Las elecciones legislativas del 7 de junio han supuesto un duro varapalo no sólo para el presidente islamista Tayip Erdogan sino para la burguesía turca e internacional, que está haciendo grandes negocios gracias a su política. El partido de Erdogan pierde la mayoría absoluta y nueve puntos respecto hace cuatro años (del 50% al 41% de los votos). Mientras, la izquierda entra en el Parlamento con un 13% y 80 diputados. Un resultado muy importante teniendo en cuenta el carácter brutalmente represivo del régimen turco, cuyo aparato del Estado se ha empleado a fondo contra la izquierda, con el objetivo de crear pánico entre la población y de esta manera tratar de mantener las riendas del poder.
Erdogan lleva doce años dirigiendo el Estado con mano dura (los primeros once como primer ministro), y fue elegido en las primeras elecciones presidenciales por sufragio universal de hace un año, con un 52% del voto (con una participación del 74%, teniendo en cuenta que el voto es obligatorio). Este resultado catapultó sus ambiciones; en estas elecciones, pretendía, no sólo mayoría absoluta para su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), como ha estado ocurriendo desde que se presentara a sus primeras elecciones en 2002, sino mayoría de tres quintos para reformar la Constitución. Es decir, 330 diputados, frente a los 258 conseguidos (la mayoría absoluta está en 276). La idea del calificado como “califa” por sus seguidores, era dar un paso más hacia un régimen bonapartista dirigido por él, dictando una Constitución mucho más presidencialista. Y se ha quedado muy lejos de ese objetivo, teniendo el peor resultado desde 2002.
El AKP mantiene el apoyo entre las masas menos avanzadas políticamente del rural de la Anatolia, la Turquía interior. Sin embargo, pierde en todo el Kurdistán, donde antes tenía un buen porcentaje electoral por sus promesas demagógicas de concesiones democráticas, así como en las zonas más industriales (la Turquía europea y la costa egea). Y esto es lo más significativo.
El porcentaje de voto al Partido Republicano del Pueblo (CHP), que representa al sector tradicional, kemalista, del aparato del Estado, se mantiene (pasa del 26 al 25%), y el de la ultraderecha (Partido del Movimiento Nacionalista, MHP) crece del 13 al 16%, reflejando un proceso de polarización.
Irrupción del Partido Democrático de los Pueblos
Pero lo más destacable es que por primera vez un partido claramente de izquierdas, como el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), supere la antidemocrática traba del 10% (impuesta tras el golpe militar de 1980) y llegue al Parlamento, pese a los enormes obstáculos que el Estado burgués utiliza en su contra: calumnias, ataques a sus sedes (más de cien) por parte de bandas del AKP y del MHP toleradas, represión directa (hay miles de presos políticos: sindicalistas, abogados, periodistas, acusados de simpatizar con los derechos de pueblo kurdo…), silencio informativo… El punto culminante de la salvaje campaña de intimidación contra la izquierda ha sido la explosión de una bomba en un mitin del HDP, dos días antes de las elecciones. Un atentado que causó 350 heridos, 30 de ellos graves. Minutos después de la deflagración, cuando quien podía atendía a los heridos, la policía hacía su aparición con bombas lacrimógenas, demostrando su complicidad con este acto terrorista. Al día siguiente, los principales rotativos escondieron la noticia…
El HDP, fundado en 2012, es producto de la confluencia de diversas fuerzas de izquierdas, tanto kurdas como turcas, entre ellas el Partido Democrático de las Regiones (BDP), principal referente electoral kurdo). Se define como anticapitalista y es comparado con Syriza. Su resultado: el 13%, frente al 7% obtenido por la izquierda en 2011 (cuyos candidatos tuvieron que presentarse como independientes debido a las trabas legales impuestas) significa un incremento de tres millones de votos, que sólo se puede explicar por el apoyo masivo en el Kurdistán turco, así como entre los votantes jóvenes y los trabajadores urbanos. La abstención ha sido escasa (14%), y esto ha ayudado al HDP, ya que la población joven, ese 40% que no llega a los 25 años, suele tener una abstención del 50%, y esta vez se ha movilizado. En el Kurdistán hubo una participación del 90%; en Diyarbakir, donde se produjo el atentado días antes de las elecciones, el HDP consiguió un 78,3%; en Hakkari, el 86%; en Sirnak, el 88%; en Van, 70%. También es muy significativo que este partido se haya convertido en la tercera fuerza (12,45%) en Estambul, la capital comercial del país y alejada de la zona kurda, reflejando el importante avance de la izquierda no kurda. Todo ello pese a la machacona campaña de criminalización oficial (de la que son partícipes los supuestos partidos de oposición, CHP y MHP, furibundamente chovinistas) vinculando al HDP con el “terrorismo”. En Turquía la más leve defensa de los derechos democráticos de los kurdos es considerada legalmente como un apoyo al PKK y es penado.
Proceso de auge de la lucha y la conciencia
El dirigente más conocido del HDP, Selahatin Demirtas, es el segundo político mejor valorado, según las encuestas. Tras conocerse los resultados felicitó “a toda la gente que defiende las libertades, a los oprimidos, a los trabajadores, a las mujeres y a todas las minorías”, destacando la “magnífica victoria de la izquierda”.
Era inevitable que, pese a las dificultades, se expresara a nivel electoral todo el descontento acumulado, el aumento en la conciencia, y el auge de la lucha de clases. La oleada de movilizaciones masivas, con epicentro en el parque Gezi y la plaza Taksim de Estambul, hace dos años; las huelgas generales del 2 de junio de 2013 (al calor de esas luchas) y del 14 de mayo de 2014 (tras el accidente minero en Soma, con resultado de casi 300 muertos); y la oleada huelguística en el sector automotriz este año (que se extendió rápidamente desde una factoría de Renault, acabó en huelga de la automoción en enero, y consiguió una victoria)… es el contexto que explica la irrupción del HDP.
La burguesía turca y el imperialismo apostaron por Erdogan para poder saquear los recursos y los servicios públicos privatizados, mientras aquel mantenía el control de la situación con una combinación de crecimiento económico, represión y demagogia hacia las masas más atrasadas. Sin embargo, se ha convertido en un factor de inestabilidad, suscitando el odio entre la población joven, urbana, trabajadora; no olvidan ni olvidarán la brutal represión de la lucha masiva de hace dos años. Sus palacios de Ankara (con 1.150 habitaciones) y Estambul, según algunos informaciones con grifería de oro, recuerdan a los oprimidos el lujo obsceno en que vivían los sultanes, dentro de un mar de miseria. Turquía sigue hoy a la cola de los índices de desarrollo humano, y el nuevo sultán podría acabar igual que los antiguos…
Los resultados electorales hicieron bajar en caída libre la lira turca y la Bolsa, obligando a una intervención masiva del banco central. El impacto ha sido tal que durante 24 horas Erdogan no dio la cara para valorar las elecciones. La situación está muy abierta. Pese a los rumores insistentes, referentes a la posibilidad de un acuerdo del HDP con el AKP (permitirle gobernar a cambio de cierta relajación en la opresión nacional de los kurdos), Demirtas ha negado categóricamente tal cosa, eso sí, ofreciéndose a negociar una nueva Constitución. Lo más probable es un Gobierno del AKP apoyado por el MHP, que si significa algún tipo de cambio sólo puede ser a peor, o bien un Gobierno extremadamente inestable que acabe desembocando en unas elecciones anticipadas, o directamente esta última opción.
Lo más importante es el ánimo que estos resultados dan al movimiento de lucha contra Erdogan. También son un paso más en la imprescindible unidad del movimiento kurdo por sus derechos democráticos y de la izquierda turca. Una unidad que se expresó claramente en el movimiento de la plaza Taksim, y que sólo puede sustentarse de manera firme en la defensa de un programa revolucionario que aúne las más amplias libertades democráticas, las reivindicaciones económicas y sociales necesarias para conseguir un nivel de vida digno, y la nacionalización bajo control obrero de la banca y las grandes empresas para ponerlas al servicio de la mayoría de la población.
Las elecciones legislativas del 7 de junio han supuesto un duro varapalo no sólo para el presidente islamista Tayip Erdogan sino para la burguesía turca e internacional, que está haciendo grandes negocios gracias a su política. El partido de Erdogan pierde la mayoría absoluta y nueve puntos respecto hace cuatro años (del 50% al 41% de los votos). Mientras, la izquierda entra en el Parlamento con un 13% y 80 diputados. Un resultado muy importante teniendo en cuenta el carácter brutalmente represivo del régimen turco, cuyo aparato del Estado se ha empleado a fondo contra la izquierda, con el objetivo de crear pánico entre la población y de esta manera tratar de mantener las riendas del poder.
Erdogan lleva doce años dirigiendo el Estado con mano dura (los primeros once como primer ministro), y fue elegido en las primeras elecciones presidenciales por sufragio universal de hace un año, con un 52% del voto (con una participación del 74%, teniendo en cuenta que el voto es obligatorio). Este resultado catapultó sus ambiciones; en estas elecciones, pretendía, no sólo mayoría absoluta para su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), como ha estado ocurriendo desde que se presentara a sus primeras elecciones en 2002, sino mayoría de tres quintos para reformar la Constitución. Es decir, 330 diputados, frente a los 258 conseguidos (la mayoría absoluta está en 276). La idea del calificado como “califa” por sus seguidores, era dar un paso más hacia un régimen bonapartista dirigido por él, dictando una Constitución mucho más presidencialista. Y se ha quedado muy lejos de ese objetivo, teniendo el peor resultado desde 2002.
El AKP mantiene el apoyo entre las masas menos avanzadas políticamente del rural de la Anatolia, la Turquía interior. Sin embargo, pierde en todo el Kurdistán, donde antes tenía un buen porcentaje electoral por sus promesas demagógicas de concesiones democráticas, así como en las zonas más industriales (la Turquía europea y la costa egea). Y esto es lo más significativo.
El porcentaje de voto al Partido Republicano del Pueblo (CHP), que representa al sector tradicional, kemalista, del aparato del Estado, se mantiene (pasa del 26 al 25%), y el de la ultraderecha (Partido del Movimiento Nacionalista, MHP) crece del 13 al 16%, reflejando un proceso de polarización.
Irrupción del Partido Democrático de los Pueblos
Pero lo más destacable es que por primera vez un partido claramente de izquierdas, como el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), supere la antidemocrática traba del 10% (impuesta tras el golpe militar de 1980) y llegue al Parlamento, pese a los enormes obstáculos que el Estado burgués utiliza en su contra: calumnias, ataques a sus sedes (más de cien) por parte de bandas del AKP y del MHP toleradas, represión directa (hay miles de presos políticos: sindicalistas, abogados, periodistas, acusados de simpatizar con los derechos de pueblo kurdo…), silencio informativo… El punto culminante de la salvaje campaña de intimidación contra la izquierda ha sido la explosión de una bomba en un mitin del HDP, dos días antes de las elecciones. Un atentado que causó 350 heridos, 30 de ellos graves. Minutos después de la deflagración, cuando quien podía atendía a los heridos, la policía hacía su aparición con bombas lacrimógenas, demostrando su complicidad con este acto terrorista. Al día siguiente, los principales rotativos escondieron la noticia…
El HDP, fundado en 2012, es producto de la confluencia de diversas fuerzas de izquierdas, tanto kurdas como turcas, entre ellas el Partido Democrático de las Regiones (BDP), principal referente electoral kurdo). Se define como anticapitalista y es comparado con Syriza. Su resultado: el 13%, frente al 7% obtenido por la izquierda en 2011 (cuyos candidatos tuvieron que presentarse como independientes debido a las trabas legales impuestas) significa un incremento de tres millones de votos, que sólo se puede explicar por el apoyo masivo en el Kurdistán turco, así como entre los votantes jóvenes y los trabajadores urbanos. La abstención ha sido escasa (14%), y esto ha ayudado al HDP, ya que la población joven, ese 40% que no llega a los 25 años, suele tener una abstención del 50%, y esta vez se ha movilizado. En el Kurdistán hubo una participación del 90%; en Diyarbakir, donde se produjo el atentado días antes de las elecciones, el HDP consiguió un 78,3%; en Hakkari, el 86%; en Sirnak, el 88%; en Van, 70%. También es muy significativo que este partido se haya convertido en la tercera fuerza (12,45%) en Estambul, la capital comercial del país y alejada de la zona kurda, reflejando el importante avance de la izquierda no kurda. Todo ello pese a la machacona campaña de criminalización oficial (de la que son partícipes los supuestos partidos de oposición, CHP y MHP, furibundamente chovinistas) vinculando al HDP con el “terrorismo”. En Turquía la más leve defensa de los derechos democráticos de los kurdos es considerada legalmente como un apoyo al PKK y es penado.
Proceso de auge de la lucha y la conciencia
El dirigente más conocido del HDP, Selahatin Demirtas, es el segundo político mejor valorado, según las encuestas. Tras conocerse los resultados felicitó “a toda la gente que defiende las libertades, a los oprimidos, a los trabajadores, a las mujeres y a todas las minorías”, destacando la “magnífica victoria de la izquierda”.
Era inevitable que, pese a las dificultades, se expresara a nivel electoral todo el descontento acumulado, el aumento en la conciencia, y el auge de la lucha de clases. La oleada de movilizaciones masivas, con epicentro en el parque Gezi y la plaza Taksim de Estambul, hace dos años; las huelgas generales del 2 de junio de 2013 (al calor de esas luchas) y del 14 de mayo de 2014 (tras el accidente minero en Soma, con resultado de casi 300 muertos); y la oleada huelguística en el sector automotriz este año (que se extendió rápidamente desde una factoría de Renault, acabó en huelga de la automoción en enero, y consiguió una victoria)… es el contexto que explica la irrupción del HDP.
La burguesía turca y el imperialismo apostaron por Erdogan para poder saquear los recursos y los servicios públicos privatizados, mientras aquel mantenía el control de la situación con una combinación de crecimiento económico, represión y demagogia hacia las masas más atrasadas. Sin embargo, se ha convertido en un factor de inestabilidad, suscitando el odio entre la población joven, urbana, trabajadora; no olvidan ni olvidarán la brutal represión de la lucha masiva de hace dos años. Sus palacios de Ankara (con 1.150 habitaciones) y Estambul, según algunos informaciones con grifería de oro, recuerdan a los oprimidos el lujo obsceno en que vivían los sultanes, dentro de un mar de miseria. Turquía sigue hoy a la cola de los índices de desarrollo humano, y el nuevo sultán podría acabar igual que los antiguos…
Los resultados electorales hicieron bajar en caída libre la lira turca y la Bolsa, obligando a una intervención masiva del banco central. El impacto ha sido tal que durante 24 horas Erdogan no dio la cara para valorar las elecciones. La situación está muy abierta. Pese a los rumores insistentes, referentes a la posibilidad de un acuerdo del HDP con el AKP (permitirle gobernar a cambio de cierta relajación en la opresión nacional de los kurdos), Demirtas ha negado categóricamente tal cosa, eso sí, ofreciéndose a negociar una nueva Constitución. Lo más probable es un Gobierno del AKP apoyado por el MHP, que si significa algún tipo de cambio sólo puede ser a peor, o bien un Gobierno extremadamente inestable que acabe desembocando en unas elecciones anticipadas, o directamente esta última opción.
Lo más importante es el ánimo que estos resultados dan al movimiento de lucha contra Erdogan. También son un paso más en la imprescindible unidad del movimiento kurdo por sus derechos democráticos y de la izquierda turca. Una unidad que se expresó claramente en el movimiento de la plaza Taksim, y que sólo puede sustentarse de manera firme en la defensa de un programa revolucionario que aúne las más amplias libertades democráticas, las reivindicaciones económicas y sociales necesarias para conseguir un nivel de vida digno, y la nacionalización bajo control obrero de la banca y las grandes empresas para ponerlas al servicio de la mayoría de la población.