¡La revolución debe luchar contra la represión criminal del ejército y la amenaza integrista!
¡Por el socialismo en el mundo árabe, por el derrocamiento del capitalismo!
El 30 de junio los jóvenes y trabajadores egipcios escribieron una nueva página heroica en la revolución iniciada en 2011. En aquel momento lograron acabar con la odiada dictadura de Hosni Mubarak y en esta ocasión derribaron el gobierno reaccionario de la Hermandad Musulmana presidido por Mohamed Mursi.
El impresionante movimiento de masas que movilizó a millones en todo el país el pasado mes de junio, dejó en evidencia el principal problema al que se enfrenta la revolución: la ausencia de una dirección a la altura de las circunstancias históricas, que con un programa marxista pueda llevar la revolución hasta la victoria acabando con el poder de la burguesía, de la cúpula militar y de sus aliados imperialistas. La falta de esta dirección, o mejor dicho, los políticos burgueses, liberales y arribistas que se auparon sobre los hombros del movimiento de las masas, permitieron que el 3 de julio la cúpula del Ejército se hiciera de nuevo con el poder mediante un golpe de estado, expropiando así a la revolución de su triunfo político: la caída del gobierno integrista de Mursi.
Tras el derrocamiento de Mubarak, el Ejército ya estuvo al frente del gobierno demostrando su carácter contrarrevolucionario: su intención no es cambiar nada fundamental en la sociedad egipcia sino preservar lo máximo posible del viejo orden, los privilegios de los capitalistas egipcios, los intereses del imperialismo y, por supuesto, los beneficios económicos que disfruta la jefatura del propio Ejército y que han sido amasados a lo largo de las últimas cinco décadas al amparo de la dictadura de Mubarak y de los EEUU.
Un ejército al servicio del capitalismo egipcio y del imperialismo estadounidense
Es un error identificar a la actual cúpula militar con Nasser o el Comité de Oficiles Libres que dieron el golpe de estado en 1952 e inauguraron un período histórico de conquistas sociales para las masas. Los altos oficiales que hoy están al frente de esta institución han sido entrenados y armados durante décadas por EEUU. Los intereses de clase, burgueses, de los jefes militares egipcios son evidentes, y forman parte fundamental de la oligarquía capitalista: “Presiden más 16 grandes fábricas, no sólo producen armas, sino toda una serie de productos domésticos, desde lavavajillas a calentadores, ropa, productos farmacéuticos… Construye autopistas, desarrolla viviendas, hoteles, escuelas… es uno de los mayores terratenientes, dirige una enorme red de granjas lechereas, ganaderas, piscifactorías… Gana miles de millones de dólares y sus operaciones no están incluidas en la contabilidad nacional. No se publican sus cuentas ni se supervisan. Sus asuntos económicos se mantienen totalmente en secreto y con la nueva constitución siguen bajo protección de la ‘seguridad del estado’… Temen a las masas aún más (que a los islamistas), el auténtico gobierno civil podría acabar con el sistema de masiva corrupción militar y patronazgo que durante décadas ha existido en Egipto, un sistema que da al ejército un control sin obstáculos del 40% de la economía egipcia, se trata de ‘un estado dentro del Estado’”. [1]
A pesar de su retórica secular y del enfrentamiento con la Hermandad Musulmana, ambos sectores (Ejército e integristas) coinciden en su intención de aplastar la revolución de las masas. Tanto el ejército como los capitalistas egipcios, al igual que el imperialismo norteamericano, quedaron petrificados por la radicalización y fuerza del movimiento de masas del pasado mes de junio, cuando el espíritu de la revolución proletaria se dejó sentir incluso con una fuerza más arrolladora que en febrero de 2011. Por eso el golpe de estado del 3 de julio fue apoyado entusiastamente tanto por la burguesía egipcia como por el imperialismo. La propia administración estadounidense reconocía que dos días antes del golpe, el general Dempsey, Jefe del Estado Mayor Conjunto de EEUU, se reunió con su homólogo egipcio. Pocas horas después las fuerzas armadas egipcias daban un ultimátum de 48 horas para que gobierno y oposición llegaran a un acuerdo. El objetivo era impedir que las masas en las calles fueran más allá de los límites permitidos: que el derrocamiento del gobierno reaccionario de la Hermandad Musulmana acabará en una insurrección general contra el sistema capitalista. Lo que estaba en juego era la supervivencia del régimen capitalista en Egipto y los efectos que un movimiento de estas características podría tener en todo el mundo árabe, en Turquía (que recientemente se ha visto sacudida por una movilización de masas sin precedentes), incluso en la Siria desgarrada por la guerra civil. Con este golpe los capitalistas egipcios y el imperialismo también buscan restaurar el equilibrio perdido tras dos años y medio de revolución, cambiar la correlación de fuerzas, hasta ahora favorable al campo revolucionario.
Represión feroz
Nada más llegar al poder el Ejército desató una campaña de ajuste de cuentas contra la Hermandad Musulmana, Mursi sigue detenido junto a otros 19 destacados dirigentes y más de 1.000 militantes de la Hermandad. Los enfrentamientos armados entre el ejército, la policía y los seguidores de Mursi se sucedieron diariamente hasta la masacre del 14 de agosto, donde la intervención militar provocó, según fuentes del Ministerio de Sanidad, 638 muertos y por lo menos 4.200 heridos.
Aunque inicialmente los jóvenes y trabajadores mantuvieron una actitud de cierta pasividad respecto al enfrentamiento entre los islamistas y el ejército, la niebla sobre el carácter del golpe comenzó a disiparse y la furia popular se intensificó debido a la escalada de la represión y, sobre todo, tras la masacre del 14 de agosto. Poco a poco, comenzaron a movilizarse nuevas capas que iban más allá de la base social tradicional de los islamistas, sobre todo la juventud urbana. Al día siguiente de la masacre, miles de personas en todo el país desafiaron el estado de emergencia y el toque de queda. Esta situación sembró las luces de alarma entre los propios dirigentes de la Hermandad Musulmana que públicamente mostraron su preocupación ante la posibilidad de perder el control de las protestas y que éstas, junto con la represión militar, desencadenaran un nuevo desafío revolucionario de las masas. Rápidamente desconvocaron las movilizaciones y uno de sus portavoces, Gehad El-Haddad, reconocía que la situación “está fuera de control. Siempre ha existido ese miedo. Y con cada masacre, se incrementa. El verdadero peligro surge cuando los grupos de personas enfadados por la pérdida de sus seres queridos, comiencen a movilizarse”. [2]
Inicialmente, el Ejército pretendía actuar en nombre del movimiento de masas que derribó a Mursi “para restaurar la democracia”, pero sus acciones han demostrado que sólo pretenden regresar a la situación que existía antes de la caída de la dictadura. Se ha restablecido el estado de emergencia y el toque de queda que existía con Mubarak, han reactivado las antiguas unidades de seguridad de Mubarak, y dos tercios de los 27 nuevos gobernadores provinciales elegidos el 13 de agosto son militares o generales de la policía, algunos con “muestras públicas de hostilidad hacia la revolución de 2011” [3]
“Lo que ha experimentado Egipto desde el golpe ha sido el regreso sistemático del ejército y la policía a la vida política, mediante detenciones arbitrarias, cierres de medios de comunicación [el último Al Jazeera] y el tiroteo indiscriminado de manifestantes… El aparato de seguridad se está vengando de los últimos dos años en los que se sintió amenazado por la posibilidad de un nuevo orden que finalmente les ajustara las cuentas. Desde el golpe ha comenzado a sentir que de nuevo tiene el control y está dispuesto a golpear duro a todo aquel que le desafíe, cualquiera que sea su ideología”. [4]
El Ejército y el gobierno utilizan como excusa el peligro de la violencia islamista y la presunta “guerra contra el terrorismo” para acabar con cualquier foco de resistencia. En última instancia, el objetivo de esta represión es la clase obrera egipcia, que es la principal fuerza motriz de la revolución. Un ejemplo es la intervención militar en la huelga y ocupación de Suez Steel, una acería privada que entre fijos y subcontratados cuenta con más de 4.000 trabajadores. Después de tres semanas de huelga para exigir el pago de los salarios atrasados, el ejército rodeó la fábrica, entró violentamente y detuvo a dos de sus dirigentes utilizando la excusa de la “infiltración islámica”. El objetivo era acabar con la huelga y amedrentar a los trabajadores, y la respuesta de la plantilla fue ocupar la fábrica y paralizar una de las principales autopistas del país. Lo mismo sucedió el 17 de agosto con la huelga de Scimitar Petroleum Company y a finales de mes con la huelga en el textil de Mahalla, una lucha que continúa mientras la ciudad está rodeada de tanques y militares.
A pesar del estado de emergencia y la represión, las huelgas en estas empresas estratégicas y la respuesta de la juventud a la masacre del 14 de agosto demuestran que la revolución aún no ha escrito su capítulo final. La situación está muy lejos de la estabilidad, el país atraviesa una severa crisis económica que ha obligado a pedir un préstamo al FMI, a cambio de liberalizar aún más la economía y eliminar subsidios sobre productos básicos. El gobierno interino ya ha anunciado la “racionalización” del combustible y se estudian reducir subsidios al pan y otros productos básicos. Las mismas medidas que provocaron una explosión social contra Mursi. Un mes después del golpe y antes de la represión del 14 de agosto, una encuesta del Centro Egipcio para Estudios de los Medios y Opinión Pública mostraba que un 69% de la población rechazaba el golpe frente al 25% que lo apoyaba; sin duda hoy la diferencia es aún mayor y eso significa que el gobierno interino y el ejército cada vez tienen menos margen de maniobra.
El golpe militar y la izquierda egipcia
El golpe militar ha contado con el apoyo de la inmensa mayoría de las organizaciones burguesas y pro capitalistas, pero también, salvo honrosas excepciones, con el de organizaciones de izquierda. Con el pretexto de combatir a los integristas, que en efecto son enemigos declarados de la revolución socialista, muchas organizaciones de la izquierda (de tradición estalinista sobre todo) han abandonado cualquier posición de clase y se han echado en brazos de la Junta Militar, apoyando el golpe o negándose a calificar como tal la intervención del Ejército. Un ejemplo es la deplorable posición del Partido Comunista de Egipto, que aunque correctamente otorgan a las masas el triunfo del derrocamiento de Mursi, han justificado el golpe militar como una corrección de “la trayectoria de la revolución [para] quitársela a la extrema derecha religiosa (…)”, considerando la actual etapa que se vive en Egipto como “una revolución democrática con una orientación social y patriótica”. [5]
Los dirigentes de los sindicatos no sólo se han alineado junto al Ejército, sino que están dispuestos a realizar el trabajo sucio de la Junta Militar contra la clase obrera. El presidente de la Federación de Sindicatos Independientes de Egipto, Kamal Abu-Eita, ocupa el puesto de Ministro de Trabajo e Inmigración y lo primero que hizo fue pedir a los trabajadores que pusieran fin a de las huelgas y se convirtieran en “adalides de la producción”. El objetivo de los militares y los capitalistas de lograr la paz social no será tan sencillo de alcanzar. La revolución ha despertado el espíritu de combate de la clase obrera egipcia, y esto se ha traducido en una encarnizada oleada de huelgas por mejoras salariales y laborales, así como por la creación de sindicatos democráticos y de clase, que a pesar de las vacilaciones y en algunos casos las traiciones de sus dirigentes, cuentan con una afiliación de más de dos millones de trabajadores.
No pocos intelectuales de izquierda han justificado el golpe del ejército como un triunfo de la “democracia” sobre las oscuras fuerzas de la reacción islámica. Seguir por este camino sólo puede conducir al desastre. De la misma manera, decir que el Ejército ha acabado con un “gobierno electo democráticamente”, como supuestamente era el de la Hermandad Musulmana, es abandonar un punto de vista de clase. Mursi fue elegido por una minoría en las urnas, e inmediatamente en el poder empezó a traicionar todas sus promesas, a gobernar siguiendo los dictados del FMI, a privatizar y entregar numerosas empresas públicas a los capitalistas afines, llegando a pactos con el Ejército para que no se juzgara a los responsables militares de las masacres en los días de la revolución de 2011, ni a los que habían colaborado y se habían beneficiado de la dictadura de Mubarak. Mursi no es un amigo de la “democracia”, sino todo lo contrario: es un enemigo jurado de la revolución y de los revolucionarios, igual que la dirección de la Hermandad Musulmana.
En realidad, tanto el Ejército como la Hermandad Musulmana son igualmente contrarrevolucionarios, defienden intereses de clase semejantes, aunque tengan vínculos y aliados internacionales que no son los mismos. Ambos pretenden preservar las relaciones de propiedad capitalistas, pero responden a camarillas y secciones de la clase dominante que no pocas veces tienen intereses económicos que chocan y rivalizan. A pesar de sus diferencias políticas o ideológicas, están unidos por su odio a la clase obrera y el pánico al triunfo de la revolución.
Por una alternativa de lucha revolucionaria y socialista
Las organizaciones obreras necesitan un programa independiente de clase, ofrecer una alternativa de lucha revolucionaria y socialista que impida la consolidación del régimen militar, que denuncie con vigor las masacres que han perpetrado en estos meses, y que señale que esta violencia contra los integristas pretende, entre otros fines, imponer un estado de terror en la sociedad para paralizar la revolución: mañana esta misma violencia, pero redoblada, se utilizará contra los trabajadores, contra el pueblo revolucionario. Por eso hay que luchar contra el régimen militar con una alternativa socialista, que una a los oprimidos independientemente de sus creencias, y evite la violencia y la división sectaria. Una carta utilizada anteriormente por la Hermandad Musulmana en sus ataques sectarios contra los coptos, y que no dudará en utilizar tanto la burguesía egipcia como el imperialismo para desviar a las masas del camino de la revolución. Con esa perspectiva a la vista, el gobierno norteamericano en agosto nombró embajador en Egipto a Robert Ford, artífice junto a John Negroponte de los escuadrones de la muerte iraquíes y hasta hace un mes embajador en Siria.
Los últimos acontecimientos también corroboran que no hay ningún sector de la clase capitalista o de sus representantes políticos capaces de jugar un papel progresista en la sociedad. Bajo el sistema capitalista no hay solución para los problemas de las masas egipcias, ni perspectiva alguna de un régimen de “democracia estable”. La única salida es llevar la revolución hasta el final, expropiando la inmensa riqueza del país de las manos de los capitalistas egipcios y sus amos imperialistas para ponerla a disposición de las masas oprimidas. Una revolución que sólo puede triunfar si se convierte en una revolución socialista, y al frente de ella se sitúa una organización marxista consecuente, que llame a las masas egipcias y de todo el mundo árabe a la tarea de derrocar el capitalismo.
NOTAS
1 B. Lando. Egyptian Military: a State Within a State. Counterpounch.org
2 El Mundo. 15/8/13
3 The Economist. 17/8/13
4 The Guardian. 16/8/13
5 Entrevista a Salah Adli, Secretario General del Partido Comunista de Egipto. Publicada en el órgano de prensa del CC del Partido Tudeh de Irán