Al-Assad aún no ha podido aplastar la revolución en Siria, a pesar del uso brutal de la fuerza y de la tremenda debilidad política de los dirigentes de la oposición. A día de hoy los barrios y ciudades rebeldes se alzan una y otra vez contra la actuación sanguinaria y represiva del régimen. Las movilizaciones también se están produciendo en las barriadas de Damasco y en Alepo, las dos ciudades más importantes donde parecía que el apoyo a Al-Assad era más fuerte. También allí la represión ha sido atroz: el viernes 22 de junio el ejército sirio ametralló una manifestación en Alepo asesinando a diez asistentes; al día siguiente, 131 opositores fueron asesinados en distintas localidades sirias, incluyendo Damasco y Alepo. La ONU calcula 11.000 muertos desde que comenzó la revolución en Siria.

Fracaso del plan de paz de la ONU

El 16 de junio los observadores de la ONU ratificaban el fracaso del llamado “plan de paz” propuesto por Kofi Annan para Siria. Realmente, este plan, auspiciado por todas las potencias imperialistas, buscaba un acuerdo entre el gobierno sirio y la oposición que mantuviera bajo control el país. Pero este acuerdo es hoy por hoy imposible. Rusia e Irán siguen sosteniendo a Al-Assad para mantener su influencia regional y porque consideran que sin Al-Assad la revolución y la desestabilización política se extendería por toda la zona. Están dispuestos a sacrificar al dictador sólo a cambio de un gobierno fuerte y que mantenga intacto sus actuales intereses económicos y políticos. Turquía, Francia, Reino Unido y Arabia Saudí, siguen apostando por impulsar y armar una oposición contrarrevolucionaria que descarrile la lucha de las masas. Estas potencias quieren recuperar áreas de influencia, debilitar a Irán y aplastar de una vez la revolución en el mundo árabe.
El reciente episodio del avión turco derribado pone de manifiesto que sectores de la burguesía de estos países estarían muy interesados en una intervención militar en Siria, siempre que EEUU la dirigiera. Desde el Pentágono se descarta esta posibilidad por el momento, por las implicaciones que tendría en todo Oriente Medio y la cercanía de las elecciones en EEUU. No deja de ser revelador que una de las primeras proclamas del nuevo presidente francés Hollande haya sido su disposición a intervenir en Siria, reflejando los apetitos imperialistas de la antigua potencia colonial. En cualquier caso, estos países —y EEUU e Israel— están financiando y armando al Ejército Sirio Libre (ESL), compuesto por militares desertores del ejército oficial.
Represión y sectarismo

La represión del gobierno impulsa a decenas de jóvenes y a soldados desertores hacia el ESL. Pero en la defensa contra la represión no vale emplear métodos sectarios que siembran la división en líneas religiosas y étnicas muy del agrado de Al-Assad y de los imperialistas. Los mandos del ESL dicen rechazar la pertenencia de sus miembros a ningún partido político, sin embargo, no sólo están financiados y armados —y controlados— por el imperialismo, sino que coquetean constantemente con llamamientos sectarios a la yihad y permiten la infiltración de lunáticos fundamentalistas en sus filas. Las masas quieren defenderse, pero las tácticas del ESL —crear zonas liberadas militarmente, atentados terroristas, violencia sectaria contra las minorías alauitas, cristianas y chiitas— fortalecen al gobierno y ponen la lucha en un plano —el estrictamente militar— desfavorable para las masas. 
Además, hoy el imperialismo ofrece armas e instructores, pero ese apoyo no es gratuito. Mañana pueden seguir los pasos que siguieron en Libia. El objetivo de las masas no puede ser derribar a Al-Assad para reemplazarlo por un gobierno igual de monstruoso controlado desde Ankara y Riad.

Por una política de independencia de clase

Por eso, la defensa de la revolución pasa por una política de independencia de clase: ¡Ninguna confianza en ninguna potencia imperialista! El movimiento necesita un programa revolucionario, genuinamente socialista y laico: expropiación de la banca y las empresas y tierras que pertenecen a los imperialistas, la oligarquía siria y a la familia de Al-Assad, bajo el control de los trabajadores, y el reconocimiento de todos los derechos democráticos, incluida la autodeterminación del pueblo kurdo.
Sin un programa de estas características, en primer lugar no se solucionará ninguno de los problemas que realmente afectan a las masas sirias y que provocaron la revolución. El capitalismo en Siria —y en todo el mundo árabe— sólo puede significar horror sin fin y regímenes como el de Al-Assad.
Pero además, y como está sucediendo, sin una política de independencia de clase, que apueste por confiar en las fuerzas de los oprimidos para transformar la sociedad y acabar con el capitalismo, inevitablemente se termina bailando al son de una u otra potencia imperialista: de EEUU y sus aliados, o de Rusia e Irán.
La experiencia del mundo árabe demuestra que la clave es apostar por la movilización de masas de la clase obrera, la huelga general insurreccional en la industria del país y la formación de comités de barrios y fábricas. Éstos son los métodos que podrían dar el jaque a Al-Assad.

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