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¡El problema está en el modo de producción!

Reciclar y potenciar comportamientos más ecológicos es algo positivo y cada vez más personas se suman a ello, fruto de la genuina preocupación que existe por la degradación ambiental. Pero estas soluciones individuales no resuelven el problema central. Al mismo tiempo, las constantes campañas publicitarias sobre la concienciación personal, que siempre ocultan este tipo de datos, tienen otro objetivo: señalarnos a todos por igual como responsables, evitando apuntar a los grandes monopolios y al propio modo de producción capitalista.

Como indica el sociólogo ambientalista Allan Schnai­berg, “la decisión de qué formas alternativas de producción se ofrecerán a los consumidores no está en sus manos. Permanece en las manos de una pequeña minoría de individuos muy poderosos (…) cuyo poder reside en su acceso a la producción de capital. Es en esas decisiones [de la producción] cuando los sistemas sociales y los ecosistemas interactúan por primera vez”.[1]

Ya hemos señalado que la producción capitalista no está determinada por el “consumo”, en el sentido de atender racionalmente a las necesidades sociales existentes, sino por la sed de ganancias y de acumulación de capital que impone la lógica del sistema.[2] La producción se desarrolla sin planificación, de ahí las recurrentes y devastadoras crisis de sobreproducción. La permanente guerra por la apropiación del mayor beneficio posible, los mercados y los recursos implica un modelo caótico y depredador.

El capitalismo se ha globalizado por completo, creando un mercado mundial del que ninguna economía ­puede desacoplarse, y en él participan cientos de millones de tra­bajadores que crean valor mediante la venta de su fuerza de trabajo, pero cuyo fruto va directamente a los bolsillos de una minoría de multimillonarios que detentan la propiedad de los grandes medios de producción y pueblan los consejos de administración de las multinacionales, bancos y fondos financieros. Ellos acumulan beneficios obscenos mientras la pobreza afecta a miles de millones.

Una de las razones del fracaso de todos los acuerdos climáticos es que cada burguesía nacional y cada empresa se niega a perder peso en el mercado mundial, rechazando adoptar medidas ecológicas que impliquen un coste y, por tanto, una pérdida de competitividad. En un contexto de crisis como el actual estas tendencias se agravan, tal y como estamos viendo con el desarrollo de la guerra comercial exacerbada por EEUU y China. Bajo las reglas del sistema no es posible planificar la producción racionalmente, es decir, no es posible regular la relación entre la producción y la naturaleza, ya que las grandes potencias están en constante guerra entre sí, contra la clase trabajadora y contra la propia naturaleza.

El mejor ejemplo lo podemos encontrar en el mercado de producción de alimentos, determinante para la supervivencia humana. Uno de los argumentos utilizados desde Malthus ha sido la escasez de alimentos respecto al crecimiento de la población. Sin embargo, tanto en la época de Malthus como ahora, el problema del hambre no es consecuencia de un exceso de población o de la falta de alimentos, sino del modo de producción. Se produce suficiente comida para alimentar adecuadamente a todos los seres humanos que habitan la Tierra y a muchas generaciones de descendientes, pero el orden social actual impide que el hambre desaparezca:

“El mundo actualmente produce cereales suficientes para garantizar a cada ser humano 3.500 calorías diarias. ¡Suficiente para que la mayoría de la gente engorde! Y esta estimación ni siquiera tiene en cuenta muchos otros productos alimenticios comunes, como vegetales, legumbres, frutos secos, tubérculos, frutas, carnes de pasto o pescado. De hecho, si todos estos alimentos son considerados conjuntamente, hay suficientes alimentos para garantizar casi dos kilos de comida por persona al día. Esto incluiría 1,13 kilos de cereales, legumbres y frutos secos, 450 gramos de fruta y vegetales, y otros 450 gramos de carne, leche y huevos”.[3]

Por otro lado, el desarrollo de las fuerzas productivas ha permitido incrementar, entre 1967 y 2007, las cosechas mundiales en un 115%, al tiempo que la tierra dedicada a la agricultura aumentaba tan solo un 8%,[4] desmintiendo el falso argumento de que no hay suficiente extensión de tierra en el planeta para producir alimentos para toda la población.[5]

A pesar de esto, casi mil millones de personas pade­cen hambre y otros mil millones no consiguen los nutrientes necesarios para mantener una buena salud. Paradójicamente, el 60% de ellos son pequeños agricultores y el 20% jornaleros o campesinos sin tierra, responsables, según la FAO, de la producción de gran parte de los alimentos consumidos en los países desarrollados. Pero bajo el capitalismo la comida se produce para aquel que pueda pagarla, no para atender las necesidades humanas.

Esto explica que el 40% de todos los cereales cosecha­dos en el mundo se destinen a la industria ganadera, causando una gran parte de la deforestación mundial,[6] ya que la producción de carne genera enormes beneficios. Otra parte de las cosechas de cereales, como el maíz por ejemplo, se emplea en la producción de biocombustibles,[7] aunque eso signifique dejar de lado las necesidades alimenticias de un amplio sector de la población.

Como cualquier otra mercancía, los alimentos son objeto de mercadeo, en este caso en la Bolsa de Chicago. Cuando estalló la crisis económica de 2007-2008, el precio de los alimentos se duplicó condenando a millones al hambre. No fue el resultado de malas cosechas o falta de producción, sino de la especulación en busca de nuevas oportunidades de negocio frente a la contracción del sector inmobiliario y financiero. Al tiempo que millones de personas caían en las garras del hambre, monopo­lios de la alimentación como Cargill o ADM incrementaban sus beneficios en un 36% y un 67% respectivamente, y Monsanto, el gigante del sector agroquímico, lo hacía en un 44%.

El capital excedente busca siempre nuevas oportunidades allí donde pueda obtener el máximo beneficio a corto plazo, incluso a costa de generar necesidad y miseria, tal y como señalaba el diario El País en un artículo estremecedor de 2011 titulado El hambre cotiza en bolsa[8]. En el mismo, Alan Knuckman, experto en el mercado de materias primas y excorredor de la Bolsa de Chicago, calificaba las hambrunas, consecuencia de la especulación, como “efectos colaterales no deseados del mercado”. Uno de los detonantes de la Primavera Árabe y de numerosos levantamientos populares en países pobres, ha sido el alza de los precios de los alimentos, sobre ­todo del pan: en estas naciones la población dedica un 70% de su misérrimo presupuesto familiar a cubrir sus necesidades alimentarias.

Marx señaló tempranamente esta contradicción:

“(…) Pero la dependencia del cultivo de los diversos productos agrícolas con respecto a las fluctuaciones de los precios de mercado, y el constante cambio de ese cultivo con tales fluctuaciones de precio, todo el espíritu de la producción capitalista, orientado hacia la ganancia directa e inmediata de dinero, contradice a la agricultura, que debe operar con la totalidad de las condiciones vitales permanentes de las generaciones de seres humanos que se van concatenando”.[9]

Muchos de estos países, que hoy se ven obligados a importar alimentos, eran exportadores netos hace solo dos o tres décadas. Es el caso de México, que hasta los años noventa del siglo pasado producía maíz para alimentar a su población y para exportar, y que depende actualmente del maíz norteamericano. El modo de producción capitalista, dominado por los grandes monopolios y una visión cortoplacista con el objetivo de incrementar sus ganancias ha impuesto en muchos países monocultivos, empobreciendo los ecosistemas, el suelo y, como consecuencia, la propia producción agrícola.

A pesar del dominio de estos monopolios sobre el mercado mundial de alimentos, ayudados por ingentes subvenciones públicas en el caso de las multinacionales europeas y norteamericanas, dos tercios de la producción mundial de comida siguen dependiendo de pequeños productores. Sin embargo, estos no pueden escapar a la dictadura del gran capital, que entre otras cosas determina el precio de las cosechas, arruinando a muchos de ellos o manteniéndoles en una situación de completa precariedad y dependencia.

Diversos estudios han señalado la posibilidad de una mayor productividad del suelo mediante granjas y explotaciones sostenibles, aplicando una agricultura mixta,[10] sin la ineficiencia que representa a medio plazo la agricultura industrial de monocultivo de los grandes monopolios capitalistas. Y, si bien los avances científicos suponen un enorme paso adelante, estableciendo las condiciones para desarrollar una agricultura racional y armónica, su aplicación bajo el capitalismo se convierte en su contrario, ya que “todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de este [del suelo] durante un lapso dado” se convierte en “un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad”.[11] Fruto de este funcionamiento depredador, EEUU ha perdido el 90% de sus plantas hortícolas y frutícolas y “de las 30.000 variedades de semillas que se cultivaban en la India, ahora solo se cultivan 12 en el 75% del territorio nacional”.[12]

Un buen ejemplo de todo esto fue la llamada revolución verde[13] en los años setenta, que abrió las puertas a la agricul­tura de monocultivos en los países menos desarro­llados. Una revolución que impulsaron grandes multinacionales agroquímicas como Monsanto, generando nuevos tipos de pesticidas y semillas en beneficio de empresas y agricultores ricos. Miles de pequeños productores quedaron a merced de las multinacionales, arruinándose cuando ya no pudieron comprar más sus semillas y pesticidas.

Quizá el caso más extremo es el de la semilla genéticamente modificada Terminator, patentada por Monsanto, y diseñada para autodestruirse y volverse inservible, obligando así a los agricultores a comprar nuevas semillas cada año. Una auténtica aberración contra las leyes naturales de la genética, contra la capacidad de las propias plantas de generar nuevas semillas más duraderas y mejor adaptadas. Finalmente, fruto de una campaña mundial de denuncia y de protestas, la compañía se comprometió a renunciar a su uso, aunque sigue conservando la patente.

Una de las consecuencias más dramáticas de esa revo­lución verde fue el accidente en la planta de la multinacional Union Carbide en Bhopal, India, donde murieron en torno a 8.000 personas fruto de la fuga de un gas venenoso y posteriormente, a lo largo de años, otras 20.000. Gran parte del agua de la zona quedó contaminada y se siguen produciendo nacimientos de bebés con defectos congénitos. La alarma del tanque que sufrió el escape no funcionaba desde hacía cuatro años, el equipamiento previsto para neutralizarlo estaba desactivado desde hacía tres semanas, y el 70% del personal había sido suspendido de sueldo por negarse a incumplir las normas de seguridad. Una vez que la empresa dejó de recibir las rentabilidades esperadas de dicha revolución verde se despreocupó por completo, con estas terribles consecuencias. Cuando, tras años de litigios, el Gobierno indio renunció a continuar con la acusación contra Union Carbide, sus acciones se dispararon en bolsa.

Actualmente uno de los problemas más serios del cambio climático, pero sobre todo del modo de producción capitalista, es el agotamiento de la tierra cultivable. Un informe de la FAO de 2011 señalaba que el 25% de los suelos del mundo están degradados de forma severa.

Los avances científicos deberían combinarse con el conjunto de los conocimientos agrícolas existentes, considerando no solo la producción inmediata sino la futura, la degradación y restitución del suelo, el mantenimiento de la biodiversidad, y el respeto a los diferentes equilibrios existentes en los ecosistemas y en la naturaleza en su conjunto.

La naturaleza en Marx y Engels. Crítica de la explotación irracional de la tierra

El trabajo, por tanto, no es la fuente única de los valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es el padre de esta, como dice William Petty, y la tierra, su madre.

Karl Marx[14]

Tanto Marx como Engels estudiaron y analizaron en profundidad el problema de la tierra, al considerarla, como a toda la naturaleza, una fuente de riqueza. Fruto de ello desarrollaron una propuesta ecológica y sostenible del sistema de producción, criticando la tendencia del capitalismo a explotar y agotar la naturaleza sin contemplaciones.

Marx anticipó la imposibilidad de que el capitalismo pudiera desarrollar una agricultura racional y científica capaz de atender tanto las necesidades humanas como al necesario equilibrio ecológico, garantizando la restitución de los nutrientes y la fertilidad de los suelos: “(…) la agricultura racional es incompatible con el sistema capitalista (pese a que este promueve su desarrollo técnico), y que necesita la mano de los pequeños campesinos que trabajan personalmente, o bien el control de los productores asociados”.[15]

En tiempos de Marx y Engels la sobreexplotación de la tierra ya era una realidad. El propio Marx estudió en profundidad la obra del químico y agrónomo alemán Justus Von Liebig, y sus análisis sobre la degradación de los suelos por el desarrollo de la agricultura capitalista. En aquel momento tanto Gran Bretaña como EEUU sufrieron una importante crisis de nutrientes, viéndose obligados a importar abonos de otras partes del mundo para poder garantizar su producción agrícola: “En los últimos diez años —observa Liebig en 1862— los buques británicos y norteamericanos han explorado todos los mares y no hay una islita o una costa que no haya escapado a su búsqueda de guano”.[16]

Para garantizar el suministro de guano, el Gobierno de EEUU se apropió de 94 islas en todo el mundo entre 1856 y 1903. Cuando a finales del siglo XIX, el presidente chileno José Manuel Balmaceda anunció la nacionalización de la industria del guano, Gran Bretaña impulsó un golpe de Estado y una guerra civil que acabó con la derrota y el suicidio de Balmaceda, ¡y todo por el control de excrementos de pájaros! Marx señaló que el hecho de que Inglaterra tuviera que importar dichos abonos, o incluso semillas, desde países lejanos, ponía en evidencia la inviabilidad de una agricultura sostenible y racional bajo el capitalismo.

Marx entendía la naturaleza como “el cuerpo inorgánico del hombre (…) con el cual debe permanecer en continuo intercambio para no morir”.[17] Esta concepción, en la que el ser humano y la naturaleza son un todo, reivindica la necesidad de un permanente equilibrio entre ambos, una propuesta ecológica y dialéctica de la actividad social. Marx explica que el ser humano, a través del trabajo, vive en una permanente interacción metabólica con su entorno, “un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza”.[18] Dicha interacción se ve gravemente alterada bajo el actual modo de producción.

En los sistemas económicos anteriores al capitalismo también existía esa brecha, pero a un nivel infinitamente menor. La expansión e interconexión sin ­precedentes de la producción ha supuesto que “el capitalismo sea menos dependiente de ecosistemas particulares y de otras condiciones naturales localizadas”. En las economías precapitalistas también se alteraba y degradaba la naturaleza, pero se chocaba más rápidamente con los límites materiales impuestos por dicha degradación (agotamiento de recursos, desertificación, etc.) fruto del escaso desarrollo de las fuerzas productivas y del carácter local y no mundial de la producción. De ahí que “el saqueo y degradación sin precedentes de las condiciones naturales [bajo el capitalismo] no haya, hasta ahora, amenazado seriamente la reproducción y expansión de este sistema económico”.[19]

Fruto de esta comprensión de la importancia de la naturaleza, y siguiendo a Liebig, Marx criticó la expoliación de la tierra y señaló sus limitaciones para devolver la misma la riqueza que se le había arrancado:

“La preponderancia incesantemente creciente de la población urbana (…) perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. (…) Y todo el progreso de la agricultura capitalista no es solo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo (…) Este proceso de destrucción es tanto más rápido, cuanto más tome un país a la gran industria como punto de partida y fundamento de su desarrollo. La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”.[20]

La crítica de Marx no implicaba preconizar el retorno a las formas precapitalistas de producción, igualmente expoliadoras del medio ambiente. Marx señalaba que el capitalismo permite que se “arranque ese plustrabajo[21] de una manera y bajo unas condiciones que son más favo­rables para el desarrollo de las fuerzas productivas (…) que bajo las formas anteriores de la esclavitud, la servidumbre, etc.”.[22] Es decir, que crea las condiciones, el potencial, para una sociedad socialista en armonía con el ser humano y la naturaleza.

En su opinión: “la fertilidad no es una cualidad natural, como cabría pensar, sino que está estrechamente ligada a las relaciones sociales de la época”.[23] Es decir, no es un valor absoluto: su desarrollo o su decadencia depende de diversos factores. El aspecto fundamental es utilizar los conocimientos científicos y la técnica, en constante evolución, para desarrollar la producción, la agricultura o la ganadería, manteniendo un equilibrio respetuoso entre las necesidades ecológicas y humanas. Este enfoque está descartado en el orden social dominante, donde la producción para el lucro privado es el motor de las fuerzas productivas.

Durante los siglos XVIII y XIX en Gran Bretaña, como parte de lo que Marx denominó la acumulación primitiva, se llevó adelante la política de cercamientos,[24] que implicó la expropiación masiva de tierras comunales y de pequeños campesinos en beneficio de la emergente clase capitalista. Entre 1761 y 1844 se aprobaron 2.500 actas de cerramiento por el Parlamento británico, que implicaron la privatización de cuatro millones de acres, a lo que hay que sumar otros 750.000 acres como consecuencia de las guerras napoleónicas. Casi cinco millones de acres, el 15% de toda la superficie cultivable de Inglaterra.

El propio Marx comenzó su acción política en la Gaceta Renana criticando estas políticas de privatización y expropiación contra los pobres, atacando las leyes de la Dieta Renana[25] que criminalizaban y sancionaban duramente la recogida de madera caída de los bosques. Desde su perspectiva, la propiedad privada de la tierra y los recursos naturales resultaría en un futuro tan incomprensible como lo sería hoy la propiedad de un esclavo:

“Desde el punto de vista de una formación económico-­social superior, la propiedad privada del planeta en manos de individuos aislados parecerá tan absurda como la propiedad privada de un hombre en manos de otro hombre. Ni siquiera toda una sociedad, una nación o, es más, todas las sociedades contemporáneas reunidas, son propietarias de la tierra. Solo son sus poseedoras, sus usufructuarias, y deben legarla mejorada, como boni patres familias [buenos padres de familia], a las generaciones venideras”.[26]

El desarrollo del capitalismo ha implicado la expropiación y expulsión de sus tierras de millones de campe­sinos y la privatización progresiva de la misma y de todos los recursos naturales. Incluso el aire, como vemos actualmente con el mercado de emisiones de CO2.

Este proceso no ha dejado de desarrollarse a nivel global en beneficio de multinacionales y fondos de inversión. Desde 1960, según diversos estudios, se han privatizado en favor de las llamadas megagranjas y los monocultivos, en manos de grandes monopolios capitalistas, más de 140 millones de hectáreas, el equivalente a toda la superficie combinada de Francia, Alemania y el Estado español.[27] Solo entre 2002 y 2012 se privatizaron 203 millones de hectáreas de tierra, 106 millones en países en desarrollo, la mayoría aprovechando la crisis alimenticia de 2007 que arruinó a millones de campesinos pobres.[28]

La contradicción ciudad-campo. Planificación urbana y contaminación

El desarrollo capitalista ha llevado a su máxima expresión la oposición entre la ciudad y el campo, lo que supone en primer lugar la alienación del ser humano respecto a la naturaleza. Engels trató en detalle esta cuestión en su obra clásica Contribución al problema de la vivienda, realizando una crítica contundente al desarrollo descontrolado, insalubre e insostenible de los centros urbanos, algo aún más evidente hoy.

Tanto Marx como Engels destacaron que, fruto de este antagonismo exacerbado, los desechos de la producción capitalista fabril y agrícola, en vez de ser restaurados a la tierra se convertían en fuente desordenada de contaminación:

“La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo no es pues solo posible, es ya una inmediata necesidad de la producción industrial misma, como lo es también de la producción agrícola y, además, de la higiene pública. Solo mediante la fusión de la ciudad y el campo puede eliminarse el actual envenenamiento del aire, el agua y la tierra; solo con ella puede conseguirse que las masas que hoy se pudren en las ciudades pongan su abono natural al servicio del cultivo de las plantas, en vez de al de la producción de enfermedades”.[29]

Esta es la realidad de todas las grandes ciudades. La polución del aire, fruto del crecimiento del mercado auto­movilístico, causa anualmente la muerte a casi nueve millones de personas en todo el mundo, un millón en Europa, y en torno a 10.000 en el Estado español. En 1974, un informe del Senado de EEUU ya señalaba que “viajar en automóvil es posiblemente el método más ineficiente de transporte ideado por el hombre”.[30] Según diversos estudios realizados en Gran Bretaña, sustituir los viajes en coche con dos o tres personas por el desplazamiento en autobús y ferrocarril implicaría una reducción de las emisiones del 80%. Sustituir el coche en viajes de media y larga distancia por el ferrocarril las reduciría, a su vez, en un 92%.

La falta de planificación urbanística fruto de la propiedad privada de la vivienda y la especulación capitalista, así como los deficientes o inexistentes sistemas públicos de transporte, potencian esta situación. Millones se ven obligados a viajar durante horas para ir a sus puestos de trabajo, ya que viven alejados de los centros urbanos expulsados por la especulación inmobiliaria. Por otro lado, ciudades con 7, 10, 15 e incluso más de 20 millones de habitantes resultan completamente ineficientes y ecológicamente insostenibles.[31]

Si la población viviera cerca de sus empleos, se reduciría drásticamente la contaminación al limitarse la circulación de vehículos. Para ello la vivienda debería dejar de ser una mercancía objeto de especulación y comercio, y fuente de opresión para millones de personas. Una oferta suficiente de vivienda pública y asequible permitiría planificar la ordenación urbana, los servicios sociales, los equipamientos sanitarios, educativos y culturales en base a las necesidades de la población, que viviría así de una forma más equilibrada a lo largo del territorio.

La España vaciada es un buen ejemplo de las consecuencias del modo anárquico de producción y organización social del capitalismo. Muchas de estas zonas, con servicios públicos adecuados, trabajo digno y buenas comunicaciones no tardarían en repoblarse, reduciendo drásticamente las aglomeraciones urbanas.

Por otro lado, la planificación y organización terri­torial de la producción también permitiría reducir drásticamente el transporte de comida y mercancías, que supone al menos el 7% de todas las emisiones según el Foro Internacional del Transporte.[32] En el Estado español, por ejemplo, entre 1995 y 2007 las food miles[33] se incrementaron en un 17,8%, y se da el fenómeno de “tres producciones tradicionalmente autóctonas cuya importación supone entre diez y quince veces los impactos ambientales de su producción local: los garbanzos de México (9.000 kilómetros), las manzanas de Francia e Italia (2.000 kilómetros) o el vino de Chile (12.000 kilómetros)”.[34]

Por otro lado, habría que invertir en infraestructuras 100% ecológicas de transporte público gratuito y no contaminante. Sin embargo, Gobiernos y ayuntamientos encarecen constantemente el precio del transporte y recortan en personal e infraestructuras, al tiempo que adoptan medidas ecológicas solo en beneficio de los más ricos.

Es el caso de los llamados impuestos al diésel, que dio lugar al movimiento de los chalecos amarillos en Francia, o del cierre del centro de las ciudades a los coches de gasolina o diésel. Estas medidas, que podrían ser positivas, perjudican a la clase trabajadora y a los sectores más pobres, que carecen de recursos para cambiar de coche o para acceder a un coche eléctrico. Al mismo tiempo suponen una nueva oportunidad de negocio para la industria del automóvil, deseosa de una renovación del parque automovilístico. De ahí que magnates capitalistas como Elon Musk, fundador de Tesla y Pay Pal, proclamen que “necesitamos una revuelta contra la industria de los combustibles fósiles”.

Sin olvidar que el impulso de servicios públicos gratuitos que realicen tareas las domésticas más pesadas, desde lavanderías a comedores, además de contribuir a terminar con la esclavitud que sufre la mujer trabajadora, también reducirían drásticamente el consumo energético de los hogares, racionalizándolo.

Existen los medios y la tecnología para adoptar todas estas medidas, pero no pueden realizarse sin tocar la gran propiedad capitalista. Solo así se podrá resolver la brecha antiecológica entre la ciudad y el campo, desapareciendo las ineficientes, contaminantes e insalubres megaciudades: “Solo una sociedad que haga relacionarse armónicamente sus fuerzas productivas según un único y amplio plan puede permitir a la industria que se establezca por todo el país con la dispersión que sea más adecuada a su propio desarrollo y al mantenimiento o a la evolución de los demás elementos de la producción”.[35]

El marxismo y la ecología

Marx y Engels abordaron en profundidad la relación del ser humano con la naturaleza, estableciendo una concepción sostenible y ecológica del socialismo basada en el equilibrio entre sociedad y medio ambiente. Muchos de sus escritos denuncian la degradación medioambiental que ya generaba el capitalismo de su época, señalando la alienación del hombre respecto a la tierra (naturaleza). Marx subrayó que el comunismo, “es la resolución definitiva del antagonismo entre el hombre y la naturaleza”.[36]

“La libertad en este terreno solo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo en vez de ser dominados por él como por un poder ciego; que lo lleven a cabo con el mínimo empleo de fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana”.[37]

A pesar de todo, una amplia campaña de difamación se ha desatado desde sectores de la izquierda reformista acusando al marxismo de ser una ideología antiecológica, desarrollista y productivista. Marx y Engels, los padres del socialismo científico, destacaron el enorme potencial de desarrollo de las fuerzas productivas para la resolución de las necesidades sociales si estuvieran sometidas a un orden basado en la cooperación democrática y la planificación. Esto les llevó a denunciar el carácter expoliador del capitalismo respecto a la naturaleza, y su ­incapacidad para hacer efectivo dicho potencial. En la sociedad ­actual, los avances en la producción, en la ciencia y en la tecnología, que permitirían una organización superior en armonía con la naturaleza, cubriendo plenamente todas las necesidades humanas, se quedan en eso, en puro potencial que no se puede hacer realidad.

Como señaló Engels:

“Cada día que pasa conocemos mejor las leyes de la naturaleza y estamos en condiciones de prever las repercusiones próximas y remotas de nuestras injerencias en su marcha normal (...) nos va enseñando, poco a poco, a ver claro acerca de las consecuencias sociales indirectas y lejanas de nuestra actividad productiva, lo que nos permite, al mismo tiempo, dominarlas y regularlas. Ahora bien, para lograr esta regulación no basta con el mero conocimiento. Hace falta, además, transformar totalmente el régimen de producción vigente hasta ahora y, con él, todo nuestro orden social presente”.[38]

Existen los medios, la tecnología, el conocimiento, pero su aplicación requiere de un nuevo tipo de organización social, el socialismo, donde ya no regirá la cruda ley del beneficio capitalista.

Ese intento de desacreditar al marxismo trata de identificarlo con el industrialismo desaforado y antiecológico del estalinismo, causante de la destrucción del mar de Aral o de la catástrofe nuclear de Chernóbil. Para ello, se establece un hilo de continuidad entre el Estado obrero democrático de tiempos de Lenin, fruto de la Revolución de Octubre, y la posterior degeneración totalitaria de la URSS. No nos extenderemos en un asunto que no es el objeto de este artículo, pero la degradación del medio ambiente bajo el régimen estalinista era la consecuencia inevitable de la destrucción de la democracia obrera y la existencia de una casta privilegiada de burócratas que expoliaba en beneficio propio los recursos de la sociedad, jugando el mismo papel reaccionario que la burguesía bajo el capitalismo.

Todos los que acusan a Marx sin haberse tomado la molestia de leer y analizar sus escritos fundamentales, también ocultan que Lenin y el Gobierno bolchevique desarrollaron políticas medioambientales muy ambiciosas en defensa de la naturaleza. En la Rusia zarista la destrucción del medio ambiente se había convertido en un serio problema, especialmente la tala indiscriminada de los bosques o la caza intensiva de especies como el alce, lo que dio lugar al surgimiento de un importante movimiento conservacionista.

Tras la Revolución de Octubre, los bolcheviques aprobaron el Decreto de la Tierra, que expropió y nacionalizó todas las propiedades de los terratenientes y la burguesía, declarándola propiedad pública. Posteriormente, y ante la evidencia de la tala indiscriminada de los bosques, se redactó en 1918 el Decreto de los Bosques, protegiendo completamente de la tala una parte muy significativa de los bosques de la nueva República Soviética.

En 1919 se aprobó un decreto para limitar la caza, prohibiendo completamente la del alce y acabando con las temporadas libres de caza en verano y en invierno. Pero sin duda, el proyecto más importante fue la creación en 1921 de los zapovedniki, reservas o parques naturales, a petición del agrónomo Podialpolski, que dio luz al Decreto sobre la protección de la Naturaleza, los Jardines y los Parques, estableciéndose la primera de dichas reservas en el Delta del Volga.

Tal y como indica Douglas Weiner: “bajo Lenin, la URSS mantuvo uno de los enfoques más audaces respecto a la conservación de la naturaleza en el siglo XX. Los organismos soviéticos reservaron vastas porciones del país prohibiendo en las mismas el desarrollo comercial, incluido el turismo. Estos ‘zapovedniki’, o reservas naturales, estaban destinados únicamente al estudio ecológico. Los científicos buscaron comprender mejor los procesos biológicos naturales a través de estos laboratorios vivientes”. [39]

Fruto de esta política, la URSS fue puntera en el ámbito de la ecología a lo largo de los años 20, destacando científicos como V. I. Vernadski, que en 1926 publicó su famoso estudio La Biosfera, o N. I. Vavilon. De hecho, “mientras los modelos de ecología occidentales tendían aún a basarse en modelos reduccionistas, lineales, con una orientación teleológica, dirigidos a la sucesión natural, la ecología soviética exploraba el desarrollo de modelos dialécticamente más complejos, dinámicos, holísticos y coevolutivos”.[40] Posteriormente, con el ascenso del estalinismo muchos de ellos cayeron en desgracia, imponiéndose las concepciones mecanicistas, productivistas y anticientíficas de Lysenko.[41]

¿Es el Green New Deal una alternativa?

Desde el estallido de la crisis económica de 2007-2008, millones de personas han salido a las calles para luchar contra los recortes y la austeridad, contra el desmantelamiento del estado de bienestar, por los derechos de la mujer trabajadora y, también, contra el cambio climático y la degradación acelerada del medio ambiente.

Las huelgas mundiales protagonizadas por millones de jóvenes y las movilizaciones multitudinarias en ciu­dades de todo el mundo son otro reflejo de la pro­funda crisis que padece el sistema capitalista. Los efectos del cambio climático cada vez tendrán un peso mayor en la lucha de clases, y quienes pagarán principalmente sus consecuencias serán, como siempre bajo este sistema, la clase trabajadora y los oprimidos. Por eso es tan necesario levantar una alternativa ecologista anticapitalista y revolucionaria que vaya a la raíz del problema.

En este contexto han surgido iniciativas como el conocido Green New Deal[42], impulsado en EEUU por la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez. En el Estado español, formaciones como Podemos o Más País han asumido también estas posiciones. Sin embargo, el problema fundamental del Green New Deal y de todos los que lo imitan es que siguen insistiendo en regular el capitalismo para que se vuelva razonable, ­verde y ecológico.

Héctor Tejero y Emilio Santiago en ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal tratan de sistematizar las ideas y soluciones de este Green New Deal u Horizonte Verde.[43] Aunque se señalan datos que confir­man la responsabilidad de las élites en la crisis ecológica, rápidamente lo matizan: “Aunque la responsabilidad de las élites en la extralimitación ecológica es desproporcionada (…) la conjura de los intereses creados alrededor de la expansión permanente de la producción y el consumo no la sostiene exclusivamente el 1%”. Posteriormente se vuelve a señalar que “cuando dio comienzo la Gran Aceleración que inauguró el Antropocentro, las ­mejoras en el nivel de vida, tanto de las élites globales como de grandes sectores de las clases medias y trabajadoras de todo el planeta, incluyendo países periféricos, se han produci­do a costa de precipitar la crisis ecológica hasta extremos insospechados (…)”.[44]

Resumiendo. El problema es el desaforado crecimiento económico y “las mejoras en el nivel de vida” de vastas capas de la población. Se asume así la propaganda de la clase dominante, que describe el problema exactamente en estos términos. En consecuencia, también se propone que “pequeños cambios de hábitos, si son asumidos por grandes mayorías sociales, pueden tener unos impactos de gran envergadura en el ahorro de recursos”.[45] De nuevo los argumentos neomalthusianos, obviando el problema central de la propiedad privada.

También se propone “regresar a formas de ­capitalismo socialmente más razonables que eran predominantes antes de los años setenta”, conservando “la propiedad privada de medios de producción, pero limitando su acumulación disfuncional e injusta bajo el pretexto de su utilidad social”, introduciendo en la Constitución española “una función ecológica de la propiedad como hoy lo hace la función social de la propiedad —artículo 32.2 de la Constitución española—”.[46]

¿Capitalismo socialmente razonable de antes de los años setenta? ¿Acaso se refieren al capitalismo de los años treinta que desembocó en la dictadura nazi y la Segunda Guerra Mundial? ¿O al de la posguerra, que dio lugar a las guerras de Corea y Vietnam o al sistema de segregación racial en EEUU? ¿Se refieren a ese capitalismo socialmente razonable que se vivía en el Estado español bajo la dictadura franquista o en Portugal con la de Salazar? ¿O al de los golpes de Estado en África, Asia y América Latina para garantizar los intereses de las multinacionales norteamericanas?[47]

Además, ¿es que acaso ese artículo 32.2 de la Consti­tución, sobre la función social de la propiedad, se ha aplicado o tiene alguna vigencia real? ¿Ha impedido que se practicaran desahucios a familias que no tenían adonde ir, incluso con hijos o familiares discapacitados a su cargo? ¿Por qué iba a ser distinto ahora introduciendo la función ecológica de la propiedad en la Constitución?

La propuesta estrella del Green New Deal, tanto aquí como en EEUU, es la puesta en marcha de un Plan Marshall ecológico que represente un alto porcentaje del PIB (3,4 o 5%), de cara a eliminar definitivamente los combustibles fósiles y hacer la estructura productiva 100% ecológica. Según sus teóricos, este plan de inversiones permitiría además crear decenas de miles de nuevos puestos de trabajo verdes, con salarios dignos, al servicio de una economía sostenible.

Técnicamente esto es hoy completamente posible. Un estudio de la Universidad de Stanford, dirigido por Mark Z. Jacobson, señalaba que el 100% de la energía mundial, para cualquier fin, podría ser suministrada mediante viento, agua y recursos solares en el año 2030. Otro estudio del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas señalaba que el 77% de las necesidades energéticas mundiales podrían atenderse con energías renovables para el año 2050.[48]

El problema no es la viabilidad material de dicho objetivo, sino cómo lograrlo. Y es aquí donde de nuevo chocamos con las leyes del capitalismo. Por un lado, se plantea imponer impuestos a las grandes fortunas y, por otro, emitir deuda publica, “green quantitative easing (GQE o expansión cuantitativa verde)”. Es decir, en ningún caso se propone superar la lógica capitalista mediante la lucha de clases, expropiar política y económicamente a la burguesía para levantar un orden social realmente democrático, sostenible y socialista. Al contrario, se aboga textualmente por “una alianza interclasista que asocie los intereses de la ciudadanía, de los movimientos sociales ecologistas, y de empresas lucrativas grandes y pequeñas”, pero buscando “desempotrarse del imperativo de la maximización de beneficios”.[49]

¿Por qué iba a ser posible ahora involucrar a las mismas grandes empresas capitalistas que están boicoteando la lucha contra el cambio climático? ¿Por qué aceptarían reducir o ceder sus beneficios empresariales? ¿Cuál es la razón para suspender el imperativo de la maximización de beneficios que ha dominado el capitalismo desde sus orígenes? Esta es la célebre tesis que nos intenta presentar el capitalismo de rostro humano y ecológicamente sostenible como un objetivo alcanzable, bandera tradicional de socialdemócratas y verdes desde hace mucho tiempo y a la que se han sumado las nuevas formaciones de la izquierda reformista.

El Green New Deal busca la colaboración y el acuerdo con los capitalistas, pero sin tocar la propiedad privada de los medios de producción. El problema fundamental, como ha ocurrido hasta ahora, es que los capitalistas no pueden ni van a aceptar ninguna subida de impuestos, que se toque su propiedad, que se reduzca la jornada laboral o que se creen empleos verdes con salarios dignos. Y si se emiten bonos, sean verdes o no, los utilizarán como un medio de especulación para impulsar sus negocios e incrementar sus ganancias. Por otro lado, aunque existe la tecnología para llevar a cabo dicha transformación, los capitalistas, y más en el contexto actual de decadencia y crisis, se niegan a realizar las inversiones necesarias ya que obtienen más beneficios de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y de la especulación.

Todas estas propuestas, que parecen completamente lógicas ante la sociedad, son absolutamente incompatibles con los intereses del capital. La clave, en definitiva, es la lucha de clases. Solo a través de la misma, mediante la organización y la lucha consciente de las y los trabajadores, se consigue imponer en un determinado momento límites temporales a la explotación capitalista, ya sea respecto a la jornada laboral o a la degradación medioambiental y el saqueo de los recursos naturales.

Estos supuestos teóricos, sin citar ni un solo argumento que refute las posiciones de Marx, Engels, Lenin o Trotsky, no dudan en tratar de desacreditar las ideas del marxismo, tergiversándolas y confundiéndolas con los crímenes del estalinismo. Señalan arrogantemente que “la crisis ecológica inaugura, por tanto, una nueva era de crítica anticapitalista, en la que el marxismo no tiene el monopolio de la comprensión histórica ni de la proposición de alternativas”, indicando a continuación que “la transición poscapitalista se juega en una lógica no de revolución permanente, como soñaba el viejo trotskismo, sino de reforma permanente”.[50] Sí, en efecto. Como profetas del nuevo reformismo sin reformas corren a salvar el sistema capitalista, y con un cubo vacío pretenden apagar el incendio que está arrasando el planeta.

¡Por un ecologismo anticapitalista y revolucionario! ¡Es la hora del socialismo!

Durante muchas décadas el discurso dominante ha buscado domesticar y volver ecológico el capitalismo, pero la dinámica del sistema siempre ha rechazado tales postulados y por eso hemos llegado a la catastrófica situación actual. Un buen ejemplo es la abierta traición de muchos partidos verdes a los propios principios con los que nacieron. Aceptando la lógica capitalista han participado en numerosos Gobiernos en toda Europa sin romper con las políticas antiecológicas y contaminantes del gran capital, impulsando políticas de recortes, privatizaciones y desregulaciones.

El mejor ejemplo es el del Partido Verde alemán, que participó junto al SPD en el Gobierno entre 1998 y 2005, llevando adelante el mayor programa de ajustes y privatizaciones desde la posguerra y que aprobó, siendo ministro de Exteriores[51] un destacado activista ecologista, los brutales bombardeos de la OTAN contra el pueblo serbio en los que se utilizó munición de uranio empobrecido. Esta ha sido también la dinámica de los Partidos Verdes en Irlanda o Suecia.

Recientemente hemos visto que ante la presión de la movilización, los Parlamentos de Canadá, Gran Bretaña, el Estado español y ahora el Europeo aprobaban declaraciones sobre la “emergencia climática”, para inmediatamente continuar con las mismas políticas procapitalistas que siguen contaminando y destruyendo el planeta. Tan solo 24 horas después de aprobar dicha declaración, el Ejecutivo canadiense confirmaba la decisión de construir la segunda línea del oleoducto Trans Mountain para transportar 300.000 barriles de petróleo extraídos de las arenas de alquitrán de Athabasca, y cuya obra supondrá un impacto nefasto para el ya de por sí maltrecho ecosistema de la zona.

No se trata por tanto de gestionar mejor el capitalismo, sino de acabar con él. Es urgente y necesario expropiar las principales palancas de la economía y ponerlas bajo el control democrático de la población, de las y los trabajadores. Solo de esta manera podremos comenzar a planificar la producción siguiendo criterios exclusivamente científicos y sociales, en beneficio de la inmensa mayoría de la población, garantizando el equilibrio ecológico y la sostenibilidad, restaurando los recursos y riquezas que recibimos y tomamos de la naturaleza.

Necesitamos dar un paso al frente y comenzar a revertir los efectos catastróficos que el sistema capitalista y su modo de producción están causando en el planeta.

Durante los últimos años hemos asistido a una auténtica rebelión país tras país contra las políticas de austeridad y los recortes. Dichas políticas contribuyen directamente a multiplicar el caos capitalista y la miseria entre millones de personas, y también a la degradación ambiental y la destrucción de numerosas fuentes de riqueza natural como el agua, la biodiversidad, los océanos y el aire. Es necesario impulsar un movimiento ecológico anticapitalista que no acepte la lógica del sistema y que, basándose en la fuerza de los movimientos que hemos visto estos últimos años, fusione las reivindicaciones ecológicas con las reivindicaciones sociales, señale a los culpables, los capitalistas, y exija su expropiación como clase. Solo así podremos construir un mundo que supere la debacle ecológica que se cierne sobre la humanidad, un mundo socialista liberado de cualquier tipo de opresión.

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 Notas. 

[1].     Ian Angus y Simon Butler, op. cit., p. 194.

[2].     Tal y como explicó Marx, “no son las necesidades existentes las que determinan la escala de la producción sino que, por el contrario, es la escala de la producción —siempre creciente e impuesta a su vez por el mismo modo de producción— la que determina la masa del producto”. Karl Marx, El Capital. Tomo I. Capítulo VI (inédito). Resultados del proceso inmediato de producción. Siglo XXI Editores, 1997, p.76.

[3].     Las cifras de este capítulo se encuentran en el libro citado de Ian Angus y Simon Butler.

[4].     Informe The Future of Food an Farming del Gobierno británico del año 2011 (assets.publishing.service.gov.uk/government/uploads/system/uploads/attachment_data/file/288329/11-546-future-of-food-and-farming-report.pdf).

[5].     Este es uno de los argumentos centrales del conocido documental medioambientalista Cowspiracy.

[6].     El 80% de la deforestación de la Amazonia se debe a este hecho.

[7].     En 2009 los productores de biocombustibles en EEUU utilizaron una cantidad de maíz equivalente a las cosechas combinadas de Canadá y Australia.

[8].     elpais.com, 4/9/2011.

[9].     Karl Marx, El Capital. Tomo III. Siglo XXI Ediciones, 1981, p. 795 (nota a pie de página 27).

[10].   Combina el cultivo de diversos productos simultáneamente y la práctica de la ganadería, lo que permite enriquecer notablemente el suelo, tanto con los propios residuos generados por el ganado como por su acción al consumir las hierbas del campo. “En 1998 el huracán Mitch mató a 9.000 personas y causó una enorme destrucción a lo largo de América Central. Se estima que Honduras perdió la mitad de sus cosechas, mientras 70.000 casas quedaron dañadas. Posteriormente, un estudio del movimiento Campesino a Campesino comparó casi 2.000 granjas sostenibles y convencionales de Nicaragua, Honduras y Guatemala. Concluyeron que las granjas que utilizaban métodos sostenibles, como el intercultivo (policultivo) y el cultivo de cobertura (diversos cultivos plantados para mejorar la fertilidad del suelo y la biodiversidad) sufrieron menos daños que las granjas cercanas a zonas donde crecían monocultivos. La diferencia era significativa; las granjas sostenibles tenían de un 20 a un 40% más de capa vegetal y menor erosión que las otras”. Mikecz y Vos (2016) observaron que, aunque la productividad de la mano de obra de las pequeñas explotaciones es baja, la de sus tierras es la más alta. En el caso de las grandes explotaciones se da la relación inversa, es decir, la productividad de su mano de obra es la más alta, pero la de sus tierras es la más baja (www.fao.org/3/a-I7658s.pdf).

[11].   Karl Marx, El Capital. Tomo II, p. 612.

[12].   elpais.com/sociedad/2013/11/21/actualidad/1385061002_895-

485.html.

[13].   Es la denominación usada internacionalmente para describir el importante incremento de la productividad agrícola, y por tanto de alimentos, entre 1960 y 1980 en Estados Unidos y extendida después por numerosos países. Consistió en la adopción de una serie de prácticas y tecnologías, entre las que se incluyen la siembra de variedades de cereal (trigo, maíz y arroz principalmente) más resistentes a los climas extremos y a las plagas, nuevos métodos de cultivo (incluyendo la mecanización), así como el uso de fertilizantes, plaguicidas y riego por irrigación, que posibilitaron alcanzar altos rendimientos productivos.

[14].   Karl Marx, El Capital. Tomo I, p. 53.

[15].   Karl Marx, El Capital. Tomo III, p. 150.

[16].   John Bellamy Foster, La ecología de Marx, p. 235. El guano es una sustancia formada por la acumulación de excrementos de ciertas aves marinas y mamíferos que se encuentra en gran cantidad en las costas del Océano Pacífico de América del Sur y se utiliza como abono.

[17].   Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos. Fondo de Cultura Económica, 1962, p. 110.

[18].   Karl Marx, El Capital. Tomo I, p. 215.

[19].   Paul Burkett, Marx and Nature. A Red and Green Perspective. Haymarket Books, 2014, p. 68.

[20].   Karl Marx, El Capital. Tomo I, pp. 612-613.

[21].   Trabajo que excede el trabajo necesario para la producción de los bienes requeridos para mantener la existencia del trabajador. Bajo el capitalismo el plustrabajo se convierte en plusvalía que se apropia el capitalista. Este exceso de trabajo es una representación de la riqueza creada por la sociedad, que bajo el socialismo se apropia la sociedad colectivamente, permitiendo entre otras cosas la reducción drástica de la jornada laboral de cara a que los seres humanos se desarrollen plenamente como tales. La cita continúa así: “De esta suerte, esto lleva por un lado a una fase en la que desaparecen la coerción y la monopolización del desarrollo social por una parte de la sociedad a expensas de la otra; por el otro, crea los medios materiales y el germen de las relaciones que en una forma superior de la sociedad permitirán ligar ese plustrabajo con una mayor reducción del tiempo dedicado al trabajo material en general, pues con arreglo al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, el plustrabajo puede ser grande con una breve jornada laboral global, y relativamente pequeño con una extensa jornada laboral global” (Karl Marx, El Capital. Tomo III, p. 1043).

[22].   Karl Marx, El Capital. Tomo III, p. 1043.

[23].   Karl Marx, Miseria de la Filosofía, Respuesta a la filosofía de la miseria de P. J. Proudhon. Siglo XXI Editores, 1987, p. 111.

[24].   Consistía en apropiarse de la tierra, cercándola, para expulsar violentamente a los campesinos. Este proceso, que implicó durante décadas una auténtica guerra civil en el campo, se generalizó en Europa con el desarrollo capitalista, acabando con los recursos comunales y generando, como explica Marx, la mano de obra libre necesaria para el desarrollo industrial en las ciudades, que conformaría el moderno proletariado. En Escocia, por ejemplo, la isla de Lewis pasó de tener 10.000 habitantes que vivían de cosechar la tierra a 150 en unas décadas. Hoy, la mitad de las tierras privadas en Escocia pertenecen a cien familias, y tres cuartas partes a trescientas familias.

[25].   El Parlamento de Renania.

[26].   Karl Marx, El Capital. Tomo III, p. 987.

[27].   www.grain.org/article/entries/4929-hungry-for-land-small-farmers-feed-the-world-with-less-than-a-quarter-of-all-farmland.

[28].   elpais.com/internacional/2012/10/05/actualidad/1349458202_50-

1510.html.

[29].   Friedrich Engels, Anti-Dühring. La revolución de la ciencia por el señor Eugen Dühring. Fundación Federico Engels, 2014, p. 393.

[30].   Ian Angus y Simon Butler, op. cit., p. 184.

[31].   Solo las quince ciudades más pobladas del mundo albergan el 3% de la población mundial.

[32].   www.itf-oecd.org/sites/default/files/docs/cop-pdf-06.pdf.

[33].   Distancia con la que la comida es transportada desde su lugar de producción hasta que llega al consumidor. Es una medida utilizada en el estudio del impacto medioambiental de la producción y consumo de alimentos.

[34].   Héctor Tejero y Emilio Santiago, ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal. Capitán Swing, 2019.

[35].   Friedrich Engels, Anti-Dühring. La revolución de la ciencia por el señor Eugen Dühring, p. 393.

[36].   Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, p. 135.

[37].   Karl Marx, El Capital. Tomo III, p. 1.044.

[38].   Friedrich Engels, Dialéctica de la Naturaleza, pp. 152-153.

[39].   Douglas Weiner, Models of Nature. Ecology, Conservation and Cultural Revolution in Soviet Russia. University of Pittsburgh Press, 1988.

[40].   John Bellamy Foster, La ecología de Marx, p. 365.

[41].   Trofim Denísovich Lysenko (1898-1976): Ingeniero agrónomo soviético que, durante la década de 1930, condujo una campaña de ciencia agrícola, conocida como lysenkoísmo. El régimen estalinista asumió el lysenkoísmo como una ideología científica estatal, purgándose a numerosos científicos contrarios al mismo.

[42].   Toma su nombre del New Deal, el programa económico impulsado por el presidente Roosevelt en EEUU durante la Gran Depresión. Representó un intento de pacto social entre la burguesía y la burocracia de los sindicatos estadounidenses, y tuvo como objetivo limitar las reivindicaciones del movimiento obrero en ascenso y socavar su contenido revolucionario y socialista.

[43].   Programa equivalente al Green New Deal en Unidas Podemos.

[44].   Héctor Tejero y Emilio Santiago, ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal.

[45].   Ibíd.

[46].   Ibíd.

[47].   En 1953 y 1954 los golpes de Estado en Irán y Honduras contra los Gobiernos nacionalistas de izquierdas de Mosaddeq y de Jacobo Árbenz; en 1961 el asesinato de Patrice Lumumba, primer presidente democrático del Congo tras su independencia; o en 1965-66 la masacre de más de medio millón de militantes del Partido Comunista Indonesio y la posterior destitución del Gobierno nacionalista de Sukarno, son solo algunos ejemplos de lo “razonable” que era el sistema capitalista en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

[48].   www.ipcc.ch/site/assets/uploads/2018/03/srren_report_es-1.pdf.

[49].   Héctor Tejero y Emilio Santiago, op. cit.

[50].   Ibíd.

[51].   Joschka Fischer, líder de los verdes alemanes, ministro federal de Relaciones Exteriores y vicecanciller entre 1998 y 2005.

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