[Esta reseña continene spoilers]

En los últimos años la producción audiovisual ha aumentado con fuerza su contenido de denuncia social. Ficciones tan populares como El Cuento de la Criada, Parásitos, El Juego del Calamar, La Asistenta…, son el reflejo de la época política que vivimos y del desarrollo de una conciencia anticapitalista entre amplias capas de la sociedad.

A esta extensa lista se ha sumado Don’t Look Up (“No mires arriba”), el nuevo producto de Netflix dirigido y escrito por Adam McKay y David Sirota –el asesor principal de la campaña presidencial de Bernie Sanders en 2020–. En once días ya se había convertido en la tercera película más vista de la plataforma.

“Basada en hechos realmente posibles”

Don’t Look Up arranca con una secuencia en la que Kate Dibiasky, una estudiante de posgrado en astronomía interpretada por Jennifer Lawrence, hace un descubrimiento muy preocupante: un cometa de 5 a 10 km de ancho está en curso de colisión directo con la Tierra, algo que podría acabar con la especie humana a menos que la dirección del meteorito se alterara. Junto al doctor Randall Mindy (Leonardo Di Caprio), deciden dirigirse a la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria (una organización real dentro de la NASA) para advertir de la importancia de tomar una decisión rápida.

Pero lejos de una actuación contundente, esta catástrofe anunciada –una clara alegoría del cambio climático– choca con la negligencia de una elite política conservadora y corrupta, unos medios de comunicación comprados y con la lógica capitalista del lucro privado.

El negacionismo de la presidenta de los EEUU (Meryl Streep), una populista y nepotista descarada que sólo se mueve motivada por fines electoralistas, inspirada en la figura de Donald Trump y su gestión de la pandemia; la precariedad que rodea al sector científico; guiños a la guerra comercial entre EEUU y China… la película construye una brutal sátira, cómica a la par que acusadora, sobre un imperialismo en decadencia que es incapaz de hacer frente a los retos que tiene por delante.

Capitalismo es barbarie

Sin duda, uno de los personajes más interesantes y críticos de Don’t Look Up es el magnate tecnológico Peter Isherwell (Mark Rylance). En clara referencia a personalidades como Elon Musk o Steve Jobs, este multimillonario arrogante es quien tiene el control de la Casa Blanca, las televisiones y, en definitiva, del mundo y su futuro. En el momento en el que este CEO descubre que el cometa contiene distintas materias primas valiosas para su empresa, decide poner fin a la misión que salvaría a la población para extraer esos metales raros y seguir ampliando su compañía. “Encontraron una gran cantidad de oro y diamantes en el cometa. Así que dejarán que choque con la Tierra para hacer a un puñado de gente rica todavía más asquerosamente rica”, así lo anuncia uno de los personajes.

Este es precisamente el gran acierto de la película: plasmar con claridad los vínculos que existen entre la burguesía, los medios de comunicación y los dos grandes partidos del establishment norteamericano. Señalar que los ricos y ricas son el principal obstáculo para frenar la destrucción medioambiental. Y decir sin pelos en la lengua que, bajo este sistema, la vida de millones de personas vale mucho menos que los beneficios privados de un puñado de capitalistas.

Evidentemente, no podemos olvidar que estamos ante un producto de Hollywood distribuido por Netflix impregnado por el tufo hipócrita de su starsystem. De hecho, a pocos días del estreno de la película, Leonardo Di Caprio –que es conocido por su “activismo” ecologista como embajador de la ONU– fue fotografiado en un macroyate que en 11 km de navegación contamina lo mismo que un coche en todo un año.

El fatídico final de la película pone encima de la mesa quienes son los responsables del desastre y quienes pagan los platos rotos. No equipara a los verdugos con las víctimas, y traslada una imagen de urgencia y necesidad de organizarnos para que, en la vida real, la población no termine como los protagonistas dentro de la pantalla.

Esa es la tarea que tenemos por delante los revolucionarios y revolucionarias en todo el mundo: levantar una alternativa contra el cambio climático consecuente y por democratizar la ciencia y dotarla de recursos, batallar contra el trumpismo y la extrema derecha, y terminar con la dictadura del gran capital para que el poder real esté en manos de los trabajadores y jóvenes.

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