En estos momentos la continuidad de las negociaciones entre el Gobierno israelí de Bibi Netenyahu y la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas está en la cuerda floja. La decisión del israelí de no prorrogar la moratoria de construcción de asentamientos en Cisjordania, el domingo 26, puede dar al traste con el diálogo.
Una espada pende sobre Abbas, que había asegurado una y otra vez a Israel y a su propio pueblo que si continuaba la política de colonización de Palestina rompería la negociación. Incluso, en la Asamblea General de la ONU, fue tajante: Israel debía elegir "entre paz o asentamientos". El mismo día 25 declaraba que sin moratoria no tenía sentido seguir negociando. Sin embargo, cuando expiró el plazo de la moratoria, sin que Netanyahu la prorrogara, Mahmud fue mucho más suave. "No nos precipitaremos en la respuesta", dijo, y decidió pedir consejo a la Liga Árabe, que se reúne el 4 de octubre.
Parece ser que el gobierno de Obama está presionando a ambas partes para mantener las reuniones, al menos hasta finales de noviembre. Obama pretende llegar a las elecciones parlamentarias estadounidenses con una ficción de negociación que ofrecer a la población. Un poco de humo, mientras la violencia del día a día en la zona continúa...
Las reuniones sólo han servido, una vez más, para intentar crear la ilusión de una solución al problema palestino, bajo el paraguas de las diferentes potencias imperialistas. Esto es lo único que puede ofrecer el capitalismo en estos momentos.
La única propuesta que ha trascendido es la de llegar a un acuerdo de delimitación de fronteras (aparcando el resto de temas para después) durante tres meses, meses en los que continuaría la moratoria en la colonización israelí. Esta propuesta implicaría aceptar como hecho consumado, al menos, la existencia de numerosas colonias que recorren como cicatrices el territorio cisjordano. Si, tras el fin de la moratoria, continúan las negociaciones, será un síntoma más de la disposición de Abbas a renunciar a las cuestiones fundamentales en aras de un acuerdo.
Posibilidades de un acuerdo
Hay una posibilidad teórica de un acuerdo. Por un lado, el imperialismo lleva tiempo comprometido con esa idea; los conflictos de Iraq, de Afganistán, le arden en el trasero, y necesita pacificar la zona (a su manera, es decir, manteniendo el control). Por otro lado, Abu Mazén (apodo de Abbas), y la corrupta burocracia de la Autoridad Palestina, han demostrado sobradamente flexibilidad (genuflexiones incluidas), no tendrían problemas en abandonar a su suerte a los millones de refugiados palestinos, a una parte importante de los habitantes de los barrios árabes de Jerusalén (que podrían ser obligados a renunciar a una Jerusalén Este árabe), a los gacetíes, y también a la población cisjordana, que viviría en un ghetto discontinuo, sin un mínimo de recursos económicos (para empezar acuíferos), y al albur del poder económico y militar de Israel. Lo último que hará la dirección de Al Fatah (o al menos la mayoría de ella) será basarse en la movilización del pueblo palestino, que podría ser tan perjudicial para ella (dada su enorme impopularidad) como para el enemigo sionista. Abbas lo deja muy claro: "Ya probamos con la Intifada y nos hizo mucho daño". Nada de veleidades movilizadoras, es decir, negociar sin ninguna fuerza de presión detrás...
Pero esta posible traición a las aspiraciones palestinas tiene formidables obstáculos, muy difíciles de superar. En primer lugar, sólo podría imponerse en base al aplastamiento sangriento de un sector de la población palestina, que muy difícilmente puede resignarse a un futuro tan negro. Incluso si consiguieran controlar la previsible reacción popular, por la combinación de represión, y de desmoralización y falta de dirección de las masas, ese seudo-Estado palestino no podría sostenerse sin el concurso -incluso militar- del sionismo, o del imperialismo. De igual forma que los bantustanes creados por el apartheid sudafricano hubieran colapsado sin el sostén del Ejército, pese a su malograda apariencia de independencia.
En ese escenario, el papel de Hamás sería una incógnita. Se ha opuesto verbalmente a las negociaciones, y aparentemente ha protagonizado acciones terroristas como el asesinato de varios automovilistas israelíes. Sin embargo, Hamás no tiene ninguna alternativa al colaboracionismo de Abbas, ni confianza en las masas. Sólo quieren aferrarse al poder, en Gaza, y la apariencia de radicalismo le sirve para mantener cohesionada a su base social, pero más allá de su verborrea no pretende ningún enfrentamiento serio con el sionismo ni con el aparato de Al Fatah. Por eso, tras la masacre israelí en Gaza de 2008, ha intentado impedir el lanzamiento de cohetes, lo que le ha llevado a choques armados con la Yihad Islámica (próxima a al-Qaeda). Dentro de esta organización integrista coexisten dos sectores (igualmente reaccionarios). Uno más proclive a recuperar apoyo social con acciones terroristas (acciones absolutamente impotentes ante la máquina de matar y destruir sionista, y absolutamente contraproducentes para ganar a una parte de la población israelí). La otra, más dispuesta a la negociación con el imperialismo (y a ser la bota radical del seguidismo de Al Fatah). Como ejemplo de este otro sector, Salah al-Bardauil, portavoz de Hamás en el Parlamento de Gaza. Para él, un acuerdo es posible, sólo con que "todas las partes acepten las resoluciones aprobadas por la ONU" (El País, 27-IX-10). En eso queda su retórica de "destrucción de Israel". Por otra parte, reconoce que Hamás "hace lo posible por evitar que se lancen cohetes desde Gaza (...) porque no nos interesan, sólo conducen a más represalias israelíes y más sufrimiento de nuestra gente. Estamos a favor de la resistencia, pacífica o armada", declara, "pero lo esencial ahora es mantener algo parecido a una tregua". En todo caso, no está descartado que Hamás (o un sector de él) pueda capitalizar un levantamiento frente a un posible acuerdo Abbas-Netanyahu. O incluso podría ser sobrepasado por grupos más radicales. Estas incógnitas son también una dificultad a la hora de alcanzar un acuerdo, por eso sectores de los imperialistas (incluso de los sionistas) quieren incluir a Hamás en las conversaciones, aunque sea de forma secreta.
La reacción sionista
El otro gran obstáculo para un acuerdo de pax imperialista en la zona es la actitud del gobierno y la derecha sionistas y su dependencia del movimiento de colonos, ultraortodoxos y militares. La peculiar burguesía sionista, extremadamente fundida con el aparato del Estado (especialmente, el militar), ha adquirido en las últimas décadas una enorme dependencia de los sectores más reaccionarios y fanáticos de la sociedad israelí: los colonos (medio millón) y los ultraortodoxos o haredim (también medio millón). A estos sectores hay que añadir, desde el colapso de la URSS, los inmigrantes rusos (unos 800.000); éstos, de cultura laica y motivados en su viaje por cuestiones económicas más que de otro tipo, son víctimas del racismo de la mayoría judía instalada en Israel desde su creación o antes, y a la vez son la base electoral de Israel Beitenu, el partido ultranacionalista del ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman.
La pertinaz crisis política y social dentro del propio Israel, que se expresa en una enorme fragmentación política en el Parlamento y una similar fragmentación social, así como en el descrédito de la política oficial y en la polarización a derecha e izquierda, tiene varios efectos políticos. La dirección del Partido Laborista (actualmente, con un apoyo electoral de mínimos) tiende a la derecha y a divorciarse de su base social. Y la derecha tradicional (Likud) tiende a depender más y más de los colonos y haredim. Cualquier paso, aun simbólico, hacia un acuerdo con Abbas, por parte de Netanyahu, supondría en primer lugar la ruptura del Gobierno actual (Likud, Israel Beitenu, y brazos políticos de los ultraortodoxos y colonos, más los laboristas). Y, aunque el Likud tendría mayoría junto a Kadima y el Partido Laborista (más predispuestos a la presión de Obama), la cuestión central es: ¿quién se atreverá a enfrentarse físicamente con siquiera una pequeña parte del medio millón de colonos, para desalojarla? Sólo el Ejército podría hacerlo, pero una gran parte de él podría rebelarse... ¿Quién se enfrentará con los haredim, renunciando a zonas consideradas por ellos sagradas -como la propia Hebrón, una de las principales ciudades cisjordanas-, e históricamente judías? Realmente, enfrentarse a esta poderosa reacción sólo podrá hacerlo una fuerza superior, la fuerza de la mayoría de trabajadores israelíes, palestinos y judíos, armados con un programa por el que valga la pena luchar: el programa de la revolución socialista, de la compartición de los recursos en toda la zona, expropiando a los burgueses sionistas y árabes, reconociendo el derecho de autodeterminación, y neutralizando a los reaccionarios fanáticos de todo tipo.