cabeza. Ambas potencias han utilizado el descontento popular con el régimen corrupto y mafioso de Yanukovich — representante de un sector de la oligarquía capitalista que gobierna Ucrania desde la desintegración de la URSS—, para defender intereses que nada tienen que ver con los del pueblo ucranio. Detrás de las bonitas palabras, y de las alabanzas a la “democracia”, se esconden los mismos monopolios económicos imperialistas que quieren meter sus manos en Ucrania para controlar sus mercados y aplicar las recetas de austeridad y ajustes salvajes que tan bien conocemos los trabajadores europeos; detrás de esos lamentos a favor de la integridad de Ucrania se esconden los intereses militares de EEUU, para hacer de Ucrania un fortín de la OTAN.
El papel de EEUU y la UE en la crisis de Ucrania
Como sucede en el caso de Venezuela, sobre los acontecimientos de Ucrania planea una vasta campaña de desinformación y distorsión. Los medios de comunicación occidentales presentan lo que ha ocurrido en Kiev como una “revolución” popular pro europea, una lucha de la oposición “democrática”, favorable a la entrada en la UE, contra un régimen “dictatorial” pro-ruso. Pero esta visión sólo pretende ocultar la verdadera esencia del conflicto y encubrir los intereses del imperialismo norteamericano y europeo.
Cuando el pasado mes de noviembre el presidente Viktor Yanukovich, presionado por Rusia, se negó a firmar el acuerdo de libre asociación con la Unión Europea, temeroso además de las consecuencias sociales que tendría la aplicación del programa de austeridad exigido por la UE y el FMI, las potencias occidentales recrudecieron su campaña contra el gobierno de Yanukovich. EEUU y Alemania tienen una tradición respaldando y financiado desde hace mucho tiempo a la oposición de derechas, primero al Partido Patria, de Julia Timoshenko, y posteriormente a la Alianza Democrática Ucraniana por las Reformas (UDAR), encabezada por el ex campeón mundial de boxeo, Vitali Klitschko. De hecho, la Subsecretaria de Estado para Europa y Asia norteamericana, Victoria Nuland, reconoció el pasado mes de diciembre que su país ha entregado, desde los años noventa, 5.000 millones de dólares a grupos de la oposición ucraniana. Pero a medida que la crisis se hacia más aguda, la oposición y los imperialistas se han apoyado abiertamente en las bandas paramilitares fascistas del partido Svoboda (Libertad) y del neonazi Pravy Sektor (Sector Derecha). Según algunas fuentes están formadas por unas 2.000 o 3000 personas, y no sólo se han enfrentado a la policía, se han dedicado a sembrar el terror entre los activistas sindicales, militantes comunistas e incluso ciudadanos judíos; han atacado locales del partido comunista y destruido monumentos de homenaje a los combatientes contra el fascismo en la última guerra mundial.
Las protestas se prolongaron desde el mes de diciembre y, aunque iban perdiendo fuerza, la represión policial y la aprobación el 16 de enero de las llamadas “leyes sobre la dictadura”, que concedían total impunidad a las fuerzas de seguridad del Estado, avivaron las manifestaciones. Las manifestaciones en Kiev y la ocupación de la plaza de Maidan por bandas fascistas, obligaron a retirar esas leyes el 24 de enero, provocando una crisis de gobierno y el inicio de conversaciones con Alemania, Francia y Polonia con la intención de llegar a algún tipo de acuerdo que permitiera estabilizar la situación.
El viernes 14 de febrero Yanukovich aceptó la propuesta europea de formar un gobierno de unidad nacional que incluiría a representantes de la oposición, reinstaurar la constitución de 2004, y celebrar elecciones en diciembre. Se veía que el régimen de Yanukovich no contaba con ninguna base social de apoyo importante, mientras en su propia formación (el Partido de las Regiones) empezaban ya a producirse las primeras fugas. Pero la oposición de derechas más reaccionaria, ayudada por las bandas fascistas que se dedicaron a sembrar el caos y el terror en la capital, rechazó el acuerdo y pasó a la ofensiva. El gobierno respondió con más represión, en unos enfrentamientos que provocaron casi un centenar de muertos y un gran número de heridos.
En los combates que se produjeron en la plaza Maidan, la clase trabajadora ha mantenido una actitud expectante y distante, entre la lucha por la supervivencia cotidiana, el rechazo a un gobierno podrido como el de Yanukovich y la completa desconfianza hacia una oposición sostenida por las armas de los fascistas y los intereses imperialistas. La ausencia de una política realmente socialista, de clase e internacionalista por parte de una izquierda muy débil, especialmente del Partido Comunista de Ucrania que ha sido un aliado más de Yanukovich, ha facilitado el camino a la reacción. Los acontecimientos demuestran que la izquierda ucrania debe jugar el papel que le corresponde en estas horas cruciales, pero eso sólo será posible si se vuelven hacia las genuinas ideas de Marx y Lenin.
En Kiev no se ha vivido ninguna “revolución democrática”, como insisten los líderes del PP español y todos los reaccionarios del planeta. Hemos asistido a una profunda crisis política, alimentada por una catastrófica situación económica, en la que el imperialismo occidental ha maniobrado desde el primer día para defender no los intereses del pueblo de Ucrania sino los suyos propios. Finalmente, la dinámica ha desembocado en un asalto al poder por los elementos más decididos y mejor organizados (las bandas fascistas) que actuaban como la vanguardia de choque de la oposición de derechas. La oligarquía ucraniana se ha escindido, y los sectores que ven en occidente una oportunidad de grandes negocios ha dado el paso sin importarles el futuro del país y de su población. Ellos saben perfectamente que la división de Ucrania está implícita en la ecuación resultante. Tampoco en el ejército acataron las órdenes de Yanukovich, pues los jefes militares se convencieron de que la salida masiva de las tropas a la calle para dirigir la represión, o propiciar un golpe de Estado, podría provocar una ruptura de la cadena de mano y una escisión militar agudizando aún más la crisis.
Finalmente, el sábado 22 de febrero el parlamento destituyó a Yanukovich, quien huyó del país, liberó a la ex presidenta y líder de la derecha opositora, Julia Timoshenko, decidió nombrar un gobierno provisional y convocar elecciones para el 25 de mayo. Esto fue posible porque un tercio de los parlamentarios del gobernante Partido de las Regiones abandonó a Yanukovich y votó junto a la oposición.
“Un gobierno de suicidas políticos”
El jueves 27 de febrero el parlamento eligió al gobierno interino que dirigirá el país hasta las elecciones de mayo. El día anterior se realizó la votación simbólica del nuevo gobierno en la Plaza de Maidán, un acto jaleado por los medios de comunicación como todo un ejemplo de “democracia popular”. Si tenemos en cuenta que la plaza tiene una capacidad máxima de unas 20.000 personas en un país de 45 millones de habitantes, difícilmente puede ser una votación representativa, lo que contrasta llamativamente con el tratamiento que recibe el gobierno venezolano, respaldado por millones de votos en las urnas y que constantemente es tachado por los representantes del imperialismo como un gobierno ilegítimo y autoritario.
El nuevo gabinete es reaccionario hasta el tuétano. Las posiciones clave están en manos de ministros de anteriores gobiernos, elementos fascistas o representantes de los intereses oligárquicos. El nuevo primer ministro es Arseni Yatseniuk, el líder del Partido Patria, que ya estuvo al frente del Banco Nacional de Ucrania; es el candidato de Washington. El partido fascista Svoboda ha sido recompensado con la vicepresidencia del gobierno que ocupara su presidente, Aleksandr Sych, y los ministerios de ecología y el de agricultura. Otro de sus dirigentes ocupará el cargo de fiscal general y Andreii Parubii, cofundador del Partido Nacional Socialista, el precursor de Svoboda, será el jefe del Consejo de Seguridad Nacional. Su segundo será el líder de Pravy Sektor (Sector Derecha), la formación pro-nazi. Sorprendentemente, no hay ningún miembro de UDAR ni tampoco está su líder, que ha pasado a un segundo plano y que es el único miembro de la oposición que cuenta con algo de apoyo en el Este del país; parece que el imperialismo europeo prefiere preservarlo para el futuro.
¿Qué política defenderá el nuevo gobierno? Las declaraciones del primer ministro Yatseniuk son elocuentes: “Vamos a dar pasos extremadamente impopulares (…) Estamos al borde del desastre y este es un gobierno de suicidas políticos. Así que bienvenidos al infierno” (BBC 27/2/14). Por no hablar del corte político protofascista que imprimirá, lanzando desde el minuto cero una guerra sin cuartel contra los derechos democráticos.
El país está en bancarrota, necesita 35.000 millones de dólares para hacer frente a sus facturas durante los próximos dos años. El FMI anunció que en los próximos días enviará un equipo a Ucrania para evaluar la situación económica y explicar al nuevo régimen las “reformas políticas” necesarias para recibir un préstamo del FMI, es decir, las mismas recetas que están aplicando países como Grecia, Portugal o España: austeridad extrema, recortes de salarios y pensiones, liquidación del estado del bienestar y, en el caso ucraniano, reducir en más de un 40% los subsidios del gas que consumen las familias y que condenará a miles a la pobreza.
La intervención de Rusia
Ucrania es el último episodio de la pugna interimperialista por el control de mercados y áreas de gran importancia estratégica, lucha intensificada y agudizada por la crisis económica mundial. El objetivo de EEUU y la UE es alejar a Ucrania de la esfera de influencia rusa y, al mismo tiempo, debilitar y aislar a Rusia. Este proceso comenzó con la restauración del capitalismo en la vieja URSS tras la descomposición del régimen estalinista, y que fue paralela a la desmembración de las repúblicas que integraban la antigua Unión Sovietíca; continuó con la incorporación de países como Polonia y los estados Bálticos a la OTAN y la UE; siguió con la desintegración de la República Federativa de Yugoslavia, tras la cual estaba la implosión de la burocracia estalinista y la mano de Alemania y los EEUU que incitaron una guerra cruel y devastadora que acabó por transformar los Balcanes en una nueva colonia del imperialismo occidental; y ahora pretende ser culminada con la conquista de las antiguas repúblicas soviéticas.
Una vez claras las pretensiones del imperialismo occidental, sería un error pensar que las maniobras de Moscú están dictadas por su preocupación por el destino de los ucranios. No hay que olvidar que el régimen de Putin es la coronación de la contrarrevolución capitalista en Rusia, es un gobierno que sólo representa los intereses de los oligarcas rusos tan corruptos y reaccionarios como los ucranianos. Putin no tiene nada que ver con el socialismo. La oligarquía rusa quiere preservar sus intereses económicos y geoestratégicos en Ucrania y está dispuesta a utilizar todos los medios, incluido su músculo militar en la zona. Putin ya ha cancelado el préstamo de 15.000 millones de dólares prometido en noviembre al gobierno de Yanukovich y ha dejado a occidente la tarea de “salvar” a Ucrania de la bancarrota. Pero la cuestión decisiva es que Rusia, que tuvo que aceptar en el pasado la instalación de los misiles de la OTAN en la frontera con Polonia, no esta dispuesta a que suceda lo mismo en la frontera ucraniana.
Estos son los factores que han llevado a la intervención militar rusa en la Península de Crimea, que alberga la estratégica Flota del Mar Negro, y es la base para las operaciones militares del ejército ruso en el Mediterráneo (basta recordar el papel que esta flota jugó recientemente en la guerra de Siria, haciendo de escudo protector contra las intenciones de Obama de bombardear el país). En Crimea el 58% de la población es de origen ruso, conviviendo con ucranios y tártaros. Hasta 1954 formó parte de la República Socialista de Rusia dentro de la URSS, año en que Kruschev la transfirió a la República Socialista de Ucrania. Las encuestas señalan que más del 60% de la población de Crimea se considera rusa, no ucraniana, sentimiento sin duda acrecentado ante la perspectiva de estar bajo el control del nuevo gobierno de Kiev
El 27 de febrero Moscú puso a sus tropas en alerta e inició ejercicios militares con 150.000 soldados en la frontera ucraniana, un movimiento similar al que hizo antes de la invasión de Georgia en 2008 y que terminó con la anexión de Osetia del Sur y Abjasia. Desde entonces, hombres del ejército ruso, sin distintivos, controlan aeropuertos, carreteras y edificios públicos de las ciudades de Crimea, incluyendo la capital y la ciudad de Sebastopol, centro operativo de la Flota rusa.
El nuevo gobierno ucranio respondió a los movimientos del ejército ruso en Crimea anunciando la movilización de los reservistas y decretando el estado de alerta militar. Pero en este caso, la respuesta del ejército ucranio ha sido más que preocupante para el imperialismo occidental y sus títeres en Kiev. Primero se hizo pública la deserción del jefe de la armada ucrania que se pasó a las fuerzas pro-rusas con el buque insignia de la flota; después una base aérea ucrania anunció que sus hombres y aviones desertaban al bando pro-ruso; en el momento de escribir esta declaración, y según las autoridades pro-rusas de Crimea, ya son 6.000 los efectivos militares que se han pasado a su lado. Estos ejemplos demuestran que el ejército ucranio se está desmoronando y que el gobierno de Kiev, si pretende hacer frente al ejército ruso, tendrá que basarse en las fuerzas de la OTAN.
La respuesta de los representantes de EEUU y la UE ante las maniobras de las tropas rusas no deja de ser irónica: amenazan a Rusia con su expulsión del G8 y el aislamiento económico, pero no pueden ir más allá. La correlación de fuerzas no les permite hacer nada más que… protestar. Una vez más, los planes del imperialismo norteamericano y europeo han fracasado. Como sucedió en Afganistán, Iraq o Siria, en el caso de Ucrania lo que iba a ser una operación fácil de cambio de régimen, como con la “revolución naranja” en 2004, se ha convertido en su contrario. Los intentos del imperialismo occidental de atraer bajo su órbita a Ucrania, Georgia y Bielorrusia, ha desatado la respuesta rusa más contundente. Por supuesto, en la reacción de Putin y la camarilla que gobierna en Moscú no hay ni un ápice de elemento progresista que los trabajadores y los revolucionarios debamos apoyar.
¡Por la unidad de la clase obrera ucraniana! ¡Por el socialismo y de internacionalismo proletario!
La disolución de la URSS en 1991 y la restauración del capitalismo en los países del antiguo bloque soviético, crearon las condiciones para que la riqueza generada por generaciones de trabajadores fuera saqueada por la antigua burocracia estalinista, que se convirtió en la nueva clase capitalista. Las conquistas sociales en materia de educación o sanidad fueron liquidadas, las empresas públicas privatizadas. Detrás de la “independencia” de las antiguas repúblicas soviéticas se situó el dominio reaccionario de las distintas oligarquías burocráticas locales que se denominaban “comunistas”, y que se han basado en regímenes corruptos y mafiosos para mantenerse en el poder. Ucrania era la segunda economía de la URSS y también la segunda más poblada con 51 millones de habitantes; ahora los niveles de desigualdad social son obscenos: mientras 50 oligarcas ucranianos tienen una riqueza neta de 112.700 millones de dólares — dos tercios el PIB del país—, una cuarta parte de la población vive por debajo del umbral de pobreza.
Un aspecto importante de la actual crisis es la cuestión nacional ucrania. El país está dividido entre el Oeste de predominio ucranio y el Este de mayoría rusa, una separación que se manifiesta también en el terreno económico. La parte occidental es fundamentalmente agrícola y la oriental está formada por las regiones más industrializadas, con niveles de vida algo más elevados en la zona rusa. El imperialismo occidental, y también los imperialistas rusos con Putin al frente, no han dudado en exacerbar esta división y fomentar las tensiones entre los distintos grupos étnicos. Los órganos de gobierno de cinco distritos del Este: Jarkov, Lugansk, Dnipropetrovsk, Donetsk y Crimea, han expresado su deseo de mayor autonomía e incluso independencia bajo el manto protector de Rusia. De hecho, el pasado 1 de marzo decenas de miles de personas salieron a las calles en las principales ciudades del Este de Ucrania para expresar su rechazo al nuevo gobierno de Kiev, destituyeron a los gobernadores recién nombrados y eligieron a sus propios representantes. En Crimea y el Donetsk ya se han fijado fechas para celebrar referendos de autonomía. Los representantes de estos cinco distritos ya han mantenido reuniones con el Comité de Asuntos Exteriores de la Duma rusa para tratar el tema de su autonomía.
En la región minera del Donetsk, “unas 10.000 personas concentradas en la Plaza Lenin” eligieron al jefe de la Milicia Popular de Donbass (la zona minera del este) como “nuevo gobernador popular de la región”, Gúbarev, el nuevo gobernador, “lanzó un ultimátum a las autoridades de la región de Donetsk para que desobedezcan a las nuevas autoridades de Ucrania en Kiev”; algo similar ocurrió en la región de Jarkov. (El Mundo. 1/3/14) El 23 de febrero en Sebastopol, la ciudad más grande de Crimea, una concentración de 20.000 personas decidió destituir al alcalde de Sebastopol nombrado a dedo por Kiev, y eligieron como nuevo alcalde a un empresario con pasaporte ruso. Pero lo destacado es que en esta ciudad se han creado milicias de autodefensa para combatir a los grupos fascistas que amenazaron con asaltar la ciudad.
Los marxistas, los comunistas internacionalistas, debemos ser claros y honestos: Rusia está gobernada hoy por un régimen oligárquico, corrupto y mafioso que nada tiene que ver con el socialismo. Es su negación contrarrevolucionaria. Aunque Putin esté enfrentado con EEUU y la UE, los trabajadores ucranios y de Crimea no obtendrán una solución a sus problemas sociales, económicos y nacionales bajo ese régimen. Por supuesto, el imperialismo occidental ya ha demostrado de lo que es capaz: apoyarse en las bandas fascistas para lograr sus objetivos expansionistas y coloniales. Los aliados de los trabajadores ucranianos no están en el Kremlin, en la Casa Blanca o en Berlín, sino en las fábricas y centros de trabajo de Rusia, Europa y en el resto del mundo. La única solución al callejón sin salida de pobreza, explotación y corrupción, de opresión y bandidaje imperialista es la lucha conjunta de los trabajadores ucranios, rusos y europeos por el socialismo, por la democracia obrera, por el internacionalismo proletario y los Estados Unidos Socialistas de Europa.