El asesinato del influencer ultraderechista Charlie Kirk ha conmocionado la vida política de EEUU. Pero lejos de tratarse de un caso de terrorismo achacable a un activista de extrema izquierda, como numerosos medios de comunicación capitalistas han aireado desde el primer momento, el presunto asesino, Tyler Robinson, es un joven blanco que pertenece a una familia republicana, trumpista acérrima y entusiasta de las armas. Según numerosas informaciones, Robinson podría ser seguidor de una fracción rival de Kirk dentro del movimiento MAGA.

Nada más conocerse el brutal asesinato, que fue transmitido por las televisiones de todo el mundo, Trump atizó su aparato político y mediático para endurecer su política represiva y totalitaria, culpando públicamente a la izquierda y al movimiento de masas que lleva meses saliendo a las calles contra su agenda reaccionaria.

El presidente estadounidense tardó poco en publicar en las redes que respondería dando “una paliza a los lunáticos de la izquierda radical”. Otros, como el diputado republicano Derrick Van Orden, afirmaron que “nos quitamos los guantes” contra la izquierda. Un mensaje repetido hasta la saciedad por medios de comunicación como Fox News, y numerosas figuras del trumpismo, como Laura Loomer, amiga personal de Trump, que llamó a cerrar (ilegalizar) y procesar “a todas las organizaciones de izquierda”.

Como ha ocurrido en otros momentos críticos de la lucha de clases, este tipo de acontecimientos, nunca casuales, buscan generar un shock en la opinión pública y son especialmente útiles para justificar las acciones de sectores de la clase dominante que han optado por una salida totalitaria y fascista.

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El presunto asesino del influencer ultraderechista Charlie Kirk, Tyler Robinson, es un joven blanco que pertenece a una familia republicana, trumpista acérrima y entusiasta de las armas. 

Así ocurrió en 1933, poco tiempo después de que Hitler fuese designado Canciller, con el famoso incendio del Reichstag, causado por los propios nazis, pero que permitió acusar a los comunistas alemanes del mismo, ilegalizar al KPD y detener en una sola noche a 4.000 dirigentes y militantes.  Esta provocación fue un medio para coronar una estrategia política: Hitler obtuvo del presidente Hindenburg la aprobación de un decreto de medidas de emergencia, que suspendía todos los derechos democráticos y abolía en la práctica la democracia parlamentaria. De esta manera, la dictadura nazi nacía de la propia institucionalidad que la República de Weimar había creado.

Aunque no nos encontremos en el mismo punto ni mucho menos, porque la clase obrera y la estadounidense no han sufrido una derrota decisiva ni están paralizados, es indudable que Trump y sus acólitos buscan un desarrollo similar. Minimizarlo o ridiculizarlo es un error catastrófico.

“Uno de nosotros”

En medio de la campaña de desinformación, que ha impactado de plano en organizaciones que se declaran “marxistas”, y que han delirado precipitadamente sobre un supuesto caso de “terrorismo individual” cuando no lo es, fue precisamente el Gobernador republicano de Utah, Spencer Cox, quién señaló por donde iban los tiros: “He rezado para que el asesino fuera de otro país, que no fuera uno de nosotros”. Tras la detención de Tyler Robinson el discurso trumpista se ha visto seriamente cuestionado.

Tal y como plantean numerosas informaciones, Robinson podría ser seguidor de un grupo nazi, los Groypers, para los que Charlie Kirk resultaba moderado. Además, la propaganda prosionista de este último habría desatado la reacción de estos nazis antisemitas, poco amigos de los judíos y de nazi-sionistas como Kirk.[1]

Pero a pesar de que es imposible ocultar esta información, Trump y los suyos no renuncian a su relato, y eso que numerosos detalles del atentado resultan llamativamente sospechosos. La forma en que se produjo y la huida del joven tirador, que se encontrara el arma junto a casquillos con inscripciones supuestamente antifascistas —que parece que corresponden a ciertos códigos de videojuegos a los que Tyler era aficionado—, recuerda a otros montajes del pasado y que han sido muy habituales en la historia de los EEUU, colmada de magnicidios y asesinatos políticos. Además, Charlie Kirk tenía guardaespaldas y un importante equipo de seguridad que parece no se percató de la existencia de un francotirador en el tejado de un edificio a solo 200 metros de la carpa donde se desarrollaba el acto.

Será difícil conocer que ha ocurrido realmente, pero es evidente que Trump y su círculo de confianza están dispuestos a utilizar a fondo este asesinato, en un momento en que la movilización se recrudece contra sus medidas racistas o el genocidio sionista en Gaza, y en que su ofensiva nacionalista enfrenta crecientes dificultades en el plano internacional.

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En medio de la campaña de desinformación, fue precisamente el Gobernador republicano de Utah, Spencer Cox, quién señaló por donde iban los tiros: “He rezado para que el asesino fuera de otro país, que no fuera uno de nosotros”. Y resultó serlo. 

Como hemos señalado en numerosos artículos y declaraciones, la decadencia real del imperialismo norteamericano, y su incapacidad cada vez más evidente de frenar la potencia de China, obligan a la Administración Trump a tomarse muy en serio la guerra contra el “enemigo interno”. Un objetivo que también fue muy relevante para Hitler al llegar al poder, de cara a rearmar a Alemania y recuperar su posición como potencia imperialista.

Esta es la razón de su agresiva política de terror contra la población inmigrante utilizando el ICE —que actúa como un auténtico cuerpo paramilitar al estilo de las SS—, y a la que encierra en cárceles y campos de concentración despojándola de cualquier derecho como en un régimen dictatorial. Este es el objetivo que también tiene el despliegue de militares en ciudades mayoritariamente demócratas y de izquierdas, como ya ha hecho en Los Ángeles y Washington. 

En nombre de la democracia blanquean a un nazi supremacista

Frente a esta brutal ofensiva del trumpismo, tenemos la penosa respuesta de los Demócratas y de sus voceros liberales y progresistas en EEUU y en el resto del mundo, como el diario El País. No se reprimen a la hora de ensalzar a un personaje como Charlie Kirk, y pintan su encumbrada actividad de agitador fascista como ejemplo de lo que debe ser la “democracia”, del sano debate entre todo tipo de ideas, incluidas aquellas que defienden la supremacía racial blanca, la violencia para acabar con la disidencia, la homofobia, el machismo más execrable o el integrismo religioso cristiano.

Charlie Kirk no era un controvertido comentarista político, como tratan de señalar algunos, sino un auténtico militante de extrema derecha que reivindicaba sin pudor la inferioridad racial de la población afroamericana, afirmando que estaban mejor bajo la esclavitud que en la actualidad, y que no dudó en burlarse de George Floyd tras su asesinato por la policía. El mismo que planteaba que la mujer debía ser recluida en el hogar, un fanático antiabortista, un homófobo y un tránsfobo, y un sionista furibundo defensor del genocidio en Gaza justificando sin tapujos el exterminio de hombres, mujeres y niños palestinos. Plantear que era un hábil comunicador y un brillante polemista, es como plantear que Joseph Goebbels era un maravilloso editor de periódicos y un brillante político.

Por otro lado, Charlie Kirk era millonario. Un niño pijo al que su padre prestó dinero para poder montar su imperio mediático ultraderechista y fundamentalista cristiano, que defendía la eliminación de cualquier ayuda social -de las comidas gratuitas para niños pobres en los colegios, por ejemplo, que abogaba por la rebaja masiva de impuestos a los ricos, y la defensa de la propiedad privada y los privilegios de millonarios por encima de todo-. Su supuesta influencia como comunicador no habría sido posible sin la generosa financiación de empresarios y multimillonarios, tal y como también ocurrió con Hitler y los nazis. Este tipo de personajes, presentados como individuos hábiles hechos a sí mismos, cuentan con ingentes recursos para construir sus organizaciones y medios e impulsar sus mensajes masivamente.

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Charlie Kirk era un auténtico militante de extrema derecha, un racista que reivindicaba sin pudor la inferioridad racial de la población afroamericana, un fanático antiabortista, un misógino, un homófobo, un tránsfobo, y un sionista furibundo. 

Pero, a pesar de todo esto, el Gobernador de California, el demócrata Gavin Newsom, que hace unos meses sacaba pecho confrontando con Trump ante el despliegue de la Guardia Nacional en Los Ángeles, y que se postula como uno de los próximos candidatos presidenciales, no se ha cortado un pelo elogiando a este elemento: “La mejor manera de honrar la memoria de Charlie es continuar su trabajo: interactuar entre nosotros, más allá de las ideologías, mediante un discurso entusiasta. En una democracia, las ideas se ponen a prueba con palabras y un debate de buena fe”. Pero el problema del fascismo, o de los nazis, no es que “debatan”, es que nos rompen la crisma, nos encarcelan y nos matan.

El capitalismo es violencia, y el fascismo su máxima expresión

La realidad es que toda esta cháchara sobre la violencia es de una hipocresía sin límites. En primer lugar, porque la ultraderecha y los fascistas siempre despliegan su brutalidad sin cortarse un pelo, contando además con el apoyo y la protección del aparato del Estado, de jueces, policías y militares, que a su vez militan mayoritariamente en sus filas. Así lo hicieron Trump y sus seguidores en el asalto al Capitolio, donde hubo 5 muertos, o así lo hacen todos los días los agentes de ICE, o la propia policía, con un historial de asesinatos de ciudadanos inocentes, y de minorías, sin parangón. Y así ha ocurrido en los innumerables tiroteos y masacres ocurridos en los EEUU, protagonizados mayoritariamente por ultraderechistas y fundamentalistas cristianos, que luego son calificados por los medios de comunicación como locos descarriados, y no como lo que son, ¡fascistas! La diferencia en este caso es que la víctima ha sido tiroteada por uno de los suyos.

Mientras se trata con total connivencia e impunidad a la ultraderecha, las bandas fascistas y los nazis, se actúa con la máxima contundencia cuando se trata de sindicalistas o activistas de izquierdas simplemente por manifestarse, por hacer huelga, o por expresar su opinión en las redes sociales. Ahí tenemos el ejemplo de las protestas de solidaridad con Palestina, reprimidas a sangre y fuego por Trump, y antes, por Biden y los demócratas.

La violencia de clase, de la clase dominante, es la base y fundamento del capitalismo. El capitalismo es pura violencia, como demuestran todas las intervenciones del imperialismo estadounidense a lo largo de la historia, los golpes militares, las masacres de Indonesia, Chile o Argentina contra la izquierda revolucionaria, o el actual genocidio sionista contra un pueblo indefenso. El mismo día que fue asesinado Charlie Kirk, 41 palestinos, muchos niñas y niños, fueron masacrados, pero Trump y su vicepresidente consideran que esos muertos son escoria y están justificados.

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La realidad es que la cháchara sobre la violencia es de una hipocresía sin límites. Mientras el Estado capitalista deja actuar con impunidad a la ultraderecha, reacciona con la máxima contundencia contra sindicalistas o activistas de izquierdas con la menor excusa. 

¿De qué nos hablan todos estos “demócratas”, todos estos liberales y reformistas, que se postran ante el amo de Washington y aprueban el incremento de los presupuestos militares para matar a millones en guerras reaccionarias, o que avalan la persecución de nuestros hermanos inmigrantes simplemente por querer alcanzar una vida mejor?

El asesinato de este supremacista, y la consecuente campaña de la reacción, si algo demuestra es los serios peligros que enfrentamos, que no se podrán conjurar en base a discursos y frases vacías. Los demócratas están demostrando su completa bancarrota desde la victoria de Trump, aceptando en la práctica sus medidas represivas y autoritarias, y sumándose a sus discursos demagógicos contra “el crimen” y la inmigración. Su única alternativa es recurrir al aparato del Estado, a los mismos tribunales que han protegido a Trump tras su asalto al Capitolio, y que ahora avalan sus políticas, encabezados por un Tribunal Supremo ultraderechista a su servicio.

Unas políticas que tienen un claro beneficiario: las grandes corporaciones capitalistas. La reciente cena en la Casa Blanca de los CEO de Apple, Google, Facebook, y del propio Bill Gates, empresario referente de los demócratas, adulando y agradeciendo a Trump todo lo que hace, pone blanco sobre negro la actitud de amplios sectores de la clase dominante norteamericana. Como ocurrió con Hitler, los capitalistas no tienen escrúpulos.

La amenaza del fascismo y de regímenes dictatoriales que acaben con nuestros derechos democráticos, y que nos sumen en la peor de las barbaries como ocurrió en los años 30 y 40 del siglo pasado, no es una invención. Es una realidad que surge de la descomposición del sistema y el fracaso de esta izquierda socialdemócrata asimilada. Negar la evidencia tozuda de la lucha de clases nos desarma. Y contra el avance de la extrema derecha solo vale la organización de nuestra clase, la movilización de masas contundente y la defensa intransigente de un programa revolucionario y socialista.

 

[1]Ironía e instrumentalización: el asesinato de Kirk a manos de un joven blanco incendia la política en EEUU

 

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