El 13 y 14 de junio, en el espacio de pocas horas, los milicianos de Hamas barrían a las fuerzas de Al Fatah en la franja de Gaza. Era la última etapa de los continuos enfrentamientos entre este estas dos organizaciones en los últimos años, especialmente virulento desde el triunfo en las urnas de Hamas en enero de 2006.
El 13 y 14 de junio, en el espacio de pocas horas, los milicianos de Hamas barrían a las fuerzas de Al Fatah en la franja de Gaza. Era la última etapa de los continuos enfrentamientos entre este estas dos organizaciones en los últimos años, especialmente virulento desde el triunfo en las urnas de Hamas en enero de 2006.
El triunfo de Hamas
Aquellos comicios marcaron un cambio en el conflicto palestino-israelí. El triunfo de Hamas expresaba el hartazgo con los dirigentes de la Autoridad Palestina. Al Fatah pagaba en las urnas su entreguismo al imperialismo estadounidense, su incapacidad para liderar la segunda Intifada y una gestión marcada por el nepotismo y la corrupción.
Hamas no tenía ninguna alternativa viable, pero el hecho de aparecer encabezando la resistencia a la ocupación, le permitió capitalizar la retirada israelí de Gaza. Sus redes sociales aparecían como más eficaces frente a las del gobierno palestino y sus candidatos parecían alejados de los escándalos de corrupción, algo especialmente sensible para una población económicamente desesperada.
Desde las elecciones, la estrategia del gobierno israelí y el imperialismo norteamericano ha sido clara: debilitar al gobierno de Hamas utilizando todos los medios a su alcance. Esta estrategia ha contado con el respaldo de la Unión Europea y, en lo fundamental, con el apoyo del gobierno PSOE.
Rápidamente, se decretó el bloqueo económico y la congelación de buena parte de las ayudas internacionales. El dinero que Israel transfiere en concepto de impuestos también fue congelado. Si en Gaza y Cisjordania la situación económica ya era terrible, desde enero de 2006 se ha vuelto insostenible. Actualmente, se calcula que un 81% la población vive por debajo del umbral de pobreza en Gaza y un 46% en Cisjordania.
La actitud del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, ha servido para dar el visto bueno a esta situación. Su estrategia ha sido poner trabas a la gestión de Hamas, utilizando los poderes presidenciales en una soterrada lucha por el poder con el objetivo de minar la base de Hamas. Primero boicoteando la acción del nuevo gobierno, luego presionando para atraer a los sectores "blandos" de Hamas, intentando así imponer buena parte de sus criterios y a sus hombres en el gobierno de unidad nacional sellado en marzo de este año. Este gobierno respondía a las presiones de Arabia Saudí, alarmada porque la política de EEUU en la zona amenaza con llevar la inestabilidad a su propio territorio y, paradójicamente, convertir a Irán en una superpotencia regional. Israel y EEUU no vieron con buenos ojos este gobierno de unidad nacional y no han cejado en su intento de derribarlo. Una vez conseguido, Abbas no ha dudado en echarse en sus brazos y dar un golpe de Estado.
En esta estrategia ha sido clave la lucha por el control de los distintos cuerpos de seguridad. Con la ayuda egipcia e israelí, se ha potenciado a los sectores más degenerados y corruptos de Al Fatah. Se les ha entregado todo tipo de armamento, con la vana esperanza de que en un momento determinado estos cuerpos pudiesen desarmar a la milicia de Hamas y a la policía creada por el gobierno de Ismail Haniya. En Gaza el control de estas fuerzas estaba en manos de Mohamed Dahlan, un lacayo de los servicios secretos norteamericanos, cuyas continuas provocaciones acabaron provocando la respuesta final de Hamas. Es probable que en el interior de esta organización también haya importantes divisiones entre un ala más "pragmática", encabezada por el primer ministro Haniya, y otro sector más duro que sería el que finalmente ha tomado la iniciativa en Gaza, hastiados de las provocaciones de Dahlan.
Golpe de Estado de Abbas
El fracaso de esta estrategia se ha puesto de manifiesto en los últimos acontecimientos. La derrota de las fuerzas de Dahlan ha sido espectacular, reflejando su aislamiento social. Al fin y al cabo, que en sólo dos días y sin apenas resistencia, hayan sido desarmados y expulsados los apoyos policiales del presidente Abbas en Gaza, demuestra que han sido incapaces de minar significativamente la base social de Hamas en Gaza durante este último año y medio.
En Cisjordania, Mahmud Abbas y Al Fatah por ahora mantienen el control. Su base de apoyo es mayor y, sobre todo, cuentan con el respaldo de las tropas de ocupación israelíes, lo que hace imposible una salida como la que se ha visto en Gaza.
La respuesta del presidente Abbas a la ofensiva de Hamas ha sido en la práctica la de dar un golpe de estado, apoyado por el imperialismo occidental (en sus distintas vertientes) y por Israel. Ha formado un nuevo gobierno (saltándose a la torera la propia legalidad palestina) ilegalizado las milicias de Hamas y bloqueado sus cuentas. Ha acompañado estas medidas de otras como el encarcelamiento de destacados dirigentes de Hamas en Cisjordania.
El nuevo gobierno palestino ha recibido la rápida bendición occidental e israelí: EEUU, Europa e Israel ya han anunciado el restablecimiento de las ayudas económicas. También se ha anunciado la liberación de 250 prisioneros palestinos de Al Fatah encarcelados por Israel. Bush ha caracterizado como un gran tipo al nuevo primer ministro palestino, Salam Fayad. La ministra de exteriores israelí ha dicho: "se crea así la oportunidad de trabajar con un nuevo gobierno palestino en la solución de dos estados".
El imperialismo tiene una clara estrategia, apoyar al gobierno colaboracionista de Mahmud Abbas en Cisjordania y cercar Gaza, esperando que el empeoramiento en las condiciones de vida pase factura a Hamas, y así recuperar el control. Conscientes de que este plan no tiene garantizado el éxito, la opción de lanzar una fuerte ofensiva militar contra Gaza sin duda también está siendo barajada por el gobierno israelí, prueba de ello fueron los brutales bombardeos del 27 de junio, la mayor incursión militar desde la salida del ejército israelí de Gaza.
Quieren que el gobierno de Abbas sea su policía en Cisjordania. Para abrir cualquier negociación de futuro Olmert ya ha puesto condiciones, siendo la más clara que "los palestinos tienen que convencerse que deben combatir a los terroristas". En otras palabras, Al Fatah tiene que aplastar a Hamas y queda prohibido hablar de reconciliación o las negociaciones con Hamas. Que Abbas está en sintonía con esta línea lo ratifica el hecho de haber puesto de nuevo ministro de interior a Raqaz al Yahia, enemigo declarado de la segunda Intifada, cesado por este motivo por Arafat en el año 2000.
La clase dominante israelí hace mucho que consensuó una salida para el problema palestino: reconocer una ficción de estado palestino independiente en Gaza y porciones de Cisjordania. Un estado sin continuidad territorial, sin el derecho al retorno para los millones de refugiados, sin control sobre Jerusalén Este. Esa fue la oferta que Barak hizo a Arafat en 2000. El movimiento de resistencia palestino la rechazó y estalló la segunda Intifada. Desde entonces, Israel ha seguido con su agenda: colonizaciones, construcción del muro en Cisjordania que anexiona tierras a Israel, utilización de la Autoridad Palestina como policía contra aquellos que se oponen a sus planes, etc. Para estos planes Israel necesita un interlocutor, un gobierno palestino títere que de el visto bueno.
En este proceso, las claudicaciones de Al Fatah han llevado al fortalecimiento de una fuerza como Hamas, reaccionaria y sin ninguna alternativa, pero que capitaliza la lucha antiimperialista. Ahora el imperialismo empuja a sus títeres a una guerra civil interpalestina que agote el movimiento de liberación nacional, y sobre esa derrota, permita que Abbas u otro traidor den el plácet a la ficción de estado palestino programado por Washington y Tel-Aviv.
El final de este proceso no está escrito. Debilitar a Hamas no va ser fácil. Sus primeras medidas imponiendo orden en una descontrolada Gaza le granjearan más simpatías. En el interior de Al Fatah también hay voces críticas y sectores que piden la recomposición de la situación con Hamas. Estos sectores intentarán basarse en los moderados de Hamas como Haniya, que el 15 de junio declaró: "todavía creo que el camino está abierto para reformular estas relaciones sobre una firme base nacionalista". Lamentablemente, la izquierda palestina no está jugando ningún papel. Según El País, un miembro del FPLP (tercera fuerza en las elecciones de 2006) ha entrado en el nuevo gobierno palestino. Si esto es así, sólo reflejaría una miopía extrema. En Gaza, el FPLP y el FDLP, convocaron una manifestación pacifista por la unidad en plena crisis, algo absurdo. Se trata de ofrecer un programa claro de lucha antiimperialista a las masas. Un programa que vincule la liberación nacional del pueblo palestino con la lucha por la liberación social. Un programa que pueda tener algún efecto en la clase obrera israelí y que pueda separarla de la política reaccionaria de su burguesía en la cuestión nacional. Un programa para que la capacidad de resistencia del pueblo palestino no sea capitalizada por los reaccionarios de Hamas. Se trata de desenmascarar a los colaboracionistas de Al Fatah y a la dirección reaccionaria de Hamas, no de suplicar patéticamente la unidad.
El pueblo palestino lleva sufriendo 60 años. Ha dado un ejemplo a todo el mundo de resistencia y dignidad, pero la tarea de levantar una alternativa socialista que ponga fin a la pesadilla sigue pendiente. Mientras esto no ocurra, la barbarie continuará.