El pasado 3 marzo, Sarah Everard fue secuestrada y posteriormente asesinada por Wayne Couzens, un policía en activo de 48 años que pocos días antes había sido arrestado por exhibicionismo público en un McDonalds. A pesar de esto, Couzens continuó prestando sus servicios como policía en la seguridad del Parlamento, manteniendo su placa y su arma.

Tras conocerse que la autoría del asesinato era de un policía,  que sus antecedentes de exhibicionismo sexual habían quedado impunes y que llegó incluso a participar en el dispositivo de búsqueda de Sarah,  una oleada de indignación se desató en las redes sociales.  Especialmente cuando desde la propia policía  - desde Scotland Yard - se hizo un llamamiento a las mujeres a no salir de casa, a buscar recorridos alternativos o ir por sitios iluminados cuando volvieran  a casa. Este tipo de "recomendaciones" tan repugnantes, que culpabilizan a las mujeres de ser agredidas e incluso asesinadas, terminó de encender la mecha.

Concentraciones de vigilia  por el asesinato de Sarah fueron convocadas por el movimiento Reclaim these streets.  Con este mensaje (Reclama estas calles) se expresaba también la protesta y la rabia contra un aparato del Estado machista que golpea a las mujeres en todos los ámbitos de la vida, incluida la justicia y todas sus instituciones. Incluso cuando una de nosotras es asesinada, lo utiliza como arma para tratar de criminalizarnos y someternos aún más, mientras permite y ampara la impunidad total de nuestros agresores.  

La policía reprime las protestas feministas en solidaridad con Sarah Everard

La convocatoria de una vigilia el sábado en el barrio londinense de Clapham  -donde Sarah fue vista por última vez - fue prohibida por el Gobierno y los tribunales, generando aún más la indignación.  Pero a pesar de la prohibición, una concentración "ilegal" masiva se celebró en su memoria. Esta protesta terminó con brutales cargas policiales y arrestos contra un grupo de mujeres con la burda excusa de garantizar la distancia social fruto de la pandemia.  No solo tenemos que soportar inseguridad y miedo cuando volvemos a casa, no solo somos asesinadas, sino que además se nos intenta poner una mordaza cuando nos   levantamos en defensa de nuestros derechos y nuestra dignidad.

Al igual que ocurre en el Estado español y otros países cuando se justifica la represión de la movilización por la pandemia, en Londres tampoco fue la Covid19 la razón de los golpes y los arrestos. Tras este argumentario fallido por parte del Gobierno y las autoridades, se esconde el miedo de la clase dominante a que todo el descontento social acumulado en estos años y especialmente en estos meses de pesadilla para la clase trabajadora se exprese a través de la lucha en la calle. Son ya muchos  los ejemplos a nivel internacional en los que la lucha de las oprimidas ha sido la vía de expresión de un descontento profundo y de una crítica demoledora al sistema, a su injusticia, a su moral podrida y su ideología reaccionaria diseñada para someter a la mayoría. La represión no ha parado este proceso y con estas protestas se confirma que esa misma furia se esconde también bajo la superficie de la sociedad inglesa.

Un aparato del Estado que impulsa la violencia machista

El hecho de que el crimen lo haya cometido un policía, y  además con antecedentes,  ha tenido un impacto brutal. Es un fiel reflejo de cómo la justicia actúa con guante de seda con los agresores para luego, hipócritamente,  lamentar con lágrimas de cocodrilo los asesinatos como el de Sarah.  Es esa impunidad  tan consciente y descarada la que alienta la violencia contra nosotras cada día.

No existen datos o estadísticas de cuántos policías y agentes de seguridad están involucrados en crímenes y violencia machista, a pesar de que estos datos deberían aparecer desglosados en los estudios sobre violencia machista. Pero sin duda, los abusos policiales en general y sus formas aún mas violentas de expresión contras las mujeres no son algo secundario o anecdótico. Aquí lo vimos durante las protestas contra el encarcelamiento de Hasel en Madrid, cuando un policía antidisturbios llamo "puta de mierda" a una chica que solo ejercía su derecho a la protesta, sin ningún tipo de consecuencia. Comportamientos que hemos visto en muchas ocasiones y que van desde insultos hasta intimidaciones abiertas, con los que se manda un mensaje muy claro: se puede acosar, insultar o agredir brutalmente a mujeres sin pagar las consecuencias. Y más todavía si eres juez, policía o antidisturbios.

Los datos sobre la violencia que sufrimos las mujeres son demoledores. Según la organización Women UK, en una reciente encuesta para la ONU se señala que el 97% de las mujeres entre 18 y 24 años han sido víctimas de acoso sexual en lugares públicos,  el 80% en el caso de las mujeres de más de 24 años. La realidad, como hemos visto durante todos estos años, es que las instituciones burguesas, los tribunales, la policía, etc., son parte - y una muy importante - del problema. 

En el Estado español conocemos bien esta realidad. Recientemente hemos vuelto a tener claros ejemplos de ella con la condena de la Manada de Manresa por abuso en lugar de violación, o con la negativa del Consejo General del Poder Judicial a aprobar la ley del – solo sí es sí - . Pero este carácter profundamente reaccionario y patriarcal de las instituciones burguesas no es patrimonio del Estado español.  Se trata en el fondo de una cuestión de clase: mantener a las más oprimidas entre los oprimidos sumisas y calladas es una cuestión estratégica para mantener un sistema que necesita someter a la mayoría para que un puñado de ricos y aristócratas sigan controlando la sociedad y viviendo a cuerpo de rey. Por eso esa saña contra quienes nos levantamos. Por eso esa violencia tan salvaje contra nuestras hermanas en Gran Bretaña que se rebelan contra este estado tan injusto de las cosas. 

Solo con la lucha en las calles y un feminismo revolucionario podremos desterrar la violencia machista

Lo único que nos ha permitido avanzar en nuestros derechos ha sido la lucha, como han hecho nuestras compañeras y muchos compañeros en las calles de Londres y miles de ciudades británicas durante los últimos días.

Tras la represión de la protesta, el sábado miles volvieron a salir a las calles frente al Parlamento de Westminster y en muchos otros puntos del país. Fruto de ello se están permitiendo las manifestaciones y se ha dado orden a la policía de mantenerse alejada de las protestas. ¡Así se lucha contra la lacra de la violencia machista! ¡En las calles y no con discursos y actos institucionales!  ¡Señalando a los culpables y denunciando a aquellos que nos criminalizan por el hecho de ser mujeres y por querer luchar contra la opresión que padecemos!

La respuesta de la policía británica y del Gobierno, diciendo que “no salgamos de casa solas, que es peligroso” es una clara demostración de su fracaso y su inutilidad en la lucha contra la violencia machista. Ahora prometen que iluminarán mejor las calles, o que pondrán más policías de paisano. ¿Pero a quién quieren engañar? No va a ser creando un Estado policial como acabemos con esta lacra, y especialmente con una policía que se dedica a apalear manifestantes, criminalizar a la juventud, o perseguir a nuestras hermanas inmigrantes.  

Lo que necesitamos es un movimiento feminista revolucionario fuerte y combativo; educación sexual en nuestras escuelas; servicios sociales y de cuidados públicos y de calidad; acabar con la lacra de la prostitución y la pornografía;  que los medios de comunicación estén al servicio  y bajo el control  de la clase trabajadora, también de sus  mujeres y jóvenes para que sirvan como medio para concienciar y  no para extender las lacras del machismo y la opresión,  tal y como hacen hoy en día.  

Necesitamos una sociedad nueva, en que la igualdad sea un hecho constatable a todos los niveles, sin opresores y opresoras, sin oprimidas y oprimidos.  Eso sólo es posible acabando con el sistema  que provoca todo este sufrimiento, desigualdad y violencia: el capitalismo.

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