El viernes 14 de agosto una joven de dieciséis años denunció una violación múltiple en un hotel en la ciudad costera de Eilat, al sur de Israel. Todo sucedió mientras la menor estaba de vacaciones en la localidad y se topó con un grupo de hombres. La víctima terminó en una cama del hotel sin poder moverse durante horas y fue violada mientras se encontraba bajo los efectos del alcohol por alrededor de treinta hombres, quienes hacían cola en la puerta de la habitación para ir entrando de uno en uno y así abusar de ella.
La joven decidió denunciarlos días después de este terrible suceso al recibir en su móvil una grabación de la violación, enviado por uno de los agresores. Como no podía ser de otra forma, este caso estremecedor ha causado una enorme indignación entre la población israelí y miles de mujeres han tomado las calles en solidaridad con la joven y señalando la inacción y responsabilidad del Gobierno de Netanyahu.
“Yo sí te creo” y “No estás sola”, los gritos que inundan las marchas
Las protestas están siendo multitudinarias y se han celebrado en 33 localidades del país, entre ellas Tel Aviv, Haifa y la propia ciudad de Eilat. Los y las manifestantes, muchas vestidas de rojo como un símbolo contra el machismo, están exigiendo que el Gobierno aumente la inversión en programas de educación sexual y concienciación en los centros escolares, así como las ayudas a las asociaciones de víctimas de violencia de género. Así explicaba una joven su decisión de participar en las movilizaciones: “Decidí participaren una manifestación organizada por organizaciones de mujeres para gritar contra la cultura de la violación, que aliente atrocidades como la de Eilat. Una manifestación conjunta de mujeres y hombres judíos y árabes que exigen un cambio fundamental y presupuestos para abordar la lucha contra la violencia contra las mujeres”.
Tal ha sido la determinación de un movimiento que no dejaba de crecer día tras día, y que culminó el 23 de agosto con la convocatoria de un paro laboral en todo el país exigiendo justicia para la víctima.
Las demandas que se corean en las calles no son nuevas, son las mismas que resonaron en diciembre de 2018 durante la huelga general feminista que paralizó Israel y congregó a más de 20.000 mujeres en la manifestación de la capital. La consigna principal de la movilización entonces era que los 250 millones de shekels que fueron aprobados para financiar un programa para combatir la violencia machista, se pusieran en marcha de forma inmediata. A día de hoy, el Gobierno solo ha destinado un 10% de los fondos al proyecto. Por eso, a principios de junio de este mismo año miles de personas se manifestaron en Tel Aviv exigiendo al Knéset (parlamento) que actuara ya contra una lacra que desde principios de 2020 se ha cobrado la vida de once mujeres, ocho de ellas asesinadas durante el confinamiento, periodo en el que se registró un serio aumento de la violencia doméstica.
Maniobras parlamentarias para frenar el ascenso de la lucha
La presión del movimiento en defensa de los derechos de las mujeres trabajadoras en las calles en los últimos años ha obligado al Estado capitalista israelí a mover ficha para desarticular una creciente indignación popular.
A finales de mayo, el Parlamento aprobó la formación de un subcomité para combatir la violencia de género, que se integraría en el ya existente comité para la Promoción de la Mujer, un organismo que todavía no ha sido restablecido por el nuevo Gobierno tras las elecciones de marzo. Cuando las movilizaciones contra la ‘Manada de Eilat’ comenzaron a desbordarse, distintos representantes de la oligarquía gubernamental rompieron su clamoroso silencio prometiendo “cambios”. El presidente, Reuven Rivlin, redactó una carta de amonestación ante la situación y el primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha calificado este caso como “un crimen contra la humanidad”. Es evidente que estas declaraciones y maniobras acusan la presión de la lucha en la calle y pretenden desarticular la movilización y canalizar la rabia de las masas hacia las instituciones de la burguesía.
Pero ya conocemos la respuesta de la justicia capitalista y patriarcal. Según una fuente de la policía israelí, de los trece agresores detenidos por la violación de la menor, solo cuatro son susceptibles de ser acusados de violación, los demás –si finalmente son condenados– solo serán acusados de no haber evitado un delito. En un caso similar que se hizo público el año pasado, una joven británica de diecinueve años fue violada por doce hombres israelíes, todos los agresores, hijos de la clase dirigente israelí, quedaron impunes.
Netanyahu y sus partidarios son totalmente responsables del auge de la violencia machista en el país. Los datos oficiales son escalofriantes: cada día 260 mujeres son violadas en Israel, y una de cada cinco es violada a lo largo de su vida. En 2018, hubo en Israel 1.166 denuncias de violación, pero solo una décima parte terminaron con una condena. Las denuncias por violencia doméstica han aumentado un 112% en mayo respecto a abril de 2020. En los últimos cinco años, las denuncias por acoso y/o abusos sexuales han aumentado en un 40% y de las 1.706 denuncias que llegaron a las autoridades solo se investigaron 165. Además, como denuncian activistas feministas, a pesar de que los refugios para las víctimas de violencia machista en marzo ya estaban al 95% de su capacidad, el Gobierno sigue sin tomar ninguna medida para abrir nuevos centros. ¡Ninguna confianza en el capitalismo, sus defensores e instituciones!
Acabar con la lacra del machismo mediante la revolución socialista
El papel de vanguardia que han jugado las mujeres en los levantamientos revolucionarios que han sacudido Oriente Medio es innegable. Las mujeres pobres, trabajadoras y jóvenes se han convertido en las protagonistas de las revueltas sociales en la región. En el Líbano contra la corrupción y la pobreza, en Irán contra el precio de la gasolina que fue contestado con la brutalidad policial, en Iraq contra el Gobierno reaccionario. Al grito de “nosotras somos la revolución”, mujeres de todas las edades, codo a codo con sus compañeros, superaron los intentos de dividir los movimientos populares en líneas religiosas o de género.
Las más oprimidas entre los oprimidos se han colocado a la cabeza de la lucha contra un sistema que solo nos ofrece machismo, represión y hambre. Las mujeres en Israel, y el conjunto de la clase obrera que está participando en las movilizaciones feministas, deben armarse de un programa revolucionario e internacionalista. Solo transformando la sociedad en líneas socialistas podremos alcanzar la plena liberación y justicia para todas las víctimas.
¡Basta ya de violencia machista y justicia patriarcal!
¡Ni una más! ¡Si tocan a una, nos tocan a todas!